DUARTE:
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Él merece por el talle
con que la corte enamora,
por el noble proceder
que con los títulos tiene,
por la humildad con que viene
a darnos a conocer
cuán ajeno de ambición
al rey y al infante obliga
a que en su aumento prosiga,
y por la conversación
apacible con que alcanza
renombre su juventud,
que envidiemos su virtud
y alabemos su privanza.
Mas ¿sabéis lo que concluyo
del amor con que el señor
infante le hace favor?
Que debe ser hijo suyo.
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DIONÍS:
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¡Pluguiera a Dios! Sosegara
mi amoroso frenesí,
si eso, amigo, fuera ansí;
porque la sospecha avara
que tengo de que la infanta
le quiere bien, es ya tal,
que temo querelle mal.
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DIONÍS:
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¿Qué os espanta,
si cuando solos se ven,
por las lenguas de los ojos,
a costa de mis enojos,
dicen que se quieren bien?
Por Dios, que me pesaría
de que fuésemos los dos
enemigos, y por Dios,
que si la loca porfía
crece, siendo su interés
en mi daño, que sospecho
que le ha de hacer mal provecho.
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