Autobiografía de San Ignacio de Loyola: 06
Capítulo VI
editar54. Llegado a Barcelona comunicó su inclinación de estudiar con Guisabel Roscer, y con un Maestro Ardévol que enseñaba gramática. A entrambos paresció muy bien, y él se ofresció enseñarle de valde, y ella de dar lo que fuese menester para sustentarse. Tenía el pelegrino en Manresa un fraile, creo que de sant Bernardo, hombre muy espiritual, y con este deseaba estar para aprender, y para poderse dar más cómodamente al espíritu, y aún aprovechar a las ánimas. Y así respondió que aceptaba la oferta, si no hallase en Manresa la comodidad que esperaba. Mas ido allá halló que el fraile era muerto; y así, vuelto a Barcelona, comenzó a estudiar con harta diligencia. Mas impedíale mucho una cosa, y era que, cuando comenzaba a decorar, como es necesario en los principios de gramática, le venían nuevas inteligencias de cosas espirituales y nuevos gustos; y esto con tanta manera, que no podía decorar, ni por mucho que repugnase las podía echar.
55. Y ansí, pensando muchas veces sobre esto, decía consigo: «ni cuando yo me pongo en oración y estoy en la misa no me vienen estas inteligencias tan vivas»; y así poco a poco vino a conoscer que aquello era tentación. Y después de hecha oración se fue a santa María de la Mar, junto a la casa del maestro, habiéndole rogado que le quisiese en aquella iglesia oír un poco. Y así sentados, le declara todo lo que pasaba por su alma fielmente, y quán poco provecho hasta entonces por aquella causa había hecho; mas que él hacía promesa al dicho maestro, diciendo: «yo os prometo de nunca faltar de oíros estos dos años, en cuanto en Barcelona hallare pan y agua con que me pueda mantener». Y como hizo esta promesa con harta eficacia, nunca más tuvo aquellas tentaciones. El dolor de estómago, que le tomó en Manresa, por causa del cual tomó zapatos, le dejó, y se halló bien del estómago desque partió para Hierusalem. Y por esta causa, estando en Barcelona estudiando, le vino deseo de tornar a las penitencias pasadas; y así empezó hacer un agujero en las suelas de los zapatos. Ibalos ensanchando poco a poco, de modo que, cuando llegó el frío del invierno, ya no traía sino la pieza de arriba.
56. Acabados dos años de estudiar, en los cuales, según le decían, había harto aprovechado, le decía su maestro que ya podía oír artes, y que se fuese a Alcalá. Mas todavía él se hizo examinar de un doctor en teología, el cual le aconsejó lo mismo: y ansí se partió solo para Alcalá, aunque ya tenía algunos compañeros, según creo. Llegado a Alcalá empezó a mendicar y vivir de limosnas. Y después, de allí a 10 ó 12 días que vivía desta manera, un día un clérigo, y otros que estaban con él, viéndole pedir limosna, se empezaron a reír dél, y decirle algunas injurias, como se suele hacer a estos que, siendo sanos, mendican. Y pasando a este tiempo el que tenía cargo del hospital nuevo de Antezana, mostrando pesar de aquello, le llamó, y le llevó para el hospital, en el cual le dió una cámara y todo el necesario.
57. Estudió en Alcalá cuasi año y medio; y porque el año de 24o en la cuaresma llegó en Barcelona en la cual estudió dos años, el año de 26 llegó Alcalá, y estudió términos de Soto, y phísica de Alberto, y el Maestro de las Sentencias. Y estando en Alcalá se ejercitaba en dar ejercicios espirituales, y en declarar la doctrina cristiana: y con esto se hacía fruto a gloria de Dios. Y muchas personas hubo, que vinieron en harta noticia y gusto de cosas espirituales; y otras tenían varias tentaciones: como era una que queriéndose disciplinar, no lo podía hacer, como que le tuviesen la mano, y otras cosas símiles, que hacían rumores en el pueblo, máxime por el mucho concurso que se hacía adonde quiera que él declaraba la doctrina. Luego como allegó a Alcalá, tomó conoscimiento con D. Diego de Guía, el cual estaba en casa de su hermano que hacía emprempta en Alcalá, y tenía bien el necesario; y así le ayudaban con limosnas para mantener pobres, y tenía los tres compañeros del pelegrino en su casa. Una vez, viniéndole a pedir limosna para algunas necesidades, dijo D. Diego que no tenía dineros; mas abrióle una arca, en que tenía diversas cosas, y así le dió paramentos de lechos de diversas colores, y ciertos candeleros, y otras cosas semejantes, las cuales todas, envueltas en una sábana, el pelegrino se puso sobre las espaldas, y fue a remediar los pobres. Acordarme he del temor que el mismo pasó una noche.
58. Como arriba está dicho, había grande rumor por toda aquella tierra de las cosas que se hacían en Alcalá, y quién decía de una manera, y quién de otra. Y llegó la cosa hasta Toledo a los inquisidores; los cuales venidos Alcalá, fue avisado el pelegrino por el huésped dellos, diciéndole que les llamaban los ensayalados, y creo que alumbrados; y que habían de hacer carnicería en ellos. Y ansí empezaron luego hacer pesquisa y proceso de su vida, y al fin se volvieron a Toledo sin llamarles, habiendo venido por aquel solo efecto; y dejaron el proceso al vicario Figueroa, que agora está con el emperador. El cual de ahí algunos días les llamó y les dijo cómo se había hecho pesquisa y proceso de su vida por los inquisidores, y que no se hallaba ningún error en su doctrina ni en su vida, y que por tanto podían hacer lo mismo que hacían sin ningún impedimento. Mas no siendo ellos religiosos, no parescía bien andar todos de un hábito; que sería bien, y se lo mandaba, que los dos, mostrando el pelegrino y Artiaga, tiñesen sus ropas de negro; y los otros dos, Calisto y Cáceres, las tiñesen de leonado; y Juanico, que era mancebo francés, podría quedar así.
59. El pelegrino dice que harán lo que les es mandado. Mas no sé, dice, qué provecho hacen estas inquisiciones: que a uno tal no le quiso dar un sacerdote el otro día el sacramento porque se comulga cada ocho días, y a mí me hacían dificultad. Nosotros queríamos saber si nos han hallado alguna heresía. «No, dice Figueroa, que si la hallaran, os quemaran». «También os quemaran a vos, dice el pelegrino, si os hallaran heresía». Tiñen sus vestes, como les es mandado, y de ahí a 15 ó 20 días le manda el Figueroa al peregrino que no ande descalzo, mas que se calce; y él lo hace así quietamente, como en todas las cosas de esa cualidad que le mandaban. De ahí a 4 meses el mismo Figueroa tornó a hacer pesquisa sobre ellos; y, ultra de las sólitas causas, creo que fuese también alguna ocasión, que una muger casada y de cualidad tenía especial devoción al peregrino; y, por no ser vista, venía cubierta, como suelen en Alcalá de Henares, entre dos luces, a la mañana, al hospital; y entrando se descubría, y iba a la cámara del peregino. Mas ni desta vez les hicieron nada; ni aun después de hecho el proceso les llamaron, ni dijeron cosa alguna. De lo que me contó Bustamante.
60. De ahí a otros 4 meses que él estaba ya en una casilla, fuera del hospital, viene un día un alguacil a su puerta, y le llama y dice: «veníos un poco conmigo». Y dejándole en la cárcel, le dice: «no salgáis de aquí hasta que os sea ordenada otra cosa». Esto era en tiempo de verano, y él no estaba estrecho, y así venían muchos a visitalle; y hacía lo mismo que libre, de hacer doctrina y dar ejercicios. No quiso nunca tomar advogado ni procurador, aunque muchos se ofrescían. Acuérdase especialmente de doña Teresa de Cárdenas, la cual le envió a visitar, y le hizo muchas veces ofertas de sacarle de allí; mas no aceptó nada, diciendo siempre: «aquel, por cuyo amor aquí entré, me sacará, si fuere servido dello». m.ª uno, y era confessor.
61. Diecisiete días estuvo en la prisión, sin que le examinasen ni él supiese la causa dello; al fin de los cuales vino Figueroa a la cárcel, y le examinó de muchas cosas, hasta preguntarle si hacía guardar el sábado. Y si conoscía dos ciertas mugeres, que eran madre y hija; y desto dijo que sí. Y si había sabido de su partida antes que se partiesen; y dijo que no, por el juramento que había recebido. Y el vicario entonces, poniéndole la mano en el hombro con muestra de alegría, le dijo: «esta era la causa porque sois aquí venido». Entre las muchas personas que seguían al peregrino había una madre y una hija, entrambas viudas, y la hija muy moza, y muy vistosa, las cuales habían entrado mucho en espíritu, máxime la hija; y en tanto que, siendo nobles, eran idas a la Verónica de Jaén a pie, y no sé si mendicando, y solas; y esto hizo grande rumor en Alcalá; y el doctor Ciruelo, que tenía alguna protección dellas, pensó que el preso las había inducido, y por eso le hizo prender. Pues como el preso vió lo que había dicho el vicario, le dijo: «queréis que hable un poco más largo sobre esta materia?» dice: sí. «Pues habéis de saber, dice el preso, que estas dos mugeres muchas veces me han instado para que querían ir por todo el mundo servir a los pobres por unos hospitales y por otros; y yo las he siempre desviado deste propósito, por ser la hija tan moza y tan vistosa, etc.; y les he dicho que, cuando quisiesen visitar a pobres, lo podían hacer en Alcalá, y ir acompañar el santísimo sacramento». Y acabadas estas pláticas, el Figueroa se fue con su notario, llevando escrito todo.
62. En aquel tiempo estaba Calixto en Segovia, y sabiendo de su prisión, se vino luego, aunque recién convalescido de una grande enfermedad, y se metió con él en la cárcel. Mas él le dijo que sería mejor irse presentar al vicario; el cual le hizo buen tratamiento, y le dijo que le mandaría ir a la cárcel, porque era menester que estuviese en ella hasta que viniesen aquellas mugeres, para ver si confirmaban con su dicho. Estuvo Calixto en la cárcel algunos días; mas viendo el peregrino que le hacía mal a la salud corporal, por estar aún no del todo sano, le hizo sacar por medio de un doctor, amigo mucho suyo. Desde el día que entró en la cárcel el peregrino, hasta que le sacaron, se pasaron cuarenta y 2 días; al fin de los cuales, siendo ya venidas las dos devotas, fue el notario a la cárcel a leerle la sentencia, que fuese libre, y que se vistiesen como los otros estudiantes, y que no hablasen de cosas de la fee dentro de 4 años que hoviesen más estudiado, pues que no sabían letras. Porque, a la verdad, el peregrino era el que sabía más, y ellas eran con poco fundamento: y esta era la primera cosa que él solía decir cuando le examinaban.
63. Con esta sentencia estuvo un poco dubdoso lo que haría, porque parece que le tapaban la puerta para aprovechar a las ánimas, no le dando causa ninguna, sino porque no había estudiado. Y en fin él se determinó de ir al arzobispo de Toledo, Fonseca, y poner la cosa en sus manos. Partióse de Alcalá, y halló el arzobispo en Valladolid; y contándole la cosa que pasaba fielmente, le dijo que, aunque no estaba ya en su jurisdicción, ni era obligado a guardar la sentencia, todavía haría en ello lo que ordenase (hablándole de vos, como solía a todos). El arzobispo le recibió muy bien, y [entendiendo que deseaba pasar a Salamanca, dijo] que también en Salamanca tenía amigos y un colegio, todo le ofreciendo; y le mandó luego, en se saliendo cuatro escudos.