​Auto-retrato​ (1902) de Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno (30 de septiembre de 1902) «Auto-retrato» Revista Ibérica, año I, nº 5, pp. 129-130
Revista Ibérica


Año I.   Madrid 30 de septiembre de 1902.   Núm. 5.


AUTO-RETRATO
       Sr. D. Francisco Villaespesa

 Mi estimado amigo: Me pide usted un retrato mío y ante tal pedido surge un pequeño conflicto sin graves consecuencias —en mi conciencia. Renuncio á describírselo, aunque con semejante renuncia nos perdamos un trozo de psicología introspectiva, diferente, como es natural, de la ultrospectiva.
 El resultado final de tal conflicto es la decisión de enviarle el retrato, pues el resistirse á que aparezca en público la imagen de nuestro físico arguye, en los tiempos que corren, mayor petulancia que el ceder á ello. Hoy, en que se prodiga tanto la estampación pública de retratos, es un verdadero acto de humildad, á la vez que un acto de verdadera humildad, el dejar que se dé á estampa pública el propio y peculiar retrato.
 Ahora bien: visto y acordado en el tribunal de mi conciencia el remitirle un retrato de mi físico—dueño y á la vez siervo de dicha conciencia—, quedaba sólo la ejecución del acuerdo.
 Y aquí me encuentro con que apenas tengo fotografías, y ellas no muy buenas, de mi semblante y traza corporal, y en este apuro acudo al a pluma misma con que trazo estas líneas y con ella dibujo mi perfil. Y en esto ha de permitirme que eche mano del egotismo y le diga que yo tengo más fisonomía visto de lado que no de frente. Hasta como escritor público creo que me ocurre lo mismo.
 El hecho—porque es, sin duda, un hecho–de que envíe un auto-retrato supone que cultivo el «conócete á ti mismo»; y no pongo en latín esta sentencia, porque eso me parece algo asi como citar á Nietzsche ó á Tolstoi en francés, y el cultivar ese «conócete» dicen que es un mérito y el camino obligado para el «poséete».

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 Y el «conócete á ti mismo» debe empezar por conocer cada cual su físico, sostén y masa de lo que llamamos nuestra parte espiritual, por llamarla de algún modo. Ya sabe usted que hay sabio que sostiene que mirándose y viéndose—ó viéndose y mirándose, según que opinemos que el ver precedió al mirar ó el mirar al ver ¡arduo problema!—que viéndose y mirándose el hombre primitivo en el espejo de un sereno charco fué como llegó al desdoblamiento de sí mismo, á conocerse fuera de sí, á pensar en su yo y luego á creer en su alma. Yo le sé á usted decir que mirándome al espejo he comprendido algunas de las ideas que había difundido por ahí yo mismo.
 Mas dejemos á Narciso y á toda clase de narcisismo y de turrieburnismo respectivamente.
 Como usted verá también, á poco que mire, he procurado darme poca expresión y esto por razones que me ha de permitir me las reserve. No me he sombreado porque prefiero aparecer á toda luz y como si ésta viniese de todo el ambiente. Me he quitado carnes en efigie, ya que no pueda quitármelas en realidad, porque desde que he comprendido cuán profunda verdad encierra aquello de que los enemigos del alma son mundo, demonio y carne, me pesa el peso que voy adquiriendo gradualmente. Sentiría llegar á ser persona de peso.
 En el retrato no se me conocen las canas, de que me voy cargando, aunque todavía me faltan catorce días (hoy 15 de Septiembre) para cumplir los treinta y ocho años, dato que puede usted hacer constar, porque empiezan á descontarme de la gente joven, de la que viene—pegando ó pegada—y no me cuentan aún en la gente vieja, en la que se va—pegada ó pegando. Aunque bien mirado esto es consolador, porque si no soy ni de los que vienen ni de los que se van, es que soy de los que se quedan.
 Las demás consecuencias que del adjunto mi retrato, como de todo dato empírico, se desprenden, las dejo al buen juicio y criterio de los que lo vean y quieran especular acerca de él.
 Sólo me resta manifestarlo de nuevo cuán su amigo es

         Miguel de Unamuno.

 P. D. Le ruego muy encarecidamente que evite por todos los medios el que si se publica esta carta—que para ello la escribo, dicho sea inter nos—salgan mis enemigos diciendo que es profunda, filosófica, trascendental, erudita ó propia de un sabio. Porque tengo observado que se fragua en torno mío una conspiración mucho peor que la del silencio, y es la de motejarme de escritor profundo, filosófico y trascendental con el innoble y vil propósito de ahuyentar de mis libros á los lectores. «Así, á la vez que parece que le elogiamos, le reventamos», se dicen esos maquiavelillos de la feria de las vanidades y los celos.
 Y puesto á hacerme ese favor, le agradecería también que anunciase mis obras, á ver si contrarrestamos los incalificables manejos de esos enemigos de mi buen nombre—Vale.

            M. de U.



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