Aurora roja/Parte II/IV

III
Aurora roja
de Pío Baroja
IV
V

IV

El inglés quiere dominar - Las razas - Las máquinas - Buenas ideas, bellos proyectos


Una tarde lluviosa de febrero, Manuel había encendido la luz en su despacho de la imprenta, cuando se detuvo un coche a la puerta, y entró Roberto.

-¡Hola! ¿Qué tal estás?

-Bien, ¿y usted?; ¿qué le trae por aquí con un tiempo tan malo?

-Te traigo trabajo.

-¡Hombre!

-He encontrado a mi antiguo editor, y hablando de sus negocios, me he acordado de tu imprenta...

-De nuestra imprenta, querrá usted decir.

-Es verdad, de nuestra imprenta. Se me quejaba de que le hacían sin cuidado los libros. Yo conozco, le he dicho, a un impresor nuevo que trabaja bien. Pues dígale usted que venga, me ha contestado.

-¿Y qué hay que hacer?

-Unos libros con grabados, estadísticas y números. ¿Tú podrás tirar grabados?

-Sí; muy bien.

-Pues vete hoy o mañana a verle.

-Descuide usted; iré. ¡Ya lo creo! Tendré que tomar otro cajista bueno.

-¿Y qué? ¿Trabajas mucho?

-Sí.

-Pero ganas poco.

-Es que como los obreros están asociados, se imponen.

-¿Y tú no estabas asociado antes?

-Yo, no.

-¿No eres socialista?

-¡Psch! -¿Anarquista quizá?

-Sí; me es más simpática la anarquía que el socialismo.

-¡Claro! Como es más simpático para un chico hacer novillos que ir a clase. ¿Y cuál es la anarquía que tú defiendes?

-No; yo no defiendo ninguna.

-Haces bien; la anarquía para todos no es nada. Para uno, sí; es la libertad. ¿Y sabes cómo se consigue hacerse libre? Primero, ganando dinero; luego, pensando. El montón, la masa, nunca será nada. Cuando haya una oligarquía de hombres selectos, en que cada uno sea una conciencia, entre ellos la libre elección, la simpatía, lo regirá todo. La Ley sólo quedará para la canalla que no se haya emancipado.

Un cajista entró, con el componedor y unas cuartillas en la mano, a hacer una pregunta a Manuel.

-Iré luego -dijo éste.

-No, hombre, vete ahora -repuso Roberto. -Es que quería oírle a usted.

-Me quedaré un rato todavía y filosofaremos. Salió Manuel del despacho y a los pocos minutos volvió y se sentó.

-Usted también es algo anarquista, ¿verdad? -preguntó a Roberto.

-Sí; lo he sido a mi manera. -¿Cuando vivía usted mal, quizá?

-No. Eso no ha influido en mis ideas para nada. Puedes creerlo. Mi primer sentimiento de rebeldía lo experimenté en el colegio. Yo trataba de comprender lo que leía, de desentrañar el sentido de las cosas. Mis profesores me acusaban de holgazán porque no aprendía las lecciones de memoria; yo protestaba furioso. Desde entonces, todo pedagogo, para mí, es un miserable. Hasta que comprendí que hay que adaptarse al medio o aparentar conformidad con él. Ahora, por dentro, soy más anarquista que antes.

-¿Y por fuera?

-¡Por fuera! Si en Inglaterra llego a entrar en política, seré conservador.

-¿De veras?

-¡Claro! ¿Qué haría yo en Inglaterra siendo anarquista? Vivir oscurecido. No; yo no puedo despreciar ninguna ventaja en la lucha por la vida.

-Pero usted ha resuelto ya su problema.

-En parte, sí.

-¿En parte? ¿Pues qué quiere usted más? Tiene usted el dinero que quiere; se ha casado usted con una mujer preciosa, bonísima...

-Aún queda algo que conseguir.

-¿Qué?

-El dominio, el poder. Si yo ya no deseara, estaría muerto. En la vida hay que luchar siempre; dos células lucharán por un pedacillo de albúmina; dos tigres, por un trozo de carne; dos salvajes, por unas cuentas de vidrio; dos civilizados, por el amor o por la gloria...; Yo lucho por el dominio.

-¿Y siempre habrá que luchar?

-Siempre.

-¿No cree usted que vendrá la fraternidad?

-No.

-¿No se podrá conseguir que deje de haber explotadores y explotados?

-Nunca. Viviendo en sociedad, o es uno acreedor o es uno deudor. No hay término medio. Actualmente, todo hombre que no trabaja, que no produce, vive de la labor de otro, o de otros cien; es indudable, cuanto más rico es, más esclavos tiene, esclavos que él no conoce, pero que existen. Y mañana sucederá igual; siempre habrá suplementos de hombres que suden por el sabio, por la mujer bonita, por el artista...

-Tiene usted unas ideas muy negras.

-No; ¿por qué? En el porvenir no pueden suceder mas que dos cosas: o que, a pesar de las leyes que están hechas a beneficio de los débiles, de los inmorales, de los no inteligentes, sigan corno hasta ahora dominando los fuertes, o que la morralla se imponga y consiga debilitar y acabar, con los fuertes.

-Me chocan mucho las ideas de usted; quisiera verle discutir con el Libertario.

-¿Quién es el Libertario?

-Un amigo mío.

-No nos convenceríamos.

-¿Por qué?

-Porque cada uno es como es, y no puede ser de otra manera. Yo soy una mezcla de individualismo inglés de los manchesterianos y del individualismo español, agresivo y cabileño. En el fondo experimentamos todos la fatalidad de la raza; tú no sabes por qué eres anarquista, y, por qué siéndolo, no tienes instinto de destrucción... A todos les pasa lo mismo.

-No, a todos, no. A todos. Si el español es más individualista que el alemán, ¿crees tú que es por su gusto? No. Es un resultado del clima... de la alimentación.

Una fatalidad, no tan clara, pero parecida a la que hace el Jerez fuerte y el Rhin suave.

-Pero hay anarquistas alemanes.

-Sí; como hay naranjas en Inglaterra y abetos en España.

-Bueno; pero las ideas, ¿no las pueden tener allí como aquí?

-Sí; pero las ideas son lo de menos. Tú serás un buen chico, de poca voluntad, de buenas intenciones, y lo serás igual siendo carlista, protestante o mahometano. Y es que debajo de las ideas están los sentimientos y los instintos; y los instintos no son mas que el resultado del clima, de la alimentación, de la vida que ha llevado la raza de uno.

En ti está toda tu raza, v en tu raza está toda la tierra donde ella ha vivido. No somos hijos de la tierra; somos la misma tierra, que siente y piensa. Se cambia el terreno de un país y cambian los hombres en seguida. Si fuera posible poner Madrid al nivel del mar, al cabo de cincuenta años los madrileños discurrirían de otra manera.

-¿Entonces, usted da poca importancia a las ideas?

-Sí; muy poca. La inteligencia pura es en calidad igual en todos los hombres. Un químico español y un químico noruego tienen que hacer un análisis y lo hacen lo mismo; piensan sobre su ciencia y piensan lo mismo; pero salen del laboratorio y ya son distintos: el uno come mucho, el otro poco; el uno se levanta temprano, el otro tarde... Los obreros alemanes y los ingleses, que leen mucho más que los españoles y los italianos, no se hacen anarquistas, ¿por qué? ¿porque no entienden las teorías? ¡Bah! Las comprenden muy bien; pero es que el alemán es, sobre todo, hombre de orden, bueno para mandar y para obedecer, y el inglés es hombre práctico que no quiere perder el tiempo... El español, no; es anarquista porque es perezoso; tiene todavía la idea providencial; es anarquista como mañana lo será el moro. Yo creo que para los meridionales, para todos estos mediterráneos medio africanos, lo mejor sería un gobierno dictatorial, fuerte, que pudiera dominar el desconcierto de los apetitos y suplir la falta de organización que tiene la sociedad.

-¿El despotismo?

-El despotismo ilustrado, progresivo, que actualmente en España sería un bien.

-¡Obedecer aun tirano! Eso es horrible.

-Para mí, para mi libertad, es más ofensivo acatar la ley que obedecer a la violencia.

-Es usted más anarquista que yo -dijo riéndose Manuel-. ¿Usted cree de veras en esa dictadura?

-Si fuera posible que saliera un hombre, sería utilísima. Figúrate tú un dictador que dijera: voy a suprimir los toros, y los suprimiera; voy a suprimir la mitad del clero, y lo suprimiera; y pusiera un impuesto sobre la renta, y mandara hacer carreteras y ferrocarriles, y metiera en presidio a los caciques que se insubordinan, y mandara explotar las minas, y obligara a los pueblos a plantar árboles...

-Eso ya no se puede hacer hoy, don Roberto.

-Sí, hombre, sí. Todo sería cuestión de tener fuerza.

-Las cosas pasadas yo creo que ya no vuelven.

-¿Por qué no? Cada cosa puede tener varios momentos. El clan del celta, por ejemplo, era un gran atraso con relación a la ciudad del griego o del romano; pero es muy posible que, dentro de unos cientos de años, volvamos a vivir en una especie de clan. Cuando la energía eléctrica se pueda enviar a cientos de kilómetros y los medios de comunicación sean rapidísimos, ¿qué necesidad tendremos de vivir apiñados en calles estrechas? No; viviremos en agrupaciones, diez o doce familias que se quieren, que se conocen, formando una especie de clan en medio del campo y comunicados por tranvías y ferrocarriles con otros clans. Y esto ya está pasando con las fábricas. Hace algunos años se produjeron las grandes aglomeraciones de fábricas; hoy se inicia una verdadera revolución en la vida fabril y en el maquinismo. En vez de marchar a la concentración, se va a la difusión y cuando la fuerza motriz se pueda transportar y distribuir con un precio económico, las grandes aglomeraciones de fábricas habrán desaparecido. Todo cambia, no hay nada definitivo, ni en el mundo físico ni en el moral. Este despotismo progresivo, hoy en España sería un bien.

-Quizá; lo seguro es que nosotros no lo veremos.

-Por lo menos, es lo más probable. En fin, hemos arreglado la sociedad y me marcho. No te olvides de ir a ver al editor.

-No, no me olvidaré.

-Bueno. ¡Adiós, Manuel!

-¡Adiós, don Roberto!

-Y en eso de la anarquía, tómalo como sport, no te metas demasiado.

-¡Oh! Yo lo tomo con mucha tranquilidad.

-Sí; pero siempre es malo significarse. Porque en esas ideas, perseguidas por los gobiernos, no hay término medio: o es un desdichado que no puede vivir, o es un granuja que vive explotando a los demás; y las dos cosas deben ser desagradables. ¡Vaya, adiós! Roberto entró en su coche rápidamente, y los caballos comenzaron a trotar por la calle.