Aurora en el baño

Aurora en el baño
de Clemente Althaus


Ya llegó la feliz hora
en que la divina Aurora
contenta viene a entregar
su beldad encantadora
a los abrazos del mar.
La escala desciende lenta,
y más y más se amedrenta,
y cuando cerca se ve
de donde es fuerza que sienta
del agua el frío su pie,
se detiene, y de la hermosa
frente humedece la nieve:
al fin en las aguas osa
introducir el pie breve,
hecho de jazmín y rosa.
Mas se estremece y espanta
del súbito intenso frío,
y, exhalando un ay, levanta
la apenas hundida planta,
con hechicero desvío.
De nuevo la escala pisa,
temblando toda cual hoja,
y más que nunca indecisa;
más fuerte ola improvisa
viene, que toda la moja.
Que el mar, aunque está sereno,
de amor y deseos lleno,
arrojó a la playa sola
esa alborotada ola,
para traerla a su seno.
Mas, con el frío marino,
familiarizada ya,
del piélago cristalino
por entro las aguas va
abriendo fácil camino.
¡Oh dichosa la mirada
que la contempla extasiada,
cuando con gracia sin par
resbala süave o nada
por el sosegado mar!
¡Parece que el océano
está de llevarla ufano,
y que con placer se siente
cortar y abrir dulcemente
por tan delicada mano!
Truécase en quieta laguna,
que no encrespa onda ninguna,
y ella de espaldas descansa
en la superficie mansa,
como un infante en la cuna.
Tal vez, el leve sombrero
arrojando delantero,
tras él ardiente se lanza,
y en ágil nadar ligero
en breve ufana le alcanza.
O tal vez de agua le llena
con que su cabeza baña:
o, como nueva Sirena,
canta con dulzura extraña
que las almas enajena.
Tal vez a la dulce amiga
con quien más amor la liga
algo la cuenta muy quedo,
al labio aplicando el dedo,
para que a nadie lo diga,
pasó ya una larga hora;
y aún dejar no quiere Aurora
baño que tanto la agrada,
y, si lo estuvo a la entrada,
más indecisa está ahora.
Mas, aunque al vivo placer
que siente ninguno iguale,
pues ve en fin que es menester,
se llega ya a resolver,
y tarda y penosa sale.
Y, aunque ella evitar procura,
llena de vergüenza casta,
que la húmeda vestidura
dibuje su forma pura,
su honesto empeño no basta:
que el empapado vestido,
al cuerpo hermoso ceñido,
claro nos demuestra que ella
no ha menester para bella
de arte ni adorno mentido.
Y nos da la ocasión fe
de que su beldad divina
de nada deudora fue
a la hueca crinolina
o al elástico corsé.
Llora la mar su partida,
y rabiosa envidia siente
de la tierra que la anida
y goza más largamente
de su hermosura querida.
Y yo gimo al contemplar
que tal vez el mar la encierra,
tal vez la tierra, y al par
tengo envidia de la tierra,
y tengo envidia del mar.


(1863)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)