Atalaya de la vida humana/Libro I/I

Elogio
Atalaya de la vida humana
de Mateo Alemán
I
II

I

Donde cuenta lo que le sucedió desde que sirvió a el embajador, su señor, hasta que salió de Roma


Guzmán de Alfarache disculpa el proceso de su discurso, pide atención y da noticia de su intento

Comido y reposado has en la venta. Levántate, amigo, si en esta jornada gustas de que te sirva yendo en tu compañía; que, aunque nos queda otra para cuyo dichoso fin voy caminando por estos pedregales y malezas, bien creo que se te hará fácil el viaje con la cierta promesa de llevarte a tu deseo. Perdona mi proceder atrevido, no juzgues a descomedimiento tratarte desta manera, falto de aquel respeto debido a quien eres. Considera que lo que digo no es para ti, antes para que lo reprehendas a otros que como yo lo habrán menester.

Hablando voy a ciegas y dirásme muy bien que estoy muy cerca de hablar a tontas, pues arronjo la piedra sin saber adónde podrá dar, y diréte a esto lo que decía un loco que arronjaba cantos. Cuando alguno tiraba, daba voces diciendo: «¡Guarda, hao!, ¡guarda, hao!, todos me la deben, dé donde diere.» Aunque también te digo que como tengo las hechas tengo sospechas. A mí me parece que son todos los hombres como yo, flacos, fáciles, con pasiones naturales y aun estrañas. Que con mal sería, si todos los costales fuesen tales. Mas como soy malo, nada juzgo por bueno: tal es mi desventura y de semejantes.

Convierto las violetas en ponzoña, pongo en la nieve manchas, maltrato y sobajo con el pensamiento la fresca rosa. Bien me hubiera sido en alguna manera no pasar con este mi discurso adelante, pues demás que tuviera escusado el serte molesto, no me fuera necesario pedirte perdón, para ganarte la boca y conseguir lo que más aquí pretendo; que aún muchos y quizá todos los que comieron la manzana lo juzgarán por impertinente y superfluo; empero no es posible. Porque, aunque tan malo cual tienes de mí formada idea, no puedo persuadirme que sea cierta, pues ninguno se juzga como lo juzgan. Yo pienso de mí lo que tú de ti. Cada uno estima su trato por el mejor, su vida por la más corregida, su causa por justa, su honra por la mayor y sus eleciones por más bien acertadas.

Hice mi cuenta con el almohada, pareciéndome, como es verdad, que siempre la prudente consideración engendra dichosos acaecimientos; y de acelerarse las cosas nacieron sucesos infelices y varios, de que vino a resultar el triste arrepentimiento. Porque dado un inconveniente, se siguen dél infinitos. Así, para que los fines no se yerren, como casi siempre sucede, conviene hacer fiel examen de los principios, que hallados y elegidos, está hecha la mitad principal de la obra y dan de sí un resplandor que nos descubre de muy lejos con indicios naturales lo por venir. Y aunque de suyo son en sustancia pequeños, en virtud son muy grandes y están dispuestos a mucho, por lo cual se deben dificultar cuando se intentan, procurando todo buen consejo. Mas ya resueltos una vez, por acto de prudencia se juzga el seguirlos con osadía, y tanto mayor, cuanto fuere más noble lo que se pretende con ellos.

Y es imperfección y aun liviandad notable comenzar las cosas para no fenecerlas, en especial si no las impiden súbitos y más graves casos, pues en su fin consiste nuestra gloria. La mía ya te dije que sólo era de tu aprovechamiento, de tal manera que puedas con gusto y seguridad pasar por el peligroso golfo del mar que navegas. Yo aquí recibo los palos y tú los consejos en ellos. Mía es la hambre y para ti la industria como no la padezcas. Yo sufro las afrentas de que nacen tus honras.

Y pues has oído decir que aquese te hizo rico, que te hizo el pico, haz por imitar a el discreto yerno que sabe con blandura granjear del duro suegro que le pague la casa, le dé mesa y cama, dineros y esposa con quien se regale, abuelos que como esclavos y truhanes críen, sirvan y entretengan a sus hijos. Ya tengo los pies en la barca, no puedo volver atrás. Echada está la suerte, prometido tengo y -como deuda- debo cumplirte la promesa en seguir lo comenzado.

El sujeto es humilde y bajo. El principio fue pequeño; lo que pienso tratar, si como buey lo rumias, volviéndolo a pasar del estómago a la boca, podría ser importante, grave y grande. Haré lo que pudiere, satisfaciendo al deseo. Que hubiera servido de poco alborotar tu sosiego habiéndote dicho parte de mi vida, dejando lo restante della.

Muchos creo que dirán o ya lo han dicho: «Más valiera que ni Dios te la diera ni así nos la contaras, porque siendo notablemente mala y distraída, fuera para ti mejor callarla y para los otros no saberla.» Lejos vas de la verdad, no aciertas con la razón en lo que dices ni creo ser sano el fin que te mueve; antes me causa sospecha que, como te tocan en el aj y aun con sólo el amagarte, sin que te lleguen te lastiman. Que no hay cuando a el disciplinante le duela y sienta más la llaga que se hizo él proprio, que cuando se la curan otros.

O te digo verdades o mentiras. Mentiras no (y a Dios pluguiera que lo fueran, que yo conozco de tu inclinación que holgaras de oírlas y aun hicieras espuma con el freno); digo verdades y hácensete amargas. Pícaste dellas, porque te pican. Si te sintieras con salud y a tu vecino enfermo, si diera el rayo en cas de Ana Díaz, mejor lo llevaras, todo fuera sabroso y yo de ti muy bien recebido. Mas para que no te me deslices como anguilla, yo buscaré hojas de higuera contra tus bachillerías. No te me saldrás por esta vez de entre las manos.

Digo -si quieres oírlo- que aquesta confesión general que hago, este alarde público que de mis cosas te represento, no es para que me imites a mí; antes para que, sabidas, corrijas las tuyas en ti. Si me ves caído por mal reglado, haz de manera que aborrezcas lo que me derribó, no pongas el pie donde me viste resbalar y sírvate de aviso el trompezón que di. Que hombre mortal eres como yo y por ventura no más fuerte ni de mayor maña. Da vuelta por ti, recorre a espacio y con cuidado la casa de tu alma, mira si tienes hechos muladares asquerosos en lo mejor della y no espulgues ni murmures que en casa de tu vecino estaba una pluma de pájaro a la subida de la escalera.

Ya dirás que te predico y que cuál es el necio que se cura con médico enfermo. Pues quien para sí no alcanza la salud, menos la podrá dar a los otros. ¿Qué condito cordial puede haber en el colmillo de la víbora o en la puntura del alacrán? ¿Qué nos podrá decir un malo, que no sea malo?

No te niego que lo soy; mas aconteceráme contigo lo que al diestro trinchante a la mesa de su amo, que corta curiosa y diligentemente la pechuga, el alón, la cadera o la pierna del ave y, guardando respeto a las calidades de los convidados a quien sirve, a todos hace plato, a todos procura contentar: todos comen, todos quedan satisfechos, y él solo sale cansado y hambriento.

A mi costa y con trabajos proprios descubro los peligros y sirtes para que no embistas y te despedaces ni encalles adonde te falte remedio a la salida. No es el rejalgar tan sin provecho, que deje de hacerlo en algo. Dineros vale y en la tienda se vende. Si es malo para comido, aplicado será bueno. Y pues con él empozoñan sabandijas dañosas, porque son perjudiciales, atriaca sería mi ejemplo para la república, sí se atoxigasen estos animalazos fieros, aunque caseros y al parecer domésticos, que aqueso es lo peor que tienen, pues figurándosenos humanos y compasivos, nos fiamos dellos. Fingen que lloran de nuestras miserias y despedazan cruelmente nuestras carnes con tiranías, injusticias y fuerzas.

¡Oh si valiese algo para poder consumir otro género de fieras! Éstos que lomienhiestos y descansados andan ventoleros, desempedrando calles, trajinando el mundo, vagabundos, de tierra en tierras, de barrio en barrios, de casa en casas, hechos espumaollas, no siendo en parte alguna de algún provecho ni sirviendo de más que -como los arrieros en la alhóndiga de Sevilla- de meter carga para sacar carga, llevando y trayendo mentiras, aportando nuevas, parlando chismes, levantando testimonios, poniendo disensiones, quitando las honras, infamando buenos, persiguiendo justos, robando haciendas, matando y martirizando inocentes. ¡Hermosamente parecieran, si todos perecieran! Que no tiene Bruselas tapicería tan fina, que tanto adorne ni tan bien parezca en la casa del príncipe, como la que cuelgan los verdugos por los caminos.

Premios y penas conviene que haya. Si todos fueran justos, las leyes fueran impertinentes; y si sabios, quedaran por locos los escritores. Para el enfermo se hizo la medicina, las honras para los buenos y la horca para los malos. Y aunque conozco ser el vicio tan poderoso, por nacer de un deseo de libertad, sin reconocimiento de superior humano ni divino, ¿qué temo, si mis trabajos escritos y desventuras padecidas tendrán alguna fuerza para enfrenar las tuyas, produciendo el fruto que deseo? Pues viene a ser vano y sin provecho el trabajo que se toma por algún respeto, si no se consigue lo que con él se pretende.

Mas como ni el retórico siempre persuade ni el médico sana ni el marinero aporta en salvamento, habréme de consolar con ellos, cumplidas mis obligaciones, dándote buenos consejos y sirviéndote de luz, como el pedreñal herido, que la sacan dél para encenderla en otra parte, quedándose sin ella. De la misma forma el malo pierde la vida, recibe castigos, padece afrentas, dejando a los que lo ven ejemplo en ellas.

Quiero volverme a el camino, que se me representa en este lugar lo que a los labradores y aun a los muy labrados cortesanos, cuando pasan por la Ropería, si acaso alzan los ojos a mirar, que luego se arriman a ellos. Unos les tiran y otros estiran, allí los llevan y acullá los llaman y no saben con cuáles ir seguramente. Porque, pareciéndoles que todos engañan y mienten, de ninguno se fían y andan muy cuerdos en ello. Yo sé muy bien el porqué y lo que venden lo dice a voces. Ahora bien, démosles lado, dejémoslos pasar, siquiera por las amistades que un tiempo me hicieron en comprarme prendas que nunca compré, dándome dineros a buena cuenta de lo que les había de vender y enseñándome a hacer de la noche a la mañana ropillas de capas, vendiendo los retazos para echar soletas.

O lo que suele suceder a el descuidado caminante que, sin saber el camino, salió sin preguntarlo en la posada y, cuando tiene andada media legua, suele hallarse a el pie de una cruz, que divide tres o cuatro sendas a diferentes partes; y, empinándose sobre los estribos, torciendo el cuerpo, vuelve la cabeza, mirando quién le podrá decir por dónde ha de caminar; mas, no viendo a quien lo adiestre, hace consideración cosmógrafa, eligiendo a poco más o menos la que le parece ir más derecha hacia la parte donde camina.

Veo presentes tantos y tan varios gustos, estirando de mí todos, queriéndome llevar a su tienda cada uno y sabe Dios por qué y para qué lo hace. Pide aquéste dulce, aquél acedo, uno hace freír las aceitunas, otro no quiere sal ni aun en el huevo. Y habiendo quien guste de comer los pies de la perdiz tostados a el humo de la vela, no falta quien dice que no crió Dios legumbre como el rábano.

Así lo vimos en cierto ministro papelista, largo en palabras y corto de verdades, avariento por excelencia. El cual, como se mudase de una posada en otra, después de llevada la ropa y trastos de casa, se quedó solo en ella, rebuscándola y quitando los clavos de las paredes. Acertó a entrar en la cocina, donde halló en el ala de la chimenea cuatro rábanos añejos, que como tales los dejaron perdidos y sin provecho. Juntólos y atólos y con mucho cuidado los llevó a su mujer, y con cara de herrero le dijo: «Así se debe de ganar la hacienda, pues así se deja perder. Como no lo trujistes en dote, de todo se os da nada. ¿Veis esta perdición? Guardá esos rábanos, que dinero costaron, y volvedlos a echar a mal, perdida, que yo lo soy harto más en consentir que por junto se traiga un manojo a casa.» La mujer los guardó y aquella noche, por no tenerla negra con pendencia, los hizo servir a la mesa. Y comiéndolos el marido, dijo: «Ahora, por Dios, hermana, que sobre todos los gustos tiene lugar principal el de los rábanos añejos, que cuanto más lacios, mejor saben. Si no, probad uno déstos.» Y haciéndole fuerza, la obligó a comerlo, contra toda su voluntad y con asco.

Gentes hay que no se contentan con loar aquello que dicen aplacerles, ya sea por lo que fuere, sino que quieren que los otros lo hagan y que a su pesar sepa bien y se lo alaben y juntamente con esto que vituperen el gusto ajeno, sin considerar que son los gustos varios, como las condiciones y rostros, que si por maravilla se hallaren dos que se parezcan, es imposible hallarlos en todo iguales.

Así habré de hacer aquí lo que me aconteció en una comedia, donde por ser de los primeros, vine a ser de los delanteros y, como tras de mí hubiese otros no tan bien dispuestos, me decían que me hiciese a un lado y, en meneándome un poco, se quejaban otros a quien hacía también estorbo. Los unos y los otros me ponían a su modo, porque todos querían ver, de manera que, no sabiendo cómo acomodarme acomodándolos, hice orejas de mercader; púseme de pie derecho y cada uno alcanzase como mejor pudiese.

Querrían el melancólico, el sanguino, el colérico, el flemático, el compuesto, el desgarrado, el retórico, el filósofo, el religioso, el perdido, el cortesano, el rústico, el bárbaro, el discreto y aun la señora Doña Calabaza que para sola ella escribiese a lo fruncido y que con sólo su pensamiento y a su estilo me acomodase. No es posible; y seráme necesario, demás de hacer para cada uno su diferente libro, haber vivido tantas vidas cuantos hay diferentes pareceres. Una sola he vivido y la que me achacan es testimonio que me levantan.

La verdadera mía iré prosiguiendo, aunque más me vayan persiguiendo. Y no faltará otro Gil para la tercera parte, que me arguya como en la segunda de lo que nunca hice, dije ni pensé. Lo que le suplico es que no tome tema ni tanta cólera comigo que me ahorque por su gusto, que ni estoy en tiempo dello ni me conviene. Déjeme vivir, pues Dios ha sido servido de darme vida en que me corrija y tiempo para la emmienda. Servirán aquí mis penas para escusarte dellas, informándote para que sepas encadenar lo pasado y presente con lo venidero de la tercera parte y que, hecho de todo un trabado contexto, quedes cual debes, instruido en las veras.

Que sólo éste ha sido el blanco de mi puntería y descubro el de mi pensamiento a los que se sirvieren de excusarme del trabajo. Empero sea de manera que se puedan gloriar del suyo, que tengo por indecente negar un autor su nombre, apadrinando sus obras con el ajeno. Que será obligarme escrebir otro tanto, para no ser tenido por tonto cargándome descuidos ajenos. Esto se quede, porque no parezca dicho con cuidado ni más de por haber venido a propósito.

Mas volviendo a el nuestro, digo que cada uno haga su plato y pasto de lo que le sirviéremos en esta mesa, dejando para otros lo que no le supiere bien o no abrazare su estómago. Y no quieran todos que sea este libro como los banquetes de Heliogábalo, que se hacía servir de muchos y varios manjares; empero todos de un solo pasto, ya fuesen pavos, pollos, faisanes, jabalí, peces, leche, yerbas o conservas. Una sola vianda era; empero, como el manna, diferenciada en gustos. Aunque los del manna eran los que cada uno quería y esotros los que les daba el cocinero, conforme a la torpe gula de su amo.

Con la variedad se adorna la naturaleza. Eso hermosea los campos, estar aquí los montes, allí los valles, acullá los arroyos y fuentes de las aguas. No sean tan avarientos, que lo quieran todo para sí. Que yo he visto en casa de mis amos dar libreas y a el paje pequeño tan contento con la suya, en que no entró tanta seda, como el grande que la hubo menester doblada por ser de más cuerpo.

Determinado estoy de seguir la senda que me pareciere atinar mejor a el puerto de mi deseo y lugar adonde voy caminando. Y tú, discreto huésped que me aguardas, pues tienes tan clara noticia de las miserias que padece quien como yo va peregrinando, no te desdeñes cuando en tu patria me vieres y a tu puerta llegare desfavorecido, en hacerme aquel tratamiento que a tu proprio valor debes. Pues a ti sólo busco y por ti hago este viaje; no para hacerte cargo dél ni con ánimo de obligarte a más de una buena voluntad, que naturalmente debes a quien te la ofrece. Y si de ti la recibiere, quedaré con satisfación pagado y deudor, para rendirte por ella infinitas gracias.

Mas el que por oírmelas está deseoso de verme, mire no le acontezca lo que a los más que curiosos que se ponen a escuchar lo que se habla dellos, que siempre oyen mal. Porque con oro fino se cubre la píldora y a veces le causará risa lo que le debiera hacer verter lágrimas. Demás que, si quisiere advertir la vida que paso y lugar adonde quedo, conocerá su demasía y daráme a conocer su poco talento. Póngase primero a considerar mi plaza, la suma miseria donde mi desconcierto me ha traído; represéntese otro yo y luego discurra qué pasatiempo se podrá tomar con el que siempre lo pasa -preso y aherrojado- con un renegador o renegado cómitre. Salvo si soy para él como el toro en el coso, que sus garrochadas, heridas y palos alegran a los que lo miran, y en mí lo tengo por acto inhumano.

Y si dijeres que hago ascos de mi proprio trato, que te lo vendo caro haciéndome de rogar o que hago melindre, pesaráme que lo juzgues a tal. Que, aunque es notoria verdad haber servido siempre a el embajador, mi señor, de su gracioso, entonces pude, aunque no supe, y, aunque agora supiese, no puedo, porque tienen mucha costa y no todo tiempo es uno. Mas, para que no ignores lo que digo y sepas cuáles eran mis gracias entonces y lo que agora sería necesario para ellas, oye con atención el capítulo siguiente.