Atalaya de la vida humana/Dedicatorias
Dedicatorias
A don Juan de Mendoza Marqués de San Germán, Comendador del Campo de Montiel, Gentilhombre de la Cámara de el Rey Nuestro Señor, Teniente General de las Guardas y Caballería de España y Capitán General de los Reinos de Portugal
Preguntándole a un filósofo por qué aconsejaba que ninguno se mirase a el espejo con luz de vela, respondió que porque, reverberando aquel resplandor en el rostro, lo hacía muy más hermoso y era engaño. Advirtió en esto a los príncipes que no se fiasen mucho de las alabanzas de los oradores, porque con su estilo suave y elegante hermoseaban más las cosas. Conocerá Vuestra Excelencia, siendo notorio a todos -demás de ser costumbre mía dejar siempre vacíos que otros llenen, temiendo más la reprehensión del exceso que culpa de corto-, cuán al contrario camino en este propósito, pues la mucha notoriedad me hará pasar en silencio sus grandezas, y las que tocare será como de paso y por la posta, siéndome tan importante hablar dellas.
Costumbre ha sido usada, y hoy se pratica en los actos militares, elegir los combatientes padrinos de quien ser honrados, amparados y defendidos de las demasías, para que igualmente se guarde la justicia en las estacadas o palenques donde se han de tratar sus causas o venirse a juntar con sus contrarios. Ya es conocida la razón que tengo en responder por mi causa en el desafío que me hizo sin ella el que sacó la segunda parte de mi Guzmán de Alfarache. Que, si decirse puede, fue abortar un embrión para en aquel propósito, dejándome obligado, no sólo a perder los trabajos padecidos en lo que tenía compuesto, mas a tomar otros mayores y de nuevo para satisfacer a mi promesa. Espérame ya en el campo el combatiente; está todo el mundo a la mira; son los jueces muchos y varios; inclínase cada uno a quien más lo lleva su pasión y antojo; tiene ganados de mano los oídos, informando su justicia, que no es pequeña ventaja. Él pelea desde su casa, en su nación y tierra, favorecido de sus deudos, amigos y conocidos, de todo lo cual yo carezco.
Para empresa tan grande, salir a combatir con un autor tan docto, aunque desconocido en el nombre, verdaderamente lo temí, hasta que los rayos del sol de Vuestra Excelencia vivificaron mi helada sangre, alentando mis espíritus, dándome confianza que, deslumbrando con ellos los ojos, no solamente de mi contrario, mas a la misma invidia y murmuración ganaré sin alguna duda la victoria.
¿Quién osará representarme la batalla ni esperarme a ella, cuando sobre mis timbres, principio deste libro, viere resplandecer el esclarecido nombre de Vuestra Excelencia, que lo sale patrocinando? ¿Cuál no se me rendirá con las ventajas que llevo, siendo de las mayores que se han conocido hasta hoy en príncipe?
Si sangre, díganlo las casas de Castro, cabeza de los Mendozas y Velascos, de los Condestables de Castilla, de quien Vuestra Excelencia es hijo y nieto. Y desto lo dicho basta. Si armas, notorio nos es y ninguno ignora que, asistiendo Vuestra Excelencia los años de su infancia en los estudios de Alcalá de Henares, donde tantas premisas dio de su florido ingenio, viéndose ya mancebo se pasó a Nápoles, llevado de la inclinación y valor militar. Y siendo allí temido por su esfuerzo, respetado por su valor y seguido por la notoria privanza con el virrey su tío, pospuestas estas prendas, que fueran de otros muchos estimadas, tuvo en más el bullicio de las armas en la guerra, que los deleites, paseos y privanzas en la paz; pues dejándolo, se fue a Flandes en seguimiento de la milicia, que tanto allí ejercitaban. Y con una pica, sin sueldo, sin algún entretenimiento ni mando, gustó de ser un particular soldado, buscando las ocasiones en que señalar su ánimo valeroso. Hasta que, ofreciéndose las guerras con Francia, pasó a Milán a servir en las del Piamonte y Saboya, donde gobernando la caballería y después todas las fuerzas que su Majestad tenía en aquellas partes, alcanzó señaladas vitorias, mostrando tanto valor y prudencia, cuanto admirable gobierno. Que, conocido por Monsiur de Ladiguera, que con poderosísimo ejército y muchas cabezas principales obtenía la parte de Francia, temió siempre llegar a las manos. Y cuanto una vez lo intentó sobre la Carboneda, hallándose aventajado en el número de soldados, Vuestra Excelencia con muchos menos lo desbarató y rompió, ganándole la mayor vitoria que se vio hasta entonces. Y de allí adelante, atemorizados con el sangriento estrago, no se atrevieron más a socorrer plaza.Y tanto cuanto en la guerra era temido siempre, lo era en la paz y juntamente obedecido y amado, como se conoció en las ocasiones, pues dentro en Ginebra se cumplían sus mandatos de la manera que se hiciera en su proprio ejército, viniendo a su llamado los del gobierno de aquella ciudad, cosa ni vista ni oída de otro algún valeroso capitán o príncipe.
Siendo esto así, se decía de sus soldados que tanto cuanto sobrepujaban a los más en valor y esfuerzo eran religiosos, inclinados a toda virtud, por el buen ejemplo que tenían en Vuestra Excelencia, que los gobernaba.
¿En quién, como en Vuestra Excelencia, se podrá hallar tan junto tanto, sangre, armas, prudencia, gobierno y admirable industria? Pues retirándose a el Estado de Milán y no pudiéndolo hacer por el ordinario paso, que lo impedía la peste, pasó con todo su ejército armado, y marchando en orden por el valle de Valesanos, tierra de esguízaros, y estaban en aquella ocasión a devoción de Francia, cosa que jamás los hombres vieron, ni los mismos esguízaros, confederados con el Rey Nuestro Señor se lo han permitido, sino que, desarmados, en tropas de docientos en docientos, y no más, vayan pasando.Déjense tantas vitorias y sucesos felices para las crónicas famosas que los esperan, que bien se podrá decir serán las más afortunadas que hasta ellos de otro príncipe alguno se hayan oído. Digan estos reinos la felicidad en que se hallan, que, si fuese posible, comprarían su asistencia con inestimable precio, por la rectitud, humanidad, justicia y amor con que son defendidos y gobernados.
Alargarme más en esto es engolfarme y dificultar la salida, pareciendo cosa increíble concurrir tanto en tan juveniles años. Pues acudiendo a lo dicho, no ha hecho falta en el servicio y corte de su rey, asistiendo en ella, siendo preferido y honrado como uno de los más señalados.
Pues ¿quién duda que quien abrió paso por tan indómita gente lo haga también por entre la tan política y bien morigerada, para que mi libro corra y le den el lugar que, yendo favorecido de tan poderoso príncipe, merece? A quien guarde Nuestro Señor augmentando sus vitorias y nombre, con que más y mejor le sirva.
MATEO ALEMÁN