Asclepigenia de Juan Valera
Escena X


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ASCLEPIGENIA, CREMATURGO, PROCLO y EUMORFO.


ASCLEPIGENIA se pone de pie para recibirlos.


ASCLEPIGENIA.- ¡Qué agradable sorpresa! ¿Qué significa venir los tres juntos a mi casa?


CREMATURGO.- Envidiable frescura te concedió el cielo. ¿Cómo, al vernos entrar juntos a los tres, no tiemblas, no te asustas, no te hundes avergonzada en el centro de la tierra?


EUMORFO.- Eso mismo repito yo. ¿Cómo no te hundes en el centro de la tierra?


CREMATURGO.- Inicua. Nos estabas engañando a todos.


EUMORFO.- Esto pasa de castaño obscuro. ¡Tres al mismo tiempo!


CREMATURGO.- ¿Qué puedes alegar en tu defensa?


EUMORFO.- Con razón enmudeces.


ASCLEPIGENIA.- Yo no enmudezco ni con razón ni sin ella. A fin de probaros que la razón no me falta, os contaré una parábola, si tenéis calma para oírla.


CREMATURGO.- Cuenta.


EUMORFO.- Te escucho.


ASCLEPIGENIA.- (A PROCLO, que ha estado y sigue silencioso desde que entró.) Y tú, ¿qué dices?


PROCLO.- Nada. Te escucho también.


ASCLEPIGENIA.- En el jardín de este palacio hay un rosal, que estaba casi seco y perdido por hallarse en terreno estéril. -¿Qué necesita? Me dije yo al contemplarle. -Mantillo, me respondí. Es menester que de las substancias corrompidas que en el mantillo hay, absorba el rosal la savia vivificante que ha de dar lozanía, gala y primor a sus hojas y a sus flores. Cubrí, pues, con mantillo las raíces y el pie del rosal, y el rosal ha reverdecido y florecido como por encanto. La verdura de sus hojas es brillante; sus rosas son divinas. Los pétalos de estas rosas tienen el color encendido del alba; el centro parece cáliz de oro; en el cáliz hay miel. ¿Qué ser delicado, elegante, ligero, bonito, en armonía con la rosa, podrá tocar sus pétalos sin marchitarlos, y libar la miel del cáliz con la correspondiente suavidad y finura? -Una aérea, pintada y alegre mariposa, pensé yo. Y apenas lo hube pensado y deseado, acudió la mariposa más gentil y juguetona que he visto en mi vida, y revoloteando en torno de la rosa, se posó en su seno, sin ladear apenas el flexible tallo, y libó la miel del cáliz de oro. Noté, sin embargo, que esto no bastaba. De la rosa se desprendía exquisita fragancia, que iba disipándose por el ambiente y que el céfiro esparcía en sus alas. En la rosa había asimismo belleza extraordinaria, reflejo de la idea; perfección de formas, que encierra puros pensamientos artísticos. Esto sólo puede comprenderlo la inteligencia. Sólo el espíritu puede gozar de todo esto. Es así que la mariposa no tiene inteligencia, ni espíritu, ni siquiera olfato; luego al rosal le faltaba lo mejor. Sus prendas de más valía quedaban sin fin y sin propósito. Entonces vi claro que si el mantillo y la mariposa eran indispensables para el rosal, eran más indispensables aún mente elevada, espíritu y conciencia, que le comprendiesen y admirasen. Aplicad ahora la parábola y reconoceréis mi justificación. Yo soy el rosal; tú, Crematurgo, eres el mantillo; tú, Eumorfo, la mariposa y Proclo es la nariz que aspira el aroma y la mente que estima la beldad y goza dignamente de ella. ¿Qué culpa adquiere el rosal de que nada sea completo en este bajo mundo? ¡Lástima es que no se logren mantillo, mariposa, narices y mente en un ser solo! Como el rosal requería todo esto y no se hallaba reunido, he tenido que buscarlo por separado.


CREMATURGO.- Pues yo no me avengo. No quiero ser mantillo y nada más. ¡Adiós, ingrata! (Vase.)


EUMORFO.- Tampoco me resigno yo a ser una mariposa inteligente, sobre todo cuando por amor tuyo me había puesto ya a estudiar filosofía. ¡Adiós, infame! (Vase.)