Armonías de la Pampa/I
Aquí estás, ombú gigante a la orilla del camino, indicando al peregrino no siga más adelante en la llanura sin fin. Tú señalas las barreras que dividen el desierto, y oyes el vago concierto que alzan las auras ligeras de la pampa en el confín. Eres la verde guirnalda de la cabaña pajiza, que vas marchando de prisa con el pasado a tu espalda y a tu frente el porvenir. Donde huye el indio salvaje y el cristiano se adelanta, tu cabeza se levanta susurrando tu ramaje: "el rancho llegó hasta aquí." Eres lo último que muere de la morada del hombre, y sin registrar un nombre estás contando al viajero memorias de hoy y de ayer. Al proseguir tu carrera por la llanura extendida, sobre tu cima florida hoy alzas en la frontera el pendón de nuestra fe. ¿Qué ves más allá? ¿la pampa que en contorno se dilata, el arroyuelo de plata, el toldo en que el indio acampa, o el inmenso pajonal? Tú miras allá a lo lejos al trasponer aquel monte en el remoto horizonte, como en mágicos espejos lo que es y lo que será. Miras la pampa argentina de ciudades matizada, y por mil naves surcada la laguna cristalina que hoy cubre verde juncal; miras la pobre cabaña, que en palacio se transforma, y que al tomar nueva forma, con nuevas luces se baña su contorno natural. Miras al indio tostado, que lanzando un alarido, va huyendo despavorido por el llano dilatado, en pavoroso tropel; seguido del tigre fiero que abandona su dominio, hoy teatro de exterminio, y tras él, el jornalero que las transforma en vergel. No pases más adelante, que más lejos, abatido, marchito y descolorido verás al ombú gigante hoy de la pradera rey: y en su lugar la corona verás alzarse del pino, que unido al hierro y al lino sirve al hombre en toda zona para dar al mundo ley. Ese destino te espera, árbol, cuya vista asombra, que al caminante das sombra sin dar al rancho madera, ni al fuego una astilla dar; recorrerás el desierto cual mensajero de vida, y, tu misión concluída, caerás cual cadáver yerto bajo el pino secular.