Arauco Domado
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen REBOLLEDO, soldado,
[y] TIPALCO, indio yanacona.
TIPALCO:

  ¿Que este soldado, amigo, es don García?

REBOLLEDO:

Este es aquel Hurtado de Mendoza
que a gobernar su padre a Chile envía.

TIPALCO:

  La libertad que el rebelado goza
en el gobierno de la gente anciana
aumentarase con la gente moza.
  Si toda la chilena y araucana,
con ser Aguirre y Villagrán dos viejos
de igual respeto y de experiencia cana,
  previenen armas y hacen sus consejos,
y sacudiendo el yugo de Filipe,
su rey, que deste polo está tan lejos,
  no quieren que de Chile participe
como ya del Pirú y de Nueva España,
¿quién duda que a las armas se anticipe
  viendo que aqueste ejército acompaña
un mancebo tan tierno?

REBOLLEDO:

Este mancebo
el César ha de ser de aquesta hazaña;
  este Mendoza, este Alejandro nuevo,
este Hurtado que hurtó la excelsa llama
no solamente a Júpiter y a Febo,
  sino a todos los Nueve de la Fama,
viene a domar a Chile y a la gente
bárbara que en Arauco se derrama.
  Si Aguirre y Villagrán tan excelente
nombre de capitanes merecieron,
muerto Valdivia, general valiente,
  las discordias de entrambos, pues quisieron
ser cada cual gobierno desta tierra,
de aqueste rebelión la causa fueron,
  digo, de que creciese a tanta guerra,
que ya Caupolicán se llame y nombre
su general de cuanto Arauco encierra.
  Y no hay por qué, Tipalco, el ver te asombre,
siendo como eres indio yanacona,
que esto se cifre en el valor de un hombre,
  pues, fuera del que has visto en su persona,
por solo lo que ha hecho en la Serena
de capitán merece la corona.

TIPALCO:

  Mucho me agrada el ver que en todo ordena
nuestra justicia y paz, pues nos alivia
a los indios de paz de tanta pena.
  Allá a los que mataron a Valdivia
(y con Caupolicán y Tucapelo
están más fieros que áspides en Libia)
  podrá mostrar la sangre de su abuelo,
que, pues su padre a tanto sol le envía,
ya habrá probado esta águila al del cielo.
  Mas, dime: ¿qué es la fiesta deste día?

REBOLLEDO:

Por la inquietud del indio rebelado
vuestra mayor iglesia no tenía
  el santo sacramento en que, encerrado,
está el cuerpo santísimo de Cristo,
y que le tenga ha hecho y ordenado,
  con muchas diligencias que habéis visto,
se ha de poner en la custodia agora,
que el llanto apenas de placer resisto,
  este divino pan que el Cielo adora.
Acompaña el cristiano don García,
en tanto que la iglesia le atesora;
  la guarda, armas y galas deste día
es esta procesión.

(Salen PILLARCO y TALGUENO, indios.)
TALGUENO:

Anda, Pillarco,
que revientan las calles de alegría.

PILLARCO:

  Dejé por verla, aunque se pierda, el barco.

TALGUENO:

¿Tipalco no es aquel?

PILLARCO:

¡Oh, caro amigo!
¿Qué hay de fiesta?

TIPALCO:

¡Por verla diera el arco!

TALGUENO:

Pues bien podrás.

PILLARCO:

  ¿Quién viene aquí contigo?

TIPALCO:

Un soldado: mi huésped.

PILLARCO:

Di, soldado:
¿cuál es el General?

REBOLLEDO:

Si yo os lo digo,
  correranse los Cielos que han formado
su talle y rostro tan gallardo en todo
y la fama que vuela al norte helado;
  mas, si queréis mirarle de otro modo,
pues ya la procesión se acaba y pasa,
hecho: mirad el generoso godo,
umbral por donde Dios entra en su casa.
(Toquen chirimías y córrase una cortina,
detrás de la cual se vea un arco de yerba
y flores, y en una alombra debajo dél,
tendido, DON GARCÍA en el suelo,
y a los lados del arco los soldados
que quedan muy galanes, uno con el bastón
y otro con la espada y otro con el sombrero.)

PILLARCO:

  ¿Qué es aquello?

TALGUENO:

¿Hay cosa igual?

TIPALCO:

¿Cómo vuestro General
está tendido en el suelo?

REBOLLEDO:

Al pasar el Rey del Cielo,
le quiso servir de umbral,
  que, para daros ejemplo,
indios, por él ha pasado,
en que su humildad contemplo,
el sacerdote sagrado
con la custodia a su templo.
  Retiraos, que se levanta.

PILLARCO:

A la iglesia voy.

TIPALCO:

Entremos.
(Póngase en pie,
y lleguen todos a darle sus insinias.)

DON FILIPE:

Ella ha sido hazaña santa.

DON ALONSO:

Divino ejemplo tenemos;
yo no he visto humildad tanta.

DON GARCÍA:

  Caballeros, siendo yo
polvo y nada, el que del suelo
me levantó y me formó
hoy me ha convertido en cielo,
pues, como veis, me pisó.
  Oficio de ángeles es
este que agora he tenido,
pues fui trono de los pies
del mismo Dios.

DON FILIPE:

Justo ha sido
que a todos ejemplo des:
  al español, porque entienda
cómo se debe estimar
aquesta angélica prenda;
y al indio, porque al altar
llegar con respeto emprenda.

DON ALONSO:

  Capitán que ha comenzado
del culto de Dios no puede
ser, gran señor, desdichado.

DON FILIPE:

Hoy el Cielo te concede
el título más honrado,
  que es defensor de la fe.

DON GARCÍA:

Dos cosas en Chile espero
que su gran piedad me dé,
porque con menos no quiero
que el alma contenta esté.
  La primera es ensanchar
la fe de Dios; la segunda,
reducir y sujetar
de Carlos a la coyunda
esta tierra y este mar
  para que Filipe tenga
en este Antártico Polo
vasallos que a mandar venga.

DON FILIPE:

De cuanto alumbrare Apolo
rico imperio se prevenga,
  que de más le harán señor
las muestras de tu valor,
que, pues con rayos tan grandes
en Rentin, en Sena, en Flandes
diste tanto resplandor
  al aurora de tus años,
en llegando al mediodía
harás efetos estraños.

DON GARCÍA:

Dar alomenos querría
de mi intento desengaños,
  y para principio dél
traedme aquí a Villagrán
y venga Aguirre con él,
pues presos los dos están
y está aprestado el bajel,
  que al Pirú se han de partir,
y desde allí luego a España.

DON ALONSO:

¡Oh, cuánto lo han de sentir!

DON FILIPE:

Pensaron verse en campaña.

DON GARCÍA:

Pues cesen de competir,
  que esta vez juntos irán
dentro de un mismo navío.

DON ALONSO:

Sentiralo Villagrán.

DON GARCÍA:

Viéndose juntos confío
que paz y amistad harán,
  que a dos hombres, cuyo brío
no cupo en tal señorío
por ambición del poder,
los tengo de hacer caber
en la tabla de un navío.

DON FILIPE:

  ¿Harás luego tu jornada?

DON GARCÍA:

A la ciudad despoblada
de la Concepción iré,
adonde esperar podré
la demás gente embarcada,
  que espero en Dios, y el valor
que en la sangre de Mendoza
me dio el Marqués mi señor,
que la libertad que goza
Chile rebelde y traidor
  se reduzga a Carlos Quinto
y a Filipe, su heredero,
en término tan sucinto,
aunque le pese al mar fiero,
por quien se juzga distinto,
  que todo el polo se espante
de que esta rebelde gente
venga a humildad semejante.

DON FILIPE:

El Cielo tu vida aumente.

DON ALONSO:

La Fama tu nombre cante.

(Vanse, y salen CAUPOLICÁN
y FRESIA y PUQUELCO.)

CAUPOLICÁN:

  Deja el arco y las flechas,
hermosa Fresia mía,
mientras el sol con cintas de oro borda
torres de nubes hechas
y, declinando el día,
con los umbrales de la noche aborda.
A la mar siempre sorda
camina el agua mansa
de aquesta hermosa fuente
hasta que su corriente
en sus saladas márgenes descansa;
aquí bañarte puedes
tú, que a sus vidros en blancura excedes.
  Desnuda el cuerpo hermoso
dando a la luna envidia
y cuajarase el agua por tenerte.
Baña el pie caluroso
si el tiempo te fastidia;
vendrán las flores a enjugarte y verte,
los árboles a hacerte
sombra con verdes hojas,
las aves armonía
y de la fuente fría
la agradecida arena, si el pie mojas,
a hacer con mil enredos
sortijas de diamantes a tus dedos.

CAUPOLICÁN:

  De todo lo que miras
eres, Fresia, señora;
ya no es de Carlos ni Filipe Chile.
Ya vencimos las iras
del español, que llora,
por más que contra Arauco el hierro afile,
el ver que aún hoy distile
sangre esta roja arena
en que Valdivia yace,
del polo en que el sol nace,
adonde sus caballos desenfrena.
No hay poder que me asombre:
yo soy el Dios de Arauco, no soy hombre.
  Pídeme, Fresia hermosa,
no conchas, no crisoles
de perlas para alfombras, sino dime:
«Caupolicán, enlosa
de cascos de españoles
todo este mar, que por tragarlos gime.
La fuerte maza esgrime,
hazme reina del mundo,
pásame dando asombros
sobre tus fuertes hombros
desotra parte deste mar profundo;
y adonde Carlos reina
di que de Chile soy y Arauco reina».

FRESIA:

  Querido esposo mío
a quien estas montañas
humillan las cabezas presurosas,
por quien de aqueste río,
que en verdes espadañas
se acuesta coronándose de rosas,
las ninfas amorosas
envidian mi ventura:
¿qué fuente, qué suaves
sombras, qué voces de aves,
qué mar, qué imperio, qué oro o plata pura
como ver que me quieras,
tú, que eres el señor de hombres y fieras?
  No quiero mayor gloria
que haber rendido un pecho
a quien se rinde España, coronada
de la mayor vitoria,
pues cupo en ella el hecho
por quien la India yace conquistada.
Ya la española espada,
el arcabuz temido
que truena como el cielo
y rayos tira al suelo
y el caballo arrogante en que, subido,
el hombre parecía
monstruosa fiera, que seis pies tenía,
 no causarán espanto
al indio que rebelas,
cuya libre cerviz del cuello sacas
del español que tanto
le oprimió con cautelas,
cuya ambición de plata y oro aplacas;
ya en tejidas hamacas
de tronco a tronco asidas
destos árboles altos,
de inquieta guerra faltos,
dormiremos en paz, y nuestras vidas
llegarán prolongadas
a aquel dichoso fin que las pasadas.

CAUPOLICÁN:

  ¡Puquelco!

PUQUELCO:

¿Señor...?

CAUPOLICÁN:

Advierte
si alguien me viene a buscar;
no des a que entre lugar.

PUQUELCO:

Bien puedes entretenerte,
  que yo en esta orilla quedo,
donde os podéis desnudar.

FRESIA:

Ven, mi bien.

CAUPOLICÁN:

Que has de abrasar
su agua en tu sol tengo miedo.
(Vanse CAUPOLICÁN y FRESIA
y salen TUCAPEL, RENGO, TALGUENO,
OROMPELLO y PILLALONCO, viejo.)

PILLALONCO:

  Llamad a Caupolicán.

RENGO:

Aquí está Puquelco.

TUCAPEL:

Amigo,
¿qué hace el General?

PUQUELCO:

Yo os digo
que otros cuidados le dan
  los recelos que traéis.
Con Fresia se está bañando.

TUCAPEL:

¿Bañando cuando abrasando
de inquietud a Arauco veis?
  Dejalde, que donde estoy
no es menester general.

RENGO:

Ni donde yo, porque igual
con cuantos nacieron soy.
  Haz tu oficio, Pillalonco
consulta a nuestro Pillán.

PILLALONCO:

¿Traéis la lana?

TALGUENO:

Aquí están,
sacerdote: lana y tronco.

PILLALONCO:

  Retiraos todos allí
mientras comienzo el conjuro.

OROMPELLO:

Pues presto, porque te juro
que el furor revienta en mí.
{{Pt|PILLALONCO:|
  Yo daré prisa, Orompello;
no te fatigues, que ya
Pillán la verdad dirá.

OROMPELLO:

Pues aquí aguardo a sabello.
(Retírense,
y el viejo ponga un ramito en el suelo
y una vedija de lana encima.)

PILLALONCO:

  Ya pongo el ramo y la vedija encima
de la lana más cándida apartada.
¿Qué aguardas, pues? ¿Que tu tiniebla oprima?
  Ponte en ella, Pillán, y, la dorada
faz descubierta, dime lo que sabes
deste español y su vecina armada.
  ¿Para qué quieres que, con voces graves,
te importune, si amigo y dueño eres,
pudiendo responder a las suaves?
(Salga por el escotillón PILLÁN, demonio,
con un medio rostro dorado
y un cerco de rayos como sol en la cabeza
y el medio cuerpo con un justillo de guadamací de oro.)

PILLÁN:

¿Qué me oprimes, amigo? ¿Qué me quieres?

PILLALONCO:

 Cuéntame, Pillán divino,
quién es aqueste famoso
capitán que del Pirú
viene a Chile sobre el hombro
del mar Antártico dando
tanto miedo a nuestro polo
que los fieros araucanos,
de Valdivia vitoriosos,
los nunca vencidos pechos
bañan en cobarde asombro.

PILLÁN:

Noble sacerdote mío,
generoso Pillalonco
este capitán que viene,
puesto que le veis tan mozo,
en vuestros rebeldes cuellos
pondrá el yugo poderoso
de Carlos Quinto y Filipe
no más de en dos años solos.
Es el virrey del Pirú;
su padre, aquel generoso
marqués de Cañete, que él
le envía contra vosotros.
Muy bien sabe a quién envía,
que su brazo poderoso
vencerá nueve batallas,
al fin rindiéndoos a todos
en vuestro desierto suelo.
Ved si es hombre prodigioso:
fundará siete ciudades.

PILLALONCO:

¿Qué me dices? ¿Cuándo? ¿Cómo?

PILLÁN:

El cuándo, agora será;
el cómo, del presuroso
tiempo lo sabréis; mas creo
que, después destos enojos,
le habéis de querer de suerte
por tantos hechos heroicos
que le llaméis San García
y le hagáis estatuas de oro.
Yo solo seré el que pierda,
y no pienso perder poco,
pues, si entra la cruz de Cristo,
luego mis banderas rompo.

(Disparen un arcabuz y ciérrese
o echen por allí una llama.)

PILLALONCO:

¿Vaste? ¡Espera! ¿Así me dejas?
¡Hola! ¡Llegad! ¡Llegad todos!

TUCAPEL:

¿Qué es aquesto?

PILLALONCO:

Grandes males
os pronostica este monstro.
Un hombre dice que viene
del Pirú que tendrá en poco
vuestros pechos araucanos
y de quien seréis despojos;
que os ha de vencer, me dijo,
y que estos montes y sotos
han de ser siete ciudades
de españoles vitoriosos.

TUCAPEL:

Detén la cobarde lengua
o, ¡vive el Sol!, que si tomo
una flecha del carcaj
y por el aire la arrojo,
que, clavándola, con ella
pase tu cuello medroso
y vaya a dar al navío
adonde viene ese loco
para que, en viéndola, digan
que es del brazo riguroso
del soberbio Tucapel.

RENGO:

Si errares, y yo la pongo,
tirarela al Sol, y el Sol,
con su diestra mano de oro,
la tomará y volverá
a la tierra tan furioso
que, como rayo, la clave
en ese español y, roto
su pecho, en su sangre escriba:
«Rengo soy; rayo me nombro».

TALGUENO:

Para que sino que yo
tire aquesta tras vosotros
y en el cabo de la flecha
que hiriere su pecho un poco
dé tal golpe con la mía
que pasen de un cabo a otro
juntas y en sangre teñidas
las plumas, donde en un tronco
escriban: «Soy de Talgueno».

OROMPELLO:

De veros hablar me corro.
No dejéis nada a Orompello,
pues yo he de hacer más que todos,
que si se arrima a algún muro
ese general tan mozo,
tengo de pasarle el pecho
con golpe tan espantoso
que, dando el hierro en el muro,
vuelva la flecha a nosotros
porque en la sangre que traiga
diga: «Este tiro famoso
es del brazo de Orompello».

PILLALONCO:

Si a tanta furia os provoco
con las verdades que os digo,
de siempre mentir propongo.
Esto me ha dicho Pillán.

TUCAPEL:

No hay Pillán; yo basto y sobro
contra el mundo.

PILLALONCO:

Tucapel,
yo los de España conozco.

RENGO:

Déjale, que es viejo.

TUCAPEL:

Rengo,
por sus canas me reporto.

RENGO:

¿Miedo nos pones, villano?

TUCAPEL:

¿Cómo miedo? Harele polvos.
(Sale[n] CAUPOLICÁN y FRESIA.)

CAUPOLICÁN:

  ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Que me abraso!
¡Déjame, Fresia!

FRESIA:

¡Señor!

OROMPELLO:

¿Qué es esto?

TALGUENO:

¡Estraño rumor!

FRESIA:

¿Dónde vas? ¡Detén el paso!

CAUPOLICÁN:

  ¡Ay, Fresia! No me detengas.

TUCAPEL:

¿Qué tienes, Caupolicán?

CAUPOLICÁN:

Hame abrasado Pillán.

RENGO:

¿No es mucho que ardiendo vengas?

CAUPOLICÁN:

  Bañábame, Rengo amigo,
con Fresia en aquesta fuente
cuando miro de repente
todo el infierno conmigo.
  Del agua brotaban llamas,
y en medio dellas, Pillán
me dijo: «¡Oh, gran Capitán,
que tu heroico nombre infamas!
  El español don García,
aunque la mar alteré
con tempestad que formé
que al cielo temor ponía,
  ya llegó a la Concepción,
tomó puerto en Talcaguano,
pasó a tierra firme; en vano
intento su perdición,
  que en Penco ha formado un fuerte
donde defenderse piensa
de vuestra araucana ofensa,
a quien promete la muerte.
  Toma las armas, intenta
que antes que su gente llegue
mueran y el paso les niegue
que buscan con vuestra afrenta.

CAUPOLICÁN:

  Arremete al fuerte luego,
no quede vivo español
antes que al valle de Engol
pongan los que vienen fuego.
  Mirad que es para mí daño
la venida desta gente».
Dijo, y de alquitrán ardiente
quedó rechinando el baño.
  Salí sintiendo en el pecho
mil víboras, de quien ya
a no ver lo que aquí está
fuera abrasado y deshecho.
  ¡Oh, valientes araucanos!
Agora es tiempo; mirad
que es gran bien la libertad
y que hoy está en vuestras manos.
  ¡Tocad a guerra! ¡Saquemos
las armas que dieron muerte
a Valdivia y este fuerte
de Penco por tierra echemos!
  Tengo una capa de grana
que quiero dar al primero
que, con maza, arco o acero,
sacare sangre cristiana.
  Picas tenemos, y espadas
que ganamos en la guerra
pasada, que desta tierra
fueron ya tan estimadas.
  ¡Ea, Rengo y Tucapel!
¡Ea, Talguén y Orompello!
La ocasión os da el cabello:
poned las manos en él.
  ¡Al arma! ¡Al arma!

TUCAPEL:

¡Detente,
general Caupolicán,
que los que contigo van
son muchos para esa gente!
  Déjame ir solo; no digan
que fuimos dos araucanos
para treinta mil cristianos.

RENGO:

Oye, que a todos obligan.
  Ten paciencia, pues yo voy,
que también pudiera solo
hacer temblar este polo,
pues todos sabéis quién soy.

TALGUENO:

  ¡Mueran! ¿En qué os detenéis?
El que primero llegare
los mate sin que repare
en que uno por mil valéis.
  No imaginéis que esto es guerra,
sino castigo.

OROMPELLO:

Talgueno
habla de arrogancia ajeno.
Quede en libertad la tierra
  y cada cual, por su parte,
muestre su heroico valor.

CAUPOLICÁN:

Sígueme, Fresia.

FRESIA:

Mi amor
me esfuerza, esposo, a ayudarte.

PILLALONCO:

  Plega al Cielo que algún día,
araucanos, me creáis,
cuando el valor conozcáis
del español don García.

TUCAPEL:

  ¡Calla, infame Pillalonco!
¡Huye! Empieza a retirarte,
o, ¡vive Dios!, de flecharte
con ese primero tronco.
  Deja que Caupolicán
mate al español cruel.

PILLALONCO:

Presto verás, Tucapel,
si dijo verdad Pillán.
(Vanse, y salen DON GARCÍA
y DON FILIPE DE MENDOZA.)

DON FILIPE:

  El fuerte está bastantemente fuerte.
Bien podrás defenderte en cuanto lleguen,
señor, los que navegan en tu ayuda.

DON GARCÍA:

Mientras la gente acuda, don Filipe,
que temo se anticipe la contraria,
fue cosa necesaria a la defensa.

DON FILIPE:

Ya sin alguna ofensa aficionados
de todos los estados indios bajan,
que las campañas cuajan, para verte.
No el temor de la muerte los provoca
ni el ser la fuerza poca de su gente;
tu persona excelente y la nobleza
alta y real grandeza con que has dado
perdón al rebelado los incita,
y a venir solicita, reducidos
a la paz y movidos de tus dones.

DON GARCÍA:

Si las fieras naciones del Estado
de Arauco, no domado eternamente,
con rebelada frente se desvían;
si al Rey, a quien servían, la obediencia
niegan con tal violencia; si mataron
a Valdivia y llamaron a altas voces
a un bárbaro, feroces, rey y dueño,
¿qué importa que el isleño se nos rinda
que con Arauco alinda, pues se espera
guerra dudosa y fiera? Mas el Cielo
verá mi honesto celo, el rey de España
esta imposible hazaña y todo el mundo
aquel valor profundo del que ha dado
la sangre y nombre Hurtado a los Mendozas.

DON FILIPE:

Si el fin dichoso gozas que pretendes
y el nombre Hurtado estiendes en el Polo
Antártico, tú solo decir puedes
que de Alejandro excedes las memorias,
que con tantas vitorias su bandera
pasó la India fïera, y este día
Alejandro sería justa cosa
que la Fama ambiciosa te llamase,
que aunque el Hurtado pase al mayor hombre,
no será Hurtado sino propio nombre.

(Sale DON ALONSO DE ERCILLA.)

DON ALONSO:

Prevé, invicto Príncipe, las armas
y defiende tu vida en este fuerte
y la de aquestos pocos españoles,
que los rebeldes indios araucanos,
fïados en la muerte de Valdivia
y en que también a Villagrán vencieron,
vienen, como deciende en el verano
granizo en árbol de medrosos pájaros,
a no dejarte piedra sobre piedra,
que es ver la variedad de armas estrañas:
de pellejos de lobos y leones,
de conchas de pescados y de fieras,
las mazas, las espadas y alabardas
ganadas en batallas de españoles,
los instrumentos varios que ensordecen
el aire, las alegres y altas voces;
y que es de ver delante aquel membrudo
gigante fiero y general que traen,
que desde el hombro arriba excede a todos.
¡Ea, señor! ¿No escuchas ya los gritos
con que niegan a Carlos la obediencia?

DON GARCÍA:

Hermano don Filipe de Mendoza,
hoy es el día de mostrar los pechos.
¡Ea, españoles fuertes...!

DON FILIPE:

Don Alonso,
¿qué gente viene?

DON ALONSO:

Un infinito número.

DON FILIPE:

¿Y no se sabe el que es?

DON ALONSO:

Veinte mil indios.

DON FILIPE:

Para cada español habrá trecientos.

DON GARCÍA:

¡Al fuerte, caballeros! ¡Armas! ¡Guerra!
Chile, yo vuelvo a conquistar tu tierra.
(Salen indios músicos delante
con unos tamborilillos y,
por ser fuerza para cantar,
con sus guitarras, y detrás CAUPOLICÁN
con todos sus soldados, y pónganse arriba
en el fuerte los españoles con sus armas.)

UNA VOZ:

  Pues tantas vitorias goza
de Valdivia y Villagrán,...

TODOS:

¡Caupolicán!

UNA VOZ:

... también vencerá al Mendoza
y a los que con él están...

TODOS:

¡Caupolicán!

UNA VOZ:

Si sabías el valor
deste valiente araucano
a quien Apón soberano
hizo de Arauco señor,
¿cómo no tienes temor?
Que si venció a Villagrán,...

TODOS:

¡Caupolicán!

UNA VOZ:

... también vencerá al Mendoza
y a los que con él están...

TODOS:

¡Caupolicán!

CAUPOLICÁN:

Españoles desdichados,
en ese corral metidos
que es confesaros vencidos
y que estáis juntos atados,
¿adónde vais engañados?

UNA VOZ:

A que los dé muerte irán...

TODOS:

¡Caupolicán!

UNA VOZ:

También vencerá al Mendoza
y a los que con él están...

TODOS:

¡Caupolicán!

TUCAPEL:

Ladrones que a hurtar venís
el oro de nuestra tierra
y, disfrazando la guerra,
decís que a Carlos servís,
¿qué sujeción nos pedís?

UNA VOZ:

Temblando de verte están...

TODOS:

¡Caupolicán!

UNA VOZ:

También vencerá al Mendoza
y a los que con él están...

TODOS:

¡Caupolicán!

RENGO:

¡Infames puesto que altivos!
Y tú, García: si tú
piensas que es Chile el Pirú,
¿por adónde saldréis vivos?
Hoy os llevará cautivos...

UNA VOZ:

... al Cerro de Andalicán...

TODOS:

¡Caupolicán!

UNA VOZ:

También vencerá al Mendoza
y a los que con él están...

TODOS:

¡Caupolicán!
(Sale DON GARCÍA en lo alto.)

DON GARCÍA:

  ¡Con qué estraños instrumentos,
música, voces y grita
su general solicita
a sus soldados contentos!
  Si de aquesta suerte fueran
los indios que vio Colón,
tarde en aquesta región
los españoles se vieran.

DON FILIPE:

  Permitió Dios que la entrada
fuese por tanta inocencia.

CAUPOLICÁN:

Ya se han puesto en resistencia.

TUCAPEL:

¡No se hiciera espada a espada,
  flecha a flecha y pecho a pecho!

RENGO:

Ya los tiros y arcabuces
entre banderas de cruces
coronan su cerco estrecho.

CAUPOLICÁN:

  ¡Al arma, que en eso estriban!
¿Quién ha de saltar el fuerte?

TUCAPEL:

Yo, que soy rayo y soy muerte.

DON GARCÍA:

¡Carlos y Filipe vivan!
(Disparen los arcabuces de arriba
y los de abajo acometan tirándoles
flechazos y alcancías, y entren finalmente,
bajando los de arriba a la defensa,
y salgan RENGO y DON FILIPE batallando.)

DON FILIPE:

  ¿Tú osaste entrar, araucano?
¿Tú en el fuerte has puesto el pie?

RENGO:

Pues entré, yo buscaré
por dónde salir, cristiano.

DON FILIPE:

  Bárbaro, ¿sabes que soy
don Filipe de Mendoza?

RENGO:

Español, mucho te goza
de que venciéndote estoy,
  que soy Rengo, el que ha tenido
más despojos de vosotros
en Chile.

DON FILIPE:

Venciste a otros
para ser de mí vencido.
(Vanse, y salen DON GARCÍA y CAUPOLICÁN.)

CAUPOLICÁN:

  ¿Tú eres García?

DON GARCÍA:

Yo soy,
que he de quitarte la vida.

CAUPOLICÁN:

¿Sabes que está al Sol asida,
en cuyos rayos estoy?
  ¿Sabes que es mi padre y que es
suyo este cetro que rijo?

DON GARCÍA:

¿Sabes tú que yo soy hijo
del gran virrey don Andrés?

CAUPOLICÁN:

  ¡Lástima a tus años tengo!

DON GARCÍA:

Tenla, bárbaro, de ti,
que yo Mendoza nací
y he de hacer a lo que vengo.

(Vanse, y salen algunos soldados
sobre TUCAPEL y TALGUENO.
[Aparecen] DON ALONSO y BIEDMA.)

TUCAPEL:

  Herido, Talguén, estoy.

TALGUENO:

Yo defenderé tu vida.

DON ALONSO:

¡Oh, espada en fieras teñida!
¡Ánimo! ¡Mirad quién soy!

BIEDMA:

  Ya van, Ercilla famoso,
saltando el fuerte. ¡Teneos!

DON ALONSO:

Llevábanme los deseos
del ánimo generoso
  que estos bárbaros saltasen
el fuerte.

BIEDMA:

No hay onzas fieras,
que, sangrientas y ligeras,
en ganado humilde entrasen
que mayor estrago hiciesen;
  mas no se irán alabando.
¿Qué voces dan?

DON FILIPE:

(Dentro.)
¡Santo Cielo!
¡Nuestra vida vino al suelo!

DON ALONSO:

¡Si van el fuerte ganando!

BIEDMA:

  Si los veinte arcabuceros
que ha ordenado don García
que tiren a puntería
a los bárbaros más fieros
  no son muertos, no creáis
que pueda ganarse el fuerte.
(Salen DON FILIPE y soldados
que traigan a DON GARCÍA
en los brazos desmayado.)

DON FILIPE:

Yo vengaré vuestra muerte,
hermano, si vós lo estáis.

DON ALONSO:

  ¿Es el General?

BIEDMA:

Él es.

DON ALONSO:

¿Y es muerto?

DON FILIPE:

¡El Cielo no quiera
que al Pirú nueva tan fiera
vaya tan presto al Marqués!
  Una piedra disparada
de un bárbaro le arrojó
de la trinchea y cayó
sobre la tierra cuajada
  de la sangre que ha sacado
su brazo.

DON ALONSO:

¡Oh, gran confusión!

BIEDMA:

Desatalde el morrión.

DON ALONSO:

Él está todo abollado.
  No tiene señal de herida;
del golpe ha sido el desmayo.

DON FILIPE:

Si ha hecho efeto de rayo,
mi hermano estará sin vida.

DON GARCÍA:

  ¡Jesús!

DON FILIPE:

¿Habló?

DON ALONSO:

¿No lo ves?

DON FILIPE:

¡Pedid albricias, señor,
a vuestro mucho valor
y a nuestra pena después!

DON GARCÍA:

  ¿Entraron el fuerte?

DON FILIPE:

No,
que los que dentro han entrado,
o vida o sangre han dejado.

DON GARCÍA:

Pues esas dos tengo yo.
  Hoy se empleen hasta echarlos
del fuerte y de la campaña.
¡Cierra España!

TODOS:

¡Cierra España!

DON GARCÍA:

¡Viva Carlos!

TODOS:

¡Viva Carlos!
(Vanse, y salen las indias GUALEVA,
QUIDORA, FRESIA y MILLAURA
con unas cestillas de fruta
y unas botellas o barros de agua.)

GUALEVA:

  ¡Triste de mí, que no salen
del fuerte!

FRESIA:

Calla, Gualeva,
que no será cosa nueva
que el muro a la tierra igualen
  y algo se han de detener
en pasarlos a cuchillo.

GUALEVA:

Madi traigo en mi cestillo,
pérper traigo que beber;
  mas no veo a mi querido
Tucapel.

MILLAURA:

Yo traigo aquí
el ulpo mejor que vi
por si cansado o herido
  de aquesta batalla sale,
Fresia, mi adorado Rengo.

QUIDORA:

Yo aquí mi cocaví tengo,
que no hay cosa que le iguale;
  y también truje muday
porque beba mi Talgueno,
aunque es de mi amor ajeno,
si sangre en mis venas hay.

GUALEVA:

  ¿Cuánto me apuestas, Quidora,
que aquel mi amor temerario,
como es en él ordinario,
entra por el fuerte agora
  y que sacarle de allí
hasta que vida no quede
ni Talguén su amigo puede
ni el amor que tiene en mí?

MILLAURA:

  Consuelo puedes tomar
conmigo.

GUALEVA:

¡Ay, Millaura mía!
Cuando Tucapel porfía,
no es tan invencible el mar.
  Bien sé que Rengo es un tigre,
mas mi esposo es un león
y temo en esta ocasión
que por su furia peligre.

FRESIA:

  Asentémonos aquí
mientras del asalto vienen.
(Asiéntense las cuatro indias,
y en lo alto DON GARCÍA,
DON FILIPE y los demás.)

DON FILIPE:

Bien vistas las muestras tienen
del gran valor que hay en ti.

DON GARCÍA:

  Gracias a Dios, que nos dio
vitoria para que entiendan
cuando otra vez nos emprendan
qué gobernador soy yo.

DON ALONSO:

  ¿Si llevarán ya creído
que por tu brazo ha de ser
domado Arauco?

DON GARCÍA:

Hasta ver
a Caupolicán vencido
  les parecerá imposible.
¡Notable bárbaro!

DON FILIPE:

¡Fiero!

DON GARCÍA:

Que vuelva esta noche espero,
y así será convenible
  poner velas en el fuerte
en tanto que descansamos.

DON FILIPE:

Bien dices: guarda pongamos.

DON GARCÍA:

Esos soldados advierte.

DON ALONSO:

  Aquí viene Rebolledo,
hombre a quien puedes fïar
el fuerte.
(Sale REBOLLEDO.)

REBOLLEDO:

Seré en velar
un Argos.

DON GARCÍA:

Luego, ¿bien puedo
  dejarte este cuarto aquí?

REBOLLEDO:

Está seguro, señor,
de mi lealtad y mi amor.

DON GARCÍA:

Y del valor que hay en ti.
  Vamos, y haz como soldado;
mira el peligro en que estoy.
(Vanse todos, y quede REBOLLEDO.)

REBOLLEDO:

Ojos, advertid que soy
hombre de honor y cuidado;
  alzad las cejas, mirad
esa campaña muy bien.

QUIDORA:

¡Cómo tarda mi Talguén!

FRESIA:

Yo muero de soledad.

MILLAURA:

  Yo, de temor de la vida
de mi Rengo.

GUALEVA:

Yo, de ver
que Tucapel ha de ser
de un inocente homicida.

REBOLLEDO:

  Señores ojos, ya veo
que han estado desvelados;
pero los ojos honrados
no por cumplir un deseo
  ponen su dueño en el potro.
Adviertan, cuerpo de Dios,
que hay una vida y son dos;
duerma el uno y vele el otro.
  Cierro el derecho a la fe,
que el otro empieza a plegarse.
¿No podrían concertarse
que duerma y despierto esté?
  ¿No se cuenta del león
que duerme abiertos los ojos?
(Salen RENGO y OROMPELLO.)

RENGO:

Todos fuéramos despojos
suyos en esta ocasión
  a no se haber divertido
cuando el General cayó.

OROMPELLO:

¿Que Caupolicán entró
y salió del fuerte herido?

RENGO:

  Hiriole el gran español,
el gallardo don García,
porque herirle no podía
menos que un hijo del Sol.
Gente hay aquí.

GUALEVA:

  ¡Ay, Cielo santo!

RENGO:

¿Quién va?

MILLAURA:

Tu voz conocí,
Rengo mío. ¿Vives?

GUALEVA:

¿Que le dejaste?

RENGO:

Pues, ¿yo
qué pude hacer?

GUALEVA:

Siempre has sido
  de sus hechos envidioso.
Dejástele con cuidado
del desafío aplazado,
de su valor temeroso.
  ¡Ah, cobarde! Pues yo vivo;
y si Tucapel murió,
por él saldré al campo yo.

RENGO:

¡Amor notable!

OROMPELLO:

¡Excesivo!

GUALEVA:

  ¿Ríeste? Dame, Orompello,
esa macana.
(Quítale la macana.)

RENGO:

¿Qué intentas?

GUALEVA:

Hacer, infame, que sientas
que este femenil cabello
  cubre un alma varonil.

RENGO:

Perdono a tu loco amor,
mujer, que con mi valor
uses termino tan vil.

GUALEVA:

  ¿No sales? ¿Qué estás mirando?

RENGO:

¡Vete, Gualeva, de aquí!

GUALEVA:

Pues diré que te vencí
y que te dejé temblando,
  que por no me detener
en buscar mi dueño amado
no te mato, ¡afeminado!

RENGO:

Eres, Gualeva, mujer.
  Habla, di lo que quisieres;
que para hablar con dolor
ha días que dio el amor
gran licencia a las mujeres.
(Vase GUALEVA.)

MILLAURA:

  Perdónala, esposo mío,
y escucha aparte.

(Sale DON GARCÍA en lo alto.)

DON GARCÍA:

El cuidado
de un capitán desvelado,
a quien ni el invierno frío
  ni el verano ardiente obliga
a descanso, me ha traído
a ver si mi vela ha sido
firme y cuidadosa amiga.
  ¡Válgame el Cielo! ¿Qué es esto?
Durmiose; durmiendo está.
Vela que se ha muerto ya,
volver a encenderla presto.
  Mas quiero tener la espada,
considerando que ha sido
grande el trabajo sufrido
de nuestra larga jornada.
  No desdice a capitán
dar la vida a quien la muerte
merece, si en este fuerte
pocos tan buenos están.
  Haré que con el bastón
despierte y escondereme.

(Píquele y escóndase.)

REBOLLEDO:

¡Dormí, por Dios! ¡Descuideme!
¡Ojos, no tenéis razón!
  Mas si el sueño me obligó
a cerraros, él ha sido
el que abrirlos ha podido,
que él mismo me despertó.
  Soñaba que era jumento
y mi amo un labrador,
que, después de su labor,
iba a su casa contento,
  y que, en efeto, mi dueño,
para que anduviese más,
me picaba por detrás.
Desperté. ¡Qué estraño sueño!

RENGO:

  Ven conmigo, Fresia hermosa,
con Quidora y con Millaura
donde el General restaura
esta pérdida llorosa,
  que de todos los estados
bajan cuarenta mil hombres
con caudillos cuyos nombres
tiene Arauco celebrados,
  que presto verás por tierra
el fuerte, aunque este García
dicen que por gente envía
para continuar la guerra.

FRESIA:

  Vamos, y permita el Sol
que Chile se libre dél,
que deste asalto cruel
tembló el Mendoza español.
(Vanse RENGO, FRESIA,
QUIDORA y MILLAURA.)

REBOLLEDO:

  Otra vez, ojos, tornáis
a vencerme. ¿Aquesto es vida?
¿Hay muerte más conocida
que la que sufriendo estáis?
  ¡No estuviera yo en España!
¿Quién me trujo por mil mares
a sufrir tantos pesares
en esta estéril campaña?
  Yo como yerbas aquí
de nombres que indios les dan,
que ni se los puso Adán
ni en mi vida los oí.
  ¿Hay nombre como 'jamón'?
¿Hay yerba como lunada?
¿Hay maíz como empanada
de una trucha o de un salmón?
  Los que las Indias hallaron
vinieron por oro y plata;
halláronla tan barata
que por vidros la compraron.
  No viene así don García
ni plata intenta buscar,
que viene a pacificar
su bárbara rebeldía,
  pues es verdad que estos [no] son
de los indios desarmados
que hallaba en selvas y prados
como corderos Colón,
  sino los hombres más fieros,
más valientes, más estraños
que vio este polo en mil años.
Ojos, no puedo venceros.
  Dicen que en la Antigüedad
daban tormento de sueño;
no era tormento pequeño.
Pero en tanta soledad,
  ¿qué es lo que puedo temer?
Los indios, ya recogidos,
más curarán sus heridos
que cuidarán de volver.
  Durmámonos un poquito.

(Sale DON GARCÍA en lo alto.)

DON GARCÍA:

Mi vela vuelvo a buscar,
que para verle velar
sueño y descanso me quito.
  ¡Vive Dios que está durmiendo!
Esto es insolencia clara.
¿Quién de un hidalgo pensara
dos veces lo que estoy viendo?
  Darele una cuchillada.
(Sacúdele.)

REBOLLEDO:

¡Matome Caupolicán!

DON GARCÍA:

¡Oh, infame!

REBOLLEDO:

¡Oh, gran Capitán!

DON GARCÍA:

¡Oh, perro!

REBOLLEDO:

¡Detén la espada!

DON GARCÍA:

  ¿Guárdase mi honor así
y de un general la vida?

REBOLLEDO:

Basta, señor, esta herida,
que en verdad que no dormí.

DON GARCÍA:

Pues, ¿qué hacías?

REBOLLEDO:

  Acechaba
si Caupolicán venía,
que así mejor descubría
la campaña que miraba.
(Salen DON FILIPE, DON ALONSO
y BIEDMA y soldados.)

DON FILIPE:

  Llegad presto, que sin duda
el indio vuelve al asalto.

DON ALONSO:

¿Quién está aquí?

DON GARCÍA:

Yo, bien falto
de descanso y aun de ayuda.

BIEDMA:

  ¿Qué hacéis aquí, gran señor?

DON GARCÍA:

A ver la vela he venido,
que dos veces se ha dormido.

DON FILIPE:

¿Dormido? ¡Oh, perro!

DON ALONSO:

¡Oh, traidor!

DON GARCÍA:

  Dejalde, que de otra suerte
lo ha de pagar.

BIEDMA:

¿Cómo quieres?

DON GARCÍA:

¡Ahorcalde!

REBOLLEDO:

Mendoza eres,
a mis servicios advierte.
  Mándame tú hasta morir
con mil indios pelear;
mas no me mandes velar,
que me tengo de dormir.

DON GARCÍA:

¿Dormir, perro?

REBOLLEDO:

  ¿Quién ignora
que tres santos se durmieron
puesto que de Dios oyeron
que le velasen un hora?
  Si aquesto puede valerme,
no es milagro, gran señor,
que se duerma un pecador
que ha tres meses que no duerme.

DON GARCÍA:

  ¡Por vida del Rey...!

DON FILIPE:

No jures,
que por este buen humor
le has de perdonar.

REBOLLEDO:

Señor,
¿así es razón que aventures,
  a donde tan pocos tienes,
un soldado?

DON GARCÍA:

Ese es tu abono.
Ahora bien: yo te perdono.

REBOLLEDO:

De virrey y reyes vienes.

DON ALONSO:

  Descansa, que ya encendida
el alba sale a mirarte.

DON GARCÍA:

Chile, yo he de sujetarte
o tú quitarme la vida.