​Antojos​ de Clemente Althaus


¡Cuántas cosas hay secretas
para la humana razón!
¡Quién supiera cómo son
los que habitan los planetas
y la inmensa creación!
Si son chicos cual infantes,
o como torres gigantes,
si un ojo o más ojos que Argos
tienen, y si viven largos
siglos, o breves instantes;
si oyen con los ojos bien,
y huelen con los oídos
y con las narices ven,
o en vez de cinco sentidos,
tienen todos uno, o cien;
s de ellos una mitad
e de hembras y otra de machos,
o hay de sexos unidad;
s hay mozos, viejos muchachos,
o son todos de una edad;
si llevan cara y envés
al revés de los humanos,
y si natural les es
el caminar con las manos
y el agarrar con los pies.
Ni de estas raras quimeras,
lector, te me asustes tanto;
que, si como son de veras,
las almas humanas vieras,
te causarán más espanto.
Pues me veo de alas falto,
¡quién al cielo diera un salto,
y de uno en otro planeta
mi ardiente carrera inquieta
tocara al fin el más alto!
Viendo fuera tantas cosas,
nuevas, grandes, portentosas,
extrañísimas escenas,
distintas de las terrenas,
¡y mil veces más hermosas!
¡Quién de tu cielo nocturno,
émulo casi del diurno,
que ocho claras lunas muestra,
en vez de la única nuestra,
gozará, bello Saturno!
¡Qué noches serán aquellas,
tan radiantes y tan bellas,
con ocho lunas y el brillo
de ese tu múltiple anillo
con que entre globos descuellas!
¡Quién en la noche más clara,
que tanta antorcha ilumina,
de bracero se paseara
con alguna saturnina,
tan hermosa como rara!
Y tú, feliz morador
de orbe que gira en redor
de dos estrellas o tres,
que de varios soles ves
a turnos luz y color:
verdes y dorados días,
blancos, azules y rojos
allí en mirar te extasías,
con los que noches sombrías
son los que ven nuestros ojos!
Y de cadena en lugar
de tanta monotonía,
cambiando allí sin cesar,
el tiempo es rico collar
de variada pedrería.
Mas de estas cosas ayuno
ha de quedarse mi anhelo,
inútilmente importuno;
pues hasta ahora ninguno
pudo viajar por el cielo.
Y no hay ni nave, ni coche
que vencer pueda el camino
que hay desde aquí al argentino
astro que alumbra la noche,
que es el que está más vecino.
¡Un día se podrá ver
al hombre, venciendo al ave,
ir a la luna y volver
en la voladora nave
que descubrió Mongolfier!
Osado Colón segundo,
mucho mayor que el primero,
surcando el éter profundo,
volará de mundo en mundo
de la creación viajero.
Y anulada la distancia,
ir a los hombres ya veo
a los astros de paseo,
como hoy nos vamos a Francia,
cuando nos toma el deseo.
nacerán nuevos placeres,
cuando el feo sexo humano
se enlace con las mujeres
de Venus bella y de Ceres
y de Neptuno y de Urano!
Y para entones confío
que un nieto de un nieto mío
se irá a casar con alguna
moradora de la Luna,
En el volador navío:

de modo que, si el olvido
en la tierra ha de acabar
mi germánico apellido,
allá en el orbe lunar
se podrá ver mantenido!
Y aquí el lector no se asombre
ni quimérico me nombre,
pues lo digo que el progreso
indefinido del hombre
ha de hacer mucho más que eso.
Mas, aunque remonte el vuelo
a tan altas profecías,
me queda a mí el desconsuelo
que no se harán en mis días,
esos viajes por el cielo.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)