Ante los bárbaros: 03
I
La amarga desesperanza, que los problemas insolutos de la
política tormentosa y, servil de nuestros pueblos, deja en las almas
apasionadas y altivas;
la tristeza insondable, que la crueldad de la vida, arroja sobre los espíritus luchadores, que han visto sus quimeras de libertad plegarse en el crepúsculo de los sueños, como estandartes heroicos, desgarrados, que desaparecen sin rendirse, dejando solitaria el asta en que flamearon;
el espanto, que loa bramido bestial de la multitud estulta, causa en el sagrado pudor de las ideas;
el asombro, probado ante el contacto de la vileza humana, que hace diluir en desprecio las cimas ríspidas de la más alta ambición;
el asco que inspira la lucha inevitable de la Envidia anafrodita, inconsolable y, soberbia, ante la fecundidad prodigiosa del genio;
la desilusión colérica de quien ha creído en el apostolado de la Palabra, en el sacerdocio del Pensamiento, y, ve de súbito la Histrionía tribunicia profanando la cátedra, y, el ara y, el santuario mancillados:
el desencanto de las almas que han visto la esterilidad de la su vida, la inanidad de su sacrificio, la torpeza de su adhesión al culto de ideales pisoteados por la multitud irresponsable y, trágica ¿a un mismo tiempo augusta y, vil- y que han sorprendido en la faz de ese monstruo, poliforme y, rumoroso, la expresión de desdén estúpido que le inspiran los hombres superiores, porque ella no ama sino la mediocridad sumisa, que mira y, no fascina, lame y no muerde, gime y, no ruge, acaricia y, no desgarra... y ¡tiene miedo a la zarpa del león!
el desaliento invasor, la suprema desconfianza, que caen sobre el ánimo, a la interrogación del porvenir, de la quimera formidable, que se esboza en el fondo del Misterio;
la resignación al vencimiento, la nostalgia del ideal, todo eso que sume el alma en una quietud augusta y, cineraria, y, la envuelve en un halo melancólico de tristeza infinita, como la de las naves y, los soles que se pierden en las lontananzas maravillosas de los horizontes marinos;
todo eso arroja el alma asombrada y, vencida, en el reino inmutable del Silencio!...
pero, el Silencio, no es la Vida;
el Silencio, es el sello de la Muerte;
la Muerte, no combate;
sólo la palabra siembra la Vida; ella crea, ella vivifica, y, ella salva;
el verbo, es Vida;
he aquí por qué callar es un oprobio;
las esterilidades del silencio, asfixian a aquel que vive en ellas;
el Silencio, no reina sino sobre la Muerte y la Desolación... es el sol de Pompeya y, de Herculano; la brisa que agita las olas bituminosas del Mar Muerto;
es a causa del Silencio, que muere nuestro corazón y, que los pueblos mueren;
es a la Sombra del Silencio, que prospera el Mal;
el Verbo, es germen y, el alma humana es surco abierto ante nosotros;
sembremos en él, el germen de la Verdad y, de la Vida;
el sembrador tiene el deber de la simiente;
sembrador que devora el grano y no lo siembra, mutila la humanidad, y, defrauda la herencia de los hombres;
la maravilla de la palabra, es hecha como las auroras de los cielos, para esplendor sobre la Vida;
la Tiranía, se llama: Silencio;
la Libertad, se llama: Verbo;
el Verbo, es el rayo de la Divinidad, que brota de los labios del hombre, para herir la Iniquidad;
el verbo, el águila triunfal, que lleva la tempestad bajo las alas, y, desflora y, rompe con su vuelo todas las soledades del silencio;
¡dejémosla volar!
las cimas y, los valles expectantes, escuchan absortos la música lejana de ese vuelo...
¡paso a las águilas del Verbo!