Antígona (González Garbín tr.)

​Antígona​ (1889) de Sófocles
traducción de Antonio González Garbín
Biblioteca Andaluza, 2.ª serie, tomo vi, volumen 16.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

SÓFOCLES
Y SU TRAGEDIA «ANTÍGONA»



Brilló el genio de Sófocles en la época de Pericles, memorable período de la Historia política de la Grecia, caracterizado por el desenvolvimiento completo del poder ateniense, y por haber llegado á su punto culminante la civilización helénica, centralizada en la famosa capital del Atica. Las artes, las letras y la política ocupaban, todos los espíritus, no teniendo la raza griega ojos más que para contemplarse á sí misma: en la escena tomaba por argumento sus propios hechos; en los pórticos y en los templos esculpía ó pintaba sus victorias; en la Historia escribía el relato de sus luchas, de sus progresos y de sus reveses y contrariedades; dictaba, en fin, reglas severas de conducta con varonil elocuencia en la tribuna; y arrojaba los primeros fecundos gérmenes de su ciencia en las escuelas de los sofistas. Todas las manifestaciones del pensamiento concordaban con el carácter de aquel grandioso siglo de Pericles y de la guerra peloponésica: la historia, la elocuencia, la ciencia metódica y administrativa, la comedia política aristofánica, la alta tragedia de Sófocles[1]. Fueron, en efecto, aplaudidas por todo extremo las trilogias y composiciones teatrales del ilustre trágico ateniense, habiendo alcanzado numerosos triunfos en los agones ó certámenes dramáticos: veinte veces se llevó el primer premio; en multitud de ocasiones obtuvo el segundo lugar; jamás el tercero. En cambio, el poeta pagaba á su patria la gloria que ésta le otorgaba, con una pasión ferviente: no habiéndole podido arrancar de su amada ciudad natal las ofertas ni las dádivas de opulentos principes extranjeros[2].

Los atenienses llevaron su admiración por este insigne poeta trágico hasta el punto de haberle elegido strategos (después de su magnífico triunfo con la representación de la Antígona), para que acompañara, en calidad de colega, al ínclito general y estadista Pericles en una expedición contra la aristocracia insurreccionada de Samos.

Compuso ciento veinte y dos piezas, de las cuales veinte ó veinte y dos eran dramas satíricos[3]. De todo este precioso repertorio de Sófocles sólo han llegado á nosotros, además de la hermosa tragedia mencionada, cuya versión en lengua castellana damos á luz después de este lijero apunte biográfico,--las intituladas Electra, Las Traquinianas, Edipo rey, Ayax furioso, Filoctétes, y el Edipo en Colono, todas ellas puestas en escena después de la Antígona; por consiguiente, si aceptamos los cómputos de los eruditos, que fijan el ruidoso estreno de este bellísimo drama entre los años 3.° de la Olimp. LXXII y el 1.° de la siguiente, debió escribirla Sófocles á los cincuenta y tantos años de su vida: es decir, cuando se hallaba en toda la fuerza de su genio, el cual se conservó espléndido y vigoroso hasta edad muy avanzada, pues el mayor número de las grandes obras maestras de este poeta, que han llegado hasta nosotros, fueron escritas, según hemos dicho, después de la Antígona. Baste recordar á este propósito el célebre litigio que se vió precisado á sostener en su ancianidad con un hijo suyo llamado Yophón: incidente bastante curioso para que no lo pasemos en silencio. Sofocles había contraído dos veces matrimonio. De su primera mujer, una ateniense llamada Nicostrata, tuvo el antedicho hijo Yophón; de la segunda, una sicionense de nombre Theoris, por la que sintió un profundo amor, tuvo un hijo Ariston, padre de Sófocles el menor. Parece que el gran poeta, ya muy anciano, se proponia dejar al hijo de su segunda esposa la mayor parte de su hacienda: y, con tal motivo, se querelló el de la primera haciendo comparecer á su ilustre padre ante el tribunal de su phratria, alegando que no se hallaba aquél en su sano juicio. El insigne poeta empleó por toda defensa el leer ante los jueces un hermosísimo coro del Edipo en Colono, última tragedia que acababa de escribir; con lo cual los phratores le absolvieron, maravillados de la fecundidad inagotable, de la rica y lozana imaginación del egregio vate octogenario.



El arte escénico fué llevado á su completa perfección por este escritor esclarecido, con razón apellidado por la antigüedad el príncipe de los poetas trágicos: él dió más ensanche à la fábula dramática; él aumentó el número de los personajes escénicos y redujo la desmedida extensión del coro, subordinando las piezas líricas á la accion principal, al drama, propiamente dicho; él mejoró el metro y el estilo, y decoró, en fin, la escena con toda pompa y magnificencia. Gran conocedor del corazón humano, excede en la pintura de las pasiones al célebre Esquilo, si bien queda por debajo del autor de la Orestiada en la elevación y grandeza sobrehumanas de ciertos caracteres. Hay que advertir que en la época de Sófocles los escritores no son ya aquellos genios de la generación pasada aficionados á presentar, en formas colosales, los grandes cuadros de la mitología ó de la realidad histórica: en sus obras predomina ya una razón madura, que somete todas las inclinaciones del espíritu á la eurythmia de la proporción y á las sóbrias leyes del buen sentido. Estos caracteres resaltan en las preciosas producciones de nuestro gran trágico ateniense: nada encontraremos ni se nos ofrecerá en ellas propiamente colosal ni gigantesco; antes, por el contrario, hallaremos, en las formas más naturales y humanas, los análisis del corazón más exactos y profundos. Tales son las brillantes cualidades que caracterizan el genio y las obras de Sófocles, siendo la Antígona una de las piezas en que más de relieve se ostentan las notables condiciones de su talento dramático.



Tiene por asunto este hermoso poema de Sófocles el último triste suceso de la infortunada dinastía de los Labdácidas.

Eteocles y Polynice se han dado recíprocamente la muerte, peleando el uno contra el otro al pie de los muros de Thebas. El tirano Creonte, que les ha sucedido en el trono, ordena por edicto público que se concedan los debidos fúnebres honores á los manes de Eteocles, y que quede insepulto el cadáver de Polynice, en castigo de haber hecho armas contra su patria. La noble princesa Antígona se decide, con exposición de su vida, y á pesar de los esfuerzos de su hermana Ismena, á dar piadosa sepultura al cadáver de su hermano Polynice, despreciando la prohibición del inflexible tirano de Thebas. Los centinelas la sorprenden, y es llevada ante la presencia del monarca, quien la condena inhumanamente á ser enterrada en vida. Hemón, hijo de Creonte, ama con pasión á Antígona; y, rendido, suplicante y con prudentes razonamientos, impetra de su padre el perdón de la infeliz princesa, su adorada amante. Mas en vano: el déspota airado desoye la voz de la justicia y los gritos de la sangre; y ocasiona con su insensata ceguedad, además del horrendo sacrificio de la noble Antígona, el trágico fin del hijo, que muere abrazado al cadaver de su amante, y el de la triste reina Eurídice, quien se suicida también al tener noticia de la muerte de su querido hijo. El tirano, reconociendo al fin su bárbaro error —después de las severas advertencias y conminaciones de un anciano sacerdote— sufre la terrible expiación de los remordimientos que trastornan su juicio; concluyendo el drama con la siguiente sentencia del coro, que resume y compendia el sentido moral y religioso del drama: La prudencia es una primera y principal fuente de ventura; pero es preciso, además de ser prudentes, no ser impíos y reverenciar á la Divinidad. Los discursos presuntuosos de los hombres altivos les originan horribles infortunios que enseñan, aunque tarde, á apreciar la sabiduría.



Por esta rápida exposición del argumento puede apreciarse el interesante papel de la protagonista, uno de los más hermosos caracteres que ofrece la literatura antigua. Ni la majestad de Hécuba, ni la ternura de Andrómaca ó de Deyanira, ni la candorosa sencillez de Náusica, ni la intrepidez de Electra, pueden compararse con la piedad conmovedora y sublime de la noble Antígona. En el Edipo en Colono nos la presenta el trágico ateniense como modelo heróico de la piedad filial; en esta otra tragedia nos la ofrece como tipo excelso del heroismo en la piedad fraternal; pues desafía las iras del tirano y arrostra la muerte por rendir á su infeliz hermano las honras fúnebres, como antes había sufrido resignada la miseria y el destierro por sostener y consolar á su anciano padre. Mas la noble hija de Edipo no sólo excita nuestra admiración por su firme resolución y enérgica entereza; hay en el carácter de la heroína otro aspecto que nos la hace por todo extremo simpática y amable: abandonada la desgraciada hija de Edipo de sus amigos y de su patria, condenada por haber sido santamente delincuente á tremendo suplicio, rinde tributo á la debilidad de su sexo; y, en solos conmovedores, llora su amarga desventura, doliéndose del terrible é injusto tormento que la aguarda y por tener que morir en la flor de su existencia, sin haber gustado «las castas dulzuras del himeneo ni las puras delicias de la maternidad.»

Y es de notar que en el argumento de esta tragedia entra la mutua pasión de Hemón y de Antígona, indicada ligeramente por el poeta, sin ofrecernos una sola situación, ni un solo encuentro entre los dos desgraciados amantes. Hay que fijarse en esta circunstancia, porque señala tal procedimiento artístico una de las diferencias más profundas entre la tragedia antigua y la moderna. Esta pasión contrariada se hubiera prestado en el arte moderno á la expansión lírica de los dos amantes á cuadros y diálogos de la más exquisita y patética ternura; pero sin duda á los ojos de los atenienses la declaración ó insinuación de amor la más inocente, una simple conversación con Hemón, hubiera alterado la pureza de Antígona.

El coro, intérprete obligado de los sentimientos de los personajes, en ciertas ocasiones, era el llamado á revelar, como lo hace en efecto, la pasión que devora las entrañas del desdichado príncipe, entonando un «Himno al amor,» con razón considerado como uno de los trozos líricos más preciosos de la tragedia. Empero no ha de deducirse de aquí que la pasión del amor era desconocida ó inestimada de los antiguos: lo que hay que pensar es que las relaciones sociales entre los dos sexos, tales como se daban en la antigüedad, no permitian el desenvolvimiento del amor de la manera ideal como se nos presenta en la literatura romántica ó cristiana.

El antagonista de esta tragedia es el monarca Creonte, carácter dibujado desde el principio hasta el fin de la obra de un modo admirable: tirano ambicioso, celoso de su poder y pervertido por el ejercicio de la autoridad absoluta, une á sus gustos de déspota caprichoso el espíritu de sofista que pretende justificarlos; con una continua exposición impertinente de máximas morales y políticas, quiere persuadir á sus conciudadanos de que en la puntual ejecución de sus decretos inhumanos estriba la salvación del Estado. Sus implacables sentimientos despóticos se exacerban é irritan hasta la demencia con la inejecución de sus órdenes, y, ciego de furor, se deja llevar hasta los últimos excesos, que traen como consecuencia la catástrofe y ruina de su dinastía, y su propia desgracia irreparable.

El coro de Ancianos ó Senadores thebanos canta, en las grandes situaciones y momentos críticos de este drama, hermosísimas piezas líricas, en noble y magnífico estilo, con imágenes y galas poéticas soberanas, inspirándose, por punto general, en generosas ideas de rectitud y de justicia, como correspondía al oficio que se le asignaba al coro en la tragedia antigua. Y hemos dicho por punto general, porque si bien el coro se quería que fuera y debía ser ante todo el eco de la recta conciencia humana, —no podía menos de ser à la par el exacto reflejo de esta misma humana conciencia á veces pervertida;— así, pues, en la manera servil, aduladora y complaciente como en los graves conflictos de esta tragedia se expresa en ocasiones el coro, dando la razón á todo el que habla (lo mismo á Creonte que predica el absolutismo y la obediencia pasiva, que su hijo, cuando protesta en favor de la justicia y de la libertad humana, y que al venerable augur Tiresias cuando lanza al tirano sus fatidicas predicciores), se copia con admirable fidelidad esa situación moral de los pueblos degradados y embrutecidos, que no se atreven á levantar la voz, ni aun la mirada, ante el rostro temible del déspota que puede, por el más leve motivo, decretar la muerte. Este abandono en que dejan sus conciudadanos á la noble infortunada Antígona, aun los mismos venerables ancianos llamados á interceder en su favor, nos hace aun más interesante y simpático el grandioso carácter de la desdichada heroína, á la manera que excitan nuestra compasión y nuestro amor y la admiración entera de nuestra alma las santas vírgenes cristianas de otros siglos, sacrificadas en cruel martirio por los decretos de bárbara tiranía, consentidos en todos los tiempos impasiblemente por los pueblos esclavizados y envilecidos.



No terminaremos este breve análisis crítico de la tragedia de Sófocles, sin fijarnos, aunque ligeramente, en el aspecto político de la misma, y del que menos se han ocupado los comentadores, no obstante, que es muy digno de ser tenido en cuenta. En efecto, la Antígona fué aplaudida con frenesí por los atenienses, según queda dicho; y hemos añadido que llevaron sus compatriotas el entusiasmo hasta premiar el talento dramático del poeta, honrándole con un alto mando militar. Pues, bien, esta extraña recompensa, que parecería un raro capricho de aquella impresionable democracia ateniense, nos lleva á pensar como cosa probable, que sus conciudadanos miraron en esta preciosa producción, no solamente el mérito de su rica poesía, sino además sus profundas sentencias y su espíritu político; sobre todo, debió captarle el favor de aquel gran pueblo libre ateniense, el odio á la tiranía que se respira en toda ella, como un sentimiento que se exhala del alma del poeta. Concíbese, pues, que esta aversión manifiesta á la tiranía de tal manera influyera en el espíritu de aquellas muchedumbres republicanas, de modo tal provocara el entusiasmo público, que inspiró la idea de recompensar al autor, elevándolo á las altas funciones políticas. Uno de sus más doctos comentadores, el filólogo Suvern, lleva sus opiniones en este punto, hasta creer que hay en la tragedia alusiones á la situación política de la época y patrióticas excitaciones del poeta para que cesara el encono político de los partidos, y se aceptase la dirección hábil del insigne estadista á cuyas funciones militares le asociaron sus compatriotas.



Como las tragedias de Sófocles, que se conservan, han sido publicadas en todas las lenguas europeas; y nosotros no poseemos vertidas al habla castellana más que la Electra, que dió á la estampa en el siglo XVI el maestro Fernán Pérez de la Oliva, bajo el título de La venganza de Agamenón, posteriormente traducida también por el insigne autor de La Raquel D. Vicente García de la Huerta;— la Edipo Rey trasladada al español por el presbítero don Pedro Estala, y dada á luz en Madrid, en 1793, con un discurso preliminar sobre la tragedia antigua y la moderna; la reciente versión publicada de la Filoctetes, y algún que otro fragmento de las restantes, creemos que será recibida con benevolencia, esta primera imperfecta traslación (directa del griego) á nuestra lengua de tan hermosa tragedia, tenida por algunos como la primera y más preciosa de Sófocles.

Granada, 1889.

A. G. Garbín.



A MI ADORADA HIJA MATILDE

Juntos hemos leído y saboreado hermosísimas obras de la literatura antigua y moderna, recreándose mi paternal amor en reconocerte dotada de un alma felizmente dispuesta por el cielo para sentir la belleza ideal. La inmortal tragedia de Sófocles, que voy á dar á luz, vertida en imperfecta prosa de nuestra lengua, quiero consagrarla á ti, hija mía, porque sé que en tu generoso corazón caben los sentimientos de tierna y noble piedad de la incomparable «Antígona.»

A. González Garbín.

Granada, 1839.

PERSONAJES DE LA TRAGEDIA



Antígona hijas de Edipo.
Ismena
Creonte, rey de Thebas.
Hemón, hijo de Creonte.
Tiresias, sacerdote.
Eurídice, esposa de Creonte.
Un centinela.
Un mensajero.
Otro mensajero.
Coro de Ancianos o Senadores de Thebas.


ANTÍGONA



La escena representa el exterior del palacio real de Thebas, con tres puertas, de las cuales la central es mayor que las otras dos: la de la derecha marca el camino de la ciudad; la de la izquierda, el de las afueras. En cada lado una decoración. Las dos princesas, Antígona é Ismena, salen por la puerta de la derecha, que conduce al departamento de las mujeres. Antígona lleva en la mano una gran copa de metal para las libaciones.


ANTÍGONA É ISMENA
ANTÍGONA

¡Ismena, hermana mía! ¿Hay uno sólo de los males reservados á la raza de Edipo con el que no nos haya afligido el cielo á nosotras, míseras que aún vivimos?—No, no hay dolor, ni humillación, ni oprobio que no hayamos probado (¡y sin culpa!) en la serie de nuestras desgracias. Y ahora, ¿qué edicto es ese que acaba de hacer publicar el rey en toda la ciudad? ¿No lo sabes? ¿No ha llegado á tus oídos? ¿O las nuevas desgracias que amenazan á nuestros amigos se te ocultan?

ISMENA

Ninguna nueva noticia, Antígona, agradable ni funesta concerniente á nuestros amigos ha llegado hasta mí, después que nuestros dos hermanos perecieron, dándose en un día muerte el uno al otro; el ejército de los argivos ha desaparecido en esta misma noche[4]. No sé que haya más, ni por fortuna ni por desgracia.

ANTÍGONA

Pues bien, precisamente te he hecho salir de las puertas del vestíbulo, para que tú sola me oigas.

ISMENA

¿Qué ocurre, Antígona? Tus palabras revelan una gran agitación.

ANTÍGONA

¡Pues qué! ¿No acaba Creonte de conceder preferentemente á uno de nuestros dos hermanos el honor de la sepultura, privando de él al otro indignamente?—A Etcocles, por un decreto equitativo y justo, le ha hecho sepultar, dicen, con los honores debidos á los manes:—y, por lo que hace al cadáver del desgraciado Polynice, se ha pregonado una orden, prohibiendo á los ciudadanos que le sepulten ni le lloren, para que, abandonado, sin honras fúnebres, ni duelo, sirva de preciado pasto á las aves carniceras[5]. Ya sabes, hermana, lo que el generoso Creonte ha querido ordenarte á tí y á mí; ¡sí, á mí, á mí también!—y le verás venir aquí á proclamar muy clara su voluntad á todos cuantos pudieran ignorarla:—y para que esta prescripción sea severamente cumplida, conmina al que intente desobedecer su mandato, con la pena de morir en la ciudad apedreado á manos del pueblo.—Ya sabes lo que ansiaba comunicarte... ahora tú demostrarás si eres mujer ilustre ó una vil que desmiente su noble sangre.

ISMENA

¡Ah, infortunada de mí!... Y en tal estado las cosas, ¿qué puedo yo hacer ó deshacer que sea ya provechoso?

ANTÍGONA

Ve si quieres cooperar conmigo y ayudarme en mi propósito.

ISMENA
¿A qué peligro quieres lanzarte? ¿Qué es lo que intentas?
ANTÍGONA

¿Tus manos, dime, ayudarán á estas manos mías á levantar el cadáver?

ISMENA

¡Qué! A pesar de la prohibición impuesta á la ciudad, ¿te atreverás á dar sepultura?...

ANTÍGONA

A mi hermano, sí; y aunque tú no lo quieras, el tuyo. Jamás será acusada Antígona de haber cometido una traición.

ISMENA

¡Desdichada! ¿Y la prohibición del tirano?...

ANTÍGONA

No hay en él ningún derecho para apartarme de los míos.

ISMENA
¡Ay! Acuérdate, hermana, que nuestro padre se nos murió aborrecido y cargado de oprobio después de haberse arrancado con su propia airada mano los ojos, en castigo de los crímenes horrendos por él mismo sorprendidos; que después su madre, á la par madre y esposa, acabó afrentosamente su vida con un nudo fatal;—y por último, que nuestros dos hermanos, en un solo día ¡desdichados! cumplieron su común destino, dándose recíproca muerte con sus propias manos. Reflexiona, pues, con cuánta ignominia pereceríamos las dos, hoy abandonadas y solas, si rebeldes á la ley, osáramos quebrantar ese decreto, y desafiar el poder de los principes;—es preciso tener en cuenta que hemos nacido débiles mujeres, incapaces de luchar contra los hombres; que, gobernadas por los que son más fuertes que nosotras, tenemos que rendirles obediencia, así en esta como en otras cosas más crueles aún y dolorosas. Por mi parte, después de pedir á los difuntos que me perdonen, si cedo á la violencia, me someteré á la autoridad de los magistrados constituidos en poder; pues sería insensatez pretender ejecutar lo que excede de nuestras fuerzas.
ANTÍGONA

No pienso rogarte más... y aunque tú accedieras á hacer algo por complacerme, rehusaré tu concurso. Ve tú allá lo que te parezca bien. Por mí le he de dar sepultura, y me será glorioso morir, después de haberlo realizado. Como buena hermana iré á reposar con mi hermano amado por haber sido santamente criminal. Pero ¡ah! por más tiempo he de hacerme grata á los muertos que á los vivos, pues con ellos he de reposar eternamente. Desprecia tú, en buen hora, si lo juzgas conveniente, las sacrosantas leyes de los dioses.

ISMENA

No es que las desprecio, Antígona mía, pero me considero impotente para obrar contra la voluntad de una ciudad entera.

ANTÍGONA
Eso pretestarás tú en buen hora... yo me marcho á erigir á mi hermano amadísimo su sepulcro.
ISMENA

¡Ay, tiemblo, tiemblo por tí, desventurada!

ANTÍGONA

No te inquietes por mí. Cuídate sólo de enderezar tu suerte.

ISMENA

Pero al menos no descubras á nadie tus proyectos; ocúltalos con la mayor reserva... por mi parte, encerrado quedará en mi pecho.

ANTÍGONA

¡Ira del cielo!... ya puedes apresurarte á vociferarlos. Te harás todavía más aborrecible si los callas, si no corres á divulgarlos por todo el mundo.

ISMENA
Tienes él corazón ardiente en cosas que lo hielan de espanto.
ANTÍGONA

En cambio, sé que satisfago á aquellos á quienes tengo el deber de hacerme grata.

ISMENA

¡Y si te fuera siquiera posiblel, empero intentas lo que es superior á tus fuerzas.

ANTÍGONA

¡Bien! desistiré sólo cuando esas fuerzas me faltaren.

ISMENA

Desde el principio debemos renunciar á aquello que supera nuestro poder.

ANTÍGONA

Si continúas, en ese lenguaje, obtendrás mi aborrecimiento por un lado, y por otro.al gún día yacerás junto al muerto odiada con justicia.—Déjame con mi funesta temeridad sufrir los males que me aguarden; pues no habría para, mí nada tan afrentoso como el no morir honrosamente.

ISMENA

Puesto que tú lo quieres.parte, hermana imprudente;..... pero, en realidad, amiga de tus amigos.—(Se van ambas, por diferente lado.—Sube el coro compuesto de los ancianos ó senadores de Thebas).


CORO
Estrofa 1.ª

¡Oh, luz pura del Sol, la más hermosa que ha alumbrado en la Ciudad de las Siete puertas!—apareciste al fin, ojo del áureo día, reflejándote en las cristalinas aguas dircéas[6];—despues que los guerreros venidos de Argos con sus blancos escudos y bélico aparato, hu- yeron en rápida carrera, agitando con vigor las riendas de sus corceles.—A la cabeza de ellos Polynice,—excitado por ambiguas querellas,—semejante al águila que desciende á la tierra lanzando gritos agudísimos, vino volando á arrasar nuestras campiñas, cubierto con su escudo, cual ala de blanca nieve, agitándose en torno de él millares de armas, y cascos de flotantes cimeras.

Antistrofa 1.ª
Después de haber amenazado nuestros hogares, y de haber corrido jadeantes en derredor de las siete puertas, con sus lanzas ávidas de exterminio,—huyeron antes de abrevarse en nuestra sangre, y de que el fuego abrasador invadiera las alturas de nuestras fortalezas; de tal manera la voz rugiente de Marte resonó en torno de ellos, causando el espanto del dragón enemigo.—Júpiter que abomina el orgullo y la jactancia, viendo á los argivos precipitarse á modo de impetuoso torrente, ensoberbecidos con las doradas armas, que movian con estruendo, fulminó su rayo y aniquiló al guerrero que ya se preparaba á dar el grito de ¡victoria! desde lo alto de nuestras murallas.
Estrofa 2.ª

Herido por el rayo cayó en tierra, por la cual fué rechazado, aquel que con insana furia se arrojaba sobre nosotros, respirando el ódio y la venganza. Pero el gran dios de la guerra, nuestro propicio aliado, sembrando la turbación, con su potente brazo, envióles de mil distintas maneras la muerte.—Los siete jefes, que venian hácia nuestras siete puertas contra otros tantos caudillos de Thebas, rindieron sus férreas armas á Júpiter vencedor. Mas ¡ay! estos dos desventurados, hijos del mismo padre y de la misma madre, volviendo el uno contra el otro sus lanzas victoriosas, se compartieron entre los dos la misma muerte.

Antistrofa 2.ª

Puesto que la victoria ha venido á proporcionar á la belicosa Thebas el júbilo y la alegría, aparte de nuestra mente el recuerdo de los combates; durante toda la noche formemos coros en los templos de los dioses, y que Baco, dios de Thebas, presida nuestros regocijos.

Pero el nuevo rey de nuestra comarca (Vése á Creonte aparecer en escena), el hijo de Mené ceo, se acerca. Los acontecimientos qne han suscitado los dioses le traen á este lugar. Sin duda medita algún proyecto, porque él es quien ha convocado, por medio de una orden común para todos, esta asamblea de ancianos.


CREONTE Y EL CORO
CREONTE

Venerables ancianos: al fin los dioses han enderezado de nuevo las cosas de la ciudad, después de haberla conmovido con profunda turbación. He hecho citar especialmente á vosotros de entre todos los ciudadanos, constándome cuán respetuosos fuisteis siempre con el trono y con la soberanía de Layo, así como también vuestra adhesión á Edipo, durante su reinado, y después de muerto éste, cuán constante ha sido vuestra fidelidad para con sus hijos. Ahora bien: desde que éstos han perecido en un mismo día de recíproca doble muerte dada por sus propias manos, correspóndenme, por derecho de nacimiento, todos los poderes y los privilegios todos del trono.

No es posible, respetables varones, apreciar el espíritu, los sentimientos ni el carácter de un hombre, hasta tanto que éstos se hayan manifestado en el ejercicio del poder y de las leyes[7]. En cuanto á mí, declaro que á todo el que teniendo á su cargo el gobierno de un pueblo, no adopta las resoluciones más acertadas, y sella sus labios por temor, le juzgo y le he juzgado siempre malísimo magistrado, y aun el que antepone las conveniencias del amigo al interés de la patria, paréceme del todo vil y despreciable. Pongo por testigo al Supremo Júpiter, que todo lo sabe, y á cuyos ojos nada se oculta, que jamás me callaré viendo sobrevenir males que puedan poner en peligro á mis conciudadanos, ni otorgaré nunca mi amistad al enemigo de mi patria: persuadido de que la salvación de la patria, es la nuestra; y de que, bogando de esta manera, jamás nos han de faltar amigos. Con tales principios me prometo llevar nuestra ciudad á un estado floreciente: é inspirándome en ellos, he ordenado publicar ese bando relativo á los hijos de Edipo: á Eteocles, que ha muerto blandiendo valerosamente su lanza por la patria, he decretado que se le sepulte en la tumba, con todos los honores debidos á los manes de los héroes; en cuanto á su hermano Polynice, que, abandonando su destierro, ha venido á exterminar con el fuego su ciudad natal y los dioses de sus padres; que quiso tener el gusto de saciarse en la sangre de los thebanos, y someternos á la servidumbre... á ese he prescrito que ni se le sepulte ni se le llore; antes, por el contrario, que quede sin que la tierra le cubra, para ser pasto de los perros y de las aves carniceras. Tal es mi voluntad. Jamás el malvado alcanzará de mí los honores debidos al hombre de virtud; pero todo el que sirviere bien al Estado, vivo ó muerto, será honrado por mí del propio modo.

CORO

Tales son tus decretos, hijo de Maneceo, respecto al enemigo y al amigo de la patria. Vivos y muertos todos estamos sometidos á tu Ley.

CREONTE

Ahora... vigilad porque se cumplan mis decretos.

CORO

Confía á otros, á otros más jóvenes ese encargo.

CREONTE

Quedan colocados centinelas al lado del cadáver.

CORO

¿Tienes algo más que recomendarnos?

CREONTE
Que seáis severamente inflexibles con los que osaren desobedecer mis mandatos.
CORO

Nadie habrá tan insensato qne quiera morir.

CREONTE

¡Oh! ese sería, en efecto, el pago que llevaría. Pero á veces la esperanza del lucro conduce 4 los hombres á su perdición. (Presen tase en la escena uno de los guardias encargados de custodiar el cadáver de Polynice.)


EL CENTINELA Y CREONTE
EL CENTINELA

¡Señor! No diré que la rapidez de mi marcha me ha dejado sin alientos, porque me han detenido, y aún me han hecho á veces retroceder, los pensamientos que me han agitado durante mi camino. Oía que la voz interior de mi alma unas veces me decía: «¡Desdichado! por qué vas tan de prisa adonde has de sufrir el castigo?...» y otras: «¡Infeliz! ¿por qué te detienes? Si el caso llega á noticias de Creonte por otra persona, ¿cómo podrás librarte de su cólera?» Lentamente avanzando en medio de estas reflexiones, he llegado al término: ¡ay! el camino más corto, se hace de tal modo largo y penosísimo. Me he decidido, por fin, á presentarme ante tí; y, aunque voy á dar cuenta de un hecho inexplicable, hablaré: pues me sostiene la esperanza de que no sufriré más que lo que me esté reservado por el destino.

CREONTE

Pero ¿qué hay? ¿Cuál es la causa de tu turbación?

EL CENTINELA

Ante todo te diré, por lo que á mí se refiere, que ni yo he ejecutado la acción, ni sé quién es el autor del hecho: en justicia, pues, no se me debe imponer á mi castigo.

CREONTE

¿Y á qué vienen todas esas precauciones; para qué todos esos rodeos? Alguna gran novedad parece que vas á anunciarme.

EL CENTINELA

Las malas nuevas causa miedo comunicarlas.

CREONTE

¿Acabarás de hablar al fin, para que te retires cuanto antes de mi vista?

EL CENTINELA

Pues voy á obedeceros. Acaban de sepultar al muerto, cubriendo su cuerpo con la árida tierra, y de rendirle las fúnebres ceremonias.

CREONTE

¿Qué estás diciendo?... ¿Quién de los hombres se ha atrevido á tanto?

EL CENTINELA

Lo ignoro. Allí no se percibe ni señal do ugolpe de hacha ni de haber sido removida la tierra por el azadón: el suelo aquél firme y escabroso... intacto, sin huellas de rueda, sin vestigio alguno por donde se pueda descubrir al culpable. Tan luego como el primer centinela de día nos comunicó la noticia, nos pareció á todos un prodigio funesto. El difunto se nos presentó no realmente sepultado, sino cubierto el cuerpo de menudísima tierra, como para evitar el crimen de impiedad[8], no viéndose rastro alguno de fieras ó de perros que hubieran venido á destrozarle. Inmediatamente comenzaron á lanzarse unos ¿t otros palabras de amenaza, acusando cada cual de los centinelas al otro. Ya estábamos para venir á las manos, sin que hubiera allí nadie que pudiera evitarlo; pero como cada cual parecía para los demás culpable y ninguno lo era manifiestamente, á todos nos salvó esta incertidumbre. Dispuestos estábamos á poner las manos en candente hierro, á pasar por entre las llamas[9], á prestar juramento por los dioses, de nuestra inocencia y de no tener conocimiento de los perpetradores del crimen, ni de los que lo habían proyectado, cuando en vista de no poderse averiguar nada por los que indagaban, tomó uno la palabra, el cual nos obligó á todos á inclinar de espanto la cabeza hacia la tierra, porque ni teníamos nada que decirle ni sabíamos cómo seguir sin peligro su consejo. Su parecer era que se te debía dar inmediata fiel relación del hecho; ya que no era posible de ningún modo ocultártelo. Prevaleció esta opinión y á mí ¡desgraciado! me tocó en suerte el tener que aceptar este beneficio. Aquí me encuentro, pues, contra toda mi voluntad, y seguramente contra la tuya, porque nadie recibe de buen grado á los mensajeros de malas nuevas.

CORO

¡Oh Rey! ¡Oh Rey! Cuanto más lo reflexiono, tanto más creo descubrir en esto la mano de los dioses.

CREONTE

¡Basta!... Si te signes expresando en ese sentido, me harás estallar de furor, y descubrirás que eres tan insensato como viejo... ¡Qué cosas tan intolerables estás diciendo! ¿Con que los dioses habían de haber tomado al difunto bajo su amparo? ¿Con que ellos habían de haber dado sepultura como merecedor de tan alta honra al que vino á incendiar sus templos y sus ofrendas, á arrasar su patria y á derrocar sus leyes?... ¿Cuándo has visto tú que los dioses protejan á los malvados?—No es eso, no; sino que estos ciudadanos de Thebas, descontentos de mis mandatos, no pudiendo soportar mi yugo, andan tiempo há sacudiendo la cabeza y murmurando secretamente: que me odian, sí, que me odian. Tengo la certeza de que ellos han inducido á los otros, mediante recompensa, á cometer el atentado.—¡Ay... el oro! ¡Cuán funesto es este metal para los hombres! Él causa la ruina de los pueblos, él saca de sus hogares á los ciudadanos, y corrompe y lleva hasta el crimen á las almas honradas; él ha enseñado á los hombres todas las perfidias y todas las impiedades... Pero ¡ah! los culpables que se han de jado ganar ya llevarán en su día el condigno castigo. Juro por el respeto con que miro al Supremo Júpiter, y tú (al centinela) oye bien mi juramento;—que si no me descubrís y presentáis ante mi vista al que ha cavado esa sepultura con su propia mano, la muerte no será bastante suplicio para vosotros; os haré colgar vivos en castigo de vuestro atrevimiento para que así conozcáis por qué medios debéis en adelante de enriqueceros; para que se. pais el límite que debeis poner en vuestra codicia; para que aprendáis que las ganancias ilegítimas son con frecuencia más funestas que provechosas.

EL CENTINELA

¿Me permites hablar ó debo dar media vuelta y marcharme?

CREONTE

¿No has conocido todavía cuánto me están atormentando tus palabras?

EL CENTINELA
¿Pero qué te atormentan: los oídos ó el corazón?
CREONTE

¿Y qué te importa á tí saber en dónde reside mi dolor?

EL CENTINELA

El autor del hecho será causante de la aflicción de tu alma; yo tan solo habré molestado tus oídos.

CREONTE

¡Por el Cielo! Que has nacido de verdad hablador.

EL CENTINELA

Sí, pero yo no he sido el autor del hecho.

CREONTE

No, tú no habrás hecho más que vender tu vida por el dinero.

EL CENTINELA
¡Ay! Qué desgracia, cuando se forma una opinión, que se opine lo falso.
CREONTE

Habla tú ahora cuanto quieras sobre la opinión; pero si no me mostráis á los culpables, yo os haré decir muy alto que las ganancias infames acarrean la desgracia.

EL CENTINELA

¡Ojalá que se descubra el criminall— (Aparte ).—Pero si no pudiere ser habido (y esto lo decidirá la suerte) no me volverás tú á ver en tu presencia: bastantes gracias debo dar al Cielo, por haber escapado salvo, contra todo lo que yo me esperaba y me prometia. (Váse.)

CORO

Estrofa 1. a

¡Cuánto hay que admirar en el mundo! Pero nada tan maravilloso como el hombre. Él impulsado por los vientos tempestuosos, atraviesa el espumante Océano, y surca las olas que braman á su alrededor;—él fatiga á la Tierra, á esta venerable diosa inmortal y fe ÜOcunda, desgarrando cada un año su seno con el arado que arrastra, ayudado del ganado caballar.

Antistrofa 1. a

El hombre industrioso caza los pájaros de rápido vuelo, y las fieras de las selvas, y los peces de los mares, con redes sutiles en que los envuelve y aprisiona. Su astucia triunfa de los mónstruos salvajes de las montañas, y sujeta al yugo al corcel de larga crin y al toro indómito y montaráz.

Estrofa 2 . a

Él cultiva la palabra y las ciencias sublimes: él conoce las leyes y costumbres de las ciudades; él sabe preservar su vivienda de los hielos del invierno, y de las exhalaciones de la tormenta. Fecundo en recursos é ingenioso, lleva su previsión hasta lo porvenir. También ha encontrado medio para escapar de las enfermedades más crueles... Tan sólo le será imposible librarse de la Muerte.

Antistrofa 2. a

Habiendo llegado en la industria y en las artes más allá de toda esperanza, marcha, sin embargo, unas veces hácia el bien, y otras hácia el mal; por esto el poderoso de la ciudad que torcidamente interpreta las leyes humanas y divinas, es digno de ser expulsado de ella, tan luego como su audacia concibe proyectos criminales.

Que el que ejecute tales cosas no participe ni de mi hogar ni de mi pensamiento[10]. (Vése aparecer nuevamente al centinela trayendo prisionera á Antígona.)

Pero ¿qué es lo que veo? No me cabe dudar ¿Cómo he de decir que no es esta la joven Antígona, si la estoy mirando con mis propios ojos? ¡Hija infortunada del desdichado Edipo! ¿Qué es esto? A tí no te traerán aquí

como infractora de la orden del Rey; en ti no cabe semejante locura...
EL CENTINELA--ANTÍGONA--EL CORO
EL CENTINELA

Pues ella es la que ha cometido el crimen. La hemos sorprendido dándole sepultura. Pero ¿dónde está Creonte?

EL CORO

Ahí le tienes, que sale á punto de su palacio.


LOS MISMOS Y CREONTE
CREONTE
¿Qué ocurre de nuevo? Llego en hora oportuna de enterarme.
EL CENTINELA

¡Oh Príncipe! al hombre no le es dado jurar nada: pues con frecuencia nos convence de nuestro error una reflexión posterior. Yo juraba que jamás volvería á comparecer ante tí: de tal modo me habían aterrado tus amenazas; y sin embargo, por una inesperada felicidad (á ninguna dicha del mundo comparable) vuelvo ante tu presencia (á pesar de mis juramentos) trayéndote á esta joven á quien he sorprendido preparando la tumba para el cadáver. Esta vez no ha sido preciso echar suertes: el descubrimiento ha sido mío, únicamente mío. Ahora tú la cogerás y la examinarás y convencerás según te parezca. En cuanto á mí, me creo ya con derecho á ser declarado libre y absuelto.

CREONTE

¿Cómo y en qué lugar has encontrado á esta joven que me traes presa?

EL CENTINELA
Se hallaba ella enterrando al muerto: ya lo sabes todo.
CREONTE

¿Y tú sabes bien lo que te dices? ¿Te consta que es verdad?

EL CENTINELA

Como que la he visto yo mismo dando sepultura al difunto, á pesar de la prohibición. ¿Lo quieres con más claridad?

CREONTE

¿Y cómo se la ha visto? ¿Cómo ha sido cogida in fragante

EL CENTINELA

El hecho ha ocurrido así. Bajo el terror de tus tremendas conminaciones, llegamos allá y barrimos la tierra que cubría el cadáver. Después que dejamos enteramente descubierto aquel cuerpo ya en corrupción, subimos á sentarnos en lo alto de las colinas, al abrigo del viento, y huyendo de los fétidos miasmas. Excitámonos unos á otros á la vigilancia, conminando á todo el que pudiera descuidar la faena. En tal estado permanecimos hasta el momento en que el disco brillante del Sol llegaba al promedio de su carrera, despidiendo fuego abrasador. Súbitamente un furioso huracán levanta en remolino una polvareda que llegaba hasta las nubes, é invadiendo la llanura, arrancaba las hojas á los árboles, extendiéndose la tormenta por el anchuroso Cielo. Nosotros, con los ojos cerrados, soportábamos aquel divino castigo. Pasado el temporal, al cabo de largas horas, percibimos á esa joven, dando gritos agudos y lamentables, Cual pájaro que no encuentra á su tierna cría en el desierto nido. De tal modo, al mirar al difunto despojado de la tierra que le cubriera, prorrumpía en gemidos y lanzaba imprecaciones contra los autores de tamaño ultraje. Seguidamente coje con sus propias manos árida tierra con la que cubre el cadáver, honrándole hasta tres veces con fúnebres libaciones, que Vierte del fondo de una preciosa copa de bronce. Tan luego como vimos esto, nos arrojamos sobre ella y la prendimos. Y en verdad, ella permaneció impávida. Interrogárnosla sobre sus actos anteriores y por el que acababa de consumar, y nada negó absolutamente: confesión que fué para mí grata y dolorosa á la par; gratísima, porque me libertaba del castigo; dolorosa, porque siempre causa tormento exponer á los amigos. Pero ante todo, es lo natural que miremos cada cual por nuestra salvación.

CREONTE

Ob tú, la que inclinas la frente hacia la tierra, ¿declaras haber ejecutado esa acción, ó lo niegas?

ANTÍGONA

Confieso que lo he hecho; no lo niego.

CREONTE

Tú, (dirigiéndose al centinela) márchate de aquí: quedas libre de la tremenda sospecha que sobre tí pesaba. (Se marcha el guardia ).—

Pero tú (á Antígona) sin rodeos y en pocas palabras, contéstame: ¿conocías el edicto que yo había hecho publicar, prohibiendo ejecutar un acto semejante?
ANTÍGONA

Conocía tus órdenes; ¿cómo había de ignorarlas si se habían publicado?

CREONTE

Y á pesar de ello, ¿te has atrevido á infringir la ley?

ANTÍGONA

Semejante ley no ha sido decretada por el excelso Jo ve, ni por la Justicia, compañera de los dioses manes: ellos jamás impusieron leyes tales á los hombres, y yo no pude creer nunca que tus pregones tuvieran fuerza superior á la de las leyes no escritas, pero infalibles y eternas de los dioses[11]. Eternas, porque las leyes divinas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre y de todos los tiempos, ni hay nadie en el mundo que sepa cuando comenzaron á regir. Yo no debía, pues,, por temor á las amenazas de un mortal, exponerme á la venganza de los dioses. Antes de tu decreto., sabía que estaba condenada á la ley del morir (¡destino á todos inevitable!) Si muero antes de tiempo, será una dicha para mí: ¿qué cosa hay entre tan grandes males como afligen mi vida que no me haga mirar la muerte como un bien? Por lo tanto, la suerte que me espera no me causa ningún dolor; pero ¡ah! lo sentiría vivo y profundo si hubiera dejado sin sepultura al hijo de mi madre. No estoy de modo alguno pesarosa de lo que he hecho. Si tú calificas de locura mi conducta, me consideraré juzgada de insensata por un insensato.

EL CORO

En ese carácter indomable bien se conoce á la hija del inflexible Edipo; jamás se dejará abatir por las desgracias.

CREONTE

Pues sabe que estas almas tan fieras con fa cilidad se rinden, como se rompe el acero más fuerte y bien templado: y yo sé bien que con débil freno se sujetan los corceles más fogosos. Pensar con tal soberbia no es tolerable en quien se halla sometido á los demás. No le ha bastado á esta insensata haberme ultrajado, violando mis decretos, sino que á este crimen añade un segundo ultraje, glorificándose y regocijándose de su acción. ¡Por los cielos! dejaría yo de ser hombre, y entonces el hombre sería ella, si tamaña audacia quedara sin castigo. Aunque sea la hija de mi hermana, aunque se hallara unida á mí por vínculo más estrecho, ni ella ni la hermana suya, se han de escapar de una muerte terrible, porque sin duda la otra ha de haber sido su cómplice. Que la hagan venir inmediatamente. No ha mucho la vi dentro de palacio irritada y fuera de sí: ¡ah! el que medita un crimen á la sombra, con frecuencia se hace traición á sí mismo, antes de ejecutarlo. Pero sobre todo, detesto á los que sorprendidos en el negro crimen,pretenden con palabras darle colorido.

ANTÍGONA
¿Necesitas tú algo más que mi muerte?
CREONTE

No, tu muerte me basta.

ANTÍGONA

¿Pues qué te detiene? Ningún discurso tuyo me es agradable, ni lo podría ser jamás, ni las palabras mías pueden ser gratas para tí. En cambio, ¿qué gloria más pura para mí que la de haber dado sepultura á un hermano? Todos cuantos me escuchan elogiarían mi proceder, si su lengua no estuviera encadenada por el terror. ¡Privilegio de los tiranos!: ellos pueden solos decir y hacer lo que les place.

CREONTE

Tu eres la única descendiente de Cadmo que piensa de ese modo.

ANTÍGONA
Todos piensan como yo; pero tu presencia les sella los labios.
CREONTE

¿Y no te avergüenzas de obrar de distinto modo que ellos?

ANTÍGONA

Jamás podrá causar rubor el honrar á un hermano.

CREONTE

¿Y no era también hermano tuyo el que pereció combatiendo contra él?

ANTÍGONA

Hermano carnal: de la misma madre y del mismo padre.

CREONTE

Entonces, di: ¿porqué has tributado al otro esas honras impías?

ANTÍGONA
No lo afirmaría así el que yace en la tumba.
CREONTE

¿Cómo no, si tú ofreces á nn impío los mis mos honores dispensados á él?

ANTÍGONA

Es que no murió siendo su esclavo, sino su hermano.

CREONTE

El uno trajo la desolación á su patria: mientras que el otro combatió por ella valerosamente.

ANTÍGONA

Plutón, sin embargo, pide iguales ritos para todos.

CREONTE

El crimen y la virtud no deben recibir lo mismo.

ANTÍGONA

¡Quién sabe! Allá en el reino de la muerte,

tal vez sea santificada mi acción.
CREONTE

El enemigo, ni áun después de morir, debe ser estimado como amigo.

ANTÍGONA

Yo he nacido para compartir el amor; pero no el odio.

CREONTE

Anda á los infiernos: y puesto que tan amorosa eres, puedes ir á amar á los profundos. Mientras yo viva, no consentiré que una mujer nos dicte la ley.

EL CORO

Ved ahí á Ismena en el dintel del Palacio: viene llorando de compasión por su hermana; una nube cubre su frente y desfigura su rostro ruborizado, regando de lágrimas sus hermosas megillas.


LOS MISMOS É ISMENA
CREONTE

¡Oh! la que oculta en la sombra de ese palacio, te proponías, á la manera de una víbora, saciarte en secreto de mi sangre:—no sabía yo que estaba alimentando á estas dos furias, calamidad de mi reino;—habla, respóndeme al punto, si has tomado parte en esa inhumación; ó di, bajo juramento, si lo ignorabas todo.

ISMENA

Me confieso (con la venia de mi hermana) culpable: me declaro cómplice suya; recaiga sobre mí también la acusación.

ANTÍGONA
En justicia no puede eso tolerarse; porque tú no quisiste seguirme, y yo rehusé tu cooperación.
ISMENA

Pero en la hora de tu desgracia, no temo el asociarme á tu infortunio.

ANTÍGONA

¿Y quiénes son los causantes de él? Plutón y las deidades del Averno lo saben. Rechazo, pues, á la que no me muestra su amor más que con palabras.

ISMENA

No me juzgues indigna, hermana mía, de morir contigo, y de haber honrado con los ritos fúnebres al difunto.

ANTÍGONA

No pretendas morir conmigo, ni atribuirte una obra en la que no has puesto tu mano. Basta con que yo muera.

ISMENA
¿Y qué vida, si tú me dejas, me puede ya ser amable?
ANTÍGONA

Interrógalo á Creonte: ¿no le guardabas tantos miramientos?.

ISMENA

¿Por qué me atormentas con ese inútil sarcasmo?

ANTÍGONA

¡Ah! este sarcarmo lo empleo con hondo pesar.

ISMENA

¿Y de qué otro modo podré servirte en este trance?

ANTÍGONA

Salva tú la vida tuya. Yo no te envidio tu salvación.

ISMENA
¡Ay mísera de mí! ¿y no he de poder yo compartir contigo la desgracia?
ANTÍGONA

Tú preferiste vivir: yo el morir.

ISMENA

Pero no porque te faltaran mis consejos.

ANTÍGONA

Ciertamente: pero así como á tí te parecieron los tuyos prudentes, yo juzgué los míos más en razón.

ISMENA

Sea de ello lo que quiera, hemos cometido el mismo delito.

ANTÍGONA

¡Ten ánimol tu vives aún; pero yo perdí desde hace tiempo la vida, por servir á los que murieron.

CREONTE

Estas dos hermanas son unas insensatas: la Guna acaba de perder el juicio, la otra no lo tuvo jamás.

ISMENA

¿Y cómo ha de poder ¡oh Rey! resistir la razón con que la naturaleza nos ha dotado, el exceso de la desgracia.

CREONTE

En verdad que tú no has de tener tu juicio cabal, cuando has querido hacerte cómplice de un crimen.

ISMENA

Pero sin ella... ¿cómo he de soportar la vida?

CREONTE

No me vuelvas á decir... ella, porque ella ya no existe.

ISMENA
¿Y harás ¡oh cielos! morir á la prometida de tu hijo querido?
CREONTE

No le faltarán otros terrenos fecundos

ISMENA

Mas ¡ay! olvidas lo que es grato para ellos dos...

CREONTE

Yo no quiero para mi hijo mujeres perversas.

ISMENA

¡Oh, carísimo Hemón! ¡cómo tu padre te menosprecia!

CREONTE

En verdad que tú y el tal himeneo me van fatigando ya en demasía.

EL CORO
¿Con que vas á privar á tu hijo de esta esposa suya?
CREONTE

El Orco se encargará de romper esos lazos.

EL CORO

Según eso, tienes decretada ya su muerte.

CREONTE

Así parece. ¡Guardias! conducidlas al interior de Palacio: y desde este momento que sean verdaderas mujeres: sin libertad para salir. Que los audaces procuran huir cuando ven al ojo la muerte. — (Llévame, á Antígona y á Jsmena, quedando en la escena el coro y Creonte.)


CORO

Estrofa l. &

¡Dichosos los que jamás han probado el infortunio! Porque cuando los dioses dejan caer su airada diestra sobre una familia, las des gracias se suceden en ella sin cesar y avanzan á toda su posteridad: cual la ola que recorre el oscuro abismo del mar de Tracia, impelida por furioso vendaval, levanta del fondo negra turbulenta arena, y viene á estrellarse allá en la playa con hórrido gemido.

Antistrofa A a

Así en la familia de los Labdácidas, á las desgracias de los que ya sucumbieron, veo acumularse nuevos infortunios, que de generación en generación se perpetúan, sin dejarla en libertad, un momento, la saña implacable del Destino. Un rayo de esperanza parecía vislumbrarse al fin para los últimos vástagos de la familia de Edipo; y hé aquí que lo extinguieron esa tierra fatal tributada á los manes, y la imprudencia del discurso y la furia vengadora del corazón.

Estrofa 5. a

El orgullo del hombre jamás podrá triunfar ¡oh Júpiter! de tu fuerza. Tú desafías al Sueño irresistible y al Tiempo que en su curso todo lo extermina; y eternamente exento de vejez riges, como soberano, el esplendor brillante del Olimpo. Pero ¡ay! el hombre no puede gozar pura felicidad: el pasado, el presente y el porvenir se hallan sujetos á esta inmutable ley.

Antislrofa 2. a

A muchos les colma con frecuencia sus deseos la inconstante esperanza; pero también muchas veces desvanece en otros sus imprudentes ilusiones, pues se viene á introducir en el corazón secretamente, cuando está el pie próximo á pisar el ardiente fuego. Máxima célebre de un sabio es: que el mal se presenta bajo la apariencia del bien á todo aquel cuyos pensamientos quiere un dios que se encaminen hácia la perdición, y que no goce un momento de la vida, exento de pesar.

Pero hé aqui que se acerca Hemón, el menor de tus hijos. Contristado está: sin duda por la suerte de la desgraciada Antígona y por su frustrado himeneo.

CREONTE
Al punto lo sabremos con más certeza que si fuéramos adivinos.
LOS MISMOS Y HEMÓN
CREONTE

Supongo, hijo mío, que no vendrás enfurecido contra tu padre por la sentencia definitiva que acaba de recaer contra tu futura esposa; y que cualquiera que haya sido mi modo de obrar, seré siempre querido para tí...

HEMÓN

Padre mío, sometido estoy á tus mandatos: tus prudentes consejos son los que me guían, y dispuesto me encuentro á seguirlos. No hay himeneo que deba yo preferir á tí, que con tanto acierto me diriges.

CREONTE

Si, hijo mío; todo debe sacrificarse á la voluntad de los padres: esos son los sentimientos que deben inculcarse en tu corazón. Por esto se afanan los padres: por tener hijos dóciles que sepan vengar con ellos ofensas de sus enemigos, y para que honren, á la par que ellos, á los que hayan sido sus amigos. ¡Ay! el que ha dado el ser á un hijo perverso, ¿qué ha hecho sino engendrar un martirio para él y un objeto de júbilo para sus contrarios? Que jamás, hijo mío, el aliciente del amor de una mujer turbe tu razón; ni olvides nunca que son de hielo las caricias de una esposa cuando ésta es una mujer depravada ¿Qué calamidad más grande que un indigno amigo? Destierra, hijo, de tu corazón á esa mujer como cruel enemiga y déjala que vaya á buscar marido á los infiernos.

Y puesto que está convicta de haber sido la única entre los thebanos, que ha infringido insolentemente mis decretos, no he de ponerme yo en contradicción ante los ojos de los ciudadanos. Morirá: así implore á Júpiter protector de los derechos de la sangre. Si yo aliento la rebeldía en mis parientes, ¿qué será de los extraños? El hombre que sabe dirigir con energía sus asuntos de familia, ese sabrá del propio modo gobernar en el Estado con justicia; un hombre tal (hay que confesarlo) sabrá en toda ocasión mandar y obedecer; en los peligros de la guerra permanecerá siempre en su puesto, siendo de sus camaradas un dei'ensor fiel y valeroso. Pero el que insensata mente infringe las leyes, el que pretende mandar en los que gobiernan ¿cómo ha de merecer nuestros elogios? Aquél que la República ha elegido por jefe, en todo, así en lo grande como en lo pequeño, en lo justo como en lo que no lo parezca, debe ser obedecido. No hay calamidad más tremenda que la anarquía, como que ella es la que arruina los pueblos, la que lleva la desolación á las familias, y en los combates produce la confusión en los guerreros y ocasiona las deserciones. En cambio en la obediencia está la salvación y la seguridad de todos. Sepamos, pues, mantener el orden en el Estado y no toleremos que una mujer se nos imponga. Nos dejaremos vencer, en caso necesario, por un hombre; pero que se diga que somos más débiles que mujeres... ¡jamásl

EL CORO

Si la edad no hace que nos engañemos, parécenos muy puesto en razón tu discurso.

HEMÓN

Los dioses, padre mío, han dotado á los hombres de la razón, el más precioso sin duda de todos los bienes. Si ella acaba de hablar por tus labios, no soy yo quien puede ni quiere negarlo. Pero como algún otro pudiera también pensar con no menos prudencia) deber mío es expiar en interés tuyo cuanto con relación á tí se hace ó se dice ó se murmura. Los ciudadanos atérranse ante tu presencia y no se atreven á pronunciar palabra temerosos de irritarte; pero á mí me es fácil recoger sus secretas conversaciones y sé cuanto llora Thebas la suerte de esa joven[12]. ¡Una doncella, la más inocente del mundo, por una acción que merece toda alabanza, ha de ser castigada con muerte tan horribleI Pues qué, ¿no es digna de admiración una joven que no consiente que quede insepulto, y para ser presa de los perros y de los buitres, el cadáver de un hermano, que sucumbió en el combate? Tal es el secreto sordo rumor, que circula por el pueblo.

En cuanto á mí, no encuentro bien más precioso que tu prosperidad: pues ¿qué honor más grande para un hijo que la gloria de su padre, ni para un padre que la de sus hijos? Por esto, pues, te ruego que no te ciegues, creyendo solo bueno tu modo de sentir y no otro alguno: los que pretenden poseer solos la prudencia/la elocuencia y la razón, puestos en evidencia, se ve muy frecuentemente que no las tienen. El hombre, por sabio que sea, jamás debe ruborizarse de aprender; y no debe llevar la contra más allá de lo razonable. El árbol flexible, azotado por el engrosado torrente, se conserva con su ramaje; pero ¡ay! aquel que resiste, se ve arrancado de cuajo hasta la raíz: tal el que se obstina en navegar á vela desplegada contra viento y marea, encuéntrase después, mísero náufrago, obligado á bogar sobre los pedazos del esquife destrozado.

Calma tu cólera, padre mío, y revoca tu decreto. A pesar de mi juventud creo poseer alguna reflexión, y opino que el primero de los mortales es aquel en el que abunda la sabiduría; pero también juzgo que en los casos en que nuestra razón se halla ofuscada (como acontece frecuentemente) bueno y honroso es el aprender de los que hablan con prudencia.
EL CORO

¡Oh rey! te conviene no desoír lo que hay • de justo en ese discurso;—y tú, escucha á tu padre también, que los dos os expresáis con .suma rectitud.

CREONTE

¿Con que á mis años he de recibir yo lecciones de un mozo de esta edad?

HEMÓN

Me parece que nada he dicho fuera de razón. Soy joven ciertamente; pero no es mi edad lo que conviene examinar, sino mi consejo.

CREONTE

Y todo tu consejo se reduce á que miremos con consideración á los que desobedecen las

HEMÓN
Jamás he pretendido que mires con respeto la maldad.
CREONTE

¿Y no es esa la enfermedad de nuestra prisionera?

HEMÓN

No lo creen así los ciudadanos de Thebas.

CREONTE

¡Los thebanos! ¿Y son los thebanos los que han de imponerme á mí las órdenes que yo debo dictar?

HEMÓN

¿Lo yes padre mío? Acabas de hablar como un mancebo.

CREONTE

¿Pues quién si no yo tiene derecho á gobernar en este pais?

HEMÓN
Una ciudad no es ciudad desde que se la mira como propiedad de uno solo.
CREONTE

¿Pues no se tiene como dueño de una ciudad al que la gobierna?

HEMÓN

En buen ñora; pero en ese caso reinarás en un país desierto.

CREONTE

Este se ve que aboga por la mujer.

HEMÓN

En verdad, si tú eres una mujer; pues ante todo yo no me intereso más que por tí.

CREONTE

¡Oh, el más vil de los hombres! ¡Tú has venido á acusar á tu padre!

HEMÓN
Porque te veo pecar con injusto motivo.
CREONTE

¡Cómo! ¿Es una cosa injusta el que yo mantenga mis derechos?

HEMÓN

No los sostienes al conculcar el respeto debido á los dioses.

CREONTE

¡ Miserable corazón subyugado por una mujer!...

HEMÓN

Jamás, nunca me verás ceder á pasiones vergonzosas.

CREONTE

¿Pues todo tu discurso no se reduce á hablar en pro de ella?

HEMÓN
Y también por tí, y por mí, y por los dioses infernales.
CREONTE

Pues á esta te prometo que no la gozarás viva por esposa.

HEMÓN

Morirá, sea; pero alguien perecerá también con ella.

CREONTE

¡Cómo! ¿Llevas tu insolencia hasta amenazarme?

HEMÓN

¿Qué amenaza hay en rebatir tus fútiles sentencias?

CREONTE

¡Insensatol ¡Cuántas lágrimas te han de costar tus lecciones de sabiduría!

HEMÓN
Si no fueras mi padre, diría que habías perdido el juicio.
CREONTE

¡Vil esclavo de una mujer, no me importunes más con tus garrulerías!

HEMÓN

Tú dices lo que se te antoja; y, después que hablas, no quieres á tu vez oir.

CREONTE

¿De veras?... Pues acuérdate, y lo juro por el Olimpo, que no me has de haber ultrajada impunemente.

¡Ola! Que se lleven al punto á esa mujer aborrecible, y que inmediatamente sucumba ante los ojos y en presencia de su amante.

HEMÓN
No; ante mis ojos, en mi presencia no morirá, ni tampoco tú me volverás á ver; te dejo ejercer tus furores en medio de los cobardes amigos que los sufren .—(Vasecon airada preci citación.)
EL CORO
Y
CREONTE
EL CORO

¡Oh, Rey! Se ha marchado transportado de cólera. De un corazón como el suyo, hay que temer algo grave en la vehemencia de su dolor.

CREONTE

Váyase en buen hora y que obre y piense de modo superior al de todos, el hombre; pero á estas dos mujeres no las librará de la muerte.

EL CORO

¿A las dos, á las dos las vas á hacer perecer?

CREONTE

A la que no ha tocado al muerto, no; tienes razón.

EL CORO
¿Y qué suplicio le tienes preparado á la otra?
CREONTE

Conducida á un lugar desierto, donde no se encuentre huella humana, la haré encerrar viva en la profundidad subterránea de una roca, con el alimento preciso[13] que exige la expiación, y para evitar á la ciudad entera el crimen de su muerte. Una vez allí que implore á Plutón, único de los. dioses á quien ella venera, y tal vez obtenga el no morir; pero se convencerá, probablemente, que es trabajo inútil rendir cultojá los manes.— (Métese' en palacio.)


CORO
los coreutas (solos)
Estrofa 1.ª

¡Amor! invencible, indomable Amor! tú hie- res al poderoso del propio modo que te posas sobre las delicadas megillas de la doncella; lo mismo atraviesas los mares, que te introduces en la rústica cabaña; no se libran de tí los dioses inmortales, ni el hombre de efímera existencia; ¡ah! el corazón de que te apoderas es presa del furor.

Antistrofa 1. a

Tú arrastras á los buenos al crimen y á la injusticia; tú eres quien acaba de suscitar esa reyerta entre el padre y el hijo. De todo triunfa el amor que inspiran los ojos de una hermosa. El amor preside con los dioses á las leyes de la naturaleza. ¡Cómo juega con nosotros la irresistible Afródita!...

Yo mismo en este instante, rebelde á los mandatos de Creonte, no puedo contener el raudal de mis lágrimas, viendo á Antígona caminar hácia la mansión en que ge duerme el eterno sueño.
ANTÍGONA Y EL CORO
ANTÍGONA

Estrofa 1.&

¡Ciudadanos de Thebas, mi patria! miradme colocada en el sendero fatal, y por última vez contemplando la claridad del Sol: ya nunca más lo veré!... El dios del Averno, que todo lo aletarga, me conduce viva á las márgenes del Aqueronte, sin haber gozado del tálamo nupcial, antes de haber resonado para mí los cantos del himeneo; mi esposo será el Aqueronte.

LOS COREUTAS
Pero de cuánta fama y de cuán inmensa gloria acompañada, vas á ingresar en ese sombrío asilo de la muerte. Sin haber sido consumida por lenta enfermedad, sin haberte visto reducida á la servidumbre como botín de guerra, tú sola entre los mortales, vas á descender libre, y aún viva, en el Imperio de Plutón.
ANTÍGONA

Antistrofa 1. a

Yo sé de qué muerte deplorable pereció, en la cumbre del Sypilo, la Figia hija de Tántalo[14], á la cual se adhirió como la hiedra la roca que germinó en torno de ella para envolverla. Desde entonces, según cuentan los hombres, se halla eternamente cubierta de nieve y azotada por la lluvia, cayendo de sus párpados sin cesar las lágrimas que inundan su seno[15]. Semejante á la de ella me tiene preparado mi suerte el destino.

LOS COREUTAS

Empero ella era una deidad y de dioses des • cendiente; nosotros somos humanos y nacidos de mortales. Así, pues, será más gloriosa tu muerte; pues que tu destino es semejante al de los dioses.

ANTÍGONA

Estrofa 2. a

¡Ay! Se mofan de mí... En nombre del Cie]°, ¿por qué me insultáis? ¿Por qué me ultrajais antes de morir, cuando todavía no'he desaparecido de la tierra? Patria mía, opulentos hijos de esta ciudad, fuentes dircéas, bosques sagrados de la belicosa Thebas, vosotros sois testigos del abandono en que me veo, y del cruel decreto por el que me llevan á ser encerrada en una prisión para que me sirva de sepultura.—¡Mísera de mí! no voy á habitar ni con los vivos ni con los muertos.

LOS COREUTAS

Elevada, por un extremo de temeridad, al alto solio de la Justicia, has caido nuevamente.

Sin duda, bija mía, tú expías algún crimen de tus antepasados.
ANTÍGONA

Antistrofa 5. a

Me has despertado el recuerdo de nuestras dolorosas desgracias, la desdicha de un padre que afectó á tres generaciones, y la triste fatalidad que pesa sobre nosotros los ínclitos Labdácidas. Fatal himeneo de mi madre, enlace incestuoso, que unió á una madre y á un hijo infortunados, y del cual nací yo, por mi desgracia. Cargada de imprecaciones, y privada de la dicha del himeneo, voy á reunirme con los autores de mis días.

¡Oh, hermano mío! qué funesta unión has llevado á cabo!... Sucumbiste, y á mí, viva, me has asociado á tu muerte.

LOS COREUTAS
Honrar á los difuntos es ciertamente un acto de piedad; pero la autoridad de los que mandan debe también ser acatada. La fiereza de tu carácter te ha perdido.
ANTÍGONA
Epodo

Sin amigos, sin esposo, sin ser de nadie llorada, voy á emprender mi último camino. Ya no volveré á ver jamás, ¡infortunada! el ojo sagrado del día. Mi desgracia por nadie será llorada. Ni un solo amigo derramará por mí una lágrima!...


LOS MISMOS Y CREONTE, QUE SALE PRECIPITADAMENTE
CREONTE

No conocéis que si estos llantos y lamentaciones sirvieran á los condenados á muerte, ¿no habría uno que les pusiera término?—Ea, pues, llevárosla sin dilación; y, encerrada en su tumba subterránea, muera, si gusta, y si no, que viva cuanto quiera dentro del sepulcro.—Nosotros quedamos exentos del delito de sacrilegio por lo que respecta á esa joven; y ella cesará por su parte de tener comunicación con este mundo.

ANTÍGONA

¡Oh tumba! lecho nupcial, morada subterránea de donde no saldré jamás, me voy á reunir con los míos,— casi todos entre los muertos ya recibidos por Proserpina, — antes que el destino haya señalado el término de mis días. Abrigo, al menos, la esperanza de que allá mi presencia será grata para mi padre, así como para tí, madre mía, y para tí también, querido hermano: porque yo he sido la que con mis propias manos os lavé y exorné después, de muertos, y os honré con fúnebres libaciones. Y por haber sepultado tus restos ¡oh mi caro Polynice! ya vés cuál es la recompensa. Sin embargo, yo creo que te he dispensado los debidos honores, á juicio de los hombres sensatos. Si yo hubiera sido madre, ó si fuera mi esposo el que quedara insepulto, jamás hubiera menospreciado las leyes del Estado, cumpliendo este penoso deber. ¿Qué principio me lleva á pensar esto que digo? ¡Ah! porque el esposo muerto puede ser reemplazado con otro, y un segundo hijo puede reparar la pérdida del primero; pero habiendo bajado al sepulcro los autores de nuestros días, nadie me puede dar un nuevo hermano. Movida de estos sentimientos, y olvidándolo todo para tí, te he tributado, hermano mío, los honores que ha considerado Creonte como un crimen y una audacia horrible. Y héme aquí conducida á la muerte, sin haber gozado de las dulzuras del himeneo, ni de la ternura de un esposo, ni de las delicias de la maternidad. Sola, desamparada, sin amigos, voy á descender, en vida, á la región subterránea de los muertos... ¿Qué crimen he cometido yo contra vosotros, oh dioses?... ¿Pero de qué me sirve dirigir mis ojos al Cielo?.... ¿Qué socorro puedo ya esperar, cuando en premio de mi piedad, me veo tratada como una impía?...Si los dioses aprueban mi muerte, yo sufriré resignada el castigo de mi falta; pero si soy inocente... que sufran la misma pena los que tan injustamente me castigan!

EL CORO
Continúa aún poseída del mismo vértigo que viene agitando su alma.
CREONTE

Tanta lentitud, quizá cueste algunas lágrimas á sus conductores.

ANTÍGONA

¡Ay!... esas duras palabras son mi última sentencia.

CREONTE

De modo alguno lias de confiar que quedará sin que se cumpla.

ANTÍGONA

¡Oh! Thebas, patria mía, dioses de mi familia!...[16] ni un momento más... ¡al fin me llevan!... Mirad, jefes thebaños, mirad á una princesa, último vástago de una dinastía de reyes, el ultraje que recibe de parte de los hombres, por haber rendido culto á la piedad.

( Vase.—Queda en escena Greonte con el coro.)
CORO
Estrofa 1.ª

Del propio modo se vió privada Danae de la claridad de la luz, en su prisión de bronce, oculta á todos los ojos y cautiva en su sepulcro,—á pesar de ser ilustre su origen, hijamía, y de haber fecundado su seno Júpiter transformado en lluvia de oro. Pero el poder del Destino es incontrastable[17]: sin que puedan librarse de él ni la riqueza, ni el fiero Marte, ni los fuertes castillos, ni las naves en cuyos negros costados se estrellan las olas.

Antistrofa 1.ª

Así también se vió encadenado el impetuoso hijo de Dryas, rey de los Edonios; por su violencia y maneras impetuosas fué encerrado por Baco en una prisión de piedra. Tales terribles venganzas suscita el furor. Él recono ció al fin al dios á quien, en su insania, había ofendido con acerbas blasfemias: habiendo cohibido á sus sacerdotisas delirantes y apagado el fuego sacro, y ofendido á las musas, amantes de la armonía.

Estrofa 2.ª

No lejos de las aguas Cyaneas, que corren entre ambos mares, junto á las playas del Bósforo y del hospitalario Salsmydesso de Tracia, el dios Marte, adorado en aquellos lugares, vió á los hijos de Fineo execrablemente vulnerados por su cruel madrastra con los ojos fuera desús órbitas, pidiendo venganza, arrancados no con la lanza, sino por sangrientas manos con la aguda punta de la lanzadera.

Antistrofa 2.ª

¡Desdichados! transidos de dolor, se lamentaban de su mísera suerte, deplorando el himeneo fatal de la madre que en mal hora los había dado á luz. Y sin embargo, ella descendía de la antigua familia de los Erechthidas. Hija de Bóreas, se había criado en los antros profundos, en medio de las tormentas pater nales, y con la rapidez de los corceles recorría las llanuras de los hielos. Era de sangre de dioses; y sufrió á pesar de ello, los rudos golpes de las inmortales Parcas, hija de mi corazón!...


LOS MISMOS Y TÍRESIAS
TÍRESIAS

¡Próceres de Thebas! Aquí me.teneis en compañía del que me conduce y que ve por los dos: el ciego no puede marchar sin un guía.

CREONTE

Respetable Tíresias, ¿qué te trae por aquí?

TÍRESIAS

Voy á decírtelo; pero has de obedecer á este viejo adivino.

CREONTE
Hasta ahora nunca me he separado de tu consejo.
TÍRESIAS

Razón por la que has gobernado tan felizmente la ciudad.

CREONTE

Reconozco ciertamente los buenos servicios que te debo.

TÍRESIAS

Pues reflexiona que en este momento te hallas al borde de un precipicio.

CREONTE

¿Qué ocurre? Tus palabras me causan horror.

TÍRESIAS

Pues vas á saberlo, si escuchas lo que presagia mi ciencia. Sentado me hallaba en mí antigua silla augural, teniendo junto á mí un receptáculo de aves de toda especie, cuando súbitamente oigo que arman un estrépito tre mendo, clamando con unos gritos salvajes y do mal agüero, y conocía que se estaban desgarrando las unas á las otras, por el vehemente batir de sus alas.

Temblando de espanto acudí á hacer un sacrificio en el fuego de los altares; pero la llama brillante no salia de las víctimas; sino que la grosura de las piernas se derretía, y se absorbía en las cenizas, levantando luego una espesa, rugiente humareda, y quedando los huesos de los miembros dispersos y separados de la grasa que los envolvía. Tales' son los pormenores de que me daba cuenta este niño —¡y que son presagios funestos de un sacrificio inútil!...—Porque este niño es quien á mí me guía como yo dirijo á los demás.

Y estos males han sobrevenido á la ciudad por tu causa; porque nuestras aras y nuestros hogares están repletos de. los despojos de las aves y de los perros que se han nutrido con el cadáver del mísero hijo de Edipo. Los dioses, pues, no aceptan ni nuestras preces, ni nuestros sacrificios, ni la llama de nuestras víctimas: ni ave alguna exhala grito de buen agüero, pues se han abrevado en la sangre de aquel cadáver.

Medita en esto, hijo mío. El error es común á todos los mortales; pero el que yerra, si repara los males causados por su error, si no permanece impasible, obra feliz y sábiamente. La arbitrariedad, es madre del error. Cesa, pues, de molestar á ese difunto; deja de herir á un cuerpo inerte. ¿Qué valor hay en matar á un muerto segunda vez? Este consejo me lo inspira tu interés; mira que son útiles siempre los avisos de la prudencia.

CREONTE

¡Viejo! Veo que venís todos como arqueros á lanzar vuestros dardos contra mí. Los adivinos turban ahora mi reposo; antes los de mi familia me han vendido como mísera mercan, cía. Seguid todos en vuestro tráñco, ganaros todos el electrón de Sardes y todo el oro de la India; pero á ese no lograreis, no, que se le dé sepultura; aunque las águilas de Jove quisieran llevarle en pedazos como ofrenda ante el trono del rey de los dioses, ni aun así, permitiría su inhumación. Y no temiera cometer con ello profanación: porque yo sé bien que los dioses están al abrigo de las profanaciones de los mortales.

¡Oh, anciano! Los hombres mas hábiles se exponen á dar vergonzosas caídas, cuando el afán de la ganancia los mueve á pronunciar discursos bochornosos.

TÍRESIAS

¡Ay! Cualquiera puede conocer ó imaginar...

CREONTE

¿Qué? Veamos qué nueva vulgaridad vas á decir...

TÍRESIAS

Cuán superior y preferible es la prudencia á todos los bienes del mundo.

CREONTE

Como, á mi juicio, la insensatez es el más funesto de los males.

TÍRESIAS
Esa es la enfermedad que estás plenamente padeciendo tú en estos instantes.
CREONTE

Válgate que no puedo devolver á un sacerdote injuria por injuria.

TÍRESIAS

Y sin embargo, acabas de ultrajarme, calificando mis vaticinios de imposturas.

CREONTE

Todos los de la casta hieromántica sois aficionados al dinero.

TÍRESIAS

La raza de los tiranos es la que ambiciona el sórdido provecho.

CREONTE

¿No sabes tú que es á un Rey á quien se dirigen tus palabras?

TÍRESIAS

Lo sé muy bien: como que, gracias á mí,

pudiste salvar á esta ciudad.
CREONTE

Eres en verdad un hábil adivino; pero te complaces en la injusticia.

TÍRESIAS

Al fin me obligarás á descubrir lo que me proponia tener perpétuamente sepultado en mi corazón.

CREONTE

Descúbrelo; pero que no mueva tu lengua la codicia.

TÍRESIAS

Yo no estoy hablando* en interés mío, sino en el tuyo.

CREONTE

No conseguirás de ninguna manera engañarme.

TÍRESIAS

Pues bien. Sábete que no terminará muchas veces el sol su carrera sin que un fruto de tu sangre haya pagado con su vida la muerte de la que tú has aprisionado bárbaramente bajo tierra, de la que has encerrado viva en la tumba. Tú has arrebatado á los dioses infernales el cadáver de aquel á quien has privado de la sepultura y de los fúnebres honores: para lo que no tienes tú poder; para lo que no le tienen ni aun los númenes celestes: que solo te lo ha otorgado la violencia. Las furias vengadoras, esas terribles divinidades del Averno, que persiguen el crimen para castigarlo, se aprestan á enviarte la tremenda des • gracia. Ve ahora si es la codicia quien ha dictado mi lenguaje. Bien pronto oirás en tu palacio los lamentos de los hombres y de las mujeres; bien pronto se levantarán contra tí las ciudades enemigas, las ciudades, en que los perros, los monstruos salvajes y los buitres han celebrado los funerales con los pedazos del difunto, llevando la impura fetidez á los hogares. Ahí tienes, ya que has encendido mi cólera, el dardo que, como hábil ballestero, te clavo en el corazón, y cuyo golpe flamante en vano tratarás de evitar.

Tú, muchacho, condúceme nuevamente á mi morada, y que en adelante desahogue éste su furor con otros más jóvenes, y aprenda á mantener su lengua en silencio, y á sentir en su alma con más moderación .—(Marchase con él muchacho.)


CREONTE Y EL CORO
EL CORO

El adivino, príncipe, se ha marchádo pronunciando terribles predicciones; y nos consta (desde nuestra juventud hasta ahora en que la edad ha blanqueado nuestros cabellos), que jamás han desmentido los hechos sus oráculos.

CREONTE

También yo lo reconozco... Mi espíritu se turba... Me es ingrato ceder;... pero si resisto veré también ingratamente castigada mi resistencia con la desgracia.

EL CORO
La prudencia es necesaria, hijo de Meneceo.
CREONTE

¿Y qué es lo que debo hacer? Habla, estoy dispuesto á obedecer.

EL CORO

Marcha, pues, y saca á esa joven de su prisión subterránea: y después eleva una tumba al que tienes privado de ella.

CREONTE

¿Opinas de ese modo? ¿Crées que debo ceder?

EL CORO

Ciertamente, príncipe, y sin perder un solo momento: que los castigos del cielo contra los culpables vienen con rapidez y por el más corto camino.

CREONTE
¡Ay!... con cuánto pesar desisto de mi intención; pero no se puede luchar contra la fatalidad ( Svayx?)).
EL CORO

Apresúrate á ejecutar eso por ti mismo; no comisiones para ello á nadie.

CREONTE

Parto sin dilación. ¡Vosotros, siervos que estáis presentes y los que están ausentes, todos, coged vuestras hachas y corred á lo alto de la montaña! (donde yace Polynice ).

En cuanto á mí, puesto que he cambiado de resolución, puesto que yo la aprisioné, yo mismo voy á ponerla en libertad... Me temo que no sea el partido más prudente el aferrarme á la ley establecida .—(Marchase con sus criados).


CORO[18]

Estrofa 1. a

Tú, á quien los hombres ,adoran bajo nombres diversos; tú, gloria de Cadmo, hijo del poderoso señor del trueno, dios protector de la famosa Italia, que presides con Ceres las fiestas solemnes de Eleusis ¡oh, Baco! tú habitas la ciudad querida de las Bacantes, Thebas, junto á las márgenes del Ismeno, donde fueron diseminados los dientes del fiero dragón.

Aniístrofa 1. a

En tu honor se eleva la brillante llama de los sacrificios en la montaña de doble cumbre que recorren las Bacantes, ninfas Corycias, y á la que riegan las aguas dé la. fuente Castalia. Tú atraviesas las colinas de la montaña de Nysa cubiertas de espesa yedra y sus verdes faldas de numerosos viñedos, y cantos de alegría saludan tu presencia, cuando visitas los muros de Thebas...

Estrofa 2 a

La ciudad honrada con su predilección entre todas, del propio modo que lo fué por tu madre herida por el rayo. En estos momentos en que una plaga terrible amenaza á todos estos ciudadanos, ven á nosotros, salva con rápido pie la cumbre del Parnaso ó ' las olas mugidoras del "Estrecho.

Antistrofa 2 a

¡Oh, tú, mancebo, que conduces el coro de los astros; tú que presides los cantos nocturnos, hijo de Júpiter, comparece ante nosotros acompañado de las hijas de Naxos, de las Tliyadas que celebran en danzas delirantes á Baco su soberano.


UN MENSAJERO, CRIADO O SIERVO
DE CREONTE, Y EL CORO
EL MENSAJERO

Habitantes del palacio de Cadmo y de Anfión, á ningún ser viviente se puede considerar como dichoso ni como desgraciado, mientras existe; porque sin cesar la voluble Fortuna nos levanta ó nos abate, nos envía la prosperidad ó nos sume en la desgracia, sin que haya adivino que pueda leernos lo porvenir por lo presente.

Creonte era, á mi juicio, digno ha poco de ser envidiado; él había librado de sus enemigos á esta tierra de Cadmo; él reinaba prósperamente como señor absoluto del país; una prole generosa aumentaba su gloria... hoy todo ha desaparecido. Que el hombre cuando pierde la dicha, ante mis ojos ya no vive; para mí es un cadáver que respira. En vano posees en tu palacio inmensos tesoros; el regio fausto en vano te circunda. Si has perdido la alegría,

todo lo demás, comparado con ella, es menos que humo, menos que vana sombra.
EL CORO

¿Qué nueva desgracia ocurrida á nuestros reyes vienes á anunciarnos?

EL MENSAJERO

¡Han muerto!... Y los que viven son la causa de su muerte.

EL CORO

¿Quién es el asesino? ¿Cuál es la victima? Habla.

EL MENSAJERO

Hemón ya no existe: con mano propia se ha desangrado.

EL CORO

¿Con la suya propia quieres decir, ó con la de su padre?

EL MENSAJERO

Él mismo se ha dado muerte, irritado con tra su padre por el suplicio de su Antígona.

EL CORO

¡Oh, Tíresias, cuán verdaderas eran tus predicciones!

EL MENSAJERO

En tal estado estas cosas, me parece conveniente que se delibere sobre lo demás .—(Se ve salir de palacio á la Reina.)

EL CORO

Pero veo que se acerca la infortunada Eurydice, esposa de Creonte. Ella sale de palacio: ¿la trae la casualidad, ó se ha enterado de la desgracia de su hijo?


LOS MISMOS Y EURÍDICE
EURÍDICE

¡Oh, vosotros, ciudadanos, cuantos estáis aquí presentes! Pie oído algo de lo que aquí se ha dicho en el momento en que salía para ir á ofrecer mis súplicas á Palas. Abrí las puer. tas de palacio y el rumor de las degracias de mi casa hirió mis oídos; trémula y yerta de espanto, caí desmayada en los brazos de mis siervas. Ahora, decidme lo que se ha contado,* repetídmelo, todo lo escucharé, ya no hay desgracia que me quede por probar en el mundo.

EL MENSAJERO

Yo mismo, cara reina, he sido de ello testigo, y hablaré sin ocultar nada de la verdad; pues ¿de qué serviría el mitigarla, cuando después tendría que descubrirse nuestro engaño? La verdad es siempre nuestro recto camino.— Yo seguía á tu esposo, guiándole hacia la extremidad de la llanura, donde yacía aún despiadadamente entregado á la voracidad de los perros, el cadáver de Polynice. Una vez allí, elevamos nuestras preces á la Trivia Diosa y á Plutón, demandándole que depusiesen su enojo y nos fuesen propicios; rociamos sobre el difunto el agua lustral; reunimos ramas recien cortadas; entregamos á la combustión aquellos restos, y le erigimos una excelsa sepultura con tierra de la patria. Desde allí nos encaminamos seguidamente hacia la caverna donde la mísera doncella encontró el tálamo nupcial de la Muerte. Aún nos hallábamos lejos, cuando uno de nosotros oyó claramente unos gritos que salian del fondo de aquella tumba privada de los honores fúnebres, y corrió á anunciárselo al rey.- Aproximóse Creonte, y no tardó en oir el sonido confuso de un clamor gemebundo, y exhalando un suspiro, dijo: «¡Ay, mísero de mí! ¿Debo creer en mis pensamientos? ¿Es un camino funestísimo el que sigo en estos instantes? La voz de mi hijo ha vibrado en mis oídos. Corred, volad, siervos hacia la tumba de Antígona, quitad el montón de piedras que cierra lá entrada, y examinad con vuestros ojos en la caverna si es realmente de Hemón la voz que estoy oyendo, ó si me veo engañado por los dioses.» Hicimos la exploración, según las órdenes de nuestro señor, y en lo profundo de aquel antro vimos ¡horror! á la doncella suspendida por el cuello á un lazo fatal tegido con los hilos de su velo; y al lado de ella al otro que la estrechaba entre sus brazos, deplorando la muerte de su esposa, las obras de su padre, y sus nupcias infortunadas. Al verle, éste exhaló un profundo suspiro y penetrando en lo interior, se arrojó hacia él, gritando dolorosamente: «¿Qué has hecho, desgraciado? ¿Qué pretendes ejecutar ahora? ¿Por qué te precipitas á tu perdición? Sal de aquí, hijo mío; te lo pido suplicándotelo.» Su hijo le lanzó una furiosa mirada, y rechazándole con desdén y sin responder palabra, desenvainó su espada de dos filos. Creonte se retiró y evitó el golpe; entonces el infeliz, irritado contra sí mismo, la clavó en el fondo de su pecho; y, dueño aún de sus sentidos, cogió á Antígona en sus brazos desfallecientes; luego exhaló un último violento suspiro, desapareciendo toda la sangre de sus pálidas megi. lias[19]. De tal manera quedó sin vida al lado de la difunta, habiendo encontrado su infortunado himeneo en la mansión de Plutón.

Triste ejemplo que enseña á los hombres, ser la temeridad el más funesto de todos los males .—(La Reina , después de escuchar el relato , se retira sin pronunciar palabra.)
EL CORO

¿Pero qué debemos augurar de esto?... Esa mujer se ha marchado de nuevo sin contestar palabra mala ni buena.

EL MENSAJERO

Yo mismo me he quedado también estupe facto; abrigo, sin embargo, la esperanza de que ella, enterada ya de las desgracias de su hijo, no habrá querido ofrecer á los thebanos el espectáculo de su dolor, y se habrá ido á palacio á comunicar el triste caso á sus siervas para hacer el duelo. La juzgo demasiado prudente para cometer ningún atentado.

EL CORO

No sé... pero lo mismo el dolor mudo que el que estalla en gritos violentos, me parecen de funesto augurio.

EL MENSAJERO

Bien pronto lo sabremos.—Entremos en Palacio y veamos si en su desesperación me dita algún siniestro designio... porque, con razón decís que lo que hay aquí de grave es su completo silencio.— (Yáse el mensajero. — Aparece Creonte con su servidumbre , trayendo en hombros el cadáver de Hemón.)

EL CORO

El rey Creonte se presenta... Trae en brazos un monumento, que habla muy alto... Tan tremenda desgracia ¡ay! justo es reconocerlo, no ha sido obra de extraños, no; él solo ha sido el culpable.


CREONTE Y EL CORO.—OTRA VEZ EL MENSAJERO

Estrofa Jf. a

CREONTE

¡Oh fatal error, cruel irreparable error de mis sentidos perturbados!... ¡Ah! vosotros los que contempláis á los miembros de una misma familia, los unos dando la muerte, cadáveres los otros... ¡Infaustos consejos miosl... ¡hijo de mi corazón! has muerto en la flor de tu juventud... y yo, tu padre... ¡ay! ¡ay!... ya mismo he sido quien con su temeridad te ha asesinado.

EL CORO

¡Ah! muy tarde reconoces la justicia de los dioses.

CREONTE

Estrofa 2. a

¡Mísero de mí! tarde, sí la he reconocido. Alguna Deidad, irritada contra mí, trastornó mi juicio, y me precipitó en la senda de la crueldad; y con pié despiadado ¡ay de mí! ha derrumbado toda mi felicidad... ¡Ay!... ¡ay! vanidad de los proyectos humanos!...


EL MENSAJERO
anterior, que sale de Palacio. •

¡SeñorI gran cúmulo de males caen sobre ti: tienes ante tus ojos este espectáculo doloroso, y te esperan además otras desgracias en tu Palacio.

CREONTE

¿Qué mayores desgracias puedo esperar aún que las que estoy sufriendo?

EL MENSAJERO

Tu esposa, la madre de ese hijo que lloras, ha muerto. ¡Infortunada! herida mortalmente, acaba de espirar.

CREONTE

Antisírofa lA

¡Inexorable Plutón! ¿por qué, por qué te obstinas en consumar mi perdición?... Y tú; mensajero fatídico de dolores, ¿qué es lo que has venido á contarme?... has venido ¡oh Dios! á concluir con mi vida... ¿qué es lo que has dicho?... ¿qué fatal nueva me has traido?... ¡Cielos! no era bastante con mi hijo, y la Muerte sangrienta me arrebata también mi querida esposa .—(Se descubre el interior de peí' lacio y se pone de manifiesto el cadáver de la Reina.)

EL CORO

Puedes verla... y no allá en lo reservado de tu palacio[20].

CREONTE

Antistrofa ,2. a

(Gomtemplando el cadáver de Eurydice, y todavía con el de Hernán en sus brazos). —¡Desgraciado de mí! veo con mis ojos mi última desdicha: ¿qué nuevo infortunio puedo ya esperar? tengo en mis brazos el cuerpo de mi hijo,

y en frente el cadáver de esa infeliz... ¡Oh esposa desgraciada!... ¡hijo mió!... ¡hijo mió!...
EL MENSAJERO

Esa... herida mortalmente, y después de girar moribunda en torno del ara sagrada, cerró por último los ojos á la luz, habiendo llorado primero la muerte gloriosa de su hijo Megareo, difunto antes que éste; luego la de éste; lánzando, por último, su maldición sobre tí, por considerarte el asesino de su hijo.

CREONTE

Estrofa 2. a

¡Cielos!! ¡dioses!! mis sentidos se hielan de horror!... ¿Por quéno me hundís una espada en el corazón?... ¡Mísero de mí!, la terrible fatalidad me acosa por todos lados!...

EL SIERVO

Sí; al morir, te hacía á tí el culpable de su muerte y de la de su hijo.

CREONTE
Pero, ¿cómo ha ocurrido su muerte?
EL SIERVO

Clavándose una espada en el costado, tan luego como supo el deporable fin de su hijo

CREONTE

Estrofa 3. a

[Ay de mi! Yo he sido la causa de tantos males. ¡Yo he sido, yo, el que te he dado la muerte... yo solo! es verdad... ¡Siervos míos! sacadme al punto de aquí; llevadme lejos, lejos de estos lugares ¡Yo ya dejé de ser!...

EL CORO

Eso que has resuelto está bién, si es que puede haber algún bien en el mal. Las penas que se abrevian, se hacen más soportables.

CREONTE

Antistrofa 2. a

¡Que venga! ¡que venga! que se presente mi muerte! Venga, y será mi día más feliz el úl timo día de mi vida! ¡que venga!... que no vea yo más la luz!I

EL MENSAJERO

Eso ya sucederá. De lo presente es de lo que debemos ocuparnos; de lo porvenir ya se cuidarán aquellos á quienes incumbe.

CREONTE

Es que lo deseo... lo pido suplicante.

EL MENSAJERO

Déjate ahora de súplicas. De los mortales ninguno hay que pueda librarse de los infor^ tunios que le manda el Destino.

CREONTE

Antistrofa 3.a

Sacad, os ruego, de estos lugares, á este desventurado, que á su pesar ha causado tu muerte, hijo mió, y la tuya también, cara esposa... ¿A dónde, á dónde dirigir mis mira» das, desdichado de mí? ¿á dónde encaminar mis pasos? No veo delante de mis ojos sino ruina y desolación; de tal manera el Hado inexorable se ha desencadenado contra mí.


EL CORO

La prudencia es una primera fuente de ventura; pero es preciso además no ser irreligiosos, y reverenciar á la Divinidad. Los discursos presuntuosos de los hombres altivos, les originan terribles infortunios, que enseñan, aunque tarde, á apreciar la Sabiduría.


FIN DE «ANTÍGONA.»


Granada, 1889.



  1. Sófocles nació cinco siglos antes de nuestra Era. El año preciso de su nacimiento ha sido discutido prolijamente por los eruditos y escoliastas antiguos y modernos. La opinión más probable es la del comentador griego que fija su nacimiento en el año 2.º de la olimpiada LXXI, ó sea en el 495 a. de C., fecha que marcan con un año de anterioridad los Mármoles de Paros. Sófocles, Esquilo y Eurípides forman la famosa triada de escritores trágicos, que dió esplendorosa gloria á la escena ateniense en la memorable edad de oro de las letras helénicas. La tradición se ha complacido en asociar los nombres de estos tres grandes genios de la Grecia al recuerdo de uno de los hechos más gloriosos en la historia de su patria: la batalla famosa de Salamina, que se dió en 480. Esquilo, contaban que combatió con valor en las filas de los defensores de Atenas; de Sófocles decíase que, después del triunfo, fué elegido por su gallardía y hermosura para ser el corifeo de los adolescentes que, en cívica procesión, habían de cantar, con la lira en la mano, el himno de victoria; y de Eurípides que vió la primera luz en el momento mismo del combate, y en la isla misma de Salamina. Esta tradición confirma y nos da como muy probable y verosímil la fecha señalada por los biógrafos al nacimiento de nuestro poeta.
     La muerte de Sófocles ocurrió, bajo el arcontado de Kallias, en el año 3.º de la olimpiada LXXXXIII, ó sea en el 406 a. de nuestra Era, poco tiempo después de la muerte de Eurípides y un año antes de la toma de Atenas por Lisandro.
  2. El pueblo natal de Sófocles fué Colono, demo ó caserío situado á las puertas de Atenas. Según la opinión más admitida era descendiente de una ilustre familia, que le proporcionó una educación brillante. Tuvo por maestro de música á Lampros.
  3. La crónica de S. Jerónimo nos indica que hizo su debut en la escena en el año 1.º de la olimpiada LXXVII; según los Mármoles de Paros, en el año 4.º bajo el arconta Apsefión.
  4. La pieza principia al amanecer del día siguiente al en que tuvo lugar el combate fratricida de Eteocles y de Polynice. Durante la noche, el ejército argivo, sitiador en Thebas, ha levantado el campo.—Por esta razón en el primer coro se canta la salida del sol y la liberación de Thebas.
  5. La privación de sepultura era considerada en la antigüedad como el más horrendo castigo, dado el concepto que se tenía de la vida de ultratumba. A los que no habían recibido los honores fúnebres, los creían eternamente condenados á andar errantes por las márgenes de la Stygia. Con gran propiedad pone nuestro poeta en los lábios del patriota griego:

    .....¡Antes el cielo
    Mis yertos miembros insepultos cubra, etc.

  6. El coro de ancianos saluda al Sol (ojo del áureo día), cuyos rayos se reflejan en la Fuente dircea, que se hallaba al Oriente de Thebas.
  7. Este es en el fondo un pensamiento de Bias, uno de los Siete sabios: El mando pone á pruela á los hombres. Los principios ó máximas de Creonte en esta alocución ó programa de gobierno, fueron citados por Demóstenes en su famoso discurso Sobre las prevaricaciones de la Embajada.
  8. Una ley de Atenas declaraba sacrilego al que pasaba por delante de un cadáver abandonado y no le cubría de polvo, Horacio, 1, Oda 28 y v. 23.
  9. Es tal vez éste el testimonio más antiguo que encontramos de la funesta superstición por muchos siglos admitida en los pueblos del Norte: la prueba caldaria ó juicio de Dios. (Se la encuentra también en la Eneida, XI, 787.)
  10. Horacio, III, Oda 2.a Yetabo qui Cereris sacrum Yulgarit arcance, sub isdem Sit trabibus.
  11. Antígona invoca la Justicia de las deidades infernales ofendidas por el inhumano decreto del rey de Thebas:—llama á estas leyes divinas no escritas, expresión empleada por Sócrates en los Memorables de Xenofonte: 1Y, 4,19—21; y por Platón : Leyes , VIII, 795; Aristóteles: Política , III, 18; etc.
  12. Hemón pone Lábilmente en boca del pueblo lo que él no se atreve á decir directamente á su padre. Aristóteles cita este pasaje en su Bhetorica , III, c. 17, como ejemplo de artificio oratorio.
  13. Al que se condenaba á morir de hambre se le dejaba (para preservarse . de la expiación) con que alimentarse durante un día. Los romanos observaban las mismas precauciones para el suplicio de las Vestales.
  14. Niobe.
  15. Ovidio, Metamorph. YI, 310—2: Flettamen , et validi circumdata venti ,— In patriam rapta est, ubi fixa cacumine montis, — Liquitur, et lacrymas etiam nunc marmora manant. Pausanias nos explica (I,c. 21) el origen de esta tradición de Niobe del siguiente modo: «Yo mismo, dice, he visto con mis ojos á esta Niobe, subiendo el monte Sypilo: la próxima roca escarpada presenta la presencia de una mujer llorando.»
  16. Estos dioses tutelares que invoca Antígona eran Marte y Yenus, padre y madre, y Harmonía, esposa de Oadmo; y además Semelé, Zetlios y Amphión.
  17. Cantan la ley inexorable del Destino , según era concebida por el fatalismo antiguo.— Sobre los personajes mitológicos que se citan véase á Homero: Iliada , XIV, 180; Virgilio, Eneida : III, 14; Diodoro, IV, 4, 43-44.
  18. Himno á Baco libertador. Se recuerda á su madre Semelé, la hija de Cadmo; y todos los lugares donde se rendia culto á Baco, entre los cuales estaba su querida ciudad Thebas. Se le invoca para que venga á salvarla de las calamidades que la afligen.
  19. Propercio, II, 8 y 21. Quid? non Antigonce tmnulo Boeotius Hemon Corruit ipse suo saucius ense latus? Et sua cum misere commiscuit ossa puedes ' Qua sine ikebana noluit iré domum?
  20. Abiertas las puertas de palacio, se presentaba el cadáver de la reina, por medio de ekcycierna, máquina ó tramoya que empleaban en tales casos.