Anales del Tajo: Lisboa

CAROLINA CORONADO
 
 
ANALES DEL TAJO
 
LISBOA
 
 
 
1875
 
Lallemant Frères, Typ. Lisboa.
FORNECEDORES DA CASA DE BRAGANÇA
6. Rua do Thesauro Velbe, 6

ANALES DEL TAJO

LISBOA

¡Ay!... el Tajo! Tú has llegado hasta aquí, tú, que naciste tambien en mi desgraciada pátria y vienes á morir lejos de ella como el desesperado castellano que busca todavía en tus hondas el rayo postrero de un sol querido y el eco lejano de una moribunda nacionalidad. Tú, si, tú eres todavia la pátria, y en las arenas que arrastras, donde se balanceó su cuna, puede lograr el español tumba de familia ya que nunca el perdido hogar. ¿Que amigo mejor que tú ha de hallar en estas tierras y quien ha de entender sus desventuras como aquél que nació entre ellas y las lloró con los mismos ojos y las acompañó con los mismos gemidos? Tú eres el guia fiel del pueblo primitivo, y en tus plácidas riberas tubieron los mismos árboles para sus moradas y la misma corriente para sus rebaños los hijos peregrinos de la gloriosa Ibéria. Tú retratastes con tus espejos la magestad del Godo y viste venir á morir en estas comarcas al infeliz Rodrigo, dejándonos vencidos por los moros; pero tambien habias visto antes pasar por la cercana costa la nave del apostol Santiago, conduciendo la estrella que habia de dar el triunfo á la Cristiandad. Tú sufristes allí aquí la tirania del Cesar, corristes allí y aquí con la sangre de los mártyres, to coronastes alli y aquí con el laurel de nuestras victórias, y haces tuya y nuestra la ciudad que abrazas, como haces suya y nuestra el agua con que florece. Porque ella como la flor del agua tiene en tí su raiz, y la haces temblar cuando te revuelves y no hay mas pátria que el fondo de tus abismas, donde tantas veces la has sepultado para castigarla de su vanidad y de su soberbia. Tú, crónica latente de los siglos, archivo sin carcoma, que encierras todos los hechos que el escritor divide confusamente entre la fábula y la hisia, déjame leer en tus anales de agua viva io que mis ojos Do quieren mirar en las oscuras páginas de libros seculares.

¿Porqué habia yó de querer disputar á los sabios derecho de leer ellos solos lo que dicen los libros cuando te tengo á ti que me contastes la historia de la Infanta Galiana y las hazañas del Cid Campeador antes de saber leer ni pensar que jamas hubiese de escribir?

No, yo no soy tan desgraciada porque haya perdido las horas escavando los ar- chivos para desenterrar pergaminos y des- cifrar inscripcioncs, ni están mis ojos fatigados por la lectura de las páginas negras y rojas donde estúdían los doctos la magia de Moises. Yo no llevo este peso en mi frente por carga de electricidad que aglomeran en la cabeza del ser humano los rayos de la ciencia; yo tengo los ojos fatigados porque he llorado mucho, y es el rayo del dolor no el de la sabiduría el que reduce á pavesa mi cerebro. Yo he estudiado estudiado, si, pero ha sido en las hojas de los lirios que se abrían á tus orillas junto á la cueva de Hércules y al pié de los baños de la Cava y entre las ruinas de la mezquita de Toledo. Allí supe lo que tú has hecho y lo que has dejado hacer en tu corriente por las comarcas donde nacieron tantos Dioses y se enterraron tantos héroes, puerto de los fenicios, campos elíseos de los griegos, campo de batalla de los cartagineses, circo de los romanos, harén de los moros, mina de los francos, banca de los sajones, escuela de los portugueses y calvario de los españoles.

Yo fui recta y segura al manantial de la ciencia consultando los ecos de tus rocas y adivinando en tu linfa brillante el carácter de las escrituras de una tras otra antigua generacion. Porque no hay texto donde está tu texto, ni data donde está tu data, ni autoridad donde está tu autoridad.— ¿Quien sino tú sabe el dia y la hora en que estallando las montañas ta dieron paso á los mares rompiendo su eslabón con otras tierras que hoy son escollos del navegante ó islas que se refrescan, con las hondas, del fuego interior de sus volcanes? ¿Quien sino tú puede esplicar las causas estraordinarias de las tremendas convulsiones que lian sacudido tus orillas, cuando entre columnas de fuego brotaba una, isla para servir de pedestal á Santa Irene, y se »hundia una comarca para servir de azogue á tus cristales? En esos dias y esas noches de espantosos cataclismos, cuando bramaban las concavidades bajo las colinas, y tú te levantabas encima de ellas, y la infeliz Lisboa temblaba y caía envuelta entre fuego y ruinas, cuantos suspiros de almas infelices has recogido en tu seno! Tú, solo tú, sabes en qué profundidades se ocultan los ídolos y las urnas y las inscripciones que tantos pueblos del mundo fabricaron y escribieron para perpetuar el culto de sus Dioses y la gloria de sus Césares. Yo abro el libro de tus espejos, penetro con luz eléctrica por las sombras de lo pasado y veo alzarse la imagen de tu Lisboa, mudable aparición fotografiada con tan distintas fases en tan distantes siglos. Yo, sin temblar delante de los eruditos que detrás de oscuros anteojos me miran con ojos espantados, sabré lo que tú me digas en lengua lengua de tus murmullos, que será para mí tan clara como es para los eruditos la que ellos dicen que hablaba Stato quien citaba Strabon.

Tú sabes mas que los libros de esta ciudad maravillosa que viste nacer entre la tiniebla del mundo, y á cuyo vecino promontorio, que asomaba en el diluvio como una punta del arca de Noe, vinieron los de Oriente para ver si era aquella la morada del sol, el nido de la luna, y el prado de las estrellas.

Tú viste arrivar á aquellos que la fundaron, á aquellos que la destruyeron, á aquellos que la reedificaron, à aquellos que tornaron à conquistarla y á destruirla y á reedificarla, guerreros y mercaderes de todos los siglos y de todas las razas, bárbaros y filósofos, gentiles y cristianos, déspotas y libertadores.

Tú, solo tú, sabes cuantas grandezas, cuantos tesoros, qué crímenes, qué virtudes, qué hermosuras, qué horrores se han sepultado en este cementerio de siete colinas, en este abismo cubierto de flores, en este volcan coronado de palmas.

Allá en tu fondo sepultas la primera piedra que puso el griego para su templo, y entre las rocas que han formado las ostras con el trascurso de los siglos está incrustada, acaso, la cabeza de la Diosa á quien guardaron las Vestales. Abajo escondes las lápidas y los sarcófagos romanos que sirven de lecho de himenco á los monstruos marinos, y pasas con tus olas sobre los trozos informes de aquellos puentes por los cuales pasaron sobre ti triunfantes Trajano y Constantino. Ellos recogieron tus arenas de oro, y las hicieron fundir para acuñar sus monedas, y allí gravaron sus bustos y sus nombres para hacerlos inmortales. Inmortales el oro carcomido, rozado por el rodar de tus arenas, ha servido para sepultarlos mas en el fondo de los abismos, y hoy son cadáveres de oro. ¡Ah! pero aun viven; veinte siglos no han podido borrar los rasgos de Julio César y allí le veo. Su largo cuello está verde como el de un reptil, su cabeza cuya calva cubria el laurel está hendida en la diva frente, pero es todabia su calavera de oro, es su perfil enérgico, es su apostura heróica, y la leyenda CAESAR...

Tambien á su lado creo distinguir sobre un lecho de mariscos la cabeza aplastada. del bárbaro Diocleciano, y el busto perfidamente hermoso del malvado Neron. ¡El es! ¿quien lo imaginara?... La naturaleza no es á veces tan espantable por sus fealdades como por sus bellezas.

Y llevas entre tus arenas otros cuños sin nombres, por un lado cabezas, por otro caballos y toros, metralla que el império romano lanzó á la posteridad, que ruedan y rodarán todabia por sus pueblos conquistados y no redimidos del yugo de sus leyes y de la fiereza de sus costumbres.

Aquí gimieron las sacerdotisas griegas y las matronas romanas y las esclavas moras, y gimen y gemiran todavía las mugeres cristianas. ¡0 Tajo, padre anciano, maestro severo, amigo silencioso, pues fuiste tumba de infieles, auxilia al espíritu cristiano que vaga hoy sobre tus ondas como la sombra de una nube formada por la niebla del dolor, sostenida por el calor de la fé y presta á deshacerse en lágrimas!