Anaconda (cuento)/Capítulo III
Capítulo III
Cruzada halló a la Ñacaniná cuando ésta trepaba a un árbol.
—¡Eh, Ñacaniná! —llamó con un leve silbido.
La Ñacaniná oyó su nombre; pero se abstuvo prudentemente de contestar hasta nueva llamada.
—¡Ñacaniná! —repitió Cruzada, levantando medio tono su silbido.
—¿Quién me llama? —respondió la culebra.
—¡Soy yo, Cruzada!...
—¡Ah, la prima!.... ¿qué quieres, prima adorada?
—No se trata de bromas, Ñacaniná... ¿Sabes lo que pasa en la Casa?
—Sí, que ha llegado el Hombre... ¿qué más?
—Y, ¿sabes que estamos en Congreso?
—¡Ah, no; esto no lo sabía! —repuso la Ñacaniná deslizándose cabeza abajo contra el árbol, con tanta seguridad como si marchara sobre un plano horizontal—. Algo grave debe pasar para eso... ¿Qué ocurre?
—Por el momento, nada; pero nos hemos reunido en Congreso precisamente para evitar que nos ocurra algo. En dos palabras: se sabe que hay varios hombres en la Casa, y que se van a quedar definitivamente. Es la Muerte para nosotras.
—Yo creía que ustedes eran la Muerte por sí mismas... ¡No se cansan de repetirlo! —murmuró irónicamente la culebra.
—¡Dejemos esto! Necesitamos de tu ayuda, Ñacaniná.
—¿Para qué? ¡Yo no tengo nada que ver aquí!
—¿Quién sabe? Para desgracia tuya, te pareces bastante a nosotras; las Venenosas. Defendiendo nuestros intereses, defiendes los tuyos.
—¡Comprendo! —repuso la Ñacanina después de un momento en el que valoró la suma de contingencias desfavorables para ella por aquella semejanza.
—Bueno; ¿contamos contigo?
—¿Qué debo hacer?
—Muy poco. Ir en seguida a la Casa, y arreglarte allí de modo que veas y oigas lo que pasa.
—¡No es mucho, no! —repuso negligentemente Ñacaniná, restregando la cabeza contra el tronco—. Pero es el caso agregó que allá arriba tengo la cena segura... Una pava del monte a la que desde anteayer se le ha puesto en el copete anidar allí.
—Tal vez allá encuentres algo que comer —la consoló suavemente Cruzada.
Su prima la miró de reojo.
—Bueno en marcha —reanudó la yarará—. Pasemos primero por el Congreso.
—¡Ah, no! —protestó la Ñacaniná—. ¡Eso no! ¡Les hago a ustedes el favor, y en paz! Iré al Congreso cuando vuelva.... si vuelvo. Pero ver antes de tiempo la cáscara rugosa de Terrífica, los ojos de ratón de Lanceolada y la cara estúpida de Coralina. ¡Eso, no!
—No está Coralina.
—¡No importa! Con el resto tengo bastante.
—¡Bueno, bueno! —repuso Cruzada, que no quería hacer hincapié—. Pero si no disminuyes un poco la marcha, no te sigo.
En efecto, aun a todo correr, la yarará no podía acompañar el deslizar veloz de la Ñacaniná.
—Quédate, ya estás cerca de las otras —contestó la culebra. Y se lanzó a toda velocidad, dejando en un segundo atrás a su prima Venenosa.