Amor, pleito y desafíoAmor, pleito y desafíoFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Salen don ÁLVARO, anciano con un
báculo, y don Juan de PADILLA
PADILLA:
Advierta vusiñoría...
ÁLVARO:
Yo no tengo que advertir.
PADILLA:
Pues ¿por qué no me ha de oír,
por su honor y en cortesía?
ÁLVARO:
¿Sabéis que esta casa es mía?
PADILLA:
Sí, señor.
ÁLVARO:
¿Sabéis quién soy?
PADILLA:
Sé que tan lejos estoy
de hacerle agravio, que apelo
de vuestro engañado celo,
y justas quejas os doy.
ÁLVARO:
La que yo tengo de vos,
don Juan de Padilla, fuera
menos grave cuando hubiera
la misma edad en los dos.
PADILLA:
Mi inocencia sabe Dios.
ÁLVARO:
Si el báculo fuera espada,
ya estuviera castigada,
Padilla, vuestra malicia.
PADILLA:
A ser vara de justicia,
yo sé que oyera informada.
ÁLVARO:
Yo soy Rojas tan bueno
como cuantos Dios crió.
PADILLA:
Lo mismo defiendo yo.
ÁLVARO:
Por lo menos ya condeno,
siendo de mi casa ajeno,
el hallaros en mi casa.
PADILLA:
¿Qué ley el respeto pasa?
ÁLVARO:
La ley santa de tener
hija, que puedo temer
que por su gusto se casa.
PADILLA:
Si yo supe que tenía
unas reliquias, que son
para el mal de corazón,
y a pedírselas venía,
¿qué afrenta o descortesía
halláis en la buena fe
con que en vuestra casa entré?
ÁLVARO:
¿Reliquias para esos males
en casas tan principales?
PADILLA:
Pues, señor, ¿qué agravio fue?
ÁLVARO:
Allá por los monesterios
se buscan las cosas santas,
que en mi casa no habrá tantas
para tan altos misterios;
afrentas y vituperios
hácense en las casas viles.
PADILLA:
Que tú mismo la aniquiles
me ha causado admiración.
ÁLVARO:
¡Qué buen mal de corazón!
¡Qué disculpas tan sutiles!
Aquí no se ha de venir
por reliquias para él,
por corazón sí, que en él
puedo valor infundir;
aquí se pueden pedir
lanzas, paveses y espadas
de tantas guerras pasadas,
que aun las hay, gracias a Dios,
para mozos como vos,
a buena mano enseñadas.
PADILLA:
De suerte estáis enojado,
que pienso que mi razón
no os dará satisfacción.
ÁLVARO:
Pues ¿qué razón me habéis dado?
PADILLA:
Soy yo caballero honrado.
ÁLVARO:
Sois Padilla.
PADILLA:
Soy igual
a vuestra sangre.
ÁLVARO:
Sois tal
que podéis honrarme.
PADILLA:
Oíd
un gran remedio.
ÁLVARO:
Decid.
PADILLA:
Si habéis presumido mal...
ÁLVARO:
Ya os escucho.
PADILLA:
...dadme luego
por mujer a mi señora
doña Beatriz. Si ella agora
quiere admitir lo que os ruego,
quedará todo en sosiego,
y yo con ella casado.
ÁLVARO:
¡Buen remedio habéis hallado
para el mal de corazón,
si éstas las reliquias son
que en mi casa habéis buscado!
Siendo quien soy, ¿cómo puedo,
sin la licencia del rey,
pues el ser tan noble es ley
por quien obligado quedo?
Pedídsela, y yo concedo
en que Beatriz vuestra sea,
porque se temple o se crea
vuestro mal de corazón.
PADILLA:
Yo sé que en esta ocasión
el rey mi aumento desea,
que no ha tenido soldado
que le sirva como yo.
ÁLVARO:
Id a hablarle.
PADILLA:
El cielo dio
dulce fin a mi cuidado;
agora a esos pies echado...
ÁLVARO:
Teneos, don Juan, que no es justo
sin saber del rey el gusto.
PADILLA:
Dios os guarde hasta que os den
nietos mis nietos.
Vase
ÁLVARO:
¡Qué bien!
Quitado se me ha el disgusto.
Bien es verdad que el pedir
que hable al rey achaque ha sido,
que aunque es don Juan bien nacido,
y no se puede decir
que es mejor ningún fidalgo
y caballero en la corte,
voy por diferente norte
y de otra excusa me valgo.
Es pobre, y es el menor
de su casa, y en la mía
bajeza parecería,
y más sospechando amor. Sale doña BEATRIZ y LEONOR [hablando aparte]
BEATRIZ:
(Parece que es ido ya.)
LEONOR:
(Sí, señora, ya se fue.)
BEATRIZ:
(¿Cómo, Leonor, le hablaré,
si tan enojado está?)
LEONOR:
(Finge que lo estás con él.)
A su padre
BEATRIZ:
Quisiera en esta ocasión
relevar mi sujeción
de tu término crüel.
No sé si tu entendimiento
tiene el valor que solía,
pues ya tu honra y la mía
pone en tanto detrimento.
¿Era don Juan de Padilla
tan vil, ya que quiso entrar,
que aquí no pudo tomar
honestamente una silla?
¿Hasle visto alguna vez
ni pasear mi ventana?
Que de una cosa tan llana
yo quiero hacerte juez.
Pues si es ésta la primera,
¿cómo le has reñido ansí?
Que se ofendiera de ti,
si quien es don Juan no fuera;
¿es bien que hablen de los dos
en palacio de este modo?
ÁLVARO:
Yo tendré culpa de todo,
mírame tú; bien, por Dios.
BEATRIZ:
¿Era mucho que viniera
por unas cartas aquí,
que hoy a mi prima escribí,
y esta visita me hiciera?
ÁLVARO:
¿Por cartas vino?
BEATRIZ:
Leonor,
di tú en esto la verdad.
LEONOR:
Y con cuánta honestidad,
que yo se las di, señor.
ÁLVARO:
Santa serás a mi cuenta,
Beatriz, si esas cartas son
para el mal de corazón
de que don Juan se lamenta;
por reliquias me decía
que vino para este mal,
tú por cartas; ¡oh qué igual
disculpa, por vida mía!
Concertaos en disculparos,
aunque ya no habrá ocasión.
BEATRIZ:
Tan ciertas entrambas son,
que son los efectos claros.
Cuando las cartas le di,
unas reliquias me vio,
lo que eran me preguntó
y "reliquias" respondí.
Díjome que padecía
en el corazón dolor,
¿fue dárselas mucho error,
o fue justa cortesía?
ÁLVARO:
Dejará el mar de tener
agua, el campo hierba y flores,
primero que en sus errores
falte disculpa a mujer.
Ahora bien, él te pidió,
y yo al rey le remití,
estas reliquias le di,
que también las tengo yo.
Mas como en esta ocasión
sin esta licencia venga,
aunque más reliquias tenga,
tendrá mal de corazón. Vase
BEATRIZ:
Cogido nos ha en la liga.
LEONOR:
¿Para qué te disculpabas?
BEATRIZ:
Corrida estoy.
LEONOR:
Ya que dabas
disculpa, a que no te obliga,
pintárasle tu valor,
discreción y honestidad.
BEATRIZ:
No sabe tratar verdad,
cuando es verdadero, amor,
pero si de haber errado
nace casarnos los dos,
nunca, Leonor, me dé Dios
suceso más acertado.
LEONOR:
¿Podréte pedir aquí
que si te casas me des
a su escudero?
BEATRIZ:
Después
hablaré a don Juan en ti.
LEONOR:
También yo tengo por él
cierto mal de corazón.
BEATRIZ:
Reliquias del cielo son,
y amor veneno crüel.
No hay corazón descontento
que no salga consolado
en poniéndole en el lado
reliquias de casamiento.
Vanse.
Salen don Juan de PADILLA y MARTÍN, escudero suyo
PADILLA:
Yo tiemblo de hablar al rey
en materia de casar,
viniendo de pelear.
MARTÍN:
Pues ¿hay en el mundo ley
que te lo puede estorbar?
PADILLA:
Por la guerra quise honrarme,
de que Alfonso tantas tiene;
si la opinión me conviene
de ser soldado, el casarme
mal a propósito viene.
MARTÍN:
Antes muy bien.
PADILLA:
¿De qué modo?
MARTÍN:
Porque guerra y casamiento
es un propio pensamiento;
todo es guerra, y si lo es todo,
no sales del mismo intento.
Pero si por ser soldado
y gallardo capitán,
con la opinión que te dan
la batalla del Salado
y la toma de Almazán,
no quieres darle ocasión
a que entienda que la espada
cuelgas cuando va a Granada,
oye un consejo, en razón
de tu vergüenza engañada:
don Juan de Aragón, que priva
con el rey, se lo dirá,
licencia el rey te dará,
que no está agora tan viva
la guerra.
PADILLA:
Harto viva está,
pero yo le serviré
casado, si el rey quisiere,
donde la jornada hiciere.
MARTÍN:
Él viene.
PADILLA:
Yo le hablaré.
MARTÍN:
¿Dónde quieres que te espere?
PADILLA:
Aquí te puedes estar.
MARTÍN:
Tiene don Juan de Aragón
justa fama y opinión;
no puedes hombre buscar
de mayor satisfacción;
es gallardo caballero.
PADILLA:
Espero con su favor
gozar de Beatriz.
MARTÍN:
Leonor
me mata; a tu sombra quiero
casarme también, señor;
basta el tiempo que he traído
las armas, pues no me han dado
oficio que haya intentado.
PADILLA:
El haberle merecido,
Martín, te le habrá quitado.
Sale don JUAN de Aragón
JUAN:
Yo le hablaré después con mucho gusto.
PADILLA:
Por buen agüero tomo la respuesta
de lo que aun no sabéis, puesto que es justo.
JUAN:
Mi voluntad su afecto os manifiesta.
PADILLA:
Si no tenéis acaso por disgusto
hablar al rey, aunque es la causa honesta,
quiero decir que es fácil, hoy querría
le hablásedes por mí y en cosa mía.
JUAN:
Ya, don Juan de Padilla, estaréis cierto
del deseo que tengo de serviros.
PADILLA:
Siempre me hacéis merced, y así os advierto,
sin que de nuevo intente persuadiros,
que trato de casarme, y que el concierto,
después de muchas ansias y suspiros,
hoy hice con el padre de mi dama.
JUAN:
No hay otro mayor bien para quien ama.
PADILLA:
Sois tan galán que os hablo en mis congojas.
Finalmente licencia del rey falta;
ésta pide don Álvaro de Rojas;
mirad si es prenda generosa y alta.
Podréis decirme vos: ¿tú, que despojas
tanto moro andaluz, cuando se asalta
fuerte o ciudad, sin ánimo te hallas?
Ay, sí, que tiene amor flacas batallas.
No me atrevo del rey a la grandeza,
que le hablo pocas veces y muy poco,
y aunque me dio valor naturaleza,
sólo en cosas marciales me provoco.
Habladle vos, que a mí, que la belleza
de mi esposa Beatriz me vuelve loco,
no me ha dejado amor entendimiento,
y tal estoy que de sentir no siento.
JUAN:
Yo os he entendido ya, decidme luego
si queréis otra cosa.
PADILLA:
Sólo os pido
esta licencia.
JUAN:
Adiós.
PADILLA:
Al cielo ruego
os dé lo que tenéis tan merecido.
MARTÍN:
¿Tan presto negociaste?
PADILLA:
Estoy tan ciego
que no tengo discurso conocido.
MARTÍN:
Mira que en dulce fin de tus amores
me has de dar a Leonor.
PADILLA:
Y mil Leonores.
Vanse Juan de PADILLA y MARTÍN
JUAN:
¡Qué bien que deja puesta mi esperanza,
amando yo a Beatriz tan tiernamente!
¿Quién pide con tan necia confianza
que con el rey su casamiento intente?
¡Oh milagro de amor, que cuando alcanza
que de aquesta licencia se contente
don Álvaro, me avisa el que la adora,
para que para mí la pida agora?
No me obligué ni la palabra he dado;
sólo le respondí, "yo os he entendido".
Con que ni la quebré ni me ha obligado
a cumplir lo que a nadie he prometido.
Mía serás, ¡oh sol de mí adorado!;
amanece en la noche de tu olvido,
que no has de ser Padilla si yo puedo.
Viva Aragón, pues en amor le excedo;
Dos Juanes te pretenden, Beatriz bella:
el uno es Aragón, aunque en Castilla,
Padilla el otro, con mejor estrella;
merézcate Aragón, y no Padilla.
¡Ay Dios! si tiene la licencia della
navego en vano, moriré a la orilla,
pero si tengo la del rey, que espero,
cayó la suerte en Aragón primero.
Salen el REY DON ALFONSO, don ÁLVARO y ACOMPAÑAMIENTO
ALFONSO:
Bien podéis publicar que mi jornada
a Galicia ha de ser a coronarme,
que la corona y la dichosa espada
la imagen de su apóstol ha de darme;
suspéndase la guerra de Granada,
aunque salgan los moros a inquietarme,
que de sus lanzas quemaré la selva
cuando a Castilla de Galicia vuelva.
ÁLVARO:
Espero en Dios que las doradas cruces
pondrás en las alfombras y alcazabas
si las gentes a ejército reduces,
con que el verano a Córdoba pasabas;
no presuman los moros andaluces
que las empresas de tu gloria acabas
en tu mejor edad.
ALFONSO:
No harán si puedo,
aunque atrevidos bajan a Toledo.
Presto a Valladolid daré la vuelta,
si quiere Dios y el capitán divino,
que, con la capa militar revuelta
y levantado el temple diamantino,
esta canalla, en polvo y sangre envuelta,
por el tributo de nombrarle indigno,
desterró para siempre desta tierra
por quien le apellidamos en la guerra.
JUAN:
A solas quisiera hablarte
si ocupaciones te dejan.
ALFONSO:
Retiraos todos. Retíranse don ÁLVARO y ACOMPAÑAMIENTO
¿Qué quieres?
JUAN:
Respetando tu grandeza,
nunca te dije, señor
(desconfianza bien necia),
cierto pensamiento mío.
ALFONSO:
Tu culpa, don Juan, confiesas.
JUAN:
He tratado de casarme.
ALFONSO:
Es fuerza; ¡dichosa empresa!
JUAN:
¿Qué llamas fuerza?
ALFONSO:
De amor,
que las demás no son fuerzas.
JUAN:
Todo se junta a obligarme,
porque entran en competencia
amor y comodidad.
Tan justa igualdad profesan.
Tu licencia es lo primero,
y luego, señor, con ella
mandar que me dé su padre
(que está aquí) mi amada prenda.
ALFONSO:
De los que aquí están, don Juan,
no puede ser que otro sea
que don Álvaro de Rojas,
y si es él, en todo aciertas.
¿Callas? luego yo también
acierto en lo que deseas.
¡Hermosa dama es Beatriz! A don Álvaro
Don Álvaro.
ÁLVARO:
Señor.
ALFONSO:
Llega.
ÁLVARO:
¿Qué mandas?
ALFONSO:
Nunca los reyes
largos prólogos emplean
en lo que mandan y es justo.
ÁLVARO:
Ni pudiera en mi obediencia
haber resistencia alguna
a cosa que tú quisieras.
ALFONSO:
Dale a don Juan tu Beatriz.
ÁLVARO:
Su virtud y su nobleza
lo merecen; pero es pobre
y vuestra alteza pudiera
honrarle de algún oficio,
pues le ha servido en la guerra;
que no está, como tú sabes,
tan descansada mi hacienda
que pueda yo sustentar
a un yerno pobre con ella.
Es don Juan gran caballero;
en la venturosa empresa
del Salado te sirvió
con hazañas que hoy se cuentan;
hazle merced.
ALFONSO:
Di, don Juan,
¿tú eres pobre?
JUAN:
Bien lo fuera
para igualar a Beatriz
por hermosura y nobleza;
pero en lo demás yo tengo,
como su mano merezca,
con que vivamos los dos.
ALFONSO:
Pues ¿qué tienes por pobreza?
ÁLVARO:
Senor, pensé que mandabas
que mi hija Beatriz diera,
no a don Juan de Aragón,
que está agora en tu presencia,
sino a don Juan de Padilla,
cuya nobleza es tan cierta
como su necesidad,
ni ha sido mucho que tengan
la culpa los mismos nombres.
ALFONSO:
Yo me serviré que entiendas
que es a don Juan de Aragón,
y porque en provecho sea
el haberte equivocado,
al de Padilla, haga cuenta
que es memorial remitido
de mi Consejo de Guerra.
Dile, don Juan, a don Juan
me acompañe a Compostela,
que le quiero hacer merced. Vanse el REY, don ÁLVARO y ACOMPAÑAMIENTO
JUAN:
Está cierto que la emplea
justamente en su valor;
¡ay divina diligencia,
madre de la buena dicha!
Salen don Juan de PADILLA y MARTÍN
PADILLA:
Solo está.
MARTÍN:
Si lo está, llega.
PADILLA:
¿Hablaste a su alteza?
JUAN:
Hablé,
don Juan, agora a su alteza,
y dice que le acompañes
a Galicia, que a la vuelta
te dará, en Valladolid,
con mil mercedes, licencia;
que está muy agradecido
a tus servicios, y en prueba
de esta verdad, dio también
a don Álvaro en respuesta
que aceptaba el memorial.
PADILLA:
Deja, Aragón noble, deja
que ponga en tus pies la boca,
que desde aquí, yo y mi prenda
somos tus esclavos, somos
de tus estampas la tierra;
que, aunque es cielo para mí
mi Beatriz hermosa y bella,
por el amor que me tiene
querrá que ansí lo encarezca.
JUAN:
Ponte luego de camino,
Padilla, para que entienda
el rey mi señor el gusto
que de acompañarle llevas,
que allá le hablarás en todo.
PADILLA:
¿Vas tú allá para que pueda
tener entrada a su gracia?
JUAN:
Aquí me deja su alteza
a prevenir la jornada
que para Granada intenta,
porque pienso que ha de ser
luego que la primavera
temple la furia a los ríos,
seque la mojada tierra.
PADILLA:
Pésame de que no vayas.
JUAN:
No has menester encomienda
para la gracia del rey,
pues que ya quedas en ella. Vase
PADILLA:
¿Qué dices tú de mi dicha,
Martín?
MARTÍN:
Que tu dicha es cierta;
y que ha sido discreción
mezclarla con esta ausencia,
que los agrios que en palacio
a las cosas dulces echan
es para templar el gusto.
PADILLA:
De ningún mal se me acuerda
como tenga punto fijo
la esperanza que me queda.
MARTÍN:
Dicha has tenido.
PADILLA:
Notable.
Demos a Beatriz las nuevas
envueltas en la partida,
para que no se enloquezca;
pero entre aquestos cuidados,
Martín, déjame que sienta
el ver cuán mal puedo entrar
en obligación como ésta;
don Álvaro no ha de darme
dote, pues toda su hacienda
es de su hija.
MARTÍN:
Es ansí,
pero tendrás casa y mesa.
PADILLA:
No está la dificultad
en que casa y mesa tenga,
sino en la primera entrada,
las joyas y las libreas.
¡Ah, Dios, que un hombre tan noble
tal necesidad padezca
por ser tercero en su casa!
MARTÍN:
No hay cosa, señor, más necia
que la fortuna.
PADILLA:
Bien dices;
por eso la pintan ciega.
MARTÍN:
Señora parece en dar,
porque siempre se desvelan
en dar a quien los engañe
o a quien no se lo agradezca;
págase de la ignorancia,
no sabe estimar la ciencia,
de las lisonjas se agrada,
y las virtudes desprecia.
¿Serviste? no tienes premio,
pero en efeto le espera,
que el buen don Juan de Aragón
te ha puesto bien con su alteza.
Pintó un sabio a la fortuna
sola la mano derecha,
y todos los desdichados
puestos a la mano izquierda;
como era manca, a ninguno
levantaba de la tierra,
porque sólo a los dichosos
les alargaba la diestra;
y ésta la pintó tan larga
que alcanzaba en las escuelas
al estudiante en la paz,
y al vil soldado en la guerra.
El brazo de la fortuna
don Juan de Aragón te enseña,
ya te quiere levantar.
PADILLA:
Yo te juro que él lo emplea
en quien sabrá agradecerlo.
Mas ¿qué haremos, cuando vuelva,
de dinero para joyas,
mis galas y las libreas
de pajes y de lacayos?
MARTÍN:
Don Juan de Aragón comienza
a hacer por ti, ya tú eres
su hechura.
PADILLA:
Así lo confiesa,
Martín, mi agradecimiento.
MARTÍN:
Dile tu mucha pobreza,
que no hará mucho si agora
dos mil ducados te presta;
que es rico y te los dará
a buen pagar, de la renta
de don Álvaro, tu suegro.
PADILLA:
Bien me animas y aconsejas.
Vamos, pondréme galán,
y con mis botas y espuelas
iré a decir a Beatriz
su casamiento y mi ausencia.
MARTÍN:
Y yo ¿qué daré a Leonor
si esta boda se concierta?
PADILLA:
Vende mi caballo y compra
guarniciones a tu yegua.
Vanse.
Salen doña ANA y TELLO
TELLO:
Esto se dice, señora,
en toda Valladolid.
ANA:
¡Piadosos cielos! oíd
a quien sin remedio llora.
TELLO:
¿Por qué no le has de tener
con presunción de olvidar?
ANA:
Porque es [en] mi mano amar,
y en el tiempo aborrecer.
Pasión tan presto adquirida
como amor, despacio muere,
que en poco tiempo se quiere,
y en mucho tiempo se olvida.
Amé a mi primo don Juan,
pensando que me quería;
tal esperanza tenía,
tales engaños me dan;
nunca de Beatriz hermosa
tuve celos; necia he sido,
que no le hubiera querido
con tanto extremo celosa.
TELLO:
Nunca te quise decir,
por verte tan satisfecha,
que tuve alguna sospecha.
ANA:
Erraste en no me advertir,
que los que juegan no ven
en el ajedrez de amor.
TELLO:
Ello fue notable error.
ANA:
Y fue desdicha también;
pero aunque pierda la vida
y la honra, hoy he de hacer
que no sea su mujer.
TELLO:
¿Qué dices de honra perdida?
ANA:
Que me quiero levantar
un testimonio.
TELLO:
Es locura
de amor.
ANA:
Remedio procura,
o me tengo de matar.
TELLO:
¿Qué remedio?
ANA:
Tráeme luego
a don Álvaro.
TELLO:
No sé
qué intentas.
ANA:
Parte o haré
que te abrases en mi fuego.
TELLO:
Yo voy.
ANA:
No vengas sin él,
que me ha de matar mi amor.
TELLO:
Testimonios en tu honor
es pensamiento cruel.
Vase
ANA:
Dulce enemigo mío,
¿qué ingratitud es ésta,
que alma y vida me cuesta
con tanto desvarío?
Mas, pues está perdida,
vuélveme el alma y quítame la vida.
Aquí me tienes loca,
y en venturas ajenas
un Tántalo de penas,
las glorias a la boca,
que en infierno de celos
dulces engaños me prometen cielos;
Mas ¿para qué me engaño
con falsas esperanzas,
cuando de tus mudanzas
me llega el desengaño?
Que, con engaños tales,
los falsos bienes crecerán los males.
Salen TELLO y don ÁLVARO
ÁLVARO:
Tuve dicha, que pasaba
por vuestra puerta.
ANA:
¡Oh, señor
don Álvaro!
ÁLVARO:
Del amor
que me debéis me acordaba,
y en las rejas reparé.
ANA:
Olvidado estáis de mí.
ÁLVARO:
Tan vuestro soy como fui,
nunca de vos me olvidé.
ANA:
Tello, déjanos y cierra.
ÁLVARO:
¿Qué tenéis, que no solía
ser así vuestra alegría?
ANA:
La tierna edad siempre yerra;
mucho tengo que os decir.
ÁLVARO:
Ya me apercibo a escuchar.
ANA:
Puedo decir "confesar",
porque me quiero morir.
Don Álvaro, pintaros los errores
de la edad juvenil y sus desvelos
era querer contar al campo flores,
olas al mar y estrellas a los cielos;
todos los más se fundan en amores
y en desatinos a que obligan celos;
oíd, aunque de amor fábulas vanas
escuchan mal las venerables canas.
Cuando la primavera de mis años
de las primeras rosas guarnecía
el campo de mi edad y los engaños
de amor, ni amaba yo ni aborrecía,
un caballero ilustre, de mis daños
principio, como deudo entrar podía
a todas horas para hablarme y verme,
que la ocasión despierta honor que duerme.
No reparaba yo que me miraba,
o era muy tierna yo, o era inocente;
mas debo de mentir que reparaba,
pues muchas veces la vergüenza miente;
él mentía tan bien que me alababa
de lo que en mí faltaba claramente;
mas no sé qué de discreción y brío
debió de ser su amor y el daño mío.
ANA:
El alba, por el mes de los amantes,
poniendo estaba lirios y azucenas
una mañana, pocos tiempos antes
de la ocasión, principio de mis penas,
cuando me dan mis padres ignorantes
(también error) licencia a manos llenas
para que salga al campo, en que primero
tomé yerros amor que anduve a acero.
Fui al prado de la santa que, atrevida,
a quien le dio los pies tomó las manos,
y hallé a don Juan, que, con suave herida,
rindió de amor mis pensamientos vanos;
gallardo a la jineta y a la brida
domaba dos caballos castellanos,
que no siempre han de ser los andaluces
de airosas manos y fogosas luces;
vine a mi casa llena de deseos,
que la imaginación conmigo hacía
los mismos caracoles y escarceos
que en el campo don Juan formado había;
desde entonces juzgué que sus empleos
a conquistar mi gusto reducía,
miré si me miraba, hablé si hablaba,
que amor, rendida yo, cerró el aljaba.
ANA:
Concertamos los dos que en una huerta,
saltando las paredes de mi casa,
entrase cierta noche que, cubierta
de negras nubes, fue la luna escasa;
mas ¡qué locuras el amor concierta!
¡Qué de doncellas con mentiras casa!
¡Qué de tormentas son después espumas!
¡Qué de ansias, hielos, y palabras, plumas!
Turbámonos los dos, y parecía
que se burlaban de los dos las flores;
el agua murmuraba que corría,
y culpaba el silencio los amores,
juntó las manos el temor del día,
que amando son valientes los temores,
venciendo su cobarde atrevimiento
la poca resistencia de mi intento.
No sé qué fue de mí: o él es fingido,
o yo soy en extremo desdichada,
pues dicen que me tiene tal su olvido,
que se casa y me deja despreciada;
vuestra hija Beatriz la culpa ha sido,
o su hermosura justamente amada;
que se casa con ella me han contado,
de mis obligaciones olvidado.
Si aun hay lugar, don Álvaro, yo os ruego
que no pase adelante su locura,
pues no es razón que en nombre de amor ciego
me dé lugar a tanta desventura;
iréme al rey y, refiriendo luego
lo que advertido vuestro error procura,
quedaréis deshonrado y yo vengada,
que, a quien tiene razón sobra la espada.
ÁLVARO:
Doña Ana, mi intento ha sido
del vuestro tan diferente,
que respondo brevemente
que el rey la culpa ha tenido.
Mi hija me mandó dar
hoy a don Juan de Aragón,
ignorando la ocasión
que me acabáis de contar,
porque ni querrá su alteza
ni yo querré...
ANA:
No paséis
más adelante, que habéis
animado mi tristeza;
¿Qué? ¿No es don Juan de Padilla?
ÁLVARO:
No, que estos conciertos son
con don Juan de Aragón,
hombre tan rico en Castilla.
ANA:
Pues sabed que yo, engañada
de las nuevas y de amor,
hice este agravio a mi honor,
celosa y desesperada,
que ni él de noche me vio,
ni en tal huerta me ha burlado.
ÁLVARO:
A ser cortés obligado
del crédito, nací yo,
y de vuestra gran nobleza
os confieso que dudé
la historia, no dando fe
tal virtud a tal bajeza.
ANA:
En fin, ¿es el de Aragón?
ÁLVARO:
Como del rey es Castilla.
ANA:
Pues yo adoro al de Padilla.
ÁLVARO:
Adiós.
ANA:
Adiós.
ÁLVARO:
(¡Qué invención!) Vanse. Salen doña BEATRIZ y LEONOR
BEATRIZ:
¿Con qué te podré pagar
las nuevas?
LEONOR:
Con un vestido.
BEATRIZ:
En mi vida le he tenido
como te le pienso dar.
En fin, ¿dio licencia?
LEONOR:
Dio
el rey licencia a don Juan.
BEATRIZ:
Fin mis deseos tendrán.
LEONOR:
Esto Martín me contó.
BEATRIZ:
Poco a mi padre le vale
el achaque en la pobreza
de don Juan, mas ¿qué riqueza
puede tener que le iguale?
Aquel talle y aquel brío
no tienen comparación.
LEONOR:
Los dos sospecho que son.
Salen don Juan de PADILLA, de camino, y MARTÍN, con fieltro y botas
PADILLA:
Mi Beatriz.
BEATRIZ:
Esposo mío.
PADILLA:
¿Qué, llegó el día feliz
(alma, no te vuelvas loca)
que oiga don Juan de tu boca
tal nombre, hermosa Beatriz?
¿Es posible que en tu casa
entre con tal libertad?
BEATRIZ:
Eso tiene la verdad
de amor que dos almas casa.
Mi padre ¿hate visto?
PADILLA:
No,
aunque de lejos le vi
y no me habló, ya entendí
que de mi bien le pesó,
y la causa que le mueve.
BEATRIZ:
No sabe que tu valor
es la calidad mayor.
PADILLA:
Poco mi valor le debe.
BEATRIZ:
¿Botas y espuelas? ¡Ay Dios!
PADILLA:
Sí, mi bien, voy a Galicia
con el rey, que él me lo manda.
BEATRIZ:
Siempre está el bien de partida,
siempre el placer por la posta.
PADILLA:
Excusad, estrellas mías,
las perlas, que están abiertas
las rosas de las mejillas;
allá me ha de hacer merced,
y nuestra boda apadrina
volviendo a Valladolid.
MARTÍN:
¡Ay, ay, ay!
LEONOR:
¿De qué relinchas?
MARTÍN:
Todos se casan, y yo
no puedo alcanzar justicia.
LEONOR:
Maldito seas, amén.
Como se ven las mentiras
en el fieltro y las botazas,
tú me quieres, tú me olvidas.
MARTÍN:
Pues ¿puédome yo quedar?
LEONOR:
Fingieras, pues lo sabías,
una calentura o dos.
MARTÍN:
Aun no son buenas fingidas;
pues es verdad que quedara
en casa abundante y rica,
porque, partido mi amo,
no hay más del ama que guisa,
y de tal guisa la tal
guisa las ollas que aliña,
que pudieras sin espejo
afeitarte en la escudilla;
los garbanzos, por los viernes,
hacen con dulce armonía
bailes de a cuatro en el caldo.
LEONOR:
Eso es ser pobre y ser limpia.
MARTÍN:
¿Limpia? A un sábado te aguardo;
con su perejil las tripas,
las manos todas barbadas
y las panzas con su almíbar.
LEONOR:
A buena casa venís.
MARTÍN:
¡Buena! Que Dios la bendiga.
LEONOR:
Cuando sea tu mujer,
tú verás qué de cositas
con que te regalo yo.
MARTÍN:
Cosas, cosas, Leonor mía,
que salimos de la orden
más estrecha y más ceñida
que hay en la iglesia de Dios.
LEONOR:
Escucharte me lastima;
¿tan pobre vive don Juan?
MARTÍN:
Sustenta mucha familia
con pequeños alimentos.
LEONOR:
Sí, porque es gente lucida.
MARTÍN:
Todo lo que es por defuera
se porta con bizarría,
en casa Dios lo perdone.
LEONOR:
¿Cómo?
MARTÍN:
En la cama y comida.
LEONOR:
Pues ¿no tenéis buena cama?
MARTÍN:
La cama más exquisita
que se ha escrito en la pobreza
ni se ha visto en la avaricia;
ella es un colchón redondo
donde toda la familia
alrededor se acomoda,
de manera que confinan
todos los pies en el medio,
de la suerte que imaginas
los rayos de alguna rueda.
LEONOR:
Es invención nunca oída.
MARTÍN:
Allí se juntan los pies,
como en las carnicerías
se suelen vender las manos
que a los carneros se quitan;
son los vientos tan contrarios
que, a ser velas las camisas,
pajes se fueran a fondo.
LEONOR:
El cuento admite pastillas.
PADILLA:
Mi bien, yo me quiero ir;
sabe Dios si me lastima
tu ausencia el alma, no puedo
excusarla aunque querría;
volveré a Valladolid,
dentro de un mes, de Galicia,
que el rey se va a coronar,
cosa no vista en Castilla,
de las manos de la imagen
del gran apóstol, la insignia
real, la corona de oro,
quiere tomar.
BEATRIZ:
¡Qué desdicha!
Parte y presume que quedo
muriendo.
PADILLA:
¡Y yo cómo voy!
Que sólo en pensar que soy
tu marido, partir puedo,
porque si no, ni dar paso
pudiera con vida aquí.
BEATRIZ:
¿Acordaráste de mí?
PADILLA:
No respondo.
BEATRIZ:
(Extraño caso,
las lágrimas en los ojos
se parte.)
MARTÍN:
Martín se va,
Leonor.
LEONOR:
Y se lleva allá
el alma toda.
MARTÍN:
¡Qué enojos,
ay, ay, ay! Vanse Juan de PADILLA y MARTÍN
LEONOR:
¡Cuál quedo yo!
BEATRIZ:
¡Qué buen consuelo!
LEONOR:
¿Qué quieres?
¿Somos piedras las mujeres?
BEATRIZ:
Almas sí, que piedras no. Sale don ÁLVARO
ÁLVARO:
Darte el parabién es justo
de la ventura que tienes.
BEATRIZ:
Cuando tú con gusto vienes,
claro está que tendré gusto.
ÁLVARO:
Dio el rey licencia a don Juan.
BEATRIZ:
Y yo me rindo a tus pies.
ÁLVARO:
Por cierto, Beatriz, que él es
rico, discreto y galán.
BEATRIZ:
¿Qué riqueza puede haber
como el ingenio y valor?
[Sale SANCHO]
SANCHO:
Aquí ha llegado, señor,
don Juan.
ÁLVARO:
Él te quiere ver,
¿darás licencia?
BEATRIZ:
Pues ¿no?
ÁLVARO:
Di que entre. [Vase SANCHO]
BEATRIZ:
¡Qué gran ventura!
Quien ha amado sin locura
no puede decir que amó. Sale don JUAN de Aragón
JUAN:
Si ha dado disculpa amor
al mayor atrevimiento,
añadiéndose el casarse,
pienso que mayor la tengo;
y pues que del desposorio
solamente a vistas llego,
no reparéis, dulce esposa,
en que esté turbado y necio.
Al rey supliqué esta tarde
que me dejase, partiendo
a Galicia, por no daros
disgusto; pues ya soy vuestro,
aquí me quedo a serviros,
porque a nuestro casamiento
no se ponga dilación.
¿Qué tenéis?
BEATRIZ:
Señor, ¿qué es esto?
ÁLVARO:
Hija, que el rey me ha mandado
que os case, y yo le obedezco.
BEATRIZ:
¿Con quién?
ÁLVARO:
Con don Juan.
BEATRIZ:
Oíd.
¿No es el de Padilla?
ÁLVARO:
Bueno:
ése, aunque es noble, Beatriz,
es un pobre caballero;
el de Aragón es muy rico,
y está en su gracia.
BEATRIZ:
¡Qué presto
sigue al placer el pesar!
JUAN:
(¿Qué es lo que le está diciendo?
¿Si pensó que era Padilla?
¿Si halló lugar en su pecho?
Pero en tanta honestidad,
celos, mirad que sois necios;
pero podréis responder
que ¿cuándo fuistes discretos?
Yo me caso por industria;
que es imposible sospecho
que me deje de costar
pesar el atrevimiento.)
ÁLVARO:
Hija, si tenéis honor,
hija, si tenéis respeto
a la sangre que os he dado,
mirad que está de por medio
no menos que un rey.
BEATRIZ:
Señor...
ÁLVARO:
No respondáis, que no quiero
respuesta, sino obediencia;
mirad que el rey es tercero,
y yo he dado la palabra.
BEATRIZ:
Ponedme en un monesterio.
ÁLVARO:
No hay que poner dilaciones;
con el valor de este yerno
y la privanza de Alfonso,
toda mi casa ennoblezco;
dalde la mano, o ¡por Dios...!
BEATRIZ:
Ya, señor, que obedeceros
es fuerza, dadme dos días
para llorar a lo menos.
ÁLVARO:
¿Qué tenéis vos que llorar
si el cielo ha venido a veros
con tan gallardo marido?
BEATRIZ:
Dadme un hora.
ÁLVARO:
Ni un momento;
no me afrentéis, hija mía.
BEATRIZ:
Venga esta noche y hablemos.
ÁLVARO:
Si alzo la voz, ¡vive Dios...!
BEATRIZ:
Ya, señor, os obedezco.
JUAN:
Si está indispuesta mi esposa,
mañana, señor, podremos
tratar de esto; el cielo os guarde.
Vase
ÁLVARO:
¿Es bien hecho lo que has hecho?
BEATRIZ:
¿Él no se fue cuando yo
iba [a] hablarle? Pues ¿qué debo?