Amar, servir y esperar/Acto III

Amar, servir y esperar
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen DOROTEA , DON DIEGO ,
CELIA , FELICIANO ,
ANDRÉS y ESPERANZA .
CELIA:

  Hizo amor a honesto fin
este amoroso teatro.

ANDRÉS:

Aves parecéis los cuatro
deste esmaltado jardín,
  diciendo dulces amores
al agua y flores süaves.

DIEGO:

Mejor pudieran las aves
a los cristales y flores
  de Celia y de Dorotea.

DOROTEA:

No hay pena como fingir.

FELICIANO:

Ni gloria como servir
a donde tan bien se emplea.

ESPERANZA:

  Plega a Dios que llegue el día
en que os caséis dos a dos.

CELIA:

Quiera Dios.

FELICIANO:

No quiera Dios.

DOROTEA:

Sentémonos Celia mía.

ANDRÉS:

  Dicen que no hay un real,
y esta fuente se dilata
cantando en sonora plata
con pasajes de cristal,
  pululando mirabeles,
que liban el verde bulto.

FELICIANO:

¿Ya te deslizas en culto?

ANDRÉS:

Por hablar con cascabeles,
  que es linda cosa el ruido,
aunque no se diga nada,
esta lengua disparada,
que tan dilatada ha sido,
  tabaco de ingenios es,
que los hace estornudar,
toman humo para hablar
y es todo viento después.
  Esperanza de mis ojos,
mientras aquestos amantes
hablan en cosas tocantes
a sus cuidados y antojos,
  escucha también los míos.

ESPERANZA:

Aunque tan tiernos los ves,
tratan matrimonio, Andrés,
y tú dices desvaríos.

ANDRÉS:

  Haré con el mismo fin
mil sonetos a tu cara,
sacando por alquitara
la tinta de tu jazmín.

ESPERANZA:

  Como no juegues de manos,
escucharé tus razones.

DIEGO:

Deben de ser ilusiones
de mis pensamientos vanos.
  Pero no me ha parecido
que mira a Celia con gusto
Feliciano, y a ser justo
hubiera el alma temido
  cuidados de Dorotea.
Dura condición de amor,
gigantes forma al temor
cualquier átomo que vea.

DOROTEA:

  Don Juan está cuidadoso
Esperanza.

ESPERANZA:

Mi señora.

DOROTEA:

Pues hay quien te ayude agora
por lo cortesano airoso,
  baila un poco.

ANDRÉS:

Aquí estoy yo
si le soy de algún provecho.

DIEGO:

Todo se me abrasa el pecho.

ESPERANZA:

¿Tú me ayudarás?

ANDRÉS:

¿Pues no?
(Cantan y bailan esto.)
(Cantan.)
  Río de Sevilla
quién te pasase,
sin que la mi servilla
se me mojase.
Salí de Sevilla
a buscar mi dueño,
puse al pie pequeño
dorada servilla.
Como estoy a la orilla
mi amor mirando,
digo suspirando
quién te pasase,
sin que la mi servilla
se me mojase.

CELIA:

  Mi padre ha venido, a verle
con vuestra licencia voy.

DOROTEA:

Y yo que tan suya soy
como tú para quererle.

FELICIANO:

  Saldremos todos, señora,
a recebirle.

(Vanse.)


DIEGO:

Yo no,
que conmigo mismo yo
quiero entrar en cuenta agora.
De la parte que el sol dora,
después que en el mar se baña,
de las colunas de España
con atrevido furor
vine a intentar por amor
una temeraria hazaña.
  Imposible parecía,
pero tan bien la tracé,
que a la medida la hallé
de mi propia fantasía;
pero sin noche no hay día,
ni luz sin obscuridad.
Llegué a España y la beldad
mirando de Dorotea,
calificaron la idea
la imagen y la verdad.
  La diferencia que veo
de lo vivo a lo pintado,
dio al alma nuevo cuidado
y la presencia al deseo.
Previno amor el empleo
solicitando el favor,
al favor siguió el temor,
y por sendas tan estrechas,
que desataron sospechas
la venda a mi ciego amor.

DIEGO:

  Mientras vivió Dorotea
en Madrid, su gallardía
algún cuidado tendría,
no es su ofensa que lo crea,
ni que Feliciano sea,
si por su gusto la sigue;
mas que casada la obligue
a favor, toca al honor
que hasta casarse es amor
y deshonor si prosigue.
  Ah, como me ha castigado
el cielo, porque he venido
con nombre ajeno fingido
a engañar quien me ha engañado.
Tanto hablar, tanto cuidado
en mirar y en reparar
cuando yo vuelvo a mirar
algún secreto hay aquí,
pero ya, sino es de mí,
¿de quién me puedo quejar?
  Dilatar el casamiento
es fuerza y ver lo que pasa,
porque yerra quien se casa
mal seguro el pensamiento.
Son pasos que piden tiento,
que como a casarse van,
con mucho espacio se dan,
que enamorado un discreto
perdona cualquier defeto,
pero no tener galán.

(Entra ANDRÉS .)
ANDRÉS:

  Basta que Esperanza aprende
los desdenes de su ama,
lo que desama, desama,
lo que defiende, defiende.
  Aquí está don Juan.

DIEGO:

Andrés
¿dónde queda tu señor?

ANDRÉS:

Solicitando su amor
con el cuidado que ves.

DIEGO:

  ¿Cómo dilata el casarse?

ANDRÉS:

Como a su padre escribió.

DIEGO:

Fue muy justo.

ANDRÉS:

Pienso yo,
que no podrá dilatarse
  del ordinario que viene.

DIEGO:

Tengo a dicha emparentar
con él.

ANDRÉS:

Debeos obligar
el inmenso amor que os tiene.
  Mejor tenga la salud
que le quiere Feliciano.

(Vase DON DIEGO


y sale FELICIANO .)
FELICIANO:

Yo me voy cansando en vano
de mi esperanza en virtud.
  ¿Pero cuál hombre se precia
de que por ser porfiada,
pase el término de honrada
y llegue al de ser tan necia?
  Oh Andrés, hoy ha hecho fin,
iba a decir mi esperanza.

ANDRÉS:

¿Hay nueva desconfianza
desde el favor del jardín?
  ¿Qué tenemos?

FELICIANO:

Mayor mal,
don Sancho me ha dicho agora,
que esta ingrata, a quien adora
mi necio amor inmortal,
  esta noche se desposa.

ANDRÉS:

Huélgome.

FELICIANO:

Mal te haga Dios.

ANDRÉS:

Porque acabemos los dos
con necedad tan forzosa.
  Vámonos de aquí, señor,
no aguardemos que haya aurora
desta noche, esta señora
salga dueña y no de honor.
  ¿Quién ha de tener paciencia
amando tan locamente,
para verla diferente
del estado de inocencia?
  Tu mismo amor no permita
ver, que es vista rigurosa,
que anochezca fresca rosa
y que amanezca marchita.
  Que es condición al revés,
pues sale al alba más fresca,
mira que es tema Tudesca
morir sin mover los pies.

FELICIANO:

  No puedo volver atrás.

ANDRÉS:

Pues cómo, ¿esto quieres ver?,
¿esperanza puede haber
que obligue a que esperes más?
  Cual eras para judío,
si el Consejo se informara
de mí, la cruz te quitara
por el juramento mío.
  Esta noche esta mujer
se casa, ¿y esperas tú?
¡Jesús mil veces, Jesús!,
de piedra debes de ser.

FELICIANO:

  Desde la taza a los labios
¿no hay peligro?

ANDRÉS:

Así se dice.

FELICIANO:

Pues sino lo contradice
común opinión de sabios,
  con más razón me provoca
pues queda para esperar
a la noche más lugar
que de la taza a la boca.

ANDRÉS:

  A su señora un villano
se atrevió necio una siesta,
y ella a matarle dispuesta
tomó una daga en la mano.
  Creciendo más su porfía
el golpe no ejecutaba,
por ver en lo que paraba,
aunque la daga tenía.
  Tanto esperó, que el villano
salió con lo que intentó,
pero vio en lo que paró
siempre la daga en la mano.
  Señor, ¿adónde camina
tu loca imaginación?,
¿es tema o es afición
que el alma te desatina?
  No se cuenta de hombre humano
tanto amar, tanto esperar,
mira que te has de quedar
con la esperanza en la mano.

(Sale DOROTEA .)
DOROTEA:

  Con justa desconfianza
de que a mis méritos niegues,
Feliciano de Mendoza,
lo que a mis cuidados debes,
a pedirte vengo humilde
un favor que me concede
tu valor si le imagino,
mi celo si le agradeces.
Halle yo gracia en tus ojos,
que quien pide cuando muere,
bien sabes tú que ninguno
le niega lo que pretende.
Para esta ocasión guardé
cuanto has dicho y encareces
que harás por mí; ¿qué respondes?

FELICIANO:

Que tus méritos ofendes,
bellísima Dorotea,
y mi amor injustamente.
Dichoso yo que he llegado
(pues nunca en él pensé verme)
a tiempo que tú me pides,
tú que de mi alma tienes
la libertad que los cielos
nos dieron liberalmente.
Pésame que no podré
para servirte ofrecerte
los imperios de Alejandro,
los ejércitos de Jerjes,
riquezas de Creso y Midas,
con las pinturas de Ceusis.
Porque si fuera posible
agotara el mar de Oriente
para darte cuanto nácar
al alba lágrimas bebe.
Ya las estrellas del cielo
fueran humildes laureles,
en vez de lirios y rosas
que coronaran tu frente.
En los olores de Arabia
no estaba seguro el Fénix;
pero llegando a tus manos
fuera inmortal en su nieve.
No importaran a Medea
dragones, ni toros fuertes,
porque sus manzanas de oro
trujera en sus ramos verdes.
No tuviera el minotauro
en las escuras paredes
del laberinto defensa
pues que le escusan las muertes.
Pide, ¿qué dudas que aguardas?

DOROTEA:

Pues ya si tan fácilmente
te dispones a obligarme;
en lo que te pido advierte,
Don Sancho Tello mi tío
me ha dicho agora que quiere
que me despose esta noche
por muchos inconvenientes,
que con discreta prudencia
destas dilaciones teme,
Celia es mi prima, y a quien
mi amor y mi sangre deben
de su remedio deseos;
fuera desto para verte
ninguno más efectivo,
porque si somos parientes
casándote tú con ella
podré hablarte y verte siempre.
Que pues ha sido tu empresa
honestamente quererme,
¿qué puede querer tu amor
para serlo eternamente?
¿Qué estás pensando?

FELICIANO:

No sé
como pueda responderte,
que pide tanta crueldad
no, ingrata, palabras breves,
sino lágrimas del alma,
que tus impiedades siente.
Yo te he amado y te he servido,
no lo digo porque pienses,
que de cuatro pobres joyas
hago cargo a tus desdenes.
En todos los elementos
quiso amor que te sirviese,
en la tierra, cuando estabas
atada a un tronco silvestre
expuesta a seis salteadores,
donde tanto honor me debes.
En el agua, cuando el barco
si no llego diligente,
sepulta tus verdes años
en las orillas del Betis.
En el fuego, aquella noche,
que por descuido se emprende
en tu casa, habrá diez días,
de cuyas llamas ardientes
en estos bracos, en estos
siempre a servirte fieles
fuiste Penate de Troya,
que siempre mis penas eres.

FELICIANO:

Solo en el viento me falta,
y para que no me quede
sin que en él también te sirva,
quiere el amor que me dejes
en el aire, sin que tenga
donde la esperanza asiente
de mi pensamiento el vuelo,
como pájaro celeste.
¿Cuál mujer a un hombre ha dado
de dos maneras la muerte
a un mismo tiempo?, esta noche
dices que casarte quieres,
¿y que yo también me case?
Dorotea, tú que puedes
cásate, que aunque es crueldad,
consiste en ti solamente;
mas no me cases a mí,
que no es bien que me desprecies
tanto, que me des a otra;
porque cuando las mujeres
naturalmente celosas
dan a otras lo que quieren,
o es vestido que desechan,
o persona que aborrecen.
No pudiste imaginar
invención para ponerme
en mayor riesgo la vida,
que cuando casarte quieres,
darme a quien no ha de querer
vestido que tú deseches,
sobre si me tiene amor
con un fingido accidente;
pero porque ya cruel
el ánimo desfallece,
perdona, que en esta silla
descanse, en tanto que duerme
con este desmayo el alma.

(Siéntase y desmáyase.)


DOROTEA:

¡Ay triste!

ANDRÉS:

¿Qué has hecho?

DOROTEA:

En breve
Andrés trae agua.

ANDRÉS:

¿Qué has dicho?,
¿qué Feliciano se muere?

DOROTEA:

Ve presto.

ANDRÉS:

Será desmayo,
dale esas manos crueles.

(Vase y entra DON DIEGO .)
DIEGO:

¿Qué es esto que estoy mirando?,
pero bien será esconderme,
ya que mis celos me traen
donde averiguados queden.

(Escóndese.)


DOROTEA:

  Llegando a tal ocasión
mi desventura encubierta,
abra el silencio la puerta
al fuego del corazón.
Declárese mi pasión,
porque estando sin sentido
te diga que te he querido
tan desatinadamente,
que no está mi honor presente
cuando está tu amor dormido.
  Ay, Feliciano, yo soy
quien desde el primero día
que debo a tu cortesía
esto que viviendo estoy,
no una, mil almas doy
a los méritos que quiero,
del más noble caballero
y más digno deste pago,
que con la cruz de Santiago
honró la del blanco acero.
  Siempre, mi bien, te he querido
y te querré eternamente,
cuidado fue diligente
fingir en tu amor olvido,
danme un honrado marido
y debo corresponder
a ser tan noble mujer,
por esto callé, señor,
que yo perdiera mi honor,
el suyo no puede ser.

DOROTEA:

  Y porque más no he de hablarte,
y por ventura no verte,
casarme, será mi muerte,
con esto puedo obligarte.
La palabra quiero darte,
mi bien, mi gloria perdida,
de solo mi honor vencida
de guardarte eterna fe,
y de que jamás tendré
gusto, si tuviere vida.
  Pues no hay aquí quien me vea,
tomo tu mano en señal
de honesto amor natural,
porque con lágrimas sea.
Mi dura estrella me emplea
en don Juan, tú eres testigo
de que solo el cuerpo obligo,
que para tenerte amor,
sin ofensa de su honor,
el alma casó contigo.

(Vase.)


FELICIANO:

  ¡Señora, señora mía!

DIEGO:

Aquí no hay más que esperar.

(Vase y sale ANDRÉS .)
ANDRÉS:

¿Que aún agua no puedo hallar,
en esta casa vacía?

FELICIANO:

  Quedo, Andrés, que ya no importa.

ANDRÉS:

¿Resucitaste?

FELICIANO:

No sé.

ANDRÉS:

Mas yo siempre imaginé,
que hacías la gata morta.

FELICIANO:

  Toda mi pena remedia
este bien trazado ensayo.

ANDRÉS:

Imitación fue el desmayo
de pasito de comedia.

FELICIANO:

  Lindo suceso.

ANDRÉS:

¿En qué modo?

FELICIANO:

En siguiendo a Dorotea,
que me adora y me desea,
pienso decírtelo todo.

(Vase.)


(Entra ESPERANZA con un búcaro
en una salvilla y toalla.)
ESPERANZA:

  Aquí está el agua.

ANDRÉS:

Por Dios
que vienes a lindo tiempo,
¿agua falta en esta casa?,
¿o es porque no la bebemos?

ESPERANZA:

El almacigar los barros,
o tazas al uso nuestro,
fue causa de no tener
la llave donde están puestos.

ANDRÉS:

La limpieza de Sevilla
miro morena en tu cuello,
que le tienen otras muchas
como corteza de queso.
A ver.

ESPERANZA:

Echarete el agua.

(Échasela o quiere.)
ANDRÉS:

Jesús, desmáyome, muero,
una silla, tú serás
(Siéntase.)
causa de mi muerte presto.
Ay ingrata, que no miras,
que de los cuatro elementos
no te saqué de ninguno:
del agua, yo no la bebo,
de la tierra no sé nada,
porque no he sido conejo;
del aire, no soy poeta,
del fuego, no soy herrero.

ESPERANZA:

Si te has desmayado, bebe.

ANDRÉS:

Agua no, que es mal momento,
vino vino.

ESPERANZA:

Cómo vino,
si es desmayo.

ANDRÉS:

Porque entiendo
que procede de frialdad.

ESPERANZA:

¿Cómo si el amor es fuego?

ANDRÉS:

Porque las morenas son
frescas y hacen el efeto
del color en el amor,
que el blanco es caliente y seco.

(DON DIEGO y FABIO .)
DIEGO:

Con la desdicha en que estoy,
todo es sombras cuanto veo.
¿Qué es esto?

ESPERANZA:

Hase desmayado
Andrés, vile haciendo gestos,
y trújele un barro de agua,
que soy piadosa en estremo
de ver hombres desmayados.

DIEGO:

¿También Andrés?, bueno es esto.

ESPERANZA:

En viendo un diciplinante,
particularmente en viendo
estos de plegada alcorza,
que van con el contoneo
haciendo la zarabanda,
por darles agua me muero
y alguna calabazada.

FABIO:

Hola, Andrés.

ANDRÉS:

Jesús, ¿qué tengo?,
venga el padre del alma
y deme un remedio.

ESPERANZA:

Mira que está aquí don Juan.

ANDRÉS:

Señor, perdonad os ruego,
que me dan estos desmayos
en faltándome dinero.
Jesús, ¿qué tengo?
venga el padre del alma
y deme un remedio.

(Vase.)
FABIO:

Como están de desposorio,
están alegres.

ESPERANZA:

¿Yo llevo
este barro y esta salva
con vuestra licencia adentro?

FABIO:

Id con Dios.

ESPERANZA:

Jesús, ¿qué tengo?
venga el padre del alma
y deme un remedio.

(Vase.)
FABIO:

De lo que me has referido,
ya, señor, que estos se fueron,
estoy sin seso.

DIEGO:

Y yo, Fabio,
¿cómo estaré cuando quedo
puesto en tanta confusión?

FABIO:

¿Qué piensas hacer?

DIEGO:

Si llego
a decir esto a don Sancho,
todo lo que sabes pierdo,
si me desposo esta noche
a fuerza de mi deseo,
será de mi honor infamia,
aunque estoy bien satisfecho
del respeto que ha tenido
Dorotea al honor nuestro.
¿Pero quién ha de fiarle
poco menos que del viento,
pues hubo sabio que dijo,
que eran las mujeres menos?

FABIO:

Celia viene, no prosigas.

(Sale CELIA .)
CELIA:

A buscar mi prima vengo,
pensé que estaba con vos.

DIEGO:

Decís muy bien, en mi pecho,
porque como es imposible
vivir separado el cuerpo
de aquella divina lumbre
de sus tres potencias dueño,
así yo sin que me anime.

CELIA:

No dice el entendimiento
que os desposáis esta noche.

DIEGO:

Entonces podré ser necio.

(Vanse los dos.)
CELIA:

  Si Feliciano por amor suspira
y es alma de su pecho Dorotea,
¿qué intenta mi esperanza?, ¿qué desea?,
¿que al alba nace y a la noche espira?
En vano creo que mis ojos mira,
si el pensamiento en otra parte emplea,
pues no es razón que los engaños crea,
de donde el conocerlos me retira.
Como el que se ha mirado en un espejo,
no deja de su rostro más despojos,
ni queda en el cristal la imagen dellos;
así no quedo en él, si dél me alejo,
pues luego que me aparto de sus ojos,
huye la imagen que miraba en ellos.

(Salen el CAPITÁN BERNARDO y DON SANCHO .)
SANCHO:

  Ha sido felicísima jornada,
y esperada de España sumamente.

CAPITÁN:

¿Cuándo no fue la plata deseada?,
¿y más don Sancho en la ocasión presente?

SANCHO:

Aquí está Celia.

CAPITÁN:

El cielo, mi señora,
os haga tan dichosa como puede.

SANCHO:

El señor capitán Bernardo.

CELIA:

Agora
con vos honrada nuestra casa quede
en tan alegre día,
que solo este favor faltar podía.

CAPITÁN:

Luego que de la mar la planta puse
en tierra, me dispuse
a venir a Sevilla solo a daros
el pésame y en parte consolaros
de la desgracia de don Juan.

SANCHO:

No entiendo,
señor Bernardo, lo que vais diciendo.
Mas ya sabréis la muerte de mi hermano,
y cómo está en mi casa Dorotea.

CAPITÁN:

Eso ignoraba, al fin el fin humano,
que fue con tanta edad, consuelo sea,
pero la de don Juan, que fue tan poca
con más razón a lástima provoca.

SANCHO:

¿Qué muerte de don Juan?

CAPITÁN:

El caballero,
que concertado de casar estaba
con Dorotea, a quien sepulcro fiero
dio el mar, cuando pasaba
la canal de Bahama nuestra flota,
así cometa por los aires rota
la luz desaparece,
y se cierra la flor cuando anochece.

SANCHO:

Don Juan, señor Bernardo, está en mi casa,
y mañana se casa,
no sé de quién decís.

CAPITÁN:

De quien os digo
le vi espirar en brazos de un amigo
y arrojar a la mar, donde quedaron
sus esperanzas y él, cuando cerraron
círculos breves las heridas ondas
del cuerpo que dio en ellas.

SANCHO:

Pues señor capitán.

CELIA:

No le respondas.

SANCHO:

Si os digo, que don Juan está en mi casa,
que el cielo, el viento, el mar y las estrellas
le trujeron a ser de Dorotea,
¿cómo queréis que crea
que es muerto, que le vistes arrojado
al mar y entre sus ondas sepultado?

CAPITÁN:

¿Aquí don Juan?

SANCHO:

Aquí, ¿de qué os admira?,
alguno os ha contado esa mentira.

CAPITÁN:

Mas alguno os engaña
por la distancia desde Lima a España,
y yo palabra os doy de hacerlo cierto,
con que me voy para traer testigos.

(Vase.)
SANCHO:

¿Don Juan vivo en mi casa y don Juan muerto?

CELIA:

Son fábulas que siembran enemigos,
mal conoces a algunos,
que afirman importunos
las cosas que no vieron,
porque a otros mentirosos las oyeron.
Hay hombres que con lenguas de demonios
viven de testimonios
sembrando en la ciudad lo que desean,
porque sea verdad mientras lo crean.

SANCHO:

Confuso estoy, que el capitán no es hombre
que esto afirmara, o le ha engañado el nombre.

(Sale DON DIEGO .)
DIEGO:

  Con los ojos en mi engaño
apenas quejarme puedo,
tanta es la fuerza del miedo
y el rigor del desengaño.
  ¿Qué quieres amor cruel?,
¿puedo negar lo que vi?

CELIA:

Señor, don Juan está aquí.

(Vase.)
SANCHO:

Vete y déjame con él.
  Señor don Juan, no ha un instante,
que un capitán hombre honrado,
y amigo mío me ha dado
una nueva, que es bastante
  a poner en confusión
mi casa y mi honor, de forma,
que si a la verdad conforma
la trágica relación,
  no sé qué ha de ser de mí.

DIEGO:

¿Pues qué os ha dicho?

SANCHO:

Que vio
muerto a don Juan.

DIEGO:

Si soy yo,
y vivo me veis aquí,
  ¿qué puede causaros pena?

SANCHO:

El no saber si sois vos.

DIEGO:

¿Eso decís?

SANCHO:

Sí por Dios,
que es honra y no es honra ajena.

DIEGO:

  Buena ha sido la invención
de Feliciano, mas ya
que en tanto peligro está
mi honor y reputación,
  sabed, que con pensamiento
de engañar a Dorotea
vino de Madrid, desea
dilatar mi casamiento,
  y con ese capitán,
los dos han hecho concierto,
pues fingiendo que soy muerto,
mientras que vienen y van
  a Lima para saber
la verdad, podrán seguros
gozar contra mí perjuros
lo que yo vengo a perder.
  Mas yo le pondré en la boca
freno tan presto.

SANCHO:

Teneos,
que de sus locos deseos
satisfaceros me toca
  por camino más discreto.
Él viene, dejadme aquí.

DIEGO:

Discretamente salí
deste peligroso aprieto,
  pero no podrá durar
mi engaño. Confuso estoy.

(Vase y sale por otra parte FELICIANO y ANDRÉS .)
FELICIANO:

Buscando esperanzas voy,
sin cansarme de esperar.

ANDRÉS:

  Ejemplos me faltan ya
para templar tu locura.

FELICIANO:

Todo es vida mientras dura.

ANDRÉS:

Aquí nuestro suegro está.

SANCHO:

  Señor Feliciano, el cielo
tan dichoso en todo os haga,
que deis envidia a la dicha
y dicha a quien tanto os ama.
Yo tengo que hablaros.

FELICIANO:

Creo
que es de mi amor justa paga
ese favor.

SANCHO:

Oíd.

FELICIANO:

Decid.

SANCHO:

Direlo en breves palabras,
aunque pudiera con muchas.
Bañando su hermosa cara
con lágrimas Dorotea,
vivos afectos del alma,
me ha dicho aquí, que os adora
y que por fuerza se casa
con este indiano don Juan.
Si esto es así, mucho errara
en daros a Celia yo,
pues estaban encontradas
aquí las dos voluntades
y no era justo casarla
con quien quiere a Dorotea,
fuera de casar forzada
con don Juan, a mi sobrina.
¿Qué hay en esto?, porque haga
lo que debo a quien yo soy.

FELICIANO:

Señor, las cosas llegadas
a tan estrecho rigor,
será forzoso que salga
en público la verdad,
que tuvo el secreto en guarda
por vos y por Dorotea,
mas pues ella se declara,
¿cómo puedo yo encubrir
lo que ha de dar esperanza
al remedio de los dos?
El camino de la plata
tomé viniendo a Sevilla
siendo un amigo la causa,
que pensaba hallar en él,
y pasando una mañana
la procesión de los montes,
que Sierra Morena llaman,
salió rebozado el sol
y de su dorada cara
paró el ceño, en que a la tarde
anegó la tierra en agua,
retirado a unas encinas,
que me sirvieron de capa,
haciendo fieltro a mis hombros
la defensa de las ramas,
hallé a Dorotea en una
las tiernas manos atadas.
No hay para qué referiros
lo que sabéis, esta causa
fue principio al grande amor,
que justamente me paga.

FELICIANO:

Bien que de volverla a ver,
quedé con desconfianza,
que el darme el hábito vos
me trujo a saber su casa.
Saquela de otro peligro,
que como el cielo la guarda
para mí, la guardó a ella
en tan justa confianza.
En mis brazos la saqué
entre la tierra y el agua
del Betis, en cuya orilla
me buscaba su desgracia.
Apenas a la ciudad
nos trujo una misma barca,
cuando el indiano de Lima
en vuestra puerta la aguarda.
Él la recibe, yo muero,
él la abraza, ella le engaña,
él la gana, ella me pierde,
él amoroso, ella ingrata,
él adora, ella aborrece,
él con gusto, ella forzada,
él dichoso, los dos tristes,
él con vida y yo sin alma,
de cuyos brazos, si agora
mis esperanzas la sacan,
será más que con los míos
del fuego de vuestra casa.
Mucho os pudiera decir,
mas donde las almas hablan
y escuchan hombres discretos
lo que ellos presumen basta.

SANCHO:

Todo lo que aquí os he dicho
ha sido invención trazada
para saber vuestro pecho,
que de cuanto aquí se trata
está Dorotea inocente,
y porque a mí no me espantan
efetos de amor, no digo
más de que solo me agravia,
que para que no se case
hagáis que venga a mi casa
a darme tan malas nuevas
un capitán de la armada,
como decir, que don Juan
es muerto y que a mí me engaña
don Juan con nombre fingido.

FELICIANO:

Por aquesta señal santa
que si lo ha dicho ha mentido
y yo le haré con la espada.

SANCHO:

No haréis tal, porque no es él,
y pues por fuerza se casa
Dorotea, ella será,
que cuando de veras aman
las mujeres con ingenio
sutil, buscan tales trazas,
que consiguen imposibles.
Dadme aquí vuestra palabra
de no decir a don Juan
ninguna de lo que pasa,
que con una diligencia,
que solamente me falta
os la doy que será vuestra,
porque temo que me engañan.

(Vase DON SANCHO .)


ANDRÉS:

¿Qué es esto en que andas señor?

FELICIANO:

¿Ves como ya por el alba
se va descubriendo el sol?

ANDRÉS:

¡Oh qué engañosa esperanza!

FELICIANO:

Nunca venado mató
el montero que se cansa.
¿Qué no alcanza la porfía?,
servir y amar, ¿qué no alcanza?

ANDRÉS:

A muchos ha vuelto locos
la porfía.

FELICIANO:

¿Quién pensara
tanto amor en Dorotea?

ANDRÉS:

Cuando las discretas callan,
más negocian de secreto
que cuando las necias hablan.
¡Oh cuáles son las mujeres!

FELICIANO:

Ángeles, Andrés, las llaman,
porque parecen, sin serlo,
intelectivas sustancias.

ANDRÉS:

Yo no entiendo esas razones,
mas lo que una vez agarran
difícilmente lo dejan
y fácil cuando se cansan.
Aquí vienen las dos primas
y mi morena Esperanza,
salve Esperanza de Andrés,
sálvete pulga del alma,
confite vivo, sálvete.

(Entran DOROTEA , CELIA y ESPERANZA .)
ESPERANZA:

¿Vienes ya diciendo gracias?

FELICIANO:

Déjame hablar majadero.

ANDRÉS:

Señor, todo amante maja
con favor en perejil
y con celos en mostaza.

FELICIANO:

  Ya, gallarda Dorotea,
va descubriendo el deseo
por los celajes que veo,
el fin que el alma desea.
Y no es mucho que le vea,
pues tú por el mar de amar
al puerto quieres llevar
la nave de mi esperanza,
que tan justo premio alcanza
amar, servir y esperar.
  Amé, serví y esperé,
amó, recibió y pagó
quien vio, quien sintió, quien dio
tanto premio a tanta fe;
partí, llegué, descansé,
dando a un justo porfiar
tiempo, ocasión y lugar,
que al fin vienen a tener
premio, descanso y placer,
amar, servir y esperar.
  Gané tu favor amando
y tu voluntad sirviendo,
porque sirviendo y sufriendo
viví amando y esperando;
hallé esperando y amando
el término de obligar,
a quien me pudo pagar,
porque no fuera razón
quedarse sin galardón
amar, servir y esperar.

DOROTEA:

  ¿Cómo o cuándo o quién ha sido,
Feliciano, el que ha pagado
lo que has servido y amado
con lo que me has referido?
  Hoy he de ser de don Juan.

FELICIANO:

No encubras por Celia aquí
lo que hoy has hecho por mí
hablando a aquel capitán.

DOROTEA:

  ¿Qué capitán?

FELICIANO:

Oye aparte.

(Salen DON SANCHO y el CAPITÁN .)
SANCHO:

Era forzoso traeros
a averiguar la verdad.

CAPITÁN:

¿Es este aquel caballero
que con nombre de don Juan
viene a hacer el casamiento?

SANCHO:

Feliciano de Mendoza
es el que pensaba y pienso
dar a Celia, retiraos,
que don Juan llegará presto,
que ya fueron a llamarle.

CAPITÁN:

Aquí retirarme quiero
para ver cómo se juntan,
don Juan vivo y don Juan muerto.

(Salen DON DIEGO y FABIO .)
DIEGO:

¿Qué es señor lo que me mandas?

SANCHO:

Dilatar los casamientos
siempre causa novedades,
siempre envidias, siempre celos.
Feliciano está presente,
que desengañar deseo
de pretensiones injustas.

DIEGO:

De Feliciano sospecho
que me pagará el amor,
que justamente le tengo.

FELICIANO:

¡Ay triste esperanza mía!
Andrés.

ANDRÉS:

Señor.

FELICIANO:

Esto es hecho.

ANDRÉS:

Ya por la escalera subes.

FELICIANO:

Ya doy los pasos postreros.

SANCHO:

Dad la mano a Dorotea
don Juan.

ANDRÉS:

Ya dices el Credo.

SANCHO:

Dásela tú.

ANDRÉS:

Ya el verdugo
dio tamborilada al pueblo.

(El CAPITÁN sale.)
CAPITÁN:

Tened, señores, las manos.
¿Qué es esto, señor don Diego?,
¿pues vos os fingís don Juan
y sabiendo vos que es muerto
no menos que en vuestros brazos?

DIEGO:

Mi error por amor confieso.

ANDRÉS:

Albricias, perdonó el rey,
por muchos años y buenos
a vuesa merced le quiten
el nudo ciego del cuello.

SANCHO:

¿Pues cómo, no sois don Juan,
y con tanto atrevimiento
habéis entrado en mi casa?

DIEGO:

Dejome, don Juan, muriendo
el alma, con que he venido,
siendo de mi amor tercero,
un retrato desta dama.
Pero pues que soy tan bueno,
si no mejor que don Juan,
más rico y más caballero,
como el capitán lo sabe,
pues sabéis que la merezco
por desatinado amor
que dora mayores yerros,
os ruego que me la deis.

FELICIANO:

Eso no, porque la tengo
ganada por más servicios
y por más justos deseos.
Fuera de estar la palabra
de don Sancho de por medio,
si no fuésedes don Juan,
pues no siendo el verdadero,
¿por qué ha de ser vuestra acción
más justa contra derecho?,
pues aun después de casados,
siendo engañoso el concierto,
se pudieran descasar.

SANCHO:

En tan confusos estremos
yo lo dejo a su elección.

DOROTEA:

Pues a Feliciano quiero.

ANDRÉS:

Cerró la plana.

DIEGO:

Señora
lo que era justo habéis hecho.
Y yo, pues el capitán
sabe quién soy, si merezco
a Celia, sus manos pido.

ANDRÉS:

Yo a Esperanza solo un dedo.

CELIA:

Yo soy dichosa en ser vuestra.

ANDRÉS:

Y tú Cupido moreno,
¿qué dices?

ESPERANZA:

Que soy retuya.

FELICIANO:

Aquí senado discreto,
amar, servir y esperar
tuvieron tan justo premio,
Roque os ama, Lope os sirve,
y yo vuestro aplauso espero.