Alocución a la Poesía
Fragmentos de un poema titulado «América»
I
Divina Poesía,
tú de la soledad habitadora,
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría,
tú a quien la verde gruta fue morada,
y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo adonde te abre
el mundo de Colón su grande escena.
También propicio allí respeta el cielo
la siempre verde rama
con que al valor coronas;
también allí la florecida vega,
el bosque enmarañado, el sesgo río,
colores mil a tus pinceles brindan;
y Céfiro revuela entre las rosas;
y fúlgidas estrellas
tachonan la carroza de la noche;
y el rey del cielo entre cortinas bellas
de nacaradas nubes se levanta;
y la avecilla en no aprendidos tonos
con dulce pico endechas de amor canta.
¿Qué a ti, silvestre ninfa, con las pompas
de dorados alcázares reales?
¿A tributar también irás en ellos,
en medio de la turba cortesana,
el torpe incienso de servil lisonja?
No tal te vieron tus más bellos días,
cuando en la infancia de la gente humana,
maestra de los pueblos y los reyes,
cantaste al mundo las primeras leyes.
No te detenga, oh diosa,
esta región de luz y de miseria,
en donde tu ambiciosa
rival Filosofía,
que la virtud a cálculo somete,
de los mortales te ha usurpado el culto;
donde la coronada hidra amenaza
traer de nuevo al pensamiento esclavo
la antigua noche de barbarie y crimen;
donde la libertad vano delirio,
fe la servilidad, grandeza el fasto,
la corrupción cultura se apellida.
Descuelga de la encina carcomida
tu dulce lira de oro, con que un tiempo
los prados y las flores, el susurro
de la floresta opaca, el apacible
murmurar del arroyo trasparente,
las gracias atractivas
de Natura inocente,
a los hombres cantaste embelesados;
y sobre el vasto Atlántico tendiendo
las vagorosas alas, a otro cielo,
a otro mundo, a otras gentes te encamina,
do viste aún su primitivo traje
la tierra, al hombre sometida apenas;
y las riquezas de los climas todos
América, del Sol joven esposa,
del antiguo Oceano hija postrera,
en su seno feraz cría y esmera.
¿Qué morada te aguarda? ¿qué alta cumbre,
qué prado ameno, qué repuesto bosque
harás tu domicilio? ¿en qué felice
playa estampada tu sandalia de oro
será primero? ¿dónde el claro río
que de Albión los héroes vio humillados,
los azules pendones reverbera
de Buenos Aires, y orgulloso arrastra
de cien potentes aguas los tributos
al atónito mar? ¿o dónde emboza
su doble cima el Avila entre nubes,
y la ciudad renace de Losada?
¿O más te sonreirán, Musa, los valles
de Chile afortunado, que enriquecen
rubias cosechas, y süaves frutos;
do la inocencia y el candor ingenuo
y la hospitalidad del mundo antiguo
con el valor y el patriotismo habitan?
¿O la ciudad que el águila posada
sobre el nopal mostró al azteca errante,
y el suelo de inexhaustas venas rico,
que casi hartaron la avarienta Europa?
Ya de la mar del Sur la bella reina,
a cuyas hijas dio la gracia en dote
Naturaleza, habitación te brinda
bajo su blando cielo, que no turban
lluvias jamás, ni embravecidos vientos.
¿O la elevada Quito
harás tu albergue, que entre canas cumbres
sentada, oye bramar las tempestades
bajo sus pies, y etéreas auras bebe
a tu celeste inspiración propicias?
Mas oye do tronando se abre paso
entre murallas de peinada roca,
y envuelto en blanca nube de vapores,
de vacilantes iris matizada,
los valles va a buscar del Magdalena
con salto audaz el Bogotá espumoso.
Allí memorias de tempranos días
tu lira aguardan; cuando, en ocio dulce
y nativa inocencia venturosos,
sustento fácil dio a sus moradores,
primera prole de su fértil seno,
Cundinamarca; antes que el corvo arado
violase el suelo, ni extranjera nave
las apartadas costas visitara.
Aún no aguzado la ambición había
el hierro atroz; aún no degenerado
buscaba el hombre bajo oscuros techos
el albergue, que grutas y florestas
saludable le daban y seguro,
sin que señor la tierra conociese,
los campos valla, ni los pueblos muro.
La libertad sin leyes florecía,
todo era paz, contento y alegría;
cuando de dichas tantas envidiosa
Huitaca bella, de las aguas diosa,
hinchando el Bogotá, sumerge el valle.
De la gente infeliz parte pequeña
asilo halló en los montes;
el abismo voraz sepulta el resto.
Tú cantarás cómo indignó el funesto
estrago de su casi extinta raza
a Nenqueteba, hijo del Sol; que rompe
con su cetro divino la enriscada
montaña, y a las ondas abre calle;
el Bogotá, que inmenso lago un día
de cumbre a cumbre dilató su imperio,
de las ya estrechas márgenes, que asalta
con vana furia, la prisión desdeña,
y por la brecha hirviendo se despeña.
Tú cantarás cómo a las nuevas gentes
Nenqueteba piadoso leyes y artes
y culto dio; después que a la maligna
ninfa mudó en lumbrera de la noche,
y de la luna por la vez primera
surcó el Olimpo el argentado coche.
Ve, pues, ve a celebrar las maravillas
del ecuador: canta el vistoso cielo
que de los astros todos los hermosos
coros alegran; donde a un tiempo el vasto
Dragón del norte su dorada espira
desvuelve en torno al luminar inmóvil
que el rumbo al marinero audaz señala,
y la paloma cándida de Arauco
en las australes ondas moja el ala.
Si tus colores los más ricos mueles
y tomas el mejor de tus pinceles,
podrás los climas retratar, que entero
el vigor guardan genital primero
con que la voz omnipotente, oída
del hondo caos, hinchió la tierra, apenas
sobre su informe faz aparecida,
y de verdura la cubrió y de vida.
Selvas eternas, ¿quién al vulgo inmenso
que vuestros verdes laberintos puebla,
y en varias formas y estatura y galas
hacer parece alarde de sí mismo,
poner presumirá nombre o guarismo?
En densa muchedumbre
ceibas, acacias, mirtos se entretejen,
bejucos, vides, gramas;
las ramas a las ramas,
pugnando por gozar de las felices
auras y de la luz, perpetua guerra
hacen, y a las raíces
angosto viene el seno de la tierra.
¡Oh quién contigo, amable Poesía,
del Cauca a las orillas me llevara,
y el blando aliento respirar me diera
de la siempre lozana primavera
que allí su reino estableció y su corte!
¡Oh si ya de cuidados enojosos
exento, por las márgenes amenas
del Aragua moviese
el tardo incierto paso;
o reclinado acaso
bajo una fresca palma en la llanura,
viese arder en la bóveda azulada
tus cuatro lumbres bellas,
oh Cruz del Sur, que las nocturnas horas
mides al caminante
por la espaciosa soledad errante;
o del cucuy las luminosas huellas
viese cortar el aire tenebroso,
y del lejano tambo a mis oídos
viniera el son del yaraví amoroso!
Tiempo vendrá cuando de ti inspirado
algún Marón americano, ¡oh diosa!
también las mieses, los rebaños cante,
el rico suelo al hombre avasallado,
y las dádivas mil con que la zona
de Febo amada al labrador corona;
donde cándida miel llevan las cañas,
y animado carmín la tuna cría,
donde tremola el algodón su nieve,
y el ananás sazona su ambrosía;
de sus racimos la variada copia
rinde el palmar, da azucarados globos
el zapotillo, su manteca ofrece
la verde palta, da el añil su tinta,
bajo su dulce carga desfallece
el banano, el café el aroma acendra
de sus albos jazmines, y el cacao
cuaja en urnas de púrpura su almendra.
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Mas ¡ah! ¿prefieres de la guerra impía
los horrores decir, y al son del parche
que los maternos pechos estremece,
pintar las huestes que furiosas corren
a destrucción, y el suelo hinchen de luto?
¡Oh si ofrecieses menos fértil tema
a bélicos cantares, patria mía!
¿Qué ciudad, qué campiña no ha inundado
la sangre de tus hijos y la ibera?
¿Qué páramo no dio en humanos miembros
pasto al cóndor? ¿Qué rústicos hogares
salvar su oscuridad pudo a las furias
de la civil discordia embravecida?
Pero no en Roma obró prodigio tanto
el amor de la patria, no en la austera
Esparta, no en Numancia generosa;
ni de la historia da página alguna,
Musa, más altos hechos a tu canto.
¿A qué provincia el premio de alabanza,
o a qué varón tributarás primero?
Grata celebra Chile el de Gamero,
que, vencedor de cien sangrientas lides,
muriendo, el suelo consagró de Talca;
y la memoria eternizar desea
de aquellos granaderos de a caballo
que mandó en Chacabuco Necochea.
¿Pero de Maipo la campiña sola
cuán larga lista, oh Musa, no te ofrece,
para que en tus cantares se repita,
de campeones cuya frente adorna
el verde honor que nunca se marchita?
Donde ganó tan claro nombre Bueras,
que con sus caballeros denodados
rompió del enemigo las hileras;
y donde el regimiento de Coquimbo
tantos héroes contó como soldados.
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¿De Buenos Aires la gallarda gente
no ves, que el premio del valor te pide?
Castelli osado, que las fuerzas mide
con aquel monstruo que la cara esconde
sobre las nubes y a los hombres huella;
Moreno, que abogó con digno acento
de los opresos pueblos la querella;
y tú que de Suipacha en las llanuras
diste a tu causa agüero de venturas,
Balcarce; y tú, Belgrano, y otros ciento
que la tierra natal de glorias rica
hicisteis con la espada o con la pluma,
si el justo galardón se os adjudica,
no temeréis que el tiempo le consuma.
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Ni sepultada quedará en olvido
la Paz que tantos claros hijos llora,
ni Santacruz, ni menos Chuquisaca,
ni Cochabamba, que de patrio celo
ejemplos memorables atesora,
ni Potosí de minas no tan rico
como de nobles pechos, ni Arequipa.
que de Vizcardo con razón se alaba,
ni a la que el Rímac las murallas lava,
que de los reyes fue, ya de sí propia,
ni la ciudad que dio a los Incas cuna,
leyes al sur, y que si aún gime esclava,
virtud no le faltó, sino fortuna.
Pero la libertad, bajo los golpes
que la ensangrientan, cada vez más brava,
más indomable, nuevos cuellos yergue,
que al despotismo harán soltar la clava.
No largo tiempo usurpará el imperio
del sol la hispana gente advenediza,
ni al ver su trono en tanto vituperio
de Manco Cápac gemirán los manes.
De Angulo y Pumacagua la ceniza
nuevos y más felices capitanes
vengarán, y a los hados de su pueblo
abrirán vencedores el camino.
Huid, días de afán, días de luto,
y acelerad los tiempos que adivino.
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Diosa de la memoria, himnos te pide
el imperio también de Motezuma,
que, rota la coyunda de Iturbide,
entre los pueblos libres se numera.
Mucho, nación bizarra mejicana,
de tu poder y de tu ejemplo espera
la libertad; ni su esperanza es vana,
si ajeno riesgo escarmentarte sabe,
y no en un mar te engolfas que sembrado
de los fragmentos ves de tanta nave.
Llegada al puerto venturoso, un día
los héroes cantarás a que se debe
del arresto primero la osadía;
que a veteranas filas rostro hicieron
con pobre, inculta, desarmada plebe,
excepto de valor, de todo escasa;
y el coloso de bronce sacudieron,
a que tres siglos daban firme basa.
Si a brazo más feliz, no más robusto,
poderlo derrocar dieron los cielos,
de Hidalgo, no por eso, y de Morelos
eclipsará la gloria olvido ingrato,
ni el nombre callarán de Guanajuato
los claros fastos de tu heroica lucha,
ni de tanta ciudad, que, reducida
a triste yermo, a un enemigo infama
que, vencedor, sus pactos sólo olvida;
que hace exterminio, y sumisión lo llama.
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Despierte (oh Musa, tiempo es ya) despierte
algún sublime ingenio, que levante
el vuelo a tan espléndido sujeto,
y que de Popayán los hechos cante
y de la no inferior Barquisimeto,
y del pueblo también, cuyos hogares
a sus orillas mira el Manzanares;
no el de ondas pobre y de verdura exhausto,
que de la regia corte sufre el fausto,
y de su servidumbre está orgulloso,
mas el que de aguas bellas abundoso,
como su gente lo es de bellas almas,
del cielo, en su cristal sereno, pinta
el puro azul, corriendo entre las palmas
de esta y aquella deliciosa quinta;
que de Angostura las proezas cante,
de libertad inexpugnable asilo,
donde la tempestad desoladora
vino a estrellarse; y con süave estilo
de Bogotá los timbres diga al mundo,
de Guayaquil, de Maracaibo (ahora
agobiada de bárbara cadena)
y de cuantas provincias Cauca baña,
Orinoco, Esmeralda, Magdalena,
y cuantas bajo el nombre colombiano
con fraternal unión se dan la mano.
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Mira donde contrasta sin murallas
mil porfiados ataques Barcelona.
Es un convento el último refugio
de la arrestada, aunque pequeña, tropa
que la defiende; en torno el enemigo,
cuantos conoce el fiero Marte, acopia
medios de destrucción; ya por cien partes
cede al batir de las tonantes bocas
el débil muro, y superior en armas
a cada brecha una legión se agolpa.
Cuanto el valor y el patriotismo pueden,
el patriotismo y el valor agotan;
mas ¡ay! sin fruto. Tú de aquella escena
pintarás el horror, tú que a las sombras
belleza das, y al cuadro de la muerte
sabes encadenar la mente absorta.
Tú pintarás al vencedor furioso
que ni al anciano trémulo perdona,
ni a la inocente edad, y en el regazo
de la insultada madre al hijo inmola.
Pocos reserva a vil suplicio el hierro;
su rabia insana en los demás desfoga
un enemigo que hacer siempre supo,
más que la lid, sangrienta la victoria.
Tú pintarás de Chamberlén el triste
pero glorioso fin. La tierna esposa
herido va a buscar; el débil cuerpo
sobre el acero ensangrentado apoya;
estréchala a su seno. «Libertarme
de un cadalso afrentoso puede sola
la muerte (dice); este postrero abrazo
me la hará dulce; ¡adiós!» Cuando con pronta
herida va a matarse, ella, atajando
el brazo, alzado ya, «¿tú a la deshonra,
tú a ignominiosa servidumbre, a insultos
más que la muerte horribles, me abandonas?
Para sufrir la afrenta, falta (dice)
valor en mí; para imitarte, sobra.
Muramos ambos». Hieren
a un tiempo dos aceros
entrambos pechos; abrazados mueren.
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Pero ¿al de Margarita qué otro nombre
deslucirá? ¿donde hasta el sexo blando
con los varones las fatigas duras
y los peligros de la guerra parte;
donde a los defensores de la patria
forzoso fue, para lidiar, las armas
al enemigo arrebatar lidiando;
donde el caudillo, a quien armó Fernando
de su poder y de sus fuerzas todas
para que de venganzas le saciara,
al inexperto campesino vulgo
que sus falanges denodado acosa,
el campo deja en fuga ignominiosa?
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Ni menor prez los tiempos venideros
a la virtud darán de Cartagena.
No la domó el valor; no al hambre cede,
que sus guerreros ciento a ciento siega.
Nadie a partidos viles presta oídos;
cuantos un resto de vigor conservan,
lánzanse al mar, y la enemiga flota
en mal seguros leños atraviesan.
Mas no el destierro su constancia abate,
ni a la desgracia la cerviz doblegan;
y si una orilla dejan, que profana
la usurpación, y las venganzas yerman,
ya a verla volverán bajo estandartes
que a coronar el patriotismo fuerzan
a la fortuna, y les darán los cielos
a indignas manos arrancar la presa.
En tanto, por las calles silenciosas,
acaudillando armada soldadesca,
entre infectos cadáveres, y vivos
en que la estampa de la Parca impresa
se mira ya, su abominable triunfo
la restaurada inquisición pasea;
con sacrílegos himnos los altares
haciendo resonar, a su honda cueva
desciende enhambrecida, y en las ansias
de atormentados mártires se ceba.
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¿Y qué diré de la ciudad que ha dado
a la sagrada lid tanto caudillo?
¡Ah que entre escombros olvidar pareces,
turbio Catuche, tu camino usado!
¿Por qué en tu margen el rumor festivo
calló? ¿Dó está la torre bulliciosa
que pregonar solía,
de antorchas coronada,
la pompa augusta del solemne día?
Entre las rotas cúpulas que oyeron
sacros ritos ayer, torpes reptiles
anidan, y en la sala que gozosos
banquetes vio y amores, hoy sacude
la grama del erial su infausta espiga.
Pero más bella y grande resplandeces
en tu desolación, ¡oh patria de héroes!
tú que, lidiando altiva en la vanguardia
de la familia de Colón, la diste
de fe constante no excedido ejemplo;
y si en tu suelo desgarrado al choque
de destructivos terremotos, pudo
tremolarse algún tiempo la bandera
de los tiranos, en tus nobles hijos
viviste inexpugnable, de los hombres
y de los elementos vencedora.
Renacerás, renacerás ahora;
florecerán la paz y la abundancia
en tus talados campos; las divinas
Musas te harán favorecida estancia,
y cubrirán de rosas tus rüinas.
...........................
¡Colombia! ¿qué montaña, qué ribera,
qué playa inhospital, donde antes sólo
por el furor se vio de la pantera
o del caimán el suelo en sangre tinto;
cuál selva tan oscura, en tu recinto,
cuál queda ya tan solitaria cima,
que horror no ponga y grima,
de humanas osamentas hoy sembrada,
feo padrón del sanguinario instinto
que también contra el hombre al hombre anima?
Tu libertad ¡cuán caro
compraste! ¡cuánta tierra devastada!
¡cuánta familia en triste desamparo!
Mas el bien adquirido al precio excede.
¿Y cuánto nombre claro
no das también al templo de memoria?
Con los de Codro y Curcio el de Ricaurte
vivirá, mientras hagan el humano
pecho latir la libertad, la gloria.
Viole en sangrientas lides el Aragua
dar a su patria lustre, a España miedo;
el despotismo sus falanges dobla,
y aun no sucumbe al número el denuedo.
A sorprender se acerca una columna
el almacén que con Ricaurte guarda
escasa tropa; él, dando de los suyos
a la salud lo que a la propia niega,
aléjalos de sí; con ledo rostro
su intento oculta. Y ya de espeso polvo
se cubre el aire, y cerca se oye el trueno
del hueco bronce, entre dolientes ayes
de inerme vulgo, que a los golpes cae
del vencedor; mas no, no impunemente:
Ricaurte aguarda de una antorcha armado.
Y cuando el puesto que defiende mira
de la contraria hueste rodeado,
que, ebria de sangre, a fácil presa avanza;
cuando el punto fatal, no a la venganza,
(que indigna juzga), al alto sacrificio
con que llenar el cargo honroso anhela,
llegado ve, ¡Viva la Patria! clama;
la antorcha aplica; el edificio vuela.
Ni tú de Ribas callarás la fama,
a quien vio victorioso Niquitao,
Horcones, Ocumare, Vigirima,
y, dejando otros nombres, que no menos
dignos de loa Venezuela estima,
Urica, que ilustrarle pudo sola,
donde de heroica lanza atravesado
mordió la tierra el sanguinario Boves,
monstruo de atrocidad más que española.
¿Qué, si de Ribas a los altos hechos
dio la fortuna injusto premio al cabo?
¿Qué, si cautivo el español le insulta?
¿Si perecer en el suplicio le hace
a vista de los suyos? ¿si su yerta
cabeza expone en afrentoso palo?
Dispensa a su placer la tiranía
la muerte, no la gloria, que acompaña
al héroe de la patria en sus cadenas,
y su cadalso en luz divina baña.
Así expiró también, de honor cubierto,
entre víctimas mil, Baraya, a manos
de tus viles satélites, Morillo;
ni el duro fallo a mitigar fue parte
de la mísera hermana el desamparo,
que, lutos arrastrando, acompañada
de cien matronas, tu clemencia implora.
«Muera (respondes) el traidor Baraya,
y que a destierro su familia vaya».
Baraya muere, mas su ejemplo vive.
¿Piensas que apagarás con sangre el fuego
de libertad en tantas almas grandes?
Del Cotopaxi ve a extinguir la hoguera
que ceban las entrañas de los Andes.
Mira correr la sangre de Rovira,
a quien lamentan Mérida y Pamplona;
y la de Freites derramada mira,
el constante adalid de Barcelona;
Ortiz, García de Toledo expira;
Granados, Amador, Castillo muere;
yace Cabal, de Popayán llorado,
llorado de las ciencias; fiera bala
el pecho de Camilo Torres hiere;
Gutiérrez el postrero aliento exhala;
perece Pombo, que, en el banco infausto,
el porvenir glorioso de su patria
con profético acento te revela;
no la íntegra virtud salva a Torices;
no la modestia, no el ingenio a Caldas.
De luto está cubierta Venezuela,
Cundinamarca desolada gime,
Quito sus hijos más ilustres llora.
Pero ¿cuál es de tu crueldad el fruto?
¿A Colombia otra vez Fernando oprime?
¿Méjico a su visir postrada adora?
¿El antiguo tributo
de un hemisferio esclavo a España llevas?
¿Puebla la inquisición sus calabozos
de americanos; o españolas cortes
dan a la servidumbre formas nuevas?
¿De la sustancia de cien pueblos, graves
la avara Cádiz ve volver sus naves?
Colombia vence; libertad los vanos
cálculos de los déspotas engaña;
y fecundos tus triunfos inhumanos,
mas que a ti de oro, son de oprobio a España.
Pudo a un Cortés, pudo a un Pizarro el mundo
la sangre perdonar que derramaron;
imperios con la espada conquistaron;
mas a ti ni aun la vana, la ilusoria
sombra, que llama gloria
el vulgo adorador de la fortuna,
adorna; aquella efímera victoria
que de inermes provincias te hizo dueño,
como la aérea fábrica de un sueño
desvaneciose, y nada deja, nada
a tu nación, excepto la vergüenza
de los delitos con que fue comprada.
Quien te pone con Alba en paralelo,
¡oh cuánto yerra! En sangre bañó el suelo
de Batavia el ministro de Felipe;
pero si fue crüel y sanguinario,
bajo no fue; no acomodando al vario
semblante de los tiempos su semblante,
ya desertor del uno,
ya del otro partido,
sólo el de su interés siguió constante;
no alternativamente
fue soldado feroz, patriota falso;
no dio a la inquisición su espada un día,
y por la libertad lidió el siguiente;
ni traficante infame del cadalso,
hizo de los indultos granjería.
Musa, cuando las artes españolas
a los futuros tiempos recordares,
víctimas inmoladas a millares;
pueblos en soledades convertidos;
la hospitalaria mesa, los altares
con sangre fraternal enrojecidos;
de exánimes cabezas decoradas
las plazas; aun las tumbas ultrajadas;
doquiera que se envainan las espadas,
entronizado el tribunal de espanto,
que llama a cuentas el silencio, el llanto,
y el pensamiento a su presencia cita,
que premia al delator con la sustancia
de la familia mísera proscrita,
y a pesó de oro, en nombre de Fernando,
vende el permiso de vivir temblando;
puede ser que parezcan tus verdades
delirios de estragada fantasía
que se deleita en figurar horrores;
mas ¡oh de Quito ensangrentadas paces!
¡oh de Valencia abominable jura!
¿será jamás que lleguen tus colores,
oh Musa, a realidad tan espantosa?
A la hostia consagrada, en religiosa
solemnidad expuesta, hace testigo
del alevoso pacto el jefe ibero;
y entre devotas preces, que dirige
al cielo, autor de la concordia, el clero,
en nombre del presente Dios, en nombre
de su monarca y de su honor, a vista
de entrambos bandos y del pueblo entero,
a los que tiene puestos ya en la lista
de proscripción, fraternidad promete.
Celébrase en espléndido banquete
la paz; los brindis con risueña cara
recibe... y ya en silencio se prepara
el desenlace de este drama infando;
el mismo sol que vio jurar las paces,
Colombia, a tus patriotas vio expirando.
A ti también, Javier Ustáriz, cupo
mísero fin; atravesado fuiste
de hierro atroz a vista de tu esposa
que con su llanto enternecer no pudo
a tu verdugo, de piedad desnudo;
en la tuya y la sangre de sus hijos
a un tiempo la infeliz se vio bañada.
¡Oh Maturín! ¡oh lúgubre jornada!
¡Oh día de aflicción a Venezuela,
que aún hoy, de tanta pérdida preciosa,
apenas con sus glorias se consuela!
Tú en tanto en la morada de los justos
sin duda el premio, amable Ustáriz, gozas
debido a tus fatigas, a tu celo
de bajos intereses desprendido;
alma incontaminada, noble, pura,
de elevados espíritus modelo,
aun en la edad oscura
en que el premio de honor se dispensaba
sólo al que a precio vil su honor vendía,
y en que el rubor de la virtud, altivo
desdén y rebelión se interpretaba.
La música, la dulce poesía
¿son tu delicia ahora, como un día?
¿O a más altos objetos das la mente,
y con los héroes, con las almas bellas
de la pasada edad y la presente,
conversas, y el gran libro desarrollas
de los destinos del linaje humano,
y los futuros casos de la grande
lucha de libertad, que empieza, lees,
y su triunfo universal lejano?
De mártires que dieron por la patria
la vida, el santo coro te rodea:
Régulo, Trásea, Marco Bruto, Decio,
cuantos inmortaliza Atenas libre,
cuantos Esparta y el romano Tibre;
los que el bátavo suelo y el helvecio
muriendo consagraron, y el britano;
Padilla, honor del nombre castellano;
Caupolicán y Guacaipuro, altivo,
y España osado; con risueña frente
Guatimozín te muestra el lecho ardiente;
muéstrate Gual la copa del veneno;
Luisa el crüento azote;
y tú, en el blanco seno,
las rojas muestras de homicidas balas,
heroica Policarpa, le señalas,
tú que viste expirar al caro amante
con firme pecho, y por ajenas vidas
diste la tuya, en el albor temprano
de juventud, a un bárbaro tirano.
¡Miranda! de tu nombre se gloria
también Colombia; defensor constante
de sus derechos; de las santas leyes,
de la severa disciplina amante.
Con reverencia ofrezco a tu ceniza
este humilde tributo, y la sagrada
rama a tu efigie venerable ciño,
patriota ilustre, que, proscrito, errante,
no olvidaste el cariño
del dulce hogar, que vio mecer tu cuna;
y ora blanco a las iras de fortuna,
ora de sus favores halagado,
la libertad americana hiciste
tu primer voto, y tu primer cuidado.
Osaste, solo, declarar la guerra
a los tiranos de tu tierra amada;
y desde las orillas de Inglaterra,
diste aliento al clarín, que el largo sueño
disipó de la América, arrullada
por la superstición. Al noble empeño
de sus patricios, no faltó tu espada
y si, de contratiempos asaltado
que a humanos medios resistir no es dado,
te fue el ceder forzoso, y en cadena
a manos perecer de una perfidia,
tu espíritu no ha muerto, no; resuena,
resuena aún el eco de aquel grito
con que a lidiar llamaste; la gran lidia
de que desarrollaste el estandarte,
triunfa ya, y en su triunfo tienes parte.
Tu nombre, Girardot, también la fama
hará sonar con inmortales cantos,
que del Santo Domingo en las orillas
dejas de tu valor indicios tantos.
¿Por qué con fin temprano el curso alegre
cortó de tus hazañas la fortuna?
Caíste, sí; mas vencedor caíste;
y de la patria el pabellón triunfante
sombra te dio al morir, enarbolado
sobre las conquistadas baterías,
de los usurpadores sepultura.
Puerto Cabello vio acabar tus días,
mas tu memoria no, que eterna dura.
Ni menos estimada la de Roscio
será en la más remota edad futura.
Sabio legislador le vio el senado,
el pueblo, incorruptible magistrado,
honesto ciudadano, amante esposo,
amigo fiel, y de las prendas todas
que honran la humanidad cabal dechado.
Entre las olas de civil borrasca,
el alma supo mantener serena;
con rostro igual vio la sonrisa aleve
de la fortuna, y arrastró cadena;
y cuando del baldón la copa amarga
el canario soez pérfidamente
le hizo agotar, la dignidad modesta
de la virtud no abandonó su frente.
Si de aquel ramo que Gradivo empapa
de sangre y llanto está su sien desnuda,
¿cuál otro honor habrá que no le cuadre?
De la naciente libertad, no sólo
fue defensor, sino maestro y padre.
No negará su voz divina Apolo
a tu virtud, ¡oh Piar!, su voz divina,
que la memoria de alentados hechos
redime al tiempo y a la Parca avara.
Bien tus proezas Maturín declara,
y Cumaná con Güiria y Barcelona,
y del Juncal el memorable día,
y el campo de San Félix las pregona,
que con denuedo tanto y bizarría
las enemigas filas disputaron,
pues aún postradas por la muerte guardan
el orden triple en que a la lid marcharon.
¡Dichoso, si Fortuna tu carrera
cortado hubiera allí, si tanta gloria
algún fatal desliz no oscureciera!
Pero ¿a dónde la vista se dirige
que monumentos no halle de heroísmo?
¿La retirada que Mac Gregor rige
diré, y aquel puñado de valientes,
que rompe osado por el centro mismo
del poder español, y a cada huella
deja un trofeo? ¿Contaré las glorias
que Anzoátegui lidiando gana en ella,
o las que de Carúpano en los valles,
o en las campañas del Apure, han dado
tanto lustre a su nombre, o como experto
caudillo, o como intrépido soldado?
¿El batallón diré que, en la reñida
función de Bomboná, las bayonetas
en los pendientes precipicios clava,
osa escalar por ellos la alta cima,
y de la. fortaleza se hace dueño
que a las armas patricias desafiaba?
¿Diré de Vargas el combate insigne,
en que Rondón, de bocas mil, que muerte
vomitan sin cesar, el fuego arrostra,
el puente fuerza, sus guerreros guía
sobre erizados riscos que aquel día
oyeron de hombres la primer pisada,
y al español sorprende, ataca, postra?
¿O citaré la célebre jornada
en que miró a Cedeño el anchuroso
Caura, y a sus bizarros compañeros,
llevados los caballos de la rienda,
fiados a la boca los aceros,
su honda corriente atravesar a nado,
y de las contrapuestas baterías
hacer huir al español pasmado?
Como en aquel jardín que han adornado
naturaleza y arte a competencia,
con vago revolar la abeja activa
la más sutil y delicada esencia
de las más olorosas flores liba;
la demás turba deja, aunque de galas
brillante, y de süave aroma llena,
y torna, fatigadas ya las alas
de la dulce tarea, a la colmena;
así el que osare con tan rico asunto
medir las fuerzas, dudará qué nombre
cante primero, qué virtud, qué hazaña;
y a quien la lira en él y la voz pruebe,
sólo dado será dejar vencida
de tanto empeño alguna parte breve.
¿Pues qué, si a los que vivos todavía
la patria goza (y plegue a Dios que el día
en que los llore viuda, tarde sea)
no se arredrare de elevar la idea?
¿Si audaz cantare al que la helada cima
superó de los Andes, y de Chile
despedazó los hierros, y de Lima?
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¿O al que de Cartagena el gran baluarte
hizo que de Colombia otra vez fuera?
¿O al que en funciones mil pavor y espanto
puso, con su marcial legión llanera,
al español; y a Marte lo pusiera?
¿O al héroe ilustre, que de lauro tanto
su frente adorna, antes de tiempo cana,
que en Cúcuta domó, y en San Mateo,
y en el Araure la soberbia hispana;
a quien los campos que el Arauca riega
nombre darán, que para siempre dure,
y los que el Cauca, y los que el ancho Apure;
que en Gámeza triunfó, y en Carabobo,
y en Boyacá, donde un imperio entero
fue arrebatado al despotismo ibero?
Mas no a mi débil voz la larga suma
de sus victorias numerar compete;
a ingenio más feliz, más docta pluma,
su grata patria encargo tal comete;
pues como aquel samán que siglos cuenta,
de las vecinas gentes venerado,
que vio en torno a su basa corpulenta
el bosque muchas veces renovado,
y vasto espacio cubre con la hojosa
copa, de mil inviernos victoriosa;
así tu gloria al cielo se sublima,
Libertador del pueblo colombiano;
digna de que la lleven dulce rima
y culta historia al tiempo más lejano.