Alocución a la Poesía

Alocución a la Poesía
de Andrés Bello


Fragmentos de un poema titulado «América»

I

 Divina Poesía,
 tú de la soledad habitadora,
 a consultar tus cantos enseñada
 con el silencio de la selva umbría,
 tú a quien la verde gruta fue morada,
 y el eco de los montes compañía;
 tiempo es que dejes ya la culta Europa,
 que tu nativa rustiquez desama,
 y dirijas el vuelo adonde te abre
 el mundo de Colón su grande escena.
 También propicio allí respeta el cielo
 la siempre verde rama
 con que al valor coronas;
 también allí la florecida vega,
 el bosque enmarañado, el sesgo río,
 colores mil a tus pinceles brindan;
 y Céfiro revuela entre las rosas;
 y fúlgidas estrellas
 tachonan la carroza de la noche;
 y el rey del cielo entre cortinas bellas
 de nacaradas nubes se levanta;
 y la avecilla en no aprendidos tonos
 con dulce pico endechas de amor canta.
   
 ¿Qué a ti, silvestre ninfa, con las pompas
 de dorados alcázares reales?
 ¿A tributar también irás en ellos,
 en medio de la turba cortesana,
 el torpe incienso de servil lisonja?
 No tal te vieron tus más bellos días,
 cuando en la infancia de la gente humana,
 maestra de los pueblos y los reyes,
 cantaste al mundo las primeras leyes.
 No te detenga, oh diosa,
 esta región de luz y de miseria,
 en donde tu ambiciosa
 rival Filosofía,
 que la virtud a cálculo somete,
 de los mortales te ha usurpado el culto;
 donde la coronada hidra amenaza
 traer de nuevo al pensamiento esclavo
 la antigua noche de barbarie y crimen;
 donde la libertad vano delirio,
 fe la servilidad, grandeza el fasto,
 la corrupción cultura se apellida.
 Descuelga de la encina carcomida
 tu dulce lira de oro, con que un tiempo
 los prados y las flores, el susurro
 de la floresta opaca, el apacible
 murmurar del arroyo trasparente,
 las gracias atractivas
 de Natura inocente,
 a los hombres cantaste embelesados;
 y sobre el vasto Atlántico tendiendo
 las vagorosas alas, a otro cielo,
 a otro mundo, a otras gentes te encamina,
 do viste aún su primitivo traje
 la tierra, al hombre sometida apenas;
 y las riquezas de los climas todos
 América, del Sol joven esposa,
 del antiguo Oceano hija postrera,
 en su seno feraz cría y esmera.
   
 ¿Qué morada te aguarda? ¿qué alta cumbre,
 qué prado ameno, qué repuesto bosque
 harás tu domicilio? ¿en qué felice
 playa estampada tu sandalia de oro
 será primero? ¿dónde el claro río
 que de Albión los héroes vio humillados,
 los azules pendones reverbera
 de Buenos Aires, y orgulloso arrastra
 de cien potentes aguas los tributos
 al atónito mar? ¿o dónde emboza
 su doble cima el Avila entre nubes,
 y la ciudad renace de Losada?
 ¿O más te sonreirán, Musa, los valles
 de Chile afortunado, que enriquecen
 rubias cosechas, y süaves frutos;
 do la inocencia y el candor ingenuo
 y la hospitalidad del mundo antiguo
 con el valor y el patriotismo habitan?
 ¿O la ciudad que el águila posada
 sobre el nopal mostró al azteca errante,
 y el suelo de inexhaustas venas rico,
 que casi hartaron la avarienta Europa?
 Ya de la mar del Sur la bella reina,
 a cuyas hijas dio la gracia en dote
 Naturaleza, habitación te brinda
 bajo su blando cielo, que no turban
 lluvias jamás, ni embravecidos vientos.
 ¿O la elevada Quito
 harás tu albergue, que entre canas cumbres
 sentada, oye bramar las tempestades
 bajo sus pies, y etéreas auras bebe
 a tu celeste inspiración propicias?
 Mas oye do tronando se abre paso
 entre murallas de peinada roca,
 y envuelto en blanca nube de vapores,
 de vacilantes iris matizada,
 los valles va a buscar del Magdalena
 con salto audaz el Bogotá espumoso.
 Allí memorias de tempranos días
 tu lira aguardan; cuando, en ocio dulce
 y nativa inocencia venturosos,
 sustento fácil dio a sus moradores,
 primera prole de su fértil seno,
 Cundinamarca; antes que el corvo arado
 violase el suelo, ni extranjera nave
 las apartadas costas visitara.
 Aún no aguzado la ambición había
 el hierro atroz; aún no degenerado
 buscaba el hombre bajo oscuros techos
 el albergue, que grutas y florestas
 saludable le daban y seguro,
 sin que señor la tierra conociese,
 los campos valla, ni los pueblos muro.
 La libertad sin leyes florecía,
 todo era paz, contento y alegría;
 cuando de dichas tantas envidiosa
 Huitaca bella, de las aguas diosa,
 hinchando el Bogotá, sumerge el valle.
 De la gente infeliz parte pequeña
 asilo halló en los montes;
 el abismo voraz sepulta el resto.
 Tú cantarás cómo indignó el funesto
 estrago de su casi extinta raza
 a Nenqueteba, hijo del Sol; que rompe
 con su cetro divino la enriscada
 montaña, y a las ondas abre calle;
 el Bogotá, que inmenso lago un día
 de cumbre a cumbre dilató su imperio,
 de las ya estrechas márgenes, que asalta
 con vana furia, la prisión desdeña,
 y por la brecha hirviendo se despeña.
 Tú cantarás cómo a las nuevas gentes
 Nenqueteba piadoso leyes y artes
 y culto dio; después que a la maligna
 ninfa mudó en lumbrera de la noche,
 y de la luna por la vez primera
 surcó el Olimpo el argentado coche.
    
 Ve, pues, ve a celebrar las maravillas
 del ecuador: canta el vistoso cielo
 que de los astros todos los hermosos
 coros alegran; donde a un tiempo el vasto
 Dragón del norte su dorada espira
 desvuelve en torno al luminar inmóvil
 que el rumbo al marinero audaz señala,
 y la paloma cándida de Arauco
 en las australes ondas moja el ala.
 Si tus colores los más ricos mueles
 y tomas el mejor de tus pinceles,
 podrás los climas retratar, que entero
 el vigor guardan genital primero
 con que la voz omnipotente, oída
 del hondo caos, hinchió la tierra, apenas
 sobre su informe faz aparecida,
 y de verdura la cubrió y de vida.
 Selvas eternas, ¿quién al vulgo inmenso
 que vuestros verdes laberintos puebla,
 y en varias formas y estatura y galas
 hacer parece alarde de sí mismo,
 poner presumirá nombre o guarismo?
 En densa muchedumbre
 ceibas, acacias, mirtos se entretejen,
 bejucos, vides, gramas;
 las ramas a las ramas,
 pugnando por gozar de las felices
 auras y de la luz, perpetua guerra
 hacen, y a las raíces
 angosto viene el seno de la tierra.
   
 ¡Oh quién contigo, amable Poesía,
 del Cauca a las orillas me llevara,
 y el blando aliento respirar me diera
 de la siempre lozana primavera
 que allí su reino estableció y su corte!
 ¡Oh si ya de cuidados enojosos
 exento, por las márgenes amenas
 del Aragua moviese
 el tardo incierto paso;
 o reclinado acaso
 bajo una fresca palma en la llanura,
 viese arder en la bóveda azulada
 tus cuatro lumbres bellas,
 oh Cruz del Sur, que las nocturnas horas
 mides al caminante
 por la espaciosa soledad errante;
 o del cucuy las luminosas huellas
 viese cortar el aire tenebroso,
 y del lejano tambo a mis oídos
 viniera el son del yaraví amoroso!
   
 Tiempo vendrá cuando de ti inspirado
 algún Marón americano, ¡oh diosa!
 también las mieses, los rebaños cante,
 el rico suelo al hombre avasallado,
 y las dádivas mil con que la zona
 de Febo amada al labrador corona;
 donde cándida miel llevan las cañas,
 y animado carmín la tuna cría,
 donde tremola el algodón su nieve,
 y el ananás sazona su ambrosía;
 de sus racimos la variada copia
 rinde el palmar, da azucarados globos
 el zapotillo, su manteca ofrece
 la verde palta, da el añil su tinta,
 bajo su dulce carga desfallece
 el banano, el café el aroma acendra
 de sus albos jazmines, y el cacao
 cuaja en urnas de púrpura su almendra.
 ...........................
    
 Mas ¡ah! ¿prefieres de la guerra impía
 los horrores decir, y al son del parche
 que los maternos pechos estremece,
 pintar las huestes que furiosas corren
 a destrucción, y el suelo hinchen de luto?
 ¡Oh si ofrecieses menos fértil tema
 a bélicos cantares, patria mía!
 ¿Qué ciudad, qué campiña no ha inundado
 la sangre de tus hijos y la ibera?
 ¿Qué páramo no dio en humanos miembros
 pasto al cóndor? ¿Qué rústicos hogares
 salvar su oscuridad pudo a las furias
 de la civil discordia embravecida?
 Pero no en Roma obró prodigio tanto
 el amor de la patria, no en la austera
 Esparta, no en Numancia generosa;
 ni de la historia da página alguna,
 Musa, más altos hechos a tu canto.
 ¿A qué provincia el premio de alabanza,
 o a qué varón tributarás primero?
   
 Grata celebra Chile el de Gamero,
 que, vencedor de cien sangrientas lides,
 muriendo, el suelo consagró de Talca;
 y la memoria eternizar desea
 de aquellos granaderos de a caballo
 que mandó en Chacabuco Necochea.
 ¿Pero de Maipo la campiña sola
 cuán larga lista, oh Musa, no te ofrece,
 para que en tus cantares se repita,
 de campeones cuya frente adorna
 el verde honor que nunca se marchita?
 Donde ganó tan claro nombre Bueras,
 que con sus caballeros denodados
 rompió del enemigo las hileras;
 y donde el regimiento de Coquimbo
 tantos héroes contó como soldados.
 ...........................
    
 ¿De Buenos Aires la gallarda gente
 no ves, que el premio del valor te pide?
 Castelli osado, que las fuerzas mide
 con aquel monstruo que la cara esconde
 sobre las nubes y a los hombres huella;
 Moreno, que abogó con digno acento
 de los opresos pueblos la querella;
 y tú que de Suipacha en las llanuras
 diste a tu causa agüero de venturas,
 Balcarce; y tú, Belgrano, y otros ciento
 que la tierra natal de glorias rica
 hicisteis con la espada o con la pluma,
 si el justo galardón se os adjudica,
 no temeréis que el tiempo le consuma.
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 Ni sepultada quedará en olvido
 la Paz que tantos claros hijos llora,
 ni Santacruz, ni menos Chuquisaca,
 ni Cochabamba, que de patrio celo
 ejemplos memorables atesora,
 ni Potosí de minas no tan rico
 como de nobles pechos, ni Arequipa.
 que de Vizcardo con razón se alaba,
 ni a la que el Rímac las murallas lava,
 que de los reyes fue, ya de sí propia,
 ni la ciudad que dio a los Incas cuna,
 leyes al sur, y que si aún gime esclava,
 virtud no le faltó, sino fortuna.
 Pero la libertad, bajo los golpes
 que la ensangrientan, cada vez más brava,
 más indomable, nuevos cuellos yergue,
 que al despotismo harán soltar la clava.
 No largo tiempo usurpará el imperio
 del sol la hispana gente advenediza,
 ni al ver su trono en tanto vituperio
 de Manco Cápac gemirán los manes.
 De Angulo y Pumacagua la ceniza
 nuevos y más felices capitanes
 vengarán, y a los hados de su pueblo
 abrirán vencedores el camino.
 Huid, días de afán, días de luto,
 y acelerad los tiempos que adivino.
 ...........................
    
 Diosa de la memoria, himnos te pide
 el imperio también de Motezuma,
 que, rota la coyunda de Iturbide,
 entre los pueblos libres se numera.
 Mucho, nación bizarra mejicana,
 de tu poder y de tu ejemplo espera
 la libertad; ni su esperanza es vana,
 si ajeno riesgo escarmentarte sabe,
 y no en un mar te engolfas que sembrado
 de los fragmentos ves de tanta nave.
 Llegada al puerto venturoso, un día
 los héroes cantarás a que se debe
 del arresto primero la osadía;
 que a veteranas filas rostro hicieron
 con pobre, inculta, desarmada plebe,
 excepto de valor, de todo escasa;
 y el coloso de bronce sacudieron,
 a que tres siglos daban firme basa.
 Si a brazo más feliz, no más robusto,
 poderlo derrocar dieron los cielos,
 de Hidalgo, no por eso, y de Morelos
 eclipsará la gloria olvido ingrato,
 ni el nombre callarán de Guanajuato
 los claros fastos de tu heroica lucha,
 ni de tanta ciudad, que, reducida
 a triste yermo, a un enemigo infama
 que, vencedor, sus pactos sólo olvida;
 que hace exterminio, y sumisión lo llama.
 ...........................
    
 Despierte (oh Musa, tiempo es ya) despierte
 algún sublime ingenio, que levante
 el vuelo a tan espléndido sujeto,
 y que de Popayán los hechos cante
 y de la no inferior Barquisimeto,
 y del pueblo también, cuyos hogares
 a sus orillas mira el Manzanares;
 no el de ondas pobre y de verdura exhausto,
 que de la regia corte sufre el fausto,
 y de su servidumbre está orgulloso,
 mas el que de aguas bellas abundoso,
 como su gente lo es de bellas almas,
 del cielo, en su cristal sereno, pinta
 el puro azul, corriendo entre las palmas
 de esta y aquella deliciosa quinta;
 que de Angostura las proezas cante,
 de libertad inexpugnable asilo,
 donde la tempestad desoladora
 vino a estrellarse; y con süave estilo
 de Bogotá los timbres diga al mundo,
 de Guayaquil, de Maracaibo (ahora
 agobiada de bárbara cadena)
 y de cuantas provincias Cauca baña,
 Orinoco, Esmeralda, Magdalena,
 y cuantas bajo el nombre colombiano
 con fraternal unión se dan la mano.
 ...........................
    
 Mira donde contrasta sin murallas
 mil porfiados ataques Barcelona.
 Es un convento el último refugio
 de la arrestada, aunque pequeña, tropa
 que la defiende; en torno el enemigo,
 cuantos conoce el fiero Marte, acopia
 medios de destrucción; ya por cien partes
 cede al batir de las tonantes bocas
 el débil muro, y superior en armas
 a cada brecha una legión se agolpa.
 Cuanto el valor y el patriotismo pueden,
 el patriotismo y el valor agotan;
 mas ¡ay! sin fruto. Tú de aquella escena
 pintarás el horror, tú que a las sombras
 belleza das, y al cuadro de la muerte
 sabes encadenar la mente absorta.
 Tú pintarás al vencedor furioso
 que ni al anciano trémulo perdona,
 ni a la inocente edad, y en el regazo
 de la insultada madre al hijo inmola.
 Pocos reserva a vil suplicio el hierro;
 su rabia insana en los demás desfoga
 un enemigo que hacer siempre supo,
 más que la lid, sangrienta la victoria.
 Tú pintarás de Chamberlén el triste
 pero glorioso fin. La tierna esposa
 herido va a buscar; el débil cuerpo
 sobre el acero ensangrentado apoya;
 estréchala a su seno. «Libertarme
 de un cadalso afrentoso puede sola
 la muerte (dice); este postrero abrazo
 me la hará dulce; ¡adiós!» Cuando con pronta
 herida va a matarse, ella, atajando
 el brazo, alzado ya, «¿tú a la deshonra,
 tú a ignominiosa servidumbre, a insultos
 más que la muerte horribles, me abandonas?
 Para sufrir la afrenta, falta (dice)
 valor en mí; para imitarte, sobra.
 Muramos ambos». Hieren
 a un tiempo dos aceros
 entrambos pechos; abrazados mueren.
 ...........................
    
 Pero ¿al de Margarita qué otro nombre
 deslucirá? ¿donde hasta el sexo blando
 con los varones las fatigas duras
 y los peligros de la guerra parte;
 donde a los defensores de la patria
 forzoso fue, para lidiar, las armas
 al enemigo arrebatar lidiando;
 donde el caudillo, a quien armó Fernando
 de su poder y de sus fuerzas todas
 para que de venganzas le saciara,
 al inexperto campesino vulgo
 que sus falanges denodado acosa,
 el campo deja en fuga ignominiosa?
 ...........................
    
 Ni menor prez los tiempos venideros
 a la virtud darán de Cartagena.
 No la domó el valor; no al hambre cede,
 que sus guerreros ciento a ciento siega.
 Nadie a partidos viles presta oídos;
 cuantos un resto de vigor conservan,
 lánzanse al mar, y la enemiga flota
 en mal seguros leños atraviesan.
 Mas no el destierro su constancia abate,
 ni a la desgracia la cerviz doblegan;
 y si una orilla dejan, que profana
 la usurpación, y las venganzas yerman,
 ya a verla volverán bajo estandartes
 que a coronar el patriotismo fuerzan
 a la fortuna, y les darán los cielos
 a indignas manos arrancar la presa.
 En tanto, por las calles silenciosas,
 acaudillando armada soldadesca,
 entre infectos cadáveres, y vivos
 en que la estampa de la Parca impresa
 se mira ya, su abominable triunfo
 la restaurada inquisición pasea;
 con sacrílegos himnos los altares
 haciendo resonar, a su honda cueva
 desciende enhambrecida, y en las ansias
 de atormentados mártires se ceba.
 ...........................
    
 ¿Y qué diré de la ciudad que ha dado
 a la sagrada lid tanto caudillo?
 ¡Ah que entre escombros olvidar pareces,
 turbio Catuche, tu camino usado!
 ¿Por qué en tu margen el rumor festivo
 calló? ¿Dó está la torre bulliciosa
 que pregonar solía,
 de antorchas coronada,
 la pompa augusta del solemne día?
 Entre las rotas cúpulas que oyeron
 sacros ritos ayer, torpes reptiles
 anidan, y en la sala que gozosos
 banquetes vio y amores, hoy sacude
 la grama del erial su infausta espiga.
 Pero más bella y grande resplandeces
 en tu desolación, ¡oh patria de héroes!
 tú que, lidiando altiva en la vanguardia
 de la familia de Colón, la diste
 de fe constante no excedido ejemplo;
 y si en tu suelo desgarrado al choque
 de destructivos terremotos, pudo
 tremolarse algún tiempo la bandera
 de los tiranos, en tus nobles hijos
 viviste inexpugnable, de los hombres
 y de los elementos vencedora.
 Renacerás, renacerás ahora;
 florecerán la paz y la abundancia
 en tus talados campos; las divinas
 Musas te harán favorecida estancia,
 y cubrirán de rosas tus rüinas.
 ...........................
    
 ¡Colombia! ¿qué montaña, qué ribera,
 qué playa inhospital, donde antes sólo
 por el furor se vio de la pantera
 o del caimán el suelo en sangre tinto;
 cuál selva tan oscura, en tu recinto,
 cuál queda ya tan solitaria cima,
 que horror no ponga y grima,
 de humanas osamentas hoy sembrada,
 feo padrón del sanguinario instinto
 que también contra el hombre al hombre anima?
 Tu libertad ¡cuán caro
 compraste! ¡cuánta tierra devastada!
 ¡cuánta familia en triste desamparo!
 Mas el bien adquirido al precio excede.
 ¿Y cuánto nombre claro
 no das también al templo de memoria?

 Con los de Codro y Curcio el de Ricaurte
 vivirá, mientras hagan el humano
 pecho latir la libertad, la gloria.
 Viole en sangrientas lides el Aragua
 dar a su patria lustre, a España miedo;
 el despotismo sus falanges dobla,
 y aun no sucumbe al número el denuedo.
 A sorprender se acerca una columna
 el almacén que con Ricaurte guarda
 escasa tropa; él, dando de los suyos
 a la salud lo que a la propia niega,
 aléjalos de sí; con ledo rostro
 su intento oculta. Y ya de espeso polvo
 se cubre el aire, y cerca se oye el trueno
 del hueco bronce, entre dolientes ayes
 de inerme vulgo, que a los golpes cae
 del vencedor; mas no, no impunemente:
 Ricaurte aguarda de una antorcha armado.
 Y cuando el puesto que defiende mira
 de la contraria hueste rodeado,
 que, ebria de sangre, a fácil presa avanza;
 cuando el punto fatal, no a la venganza,
 (que indigna juzga), al alto sacrificio
 con que llenar el cargo honroso anhela,
 llegado ve, ¡Viva la Patria! clama;
 la antorcha aplica; el edificio vuela.
   
 Ni tú de Ribas callarás la fama,
 a quien vio victorioso Niquitao,
 Horcones, Ocumare, Vigirima,
 y, dejando otros nombres, que no menos
 dignos de loa Venezuela estima,
 Urica, que ilustrarle pudo sola,
 donde de heroica lanza atravesado
 mordió la tierra el sanguinario Boves,
 monstruo de atrocidad más que española.
 ¿Qué, si de Ribas a los altos hechos
 dio la fortuna injusto premio al cabo?
 ¿Qué, si cautivo el español le insulta?
 ¿Si perecer en el suplicio le hace
 a vista de los suyos? ¿si su yerta
 cabeza expone en afrentoso palo?
 Dispensa a su placer la tiranía
 la muerte, no la gloria, que acompaña
 al héroe de la patria en sus cadenas,
 y su cadalso en luz divina baña.
   
 Así expiró también, de honor cubierto,
 entre víctimas mil, Baraya, a manos
 de tus viles satélites, Morillo;
 ni el duro fallo a mitigar fue parte
 de la mísera hermana el desamparo,
 que, lutos arrastrando, acompañada
 de cien matronas, tu clemencia implora.
 «Muera (respondes) el traidor Baraya,
 y que a destierro su familia vaya».
 Baraya muere, mas su ejemplo vive.
 ¿Piensas que apagarás con sangre el fuego
 de libertad en tantas almas grandes?
 Del Cotopaxi ve a extinguir la hoguera
 que ceban las entrañas de los Andes.
 Mira correr la sangre de Rovira,
 a quien lamentan Mérida y Pamplona;
 y la de Freites derramada mira,
 el constante adalid de Barcelona;
 Ortiz, García de Toledo expira;
 Granados, Amador, Castillo muere;
 yace Cabal, de Popayán llorado,
 llorado de las ciencias; fiera bala
 el pecho de Camilo Torres hiere;
 Gutiérrez el postrero aliento exhala;
 perece Pombo, que, en el banco infausto,
 el porvenir glorioso de su patria
 con profético acento te revela;
 no la íntegra virtud salva a Torices;
 no la modestia, no el ingenio a Caldas.
 De luto está cubierta Venezuela,
 Cundinamarca desolada gime,
 Quito sus hijos más ilustres llora.
 Pero ¿cuál es de tu crueldad el fruto?
 ¿A Colombia otra vez Fernando oprime?
 ¿Méjico a su visir postrada adora?
 ¿El antiguo tributo
 de un hemisferio esclavo a España llevas?
 ¿Puebla la inquisición sus calabozos
 de americanos; o españolas cortes
 dan a la servidumbre formas nuevas?
 ¿De la sustancia de cien pueblos, graves
 la avara Cádiz ve volver sus naves?
 Colombia vence; libertad los vanos
 cálculos de los déspotas engaña;
 y fecundos tus triunfos inhumanos,
 mas que a ti de oro, son de oprobio a España.
 Pudo a un Cortés, pudo a un Pizarro el mundo
 la sangre perdonar que derramaron;
 imperios con la espada conquistaron;
 mas a ti ni aun la vana, la ilusoria
 sombra, que llama gloria
 el vulgo adorador de la fortuna,
 adorna; aquella efímera victoria
 que de inermes provincias te hizo dueño,
 como la aérea fábrica de un sueño
 desvaneciose, y nada deja, nada
 a tu nación, excepto la vergüenza
 de los delitos con que fue comprada.
 Quien te pone con Alba en paralelo,
 ¡oh cuánto yerra! En sangre bañó el suelo
 de Batavia el ministro de Felipe;
 pero si fue crüel y sanguinario,
 bajo no fue; no acomodando al vario
 semblante de los tiempos su semblante,
 ya desertor del uno,
 ya del otro partido,
 sólo el de su interés siguió constante;
 no alternativamente
 fue soldado feroz, patriota falso;
 no dio a la inquisición su espada un día,
 y por la libertad lidió el siguiente;
 ni traficante infame del cadalso,
 hizo de los indultos granjería.
      
 Musa, cuando las artes españolas
 a los futuros tiempos recordares,
 víctimas inmoladas a millares;
 pueblos en soledades convertidos;
 la hospitalaria mesa, los altares
 con sangre fraternal enrojecidos;
 de exánimes cabezas decoradas
 las plazas; aun las tumbas ultrajadas;
 doquiera que se envainan las espadas,
 entronizado el tribunal de espanto,
 que llama a cuentas el silencio, el llanto,
 y el pensamiento a su presencia cita,
 que premia al delator con la sustancia
 de la familia mísera proscrita,
 y a pesó de oro, en nombre de Fernando,
 vende el permiso de vivir temblando;
 puede ser que parezcan tus verdades
 delirios de estragada fantasía
 que se deleita en figurar horrores;
 mas ¡oh de Quito ensangrentadas paces!
 ¡oh de Valencia abominable jura!
 ¿será jamás que lleguen tus colores,
 oh Musa, a realidad tan espantosa?
 A la hostia consagrada, en religiosa
 solemnidad expuesta, hace testigo
 del alevoso pacto el jefe ibero;
 y entre devotas preces, que dirige
 al cielo, autor de la concordia, el clero,
 en nombre del presente Dios, en nombre
 de su monarca y de su honor, a vista
 de entrambos bandos y del pueblo entero,
 a los que tiene puestos ya en la lista
 de proscripción, fraternidad promete.
 Celébrase en espléndido banquete
 la paz; los brindis con risueña cara
 recibe... y ya en silencio se prepara
 el desenlace de este drama infando;
 el mismo sol que vio jurar las paces,
 Colombia, a tus patriotas vio expirando.
   
 A ti también, Javier Ustáriz, cupo
 mísero fin; atravesado fuiste
 de hierro atroz a vista de tu esposa
 que con su llanto enternecer no pudo
 a tu verdugo, de piedad desnudo;
 en la tuya y la sangre de sus hijos
 a un tiempo la infeliz se vio bañada.
 ¡Oh Maturín! ¡oh lúgubre jornada!
 ¡Oh día de aflicción a Venezuela,
 que aún hoy, de tanta pérdida preciosa,
 apenas con sus glorias se consuela!
 Tú en tanto en la morada de los justos
 sin duda el premio, amable Ustáriz, gozas
 debido a tus fatigas, a tu celo
 de bajos intereses desprendido;
 alma incontaminada, noble, pura,
 de elevados espíritus modelo,
 aun en la edad oscura
 en que el premio de honor se dispensaba
 sólo al que a precio vil su honor vendía,
 y en que el rubor de la virtud, altivo
 desdén y rebelión se interpretaba.
 La música, la dulce poesía
 ¿son tu delicia ahora, como un día?
 ¿O a más altos objetos das la mente,
 y con los héroes, con las almas bellas
 de la pasada edad y la presente,
 conversas, y el gran libro desarrollas
 de los destinos del linaje humano,
 y los futuros casos de la grande
 lucha de libertad, que empieza, lees,
 y su triunfo universal lejano?
 De mártires que dieron por la patria
 la vida, el santo coro te rodea:
 Régulo, Trásea, Marco Bruto, Decio,
 cuantos inmortaliza Atenas libre,
 cuantos Esparta y el romano Tibre;
 los que el bátavo suelo y el helvecio
 muriendo consagraron, y el britano;
 Padilla, honor del nombre castellano;
 Caupolicán y Guacaipuro, altivo,
 y España osado; con risueña frente
 Guatimozín te muestra el lecho ardiente;
 muéstrate Gual la copa del veneno;
 Luisa el crüento azote;
 y tú, en el blanco seno,
 las rojas muestras de homicidas balas,
 heroica Policarpa, le señalas,
 tú que viste expirar al caro amante
 con firme pecho, y por ajenas vidas
 diste la tuya, en el albor temprano
 de juventud, a un bárbaro tirano.
   
 ¡Miranda! de tu nombre se gloria
 también Colombia; defensor constante
 de sus derechos; de las santas leyes,
 de la severa disciplina amante.
 Con reverencia ofrezco a tu ceniza
 este humilde tributo, y la sagrada
 rama a tu efigie venerable ciño,
 patriota ilustre, que, proscrito, errante,
 no olvidaste el cariño
 del dulce hogar, que vio mecer tu cuna;
 y ora blanco a las iras de fortuna,
 ora de sus favores halagado,
 la libertad americana hiciste
 tu primer voto, y tu primer cuidado.
 Osaste, solo, declarar la guerra
 a los tiranos de tu tierra amada;
 y desde las orillas de Inglaterra,
 diste aliento al clarín, que el largo sueño
 disipó de la América, arrullada
 por la superstición. Al noble empeño
 de sus patricios, no faltó tu espada
 y si, de contratiempos asaltado
 que a humanos medios resistir no es dado,
 te fue el ceder forzoso, y en cadena
 a manos perecer de una perfidia,
 tu espíritu no ha muerto, no; resuena,
 resuena aún el eco de aquel grito
 con que a lidiar llamaste; la gran lidia
 de que desarrollaste el estandarte,
 triunfa ya, y en su triunfo tienes parte.
   
 Tu nombre, Girardot, también la fama
 hará sonar con inmortales cantos,
 que del Santo Domingo en las orillas
 dejas de tu valor indicios tantos.
 ¿Por qué con fin temprano el curso alegre
 cortó de tus hazañas la fortuna?
 Caíste, sí; mas vencedor caíste;
 y de la patria el pabellón triunfante
 sombra te dio al morir, enarbolado
 sobre las conquistadas baterías,
 de los usurpadores sepultura.
 Puerto Cabello vio acabar tus días,
 mas tu memoria no, que eterna dura.
  
 Ni menos estimada la de Roscio
 será en la más remota edad futura.
 Sabio legislador le vio el senado,
 el pueblo, incorruptible magistrado,
 honesto ciudadano, amante esposo,
 amigo fiel, y de las prendas todas
 que honran la humanidad cabal dechado.
 Entre las olas de civil borrasca,
 el alma supo mantener serena;
 con rostro igual vio la sonrisa aleve
 de la fortuna, y arrastró cadena;
 y cuando del baldón la copa amarga
 el canario soez pérfidamente
 le hizo agotar, la dignidad modesta
 de la virtud no abandonó su frente.
 Si de aquel ramo que Gradivo empapa
 de sangre y llanto está su sien desnuda,
 ¿cuál otro honor habrá que no le cuadre?
 De la naciente libertad, no sólo
 fue defensor, sino maestro y padre.
   
 No negará su voz divina Apolo
 a tu virtud, ¡oh Piar!, su voz divina,
 que la memoria de alentados hechos
 redime al tiempo y a la Parca avara.
 Bien tus proezas Maturín declara,
 y Cumaná con Güiria y Barcelona,
 y del Juncal el memorable día,
 y el campo de San Félix las pregona,
 que con denuedo tanto y bizarría
 las enemigas filas disputaron,
 pues aún postradas por la muerte guardan
 el orden triple en que a la lid marcharon.
 ¡Dichoso, si Fortuna tu carrera
 cortado hubiera allí, si tanta gloria
 algún fatal desliz no oscureciera!
   
 Pero ¿a dónde la vista se dirige
 que monumentos no halle de heroísmo?
 ¿La retirada que Mac Gregor rige
 diré, y aquel puñado de valientes,
 que rompe osado por el centro mismo
 del poder español, y a cada huella
 deja un trofeo? ¿Contaré las glorias
 que Anzoátegui lidiando gana en ella,
 o las que de Carúpano en los valles,
 o en las campañas del Apure, han dado
 tanto lustre a su nombre, o como experto
 caudillo, o como intrépido soldado?
 ¿El batallón diré que, en la reñida
 función de Bomboná, las bayonetas
 en los pendientes precipicios clava,
 osa escalar por ellos la alta cima,
 y de la. fortaleza se hace dueño
 que a las armas patricias desafiaba?
 ¿Diré de Vargas el combate insigne,
 en que Rondón, de bocas mil, que muerte
 vomitan sin cesar, el fuego arrostra,
 el puente fuerza, sus guerreros guía
 sobre erizados riscos que aquel día
 oyeron de hombres la primer pisada,
 y al español sorprende, ataca, postra?
 ¿O citaré la célebre jornada
 en que miró a Cedeño el anchuroso
 Caura, y a sus bizarros compañeros,
 llevados los caballos de la rienda,
 fiados a la boca los aceros,
 su honda corriente atravesar a nado,
 y de las contrapuestas baterías
 hacer huir al español pasmado?
 Como en aquel jardín que han adornado
 naturaleza y arte a competencia,
 con vago revolar la abeja activa
 la más sutil y delicada esencia
 de las más olorosas flores liba;
 la demás turba deja, aunque de galas
 brillante, y de süave aroma llena,
 y torna, fatigadas ya las alas
 de la dulce tarea, a la colmena;
 así el que osare con tan rico asunto
 medir las fuerzas, dudará qué nombre
 cante primero, qué virtud, qué hazaña;
 y a quien la lira en él y la voz pruebe,
 sólo dado será dejar vencida
 de tanto empeño alguna parte breve.
   
 ¿Pues qué, si a los que vivos todavía
 la patria goza (y plegue a Dios que el día
 en que los llore viuda, tarde sea)
 no se arredrare de elevar la idea?
 ¿Si audaz cantare al que la helada cima
 superó de los Andes, y de Chile
 despedazó los hierros, y de Lima?
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 ¿O al que de Cartagena el gran baluarte
 hizo que de Colombia otra vez fuera?
 ¿O al que en funciones mil pavor y espanto
 puso, con su marcial legión llanera,
 al español; y a Marte lo pusiera?
 ¿O al héroe ilustre, que de lauro tanto
 su frente adorna, antes de tiempo cana,
 que en Cúcuta domó, y en San Mateo,
 y en el Araure la soberbia hispana;
 a quien los campos que el Arauca riega
 nombre darán, que para siempre dure,
 y los que el Cauca, y los que el ancho Apure;
 que en Gámeza triunfó, y en Carabobo,
 y en Boyacá, donde un imperio entero
 fue arrebatado al despotismo ibero?
 Mas no a mi débil voz la larga suma
 de sus victorias numerar compete;
 a ingenio más feliz, más docta pluma,
 su grata patria encargo tal comete;
 pues como aquel samán que siglos cuenta,
 de las vecinas gentes venerado,
 que vio en torno a su basa corpulenta
 el bosque muchas veces renovado,
 y vasto espacio cubre con la hojosa
 copa, de mil inviernos victoriosa;
 así tu gloria al cielo se sublima,
 Libertador del pueblo colombiano;
 digna de que la lleven dulce rima
 y culta historia al tiempo más lejano.