Aliquid chupatur
La discusión del proyecto, hoy realizado, de Regencia, nos ha hecho saber, de boca del diputado Navarro y Rodrigo, que no hay más solución racional, y conveniente para las complicaciones actuales de la política española que aceptar a Montpensier para rey de España.
Según el general Prim, tal nos hallamos hoy, después de lo hecho por el marqués de los Castillejos y compañía, que no hay un mal príncipe por tronado que sea, que quiera aceptar la Corona de los Alfonsos; pero que más adelante ya será otra cosa, y que, en prueba de ello, el Gobierno tiene ya hecha su elección.
«Más adelante», según el general Prim, es más allá de la Regencia de Serrano, con la cual supone su excelencia que el desbordamiento se encauzará y adquirirá el crédito que hoy no tiene el Trono desocupado en septiembre a impulsos de una revolución hecha en nombre de la dignidad nacional.
No quiero averiguar el secreto que en este sentido se alberga en la inspirada mente del Poder ejecutivo, aunque, si por la muestra se conoce el paño, la calidad del monarca en fermentación no puede ser una incógnita de imposible resolución, dado que conocemos otras varias candidaturas regias, hijas de la propia madre.
Pero no dejaré de llamar la atención de mis lectores hacia una coincidencia que me parece providencial.
Mientras en el Congreso de las Constituyentes se vuelve a tocar, aunque incidentalmente, la cuestión del monarca; mientras los señores diputados examinan las calidades de los que han sido y son aspirantes al Trono de España, o propuestos para ocuparlo por el patriotismo de Olázaga y otros agentes no menos activos; mientras aparentan convenir todos los partidos en que el hombre más conveniente para tan elevado puesto parecía ser el Coburgo portugués, un telegrama de Lisboa nos hace saber que S. M. T. acaba de casarse con madama Henzler, con la que se había dicho que vivía don Fernando, no sé si unido en secreto o secretamente unido.
De todas maneras, yo no puedo menos de felicitar una y mil veces a los gigantes políticos, a esos denodados patriotas que, en nombre del pudor y de la dignidad nacional, arrojan del Trono a una señora que «lo deshonraba con sus liviandades» y se apresuran a sustituirla con... una ilustre bailarina, que ni siquiera tenía derecho a llamarse esposa del rey, aunque partía con él el tálamo.
Esto es lo que se llama mirar por la honra y por la dignidad de un Trono que han hecho célebre y temido en todo el mundo mujeres tan despreciables como Isabel la Católica.
El telegrama de Lisboa, pues, parece decirnos a los que no hicimos coro a los mangoneos del demócrata Orense y los vítores del republicano Castelar, antes de la revolución, ni después de ella a las súplicas de los agentes reales: «¡Qué ganga os habéis perdido, estúpidos, con la solemne bofetada que os di en otro telegrama famoso, de reciente fecha! Madama Henzler..., examinándolo bien, ¡qué reina más guapetona y sandunguera para ese Trono deshonrado y carcomido por los vicios y la disipación!».
Pero no quería referirme en este artículo precisamente al casamiento de don Fernando de Coburgo.
Vuelvo al discurso del diputado señor Navarro y Rodrigo, y necesito citar a este propósito otra coincidencia que tampoco deja de ser notable.
Mientras el diputado unionista asegura que Montpensier es el único candidato aceptable para el Trono, y el general Prim contesta que el Gobierno tiene ya in mente un monarca, se anuncia la llegada a Sanlúcar de Barrameda de don Antonio de Orleáns y Borbón, el supuesto candidato de la Unión Liberal y declarado contribuyente de la nebulosa septembrina.
De manera que cualquier malicioso podría, en vista de estos datos, interpretar de este modo las palabras del general Prim, cuando respondió al señor Navarro y Rodrigo.
«Mire usted, señor Navarro: el candidato de usted, y el mío, así como el de mis compañeros de Gobierno, es uno mismo; pero usted y nosotros disentimos en la ocasión de traerle. Si viene hoy de sopetón, excitados como se hallan los ánimos, nos le van a dar una paliza, que le puede desgraciar, porque la futura majestad puede gloriarse de ser cordialmente antipática a todos los Partidos independientes y a todos los hombres sin partido. Además, pasar de golpe y porrazo de una situación tan libre como la actual a una monarquía es exponernos a mucho con esa gente, que tiene la república entre las muelas de algún tiempo a esta Parte. Votemos como por vía de paso preparatorio, una regencia, démosla a un hombre de toda nuestra confianza, incapaz de jugarnos una mala pasada por su escasa fuerza de zancadilla, pero al mismo tiempo docilote y sufrido para cargar con todos los palos que merezcan los actos de su Gobierno, y cuando el pueblo se haya acostumbrado otra vez a los resplandores del trono y a la alteza, ya que no a la majestad de la monarquía, será ocasión oportuna para proclamar de veras no digo a Montpensier, sino al misma Caín, que allá le va».
Pero he dicho que no quiero penetrar con mis conjeturas en la mente del Gobierno, y he de cumplirlo entrando de una vez en el verdadero asunto de este artículo.
La Unión Liberal está de pláceme con el nombramiento del general Serrano; tiene a su jefe verdaderamente en candelero; poco importa que no alumbre.
El puesto vale algunos millones y ropa limpia. Cuando llegue Dulce, será, ministro y capitán general, y lo de las carteras de la combinación ministerial para su alteza, no dejará de arreglarse.
Por de pronto, aliquid, chupatur, que es lo que queríamos demostrar... en septiembre.
Lo demás se hará a su tiempo, para lo cual están en el Poder con los de la Unión los progresistas, con su candor de abolengo y su perspicacia históricos.
El resto, que es la gorda, ya veremos quién lo echa.
(De El Tío Cayetano, núm. 31.)
20 de junio de 1869.