Algunos juicios sobre "La Gruta del Silencio"




ALGUNOS JUICIOS
SOBRE
"LA GRUTA DEL SILENCIO"





LA GRUTA DEL SILENCIO


Difícilmente pudiera señalarse entre los libros de poesía publicados eu los últimos tiempos, uno que como «La Gruta del Silencio», reúna en sus páginas, de modo más completo y definido, las diversas tendencias poéticas que se designan con el calificativo de modernismo.

Este hecho bien manifiesto y que cada lector puede evidenciar sin mayor esfuerzo, hace de este libro una obra representativa.

Precisa valentía en un escritor, y más todavía en un poeta, para lanzar a un púbLIco como el nuestro, de cultura apenas mediocre y sin mayores exigencias en cuanto a alimento espiritual, una producción poética elaborada con prescindencia absoluta del deseo, por desgracia tan común, de conquistar renombre o popularidad halagando el gusto rutinario de la multitud.

Antes por el contrario, a trueque de parecer amigo de lo nuevo, característica ella sola capaz de hacer fracasar al mejor escritor y a todo hombre en una tierra como esta, el poeta Vicente García Huidobro Fernández ha extremado en su obra la nota original y bizarra, y la mayoría de las veces con acierto que demuestra un buen gusto cultivado y personalísimo y una sabia elección de aquellas formas literarias y tendencias que pueden convenir a nuestra capacidad poética.

Es tanto más grato dejar constancia de este hecho cuanto que en no escasas críticas sobre «La Gruta del Silencio» vemos, no sin la sorpresa consiguiente a tan antojadiza afirmación, que esta cualidad tan eminente y necesaria de todo poeta de asimilar de la literatura universal, sin distinción de tiempos ni escuelas, todos aquellos procedimientos que puedan significar un adelanto para la propia concepción y expresión de la poesía, la vemos —repito— calificada como una influencia vulgar y ramplona.

Proviene esta acusación, sin duda, de un concepto errado de lo que debe ser la literatura nacional. El público ha aceptado siempre, y continuará aceptando complacido para resolver problemas de difícil compresión, fórmulas vacías, pero que tienen la ventaja de no hacerlo pensar.

Desde hace tiempo, en efecto, no se duda en Chile de la necesidad de nacionalizar el arte. Sin embargo, no se admite por la totalidad de la gente que opina un anhelo que sería tan justo como aquella necesidad: nacionalizar la ciencia. Más todavía, un escaso número de personas razonables pretende que hay ventajas en utilizar los procedimientos europeos o norteamericanos para la cultura de las tierras o la mejora de la ganadería, se reconoce así tácitamente que la aplicación a tales actividades de nuestra experiencia nacional solo serviría para estropear y dificultar su desarrollo cuando nó para impedirlo. Pero cuando se trata de actividad artística o literaria se considera indispensable para dar patente de belleza a un cuadro o a un libro que estén concebidos y ejecutados no sólo dentro de las formas consagradas por la retórica y poética —lo que en el fondo sería razonable— sino que en esas obras abunde la misma sequedad espiritual desprovista de toda novedad, espurgada de toda audacia imaginativa expresada en el mismo tono infantil y rutinario de dos o tres retóricos petrificados por los siglos.

Concepto tan arbitrario y que jamás ha respondido a la realidad artística no puede menos de entorpecer considerablemente la labor de los pocos espíritus que cultivan en Chile las letras. Oponiendo a toda tentativa de renovación de la herencia literaria de que somos depositarios un empecinamiento hostil e incapaz de todo discernimiento, no solo no se trabaja por una mayor cultura sino que se corre el peligro de corromper la poesía del mismo modo que se pudren las aguas estancadas.

Por estas solas consideraciones la obra que nos ocupa merecería ser tomada en cuenta, si no la abonaran raras y especiales cualidades.

Seguramente, «La Gruta del Silencio» adolece de algunos defectos y no es el menor, a mi juicio, el uso sistemático del verso llamado libre. A juzgar por la lectura de su poesía, García Fernández entiende por tal el uso de diversos ritmos dentro de una misma composición y aún dentro de una misma estrofa.

No choca esta innovación a nuestro oído cuando todos los versos de un poema pueden referirse a un ritmo único. Tal acontece si el poeta se expresa en versos de siete y catorce sílabas, de seis y de doce, etc., etc. En este caso se trata únicamente de una distribución arbitraria de la rima –distribución que puede ser altamente elegante y armoniosa— y de una manera también arbitraria de escribir el verso. No ocurre igual cuando el autor pasa de un verso a otro sin que haya entre ambos una medida común. La ruptura inesperada del ritmo hiere y cansa el oído y esta molestia, que llega a hacerse física perturba la clara comprensión del tema poético, cuando no lo despoja de todo encanto.

Justo es advertir, sin embargo, que para oídos menos habituados ala medida del verso clásico puede ser grata y musical esta aritmicidad, siempre que sea manejada con talento, como acontece en este libro, cuyas composiciones todas, a excepción de no más de tres, están escritas en esta nueva forma.

Ha sido Vicente García el primero de los nuevos —como diría Armando Donoso— que ha usado a través de todo un libro y obedeciendo a un propósito sistemático el verso libre así comprendido, con acierto innegable. La armonía y belleza de sus ideas poéticas no se ha resentido por ello; antes, por el contrario, su verso adquiere en ocasiones inesperado relieve y gallardía, signo inequívoco de que este poeta escribe poesía.

Antes que una crítica de «La Gruta del silencio», crítica que por mi amistad con el autor pudiera parecer parcial a mas de algún mal intencionado, he preferido exponer las breves consideraciones anteriores por cuanto ellas se relacionan no solo con esta obra suya sino también con algunas opiniones de los críticos que la han juzgado.

Me abstengo, pues, de alabar la belleza de su poesía. Es tan sutil el encanto de su obra poética que solo puede ser apreciada en el libro mismo. La trascripción de estrofas bellas intercaladas en un artículo, las hace vulgares en fuerza de ponerlas en contacto con el vulgo. Algo análogo ocurre con los metales preciosos: se empañan al pasar por las manos de la multitud.

Y no deseo hacer sufrir tan lamentable espectáculo al poeta Vicente García Fernández.


Max Jara.






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Penetré a «La Gruta del Silencio» y recorrí todos sus vericuetos misteriosos donde voces inefables, inauditas, resbalaban como un filtro áspero y extraño por sobre las paredes abruptas del Símbolo, desenterrando obsesiones unánimes y alucinadoras o degradándose en el eco irredento, anónimo, exhausto, de la concepción amorfa de un balbuceo...

Su arquitectura moderna y lustrosa, y rara a fuerza de aditamentos rebalsantes de ironía contra los fútiles e inanimados códigos de antaño; su expresividad multicolor e inquieta vivificada por el gris escalofrío de un psiquismo vertical y grueso; y su naturaleza revulsiva, reaccionaria y robusta, incorporaron en mi espíritu una fuerte satisfacción de orgullo, de simpatía, y un deseo tirano de gritar y aplaudir el advenimiento, la apocalipsis audaz y luminosa del autor de esa Gruta del Silencio, del silencio mirífico que queda colgado como un nuevo mundo ante las pupilas absortas del que sepa y y pueda comprenderlo.

Penetrad a esa gruta y saldréis con el alma y la retina impregnados de resplandores exóticos y bellos.

Estrujad una flor y os perfumaréis las manos.

Y el libro de Vicente García Huidobro F. es una gruta exuberante de flores.


O. Segura Castro.





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No es esta una crítica. Aún no se ha hecho en mi cerebro (ojalá que nunca se hiciese) —el molde siempre estrecho donde algunos pretenden vaciar las formas infinitas de la belleza. No soy crítico, porque como éste jamás he pretendido mostrar a los hombres como modelo acabado una figura diminuta y deforme en que apenas si se adivina un rasgo torpemente esbozado de la que es Diosa inmortal porque es voluble y caprichosa, pródiga y esquiva porque es siempre la misma, bella siempre, nunca igual.

En la paz de mi interior, la belleza, esa mujer que me fascina con su virginidad, que ha resistido la potencia y el atrevimiento del genio, se me entrega desnuda y sin rubores porque sabe que jamás he osado corregir una sola línea de su cuerpo divino... Ella sabe que amo todos sus encantos y que amaría también sus defectos... por ser de Ella.

Los hombres, esos niños ingenuos que tienen caprichos que serían absurdos y ridículos si no fueran caprichos de niños, me hacen pensar. La belleza, ante la cual soy un niño ingenuo, solo me hace sentir.

Su «Gruta del Silencio», para llegar a la cual he bañado mi espíritu en la fuente cristalina de mi paz, me ha hecho sentir, sentir mucho: y ahora que me veo forzado a pensar para poder escribir, pienso que debe haber sido mucha la belleza que Ud. aprisionó en las páginas de su libro cuando al leer las he sentido tanto.


Tomás Chazal.




AL MARGEN DE LA GRUTA DEL SILENCIO


Con la avidez que despierta en mi espíritu todo libro nacional, máxime cuando su autor, como en el caso presente, milita en nuestra vigorosa falanje de la actual generación, comí yo el libro del señor Vicente García Huidobro Fernández, y nó de un tirón, como lo haría cualquier lector prosaico, más sí a pequeños sorbos, como quien paladea un vino del Rhin o la ática miel del Himeto, saboreé yo sus poesías.

Su figura literaria me es tanto más simpática y digna de efusivos encomios, cuánto que además de su obra libresca ha fomentado el arte con la fundación y mantenimiento de revistas a cuyas páginas les ha cabido el prestigio de albergar lo más florido de nuestra intelectualidad. Y aunque no es el caso hablar aquí sino de su reciente libro, no puedo dejar de pasar por alto la decidida dilección que él guarda por los artistas chilenos y lamento en esta ocasión no poseer la florida fluidez de una Sevigné para espiritualizar una crónica de esas, sus íntimas reuniones intelectuales en que Max Jara suele ser el oficiante y de la Vega, Pedro Siena, Guzmán C., Cruchaga, Munizaga Ossandón, el infortunado poeta nicaragüense Alberto Ortíz, Barella y otros más, los fervorosos oyentes.

El concepto bastante elevado que de su personalidad me había formado —que es el de un joven laborioso, según lo constata la lista de sus obras próximas a publicarse, muy versado en literaturas antiguas y modernas y con una opinión clara del arte— no podía menos que verse corroborado y cumplido en el presente volumen.

En él, si bien se evidencia el conocimiento de las literaturas extranjeras, se revela también un temperamento artístico personal y potente que le ha impedido estrellarse en los escollos de todas las exageraciones a que ineludiblemente le hubieran conducido las anarquías demoledoras de la poesía francesa contemporánea sino hubiese sido asistido por su claro concepto del arte y su sentimiento intrínseco e individual. Se especializa su obra por la introspección psicológica, que el autor ha sabido investir fidedignamente, y por una inquietante tortura espiritual que suele manifestarse a veces en complegidades morbosas. Tales especiales estados llevan siempre el calor humano de donde ellos dimanan y revelan de una especial manera el vasto campo subjetivo del autor.

Erradamente, se ha querido imputar a su obra una servil imitación de la literatura francesa. Una vez por todas, precisa poner en claro este punto: una cosa es imitar o sufrir la influencia de determinada tendencia literaria y otra vivir en el medio por ella creado, armonizarse a ella y sojuzgarse a sus credos estéticos.

Tanto un poeta puede ser asiático como sudamericano y sin embargo, por sus cánones de belleza, por su temperamento y sus gustos, un poeta tan francés como el mismísimo Francis Jammes. Las eventualidades del destino han sido las culpables de que aquel poeta haya visto la luz en un lugar donde, por una rara paradoja humana, el espíritu es inadaptable a las manifestaciones de su medio de acción.

Tal el espíritu de este poeta.

Una vez hecha esta salvedad, bien se comprenderá cómo a su nuevo libro le son perfectamente aplicables aquellas palabras que empleara Monsieur Alphonse Séché al caracterizar la poesía francesa contemporánea:

«Néanmoins, il existe, entre ces livres, si je ne m'abuse, un lien de commune párente. Et ce lien, difficile a definir d'un mot, c'est la sensibilité aiguë de leurs auteurs, leur esprit inquiet, douloureux, désabusé et préoccupé de continuelle nouveauté, c'est leur raffinement d'émotion et d'expressión, —un ensemble de qualités et de defauts singuliers dont seules des ames modernes peuvent être agitées. Ici et la, on trouve le méme soin à fuir tout lyris-me, tout emportement romantique: c'est la méme peur du ridicule. Pas de littérature— ou le moins posaible!–La rhétorique est honnie de ces poétes épris de psychologie et qui fouillent l'âme jusqu'en ses plus intimes coins obscurs, sans jamáis se laisser entraîner hors do l'analyse rigoureuse par le mouvement prosodique. Avec le minimum de mots, avec de petites notations, ils s'essayent à créer une atmosphère vraie, une musique spéciale; ils recherchent des images inattendues, des rythmes imprévus distillent goutte à goutté leur émotion, comme l'on pincerait une à une et précautionneusement les cordes d'une harpe vétuste et fragile».

Es de hacer notar en estas páginas -ya que se trata del exponente artístico de un joven— la creciente labor y el acendrado mejoramiento que va adquiriendo en Chile el movimiento intelectual iniciado dos lustros ha. En aquella época si bien se aparecía a la palestra del arte con una mayor gimnasia intelectual y una base experimental de la vida más sólida aún, no se alardeaba de este refinamiento y sensibilidad precoces, y de esta prematura intuición artística de la juventud contemporánea.

Por esto, no es de asombrarse que los ídolos consagrados o los fetiches del arte, sientan el escozor de una picadura cada vez que un adolescente y novel autor les gana sus palmas y les enrostra su insuficiencia y el anacronismo retrógrado de su arte.

Se ha atacado a nuestro autor con una virulencia cuanto más amarga, más honrosa para él. Se ha censurado en él, precisamente, aquello que era más digno de elogiarse, esto es, su autocracia, su independencia, su temeraria audacia y, más que todo, su sinceridad.

Norma y guía suya han sido aquellas palabras de Manuel Ugarte: «Para ser sinceros ante nosotros mismos, debemos afirmar siempre nuestra opinión lealmente, sin pasar revista antes de hablar a las caras que nos rodean, en completa independencia de carácter, como hombres plenos. Los comentarios que provoca nuestra actitud, son la polvareda que levanta el corcel impetuoso al devorar las distancias».


Juan Rojas Segovia.


Santiago de Chile, Enero de 1914.





Para Vicente García Huidobro Fernández


Para el que siempre dejó caer una palabra buena sobre la tristeza, para el amigo que se reveló ante todo los gestos de villanía, para el que dejó un verso sobre cada cariño y un cariño sobre cada verso, para el hermano con quien he conversado largamente en las tardes grises sobre el amor, la pena y la poesía, para el poeta que escribió «La Gruta del Silencio» que es un libro bello como una tarde de Otoño; para el poeta que sueña y que habla siempre entusiastamente envolviendo todos sus sueños y sus palabras en el humo perfumado de un cigarrillo egipcio; para el que odia todos los fanatismos, para el artista que salvó la vida a otro artista vayan estas líneas como un agradecimiento y una felicitación.

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Recién publicada la «Gruta del Silencio» escuché este diálogo en una oficina pública, sobre el libro de Vicente García Huidobro Fernández:

—«La Gruta del Silencio» es un libro muy malo.

— Nó, es muy bueno.

El último que hablaba era el poeta Magallanes Moure, el otro......... la Envidia.

«La Gruta del Silencio» es uno de los mejores libros que se han publicado en Chile: su autor es artista que percibe las más refinadas sensaciones; su alma es complicada, sencilla, triste y optimista; su poesía es hija de su alma.

Juan Guzmán Cruchaga.






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Uno de los poetas jóvenes más bizarros y profundos de esta generación, que es la más brillante que hemos tenido, es Vicente García Huidobro Fernández.

Más de alguno de nuestros viejos vates sonreirá burlonamente, quizás recordando sus versos que ya nadie lee.

«La Gruta del Silencio» rompe con el molde ajustado de la Retórica, pero eso no importa. Las aves del verso deben volar libremente bajo el cielo ilimitado.

«La Gruta del Silencio» es una obra audaz, quien sabe si la más audaz que se haya publicado en Chile.

Le atacarán a García Huidobro sus imágenes atrevidas que muchos no comprenderán por no poseer el refinamiento necesario.

Le criticarán sus versos libres llenos de savia. Pero a pesar de todo «La Gruta del Silencio» será aplaudida por los mineros de la belleza y las personas de buen gusto.



Ángel Cruchaga S. M.







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Vicente García Huidobro Fernández, mal que les pese a los bufones de la prensa y a los fracasados que escriben extremecidos de envidia, es poeta «Dei gratia Vates».

Es poeta porque tiene visión, siente y vibra.

Sabía yo que era un estudioso incorregible y un esteta; sabía que era un orgulloso de su yo y que rodeado de soñadores como él, en opulenta bohemia, repartía como un Mecenas su amistad y su saber; pero no sabía que fuera un poeta. Ahora lo sé, porque me lo ha dicho «La Gruta del Silencio».

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Lulio de Sabá



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Vicente García Huidobro Fernández analiza sus propias sensaciones y luego procura expresar refinadamente sus descubrimientos íntimos. Es el secreto de su poesía.

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Fernando Santiván.




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Espantarán a muchos sus raras locuras verbales, pero habrá también quienes vean en el fondo de todo ese bullir atormentado de la forma una personalidad curiosa, fuerte y original.

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Armando Donoso.



LA GRUTA DEL SILENCIO


Observador atento, este joven poeta, fuerte y original da con la desfachatez de un D'Annunzio a la publicidad un nuevo libro. Lo primero que encontramos en él es un prólogo de nuestro distinguido amigo Armando Donoso, prólogo que a nuestro modo de pensar no cuadra en absoluto con el concepto que del libro me he formado.

En el principio cita con mucho acierto (refiriéndose a «Ecos del alma») las palabras del lírico italiano O rinnovarsi o moriré.

En seguida continúa:

«Lo que este joven poeta adoraba ogaño lo ha sacrificado hoy en busca de una nueva senda». El señor Donoso se equivoca. ¡Claro está! Ogaño y hoy tienen el mismo significado y sin duda que ha querido decir que el antañesco arte retórico ha sido ogaño renovado por el ingenuo y fresco del moderno.

Varios renglones más abajo, dice:

«Espantarán a muchos sus raras locuras verbales».

¡¡¡Nó!!! no espantarán a nadie, cuando más sorprenderán a muchos...

«En fuerza de comenzar a reconocerse en los otros acabará por dar en los propios aledaños de su personalidad».

El autor de «La Gruta del Silencio» no ha imitado a Andrés Chabrillón, Evaristo Carriego o Raúl Mendilaharsu como nos dice el prologador, por el contrario es «una personalidad curiosa, fuerte y original.

Protesta que los versos son escasos de armonía. ¡Lamentable error!... no son rotundos y atronadores como los de Herrera, Núñez de Arce, José Santos Chocano, pero son estrictamente armónicos.

En esto nuestro poeta se ha guiado por estas célebres frases de Verlaine: «La poesía es un perfume» «A la elocuencia torcerle el cuello».

Hay una estrofa que reza:


«Un carnaval veneciano
con algo de «Fetes galantes»
con algo muy verleniano
«avec plusiers des amantes».


Esto ha dado ocasión para que el crítico aludido lo comentara de esta suerte:

«...Imágenes de pésimo gusto, rimas bárbaras, trasposiciones violentas o fragmentos intercalados de versos Franceses recurso de que se ha valido para integrar un verso castellano».

No encuentro que se rompa la armonía y de ninguna manera debía García Fernández «transcribir un verso íntegro en medio de un poema» como lo hace Darío a fuer de perder su originalidad en el arte. Y debo advertir que en esta parte ha sufrido una equivocación el autor de «Bilbao y su tiempo», puesto que Darío en su libro intitulado «El canto errante» tiene una composición en que rima dos versos con palabras francesas y no transcribe un verso íntegro en medio de un poema. Oíd:


«De la locura, foco de todo surmenage
donde hago buenamente mi papel de sauvage».


Por lo demás hallo tan lícitamente justo el proceder del bardo Nicaragüense como el del talentoso poeta chileno.

El crítico Armando Donoso que es uno de los más aventajados en talento y erudición de nuestros jóvenes intelectuales dice grandes verdades al lado de enormes errores, tales como ese en que pretende darnos a entender que el poeta es un apasionado de Rollinat, que ni siquiera ha leído.

Al hablar de los defectos gramaticales sucede con Donoso un caso parecido al del sabio-filósofo de Leipzig con Bacón y Descartes. No dudo que la obra de García Fernández tiene giros que no son estrictamente gramaticales, pero debemos considerar que contra ellas pecan muchos, casi la mayoría de los literatos.

«La gramática es una ciencia necesarísima a los escritores sin talento, es en ella que reside su sola fuerza y son dominados por ella; es útil a los escritores de talento que saben adornarse con ella: y es absolutamente inútil a los escritores de genio que saben crearse un mundo verbal personalísimo, no sólo fuera de ella sino contra ella».

Estas aceptadas palabras de Vargas Vila podrán servir de norma a la nueva generación que es audaz y talentosa como lo que más. Al finalizar el libro el señor Donoso dice:

«Y en la lírica americana este caso se repite ya con frecuencia en escritores que, como Lugones, Amado Nervo y Guillermo Valencia comenzaron siendo verdaderos maestros de capilla del simbolismo y de todas sus exasperaciones y hoy repasan, con idílica frescura sus emociones cultivando el arte serenamente, ajenas a esas complicacioDns que antaño fueron para ellos palabras de oro».

El caso respecto a García Fernández es muy diferente al de los poetas anteriormente citados, puesto que nuestro poeta comenzó por la escuela romántica de Hugo y ahora ha encontrado su verdadero camino de damasco en la propia auscultación.

Francamente, confieso que ignoro el por qué de las ajenas complicaciones y exageraciones del simbolismo; gloriosa y magna escuela que cuenta con un genio por fundador: Góngora y por un hombre de talento superior por vulgarizador: Verlaine.

Rafael Mesa y López, hombre culto y de vasta erudición, en su «Antología de los mejores poetas Castellanos», habla de esta suerte acerca de los comienzos del simbolismo:

« .. El gran Verlaine, que sin duda alguna es el primer poeta francés del siglo XIX, tenía por Góngora una profunda admiración; se puso a estudiar con ahinco el castellano para poder traducirle, pues no conocía nuestro idioma lo bastante para ello y a uno de sus Poemes Saturniens puso como lema este verso de don Luis Argote y Góngora:

«A combates de amor, campos de pluma».

Este solo detalle bastaría para la gloria de Góngora, y prueba que los poetas sud-americanos de hoy, aunque otra cosa pretenden, no siguen una escuela francesa, sino estrictamente española pasada por el tamiz francés».

*

Las almas juveniles sienten extremecimientos líricos que los obligan a convertirse en refinadas y exquisitas a las unas, en sentimentales a las otras, en románticas a muchas y a las más en ridículas, insensibles e indiferentes a los mágicos encantos de la belleza suprema del arte.

Pero no ha sucedido lo último con el autor de «Ecos del alma», por el contrario, con su trabajo asiduo y constante ha logrado formarse un estilo raro y original, que encantará y elevará a las almas verdaderamente artísticas y arrancará una mueca de desprecio a los talentos mediocres o envidiosos.

La primera composición que encontramos en el libro se titula «El poeta alaba los ojos de la muy amada», honda y sugestiva poesía que honraría a un José Asunción Silva, cuyos nocturnos tan serenamente sentimentales, son los gemelos de esta bella composición. Oid:

«¡Oh! lo extraño de sus ojos insondables y sombríos
Cuando vuelven a lo cierto ya cansados de soñar
Y se posan en los míos
Como algo que ha dejado de volar.

Siento frío......
Siento frío
Su mirada me penetra, me traspasa y me adivina
Llega al fondo de mi alma y la ilumina.
Como un rayo de luna
Que se clava en la laguna».
 
«La balada triste del camino largo» tiene un extraño dejo de melancolía poética.
 
Vaya una de esas estrofas:

«Riendo a los que vienen, llorando a los idos
seguir por el largo camino distante
Seguir por los largos caminos dormidos
Con la honda tristeza de un circo ambulante».


El alma de García Fernández que es intensa, sentimental y elegíaca no podía olvidar al malogrado poeta de la Argentina, Evaristo Carriego que en plena floración de juventud se marchitó por sus afiebradas y desbordantes espiritualidades como una fresca rosa por los calcinantes rayos de un sol tropical.

Recordamos algunas estrofas que darán a conocer el valor de la composición:


«Se rompió el organillo de Evaristo Carriego
El silencio se duerme en el suburbio largo
Y lloran como nunca los ojos de aquel ciego
Que aguardaba en la puerta con un aire amargo.
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Quien sabe si parada junta a la puertita, alguna
muchachita se acuerda de cuando tú pasabas
y fija sus miradas llorosas en la luna
recordando el encanto con que tú la mirabas».


Este insignificante detalle que para otro habría pasado inadvertido, es una de las imágenes más originales del libro; trae a la mente un mundo de evocaciones. Tanta naturalidad, tanta sencillez son los verdaderos encantos de la poesía. ¡Seguro estoy que Juan Ramón Jiménez, Herrera, Reyssig o Max Jara no la rechazarían de su colección.

Esas tardes de invierno, monótonas con un algo extraño que hastían de la vida hasta el suicidio, no han pasado indiferentes para nuestro joven poeta que las ha cantado en unas estrofas llenas de amargor y pesimismo que nos dá la exacta sensación de esos días odiosos, lentos y aburridores.

«Los frescos ilusorios» dedicados a Ramón Pérez de Ayala traen pinceladas muy reales y curiosas, por ejemplo aquella parte del «Amanecer poblano:

«Por una gran pendiente se resbaló la noche» y aquel terceto con un colorido que iguala a los versos de Luis Carlos López:

«Curvando el cuerpo un niño se restrega los ojos
con su pañuelo el cura asea los anteojos
y sepulta una mano en su eterno bolsillo.»

El poeta ama como Virgilio la vida del campo, las verdes praderas, los trigos maduros, el alma de los paisajes crepusculares, las campanadas que se caen sobre el llano, el reidor canturreo de las cristalinas aguas y le agrada contemplar de lejos las carretas que se pegan en los pantanos del camino, a las golondrinas que sin inquietudes vuelan bajo el diáfano cielo azul y sobre los verdegueantes potreros donde pastan los animales gravemente.

Completan la colección dos composiciones, una de las cuales se titula «El dolor del paisaje nocturno», donde encontramos bellas estrofas, y otra con el nombre de «La llanura de noche», poesía moderna como la que más, con atrevidas comparaciones donde se revela toda la audacia y temeridad del poeta.

Hay estrofas verdaderamente encantadoras:


«La llanura está encantada
se ven los pastos azules
y lejano se divisa
como un diálogo de luces.

¡Qué noche tan deliciosa
qué llanura tan callada,
para cruzarla con ella
en dos cuerpos y en una alma.»


Al leerlo me ha parecido ver a lo lejos resaltar dos luces en la inmensa obscuridad de una noche y hasta he sentido la refrescante caricia del céfiro nocturno.

En «El tríptico galante de jarrón de Sevres» nos pinta una noche carnavalesca donde vemos desfilar a Colombina, Arlequín, Pierrot, Clitandro y Cassandra «por la gloria del jardín».

Nos habla de música de mandolines, de cisnes, mitológicos y de barcos que navegan como encantados por las aguas. Finaliza el tríptico haciendo una evocación de «Era un aire suave» por Rubén Darío. Pinta a la marquesa Eulalia, la divina, la reidora, la perversa que dá sonrisas y desvíos a los rivales que están prendados de su arrogancia y hermosura. Y ella toda llena de encantos y altiva y orgullosa sólo deja escapar, su aristocrática carcajada en tanto que un paje «cae rojo de estocadas.»

¿Qué decir de los «Poemas sencillos» de «El viejecito del barrio» tan natural y sencillo, de «La enfermita de engaño», un tanto dolorosa y nostálgica y qué de «El idilio de la tarde y de la luna», cuya primera estrofa tiene la dulzura de una égloga de Virgilio?

«El libro de la meditación» que compone la segunda parte trae poesías con giros elegantes y nuevos, con frases donde se ve la relación lejana de unas a otras, pero maravillosamente bien estudiadas. Como ser esta de «El Libro Silencioso»:


«Higuera que da sombra, en el camino grave,
Como una tristeza de madre».


O aquella de los «Versos de un viejo triste»:


«¿Quién pronunció ese nombre
Que me perfuma el alma?»


Esta composición es hermosísima, cada verso es un pensamiento genial y original, respira vida interna e intensa, hiere al corazón, habla al alma, habla muy silenciosamente, de modo que pocos prestarán atención a sus bellezas, pocos, muy pocos, solo los artistas, los de alma grande y de gran corazón.

«El poema para mi hija» es un pequeño cuadro con algo de tristeza, de la tristeza dé los que sufren al lado de la felicidad, de los desgraciados que la fortuna rechaza irónicamente, despiadadamente.

Al poeta sereno, al poeta del amor y las ternezas, a Amado Nervo, he recordado al leer los versos «Las flores del jarrón»:


«Las blancas ñores del jarrón me dicen
De la delicadeza de tus manos».

En los tercetos «A la hermana buena» tiene una estrofa que llama vivamente la atención:


«Mira como mi libro entrecerrado finge
Las manos juntas de una casta virgen
En actitud de un rezo suave y triste.»


Con «Ama al otoño amarillo» concluye la primera parte de «El libro de la meditación».

Donde García Fernández se manifiesta más poeta, donde su alma se retrata más vivamente, donde vibra más agitadamente los nervios del autor y donde más se cumplen estas palabras de «El poema a su hija»:

«Tiemblo ante todo lo sobrenatural y lloro como un perro a lo desconocido», es en «Los poemas alucinados».

Es el alma del agenjomano Verlaine, «las pesadillas alcohólicas de Rimbaud y los negros hastíos de Baudelaire» los que reviven en el cerebro atormentado de este joven poeta lleno de obsesiones, de terrores y de espasmos.

«La araña negra», es la obra de un delirante, algo extraño, terrorífico, algo de Poe que delira afiebradamente.

Pero aun más doloroso es el poema «Cuando yo me haya muerto», es una de las composiciones más fuertes de las que sobre este tema se hayan escrito, es casi imposible que el pánico se pueda pintar más vivamente; he aquí algunas estrofas:


«Después vendrá el entierro, me sacarán de casa
Para jamás volver, aunque mi amor lo hubiera,
Alguien habrá que al ataúd se abraza
Y la quitan por fuerza y la arrastran afuera.


Mi espíritu irá siempre detrás de los que ha amado
¡Que horrible si yo quiero besarlos y no puedo!
Que horrible ir viendo como de mí se han olvidado
Y solo me recuerdan cuando me tienen miedo.

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Se sentirán mis pasos en las piezas desiertas
Y se sentirán golpes, suspiros y raspaduras
¡Qué susto pasar frente las ventanas abiertas
Que se quedan a veces en las piezas oscuras!

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Talvez alguna vieja sirviente visionaria,
Contará haberme visto cruzar los corredores,
Me pintará de alguna manera extraordinaria,
Envuelto en una especie de flotantes vapores».


«El terror de la muerte», es otro poema obsesionado, sentido hondamente, donde encontramos acertadas comparaciones como esta:


«Mi cuaderno de versos
Caído en el suelo
Parece un pájaro muerto».


«Los coloquios espirituales» son bellos y nuevos versos rimados en ciertas ocasiones de una manera original.

Su poema «La alcoba» es una obrita maestra que bien podría atribuírsele a un Jules Romain.

Kn «Las palabras de la anciana», composición que finaliza la obra hay pensamientos verdaderamente grandes.

«Habló la anciana y sus palabras
Tenían una paz de llanura larga

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Y me habló la muchacha y sus palabras
Eran como lamidos de perro».


«La Gruta del Silencio» es la obra de un poeta joven y ardientemente apasionado del simbolismo, donde parece haber encontrado su verdadero camino de Damasco.

Es joven, estudioso y de talento.

No es una promesa, es una bella realidad.

J. Solís de Ovando.






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En su libro tiene composiciones sencillamente admirables y con las cuales gozará muchísimo el gran Lugones sin ver en ella ninguna imitación o influencia francesa que dice el culto prologuista.

Concedemos que el señor García es un poeta francés o de temperamento francés por un error nacido en Chile, pero no podemos aceptar que sea un imitador de los franceses. Hay muchos poetas nacidos en Francia y que no han imitado a sus compatriotas antecesores o contemporáneos. Si a un caso han recibido la influencia de toda una escuela, no de uno que otro poeta aislado.

Algo hemos adivinado de las ideas de este poeta por los artículos de prosa insertos en la revista «Azul» que tuvo a bien enviar a nuestra reducción junto con su libro «La Gruta del Silencio».

En la prosa se parece a Vargas Vila, me decía un amigo leyendo sus artículos. En realidad no es así, porque si bien es cierto que tiene el mismo estilo cortado del colombiano, también es innegable que sus frases no son pomposas, ni azucaradas, ni llenas de floreos inútiles como las de Vargas Vila. Tiene el estilo cortante y sentencioso que todos han bebido en la biblia, tanto Nietzsche como Hugo como Whitman.

Es lamentable que críticos estudiosos se dejen influenciar por el primer golpe de vista.

¿Qué diría de esto mi amigo González Blanco que tanto medita sobre cada cosa? Ya ha prometido tocar este punto y seguramente dirá cuatro palabras muy acertadas y justas.

El señor García tiene una manera propia de fabricar las frase, haciendo a veces saltar la idea repentinamente y otras valiéndose de raras dislocaciones de magníficos resultados en el conjunto.

Lo mismo en el verso tiene ideas finísimas que apenas apuntan vagamente y dicen un mundo a los cerebros cultos y prontos.

Sin duda alguna «La Gruta del Silencio» al ser conocida de toda América y España, causará una verdadera revolución y creemos que en su país no se le ha dado la debida importancia a juzgar por los diarios y revistas.

Yo le aplicaría a este poeta las palabras de Manuel Cardia sobre el que fué admirable artista, Villaespesa: «Hay otros cuya psicología es más refinada, cuya educación sentimental es más compleja, cuya sensibilidad es más enfermiza. Para estos es más raro el movimiento de simpatía puesto que están más lejos de las multitudes».


J. Ruiz Alomar,
(Uruguayo).