​Algo más​ de Práxedis G. Guerrero


La disculpa de algunos resignados desaparece.

El relativo bienestar económico con el cual se satisfacían las raquíticas aspiraciones de mejoramiento de algunos trabajadores mexicanos emigrados, huyó de sus hogares, burlando sus esperanzas de sometidos.

Ya no es la exclusión de los niños mexicanos de las escuelas blancas contra lo cual ha protestado apenas una minoría digna.

Ya no es el insultante No Mexican Allowed -No se admiten mexicanos- que abofetea la vista de nuestros nacionales en algunas tiendas y otros establecimientos públicos de Texas.

Ya no es el Mexican Keep Away -los mexicanos deben alejarse-, que ha tenido a nuestros nacionales estupefactos en las orillas de ciertos pueblos de la frontera norteamericana.

Ya no es el ultraje violento de la turba racista y de la polícia abusiva que ebrias del salvaje espíritu de Lynch han ensangrentado sus manos con seres inocentes e indefensos.

Ya no es tan solo eso. La última ilusión se va ...

La amarga ración de pan se acorta. Los bocados que hacían llevadera la vejación y el desdén se reducen considerablemente, augurando la vuelta del peonaje, lleno de privaciones y miserias, que desertaron de México.

En Oklahoma, en Texas, en Arizona, en todos los Estados donde abunda el elemento mexicano, se suceden hechos que tienen mayor elocuencia para los trabajadores pasivos o indiferentes, que los más poderosos incentivos morales. El peonaje, el horrible peonaje que había quedado entre las brumas de un recuerdo de ignominia flotando en los tugurios de las haciendas se desliza hacia aca.

Los terratenientes de los condados de Texas han tenido varias reuniones para establecer ciertas reformas en su sistema de parcionismo con los labradores mexicanos. Las nuevas condiciones pondrán a éstos a merced de los amos completamente. Se piensa exigirles el cultivo gratuito de la tierra que pueda cultivarse con un tiro de mulas, el cuidado de las bestias de trabajo y de paseo de los burgueses, también gratuitamente; la compra de todas las herramientas necesarias para el cultivo, la prohibición de vender libremente la parte de productos que les puede tocar; el compromiso de preferir como compradores a sus patrones o a los recomendados de éstos, y otros no, inicuas e injustas. A su vez un pequeño grupo de labradores ha iniciado la formación de una Unión de resistencia, que no conseguiría nada práctico si no adopta tácticas de acción solidaria con los elementos conscientes que por diferente vías revolucionarias se dedican a la lucha contra los tiranos y los explotadores.

En Oklahoma, el gobierno triplicó este año la renta de las tierras que tenían arrendadas algunos colonos mexicanos. Antes se pagaban dos pesos anuales por acre; ahora se exigen seis por igual extensión de terreno, dando el plazo de un día para hacer el pago. Lo intempestivo de ese aumento, lo perentorio del plazo no permitió a varios hombres satisfacer las exigencias del gobierno y fueron lanzados con su familias brutalmente.

En Arizona, donde hace dos años se pagaba como salario ínfimo $ 2.00 diarios se ha reducido ahora en los talleres de Morenci, por ejemplo, a $ 1.50, mientras que en los mismos lugares y por iguales labores se paga a los negros $ 1.75, Y $ 2.00 a los italianos.

Podrían citarse más hechos como éstos, que unidos al alza de precios en los artículos de consumo indispensable estrechan en un terrible torniquete a los obreros de raza mexicana, empleados en la industria y en los campos de este país.

La situación se hace insoportable, y no podría ser de otra manera, puesto que los burgueses de aquí saben que una gran cantidad de proletarios mexicanos al tocar esta tierra se plegan sin protesta a las condiciones que les imponen los explotadores; contentándose con ser los primeros en las fatigas y los últimos en la recompensa.

Pero la triste disculpa de nuestros resignados no existe ya. La miseria, el hambre, y el atropello están en México. La vergüenza, la humillación y el hambre están aquí. Son los compañeros universales de los impotentes. ¿A dónde irá el pasivo, el sometido, el resignado que no le escupan y le roben? Ahora que ya no existe esa ruin disculpa de la pitanza por asegurada, seguiréis siendo pasivos, seguiréis desconociendo a los que luchan para hacer que la humanidad coma un pan que no amase la ignomia? ¿Continuaréis poniendo los músculos faltos de nutrición, al servicio de los esclavistas, en vez de venir con vuestras fuerzas a precipitar la desaparición de los males comunes?

Si los ideales no han podido arrancar del rebañismo a ciertos hombres, hay que esperar algo más del rudo estrujón que hoy los coloca en medio de dos hambres.

Práxedis G. Guerrero

Regeneración, N° 1, del 3 de Septiembre de 1910. Los Angeles, California.