Alfredo: 43
9.ª
editarALFREDO, BERTA. (Truenos frecuentes hasta la conclusión).
BERTA.- ¡Alfredo!
ALFREDO.- ¿Os admiráis de verme?
BERTA.- No os buscaba..., no creía hallaros en este sitio... Adiós.
ALFREDO.- ¡Berta! ¡Berta!... ¿Así me dejáis?
BERTA.- Y ¿qué queréis de mí?..., ¿no estamos mejor cuanto más distantes?..., ¿qué puede haber ya de común entre nosotros?
ALFREDO.- ¿Qué puede haber de común?... ¿Y vos me los preguntáis, Berta?
BERTA.- Nada, Alfredo, nada..., como no sea el arrepentimiento.
ALFREDO.- Aún hay más..., aún hay otro lazo..., ¡el crimen!, ¡el crimen..., que nos tiene unidos para siempre!
BERTA.- ¡Oh!, dejadme..., dejadme, Alfredo... Yo no puedo escucharos..., dejadme..., os mando que me dejéis.
ALFREDO.- ¡Que te deje!, ¡que te deje!... No lo aguardes jamás... El nudo que nos une no puede desatarse..., es superior a tus fuerzas.., no hay en el mundo quien pueda romperlo... ¡Que te deje!... No, infiel... En este mismo instante vas a seguirme..., vamos a abandonar el castillo..., vamos a partir para tierras remotas, donde no haya ningún obstáculo a nuestra pasión, donde podamos vivir eternamente en el delirio que nos ha arrastrado... No creas que te deje... ¡nunca!..., yo soy tu mal Jenio, como tú lo eres el mío..., yo te seguiré como tu sombra..., yo estaré siempre unido a tu existencia... Tú has querido venderme..., tú has querido volver a ser de otro..., ¡infiel!, ¡perjura!..., pero no es posible..., te lo he dicho muchas veces..., estamos irrevocablemente unidos..., ¡el cielo o el infierno han de ser para los dos...!
BERTA.- No, Alfredo, dejadme: os lo digo otra vez... Yo no he sido vuestra sino por el crimen..., por un crimen que detesto, que he abjurado ya para siempre... Abjuradle vos, Alfredo..., abjuradle también... (Ábrese de golpe la ventana del fondo al estampido de un trueno: entran los relámpagos: arde el volcán)... Mirad..., mirad..., ¿no veis cómo se estremece el universo?, ¿cómo tiembla la tierra?, ¿cómo se incendian los aires?... ¡Temblad, temblad el rayo que se fulmina ya sobre nosotros!... Arrojaos a los pies de vuestro padre..., implorad su perdón..., el perdón abre los cielos..., el perdón borra la mancha de vuestros crímenes..., su labio pronunciará el vuestro..., vos sois su hijo..., ¡él ha pronunciado el mío, y yo era más culpada!
ALFREDO.- ¡Yo!, ¡yo arrojarme a sus pies, cuando él me arrebata tu corazón!..., ¡jamás!, ¡jamás!... ¡Ingrata!, ¡indigna del amor que mi pecho te ha profesado!... Nunca, nunca me amaste... Siempre ha sido Ricardo el objeto de tus suspiros... ¡Y yo arrostraba por ti hasta las furias del infierno..., hasta una condenación eterna!... ¡Tú me abandonas!, ¡tú le amas!... Pero no: no gozarás de tu triunfo..., no escaparás del poder de Alfredo... ¡Y bien!, un crimen más..., ¿qué importa?... O en el momento te decides a participar de mi fuga..., o me sigues al fondo de la Alemania, a Castilla, a la Libia..., a donde quiera..., o ese objeto de tu predilección..., ese venturoso Ricardo... (Sacando la daga).
BERTA.- ¡Alfredo! ¡Alfredo!, ¿a tu padre?... Y ¿no se abre la tierra bajo tus pies?
ALFREDO.- Sí, Berta: se abrirá; pero nos hundiremos juntos..., tú y yo..., juntos para siempre... Mi padre..., mi padre, dices... ¡Y bien!, ¡tú eres quien lo asesinas..., tú, quien asesinas a tu esposo, como otra noche asesinastes a tu hermano...!
BERTA.-¡Dios mío, misericordia!
ALFREDO.- ¿Lo ves, Berta?, ¿lo ves?... Dentro de un instante lo verás enrojecido..., destilando esa sangre que amas... Ven..., ven..., ahora..., en este momento...
(Alfredo en el mayor delirio. Quiere arrastrar a Berta).
BERTA.- ¡Infeliz!..., ¡detente!, ¡detente!... ¡Ricardo! ¡Ricardo!
ALFREDO.- Calla..., ¡calla, desdichada!
BERTA.- No, no..., no callaré... ¡Socorro!... ¡Ricardo!..., tu hijo..., míralo!..., ¡guárdate!