Alfonso Cartagena (Retrato)

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


DON ALFONSO CARTAGENA.

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Don Alfonso Cartagena, hijo legítimo de D. Pablo de Santa María, nació en Búrgos el año de 1381, y no el de 1396, como sientan algunos con poco fundamento. Heredero de su padre en la carne y en el espíritu, no solo siguió, sus huellas en el negocio importante de su conversión á la fe católica, sino que le imitó también en el amor á la sabiduría y en la vocación al Sacerdocio. Aplicado á todo género de lectura se decidió por el estudio de los libros sagrados, y por el de la historia y jurisprudencia, en que se hizo famoso. No tenia veinte años aun quando se buscaba su dictamen; y quando, si no se le hubiera visto resuelto á consagrarse al Santuario, se le hubiera conferido un alto puesto en la Magistratura: en cambio se le recomendó de orden del Rey á la Santa Sede, y obtuvo con un Canonicato de la Catedral de Búrgos los Deanatos de Segovia y de Compostela.

D. ALFONSO CARTAGENA,
Obispo de Burgos y Canciller de Castilla, célebre Escriturario, Jurista y Político. Nació en Burgos el año de 1381, y murió en Villasandino el de 1456.

Sin embargo de que en aquellos tiempos se miraba con harta indiferencia la incompatibilidad de Beneficios, D. Alfonso renunció el Deanato de Segovia, y pasó á recibir el de Santiago. Tardó poco en conocerse en aquella Iglesia su grande ilustración: fiáronsele negocios graves que había pendientes en ella; y el Cabildo quedó tan satisfecho de su desempeño, que en recompensa envió una comisión particular al Rey, sin otro objeto que el de recomendar su mérito.

No era el ánimo del Cabildo de Santiago que se premiase á D. Alfonso fuera de su Iglesia; pero S. M., que ya contaba con este eminente sugeto para asuntos de mucha importancia, le envió con uno á Lisboa, y después al Concilio de Basilea en calidad de Consultor del Conde de Cifuentes D. Juan de Silva, Embaxador nombrado para asistir en aquella sagrada Junta. La Religión y la España no olvidarán jamas lo que Don Alfonso trabajó en honor suyo en este Concilio. No omitió fatiga para cortar el cisma que habían levantado en la Iglesia algunos Cardenales, deponiendo al Papa Eugenio IV de la Silla Apostólica, y colocando en ella á Félix V, ó Amadeo de Saboya; y sufrió contradicciones violentas para asegurar al Rey de Castilla la preferencia de asiento que en la Cámara Pontificia le disputaba el de Inglaterra, y asimismo para hacer que se declarase que correspondía á Castilla y no á Portugal la conquista de las Islas Canarias.

Durante su mansión en Basilea fué nombrado D. Alfonso Embaxador al Emperador de Alemania Alberto, á la sazón que este estaba metido en una guerra sangrienta con el Rey de Polonia: ninguna mediación había podido acordar las pretensiones de ambos Príncipes: trató no obstante de hacerlo D. Alfonso al tiempo crítico de darse una batalla decisiva cerca de Brecella; y ademas de conseguirlo, aseguró una paz sólida, inspirando y concluyendo el matrimonio del Rey de Polonia con una hija del Emperador.

Desde Alemania volvió D. Alfonso á Basilea; y disuelto el Concilio siguió al Papa Eugenio en sus peregrinaciones hasta Roma. Era tal el aprecio que este Sumo Pontífice hacia de su mérito, que al paso que no se hallaba sin tenerle cerca, se le oyó decir mas de una vez, que se cubría de rubor al sentarse en su presencia en la silla de San Pedro. Este era el predicamento de D. Alfonso en Roma, quando su padre, anciano ya, y achacoso, renunció el Obispado de Burgos, y le recomendó para que le sucediese en él. Admitió el Papa la renuncia de D. Pablo, y convino en darle por sucesor á su hijo; pero sintió en extremo su separación, y la sintió no menos toda Roma, que en su ausencia temía hallar un vacío bien difícil de que le pudiese llenar otro.

Vuelto á España D. Alfonso, y entrado apénas en su Diócesis se encontró con la noticia de la muerte de su padre. Este golpe le hubiera sido insoportable, si no le hubiera recibido al mismo tiempo que una preciosa carta, que poco ántes de morir le había escrito D. Pablo, llena de importantes documentos, y que, como él propio dice en otra á su hermano D. Álvaro, fué la regla de su vida pública y privada. En efecto, gobernado en todo por ella D. Alfonso, no conocieron sus ovejas la mudanza del pastor: humano, liberal, zeloso por el bien de las almas y por la gloria de la Religión era una copia fiel de su digno padre. No faltó, no obstante, quien le tuviese por de mal corazón, y por enemigo de la privanza de D. Alvaro de Luna; pero los testimonios que la historia ofrece mas autorizados, lo son, no de rivalidad, sino de obediencia y de respeto á su Soberano. Si como Canciller mayor del Reyno, y como Consejero privado, en cuyos honores sucedió también á su padre, tuvo que intervenir en la causa de D. Alvaro, ni la lisonja ni la envidia envilecieron su alma generosa, ni corrompieron su carácter íntegro.

Casi siempre ocupado D. Alfonso en el exercicio de sus funciones políticas y apostólicas, era poco el tiempo que habia podido dedicar al estudio; con todo, entre otras obras que cita su criado Hernán Pérez de Guzman, en su Valerio de las historias, merecen estimación sus Homilías sobre los Evangelios, la Genealogía de los Reyes de España, dedicada á su Cabildo de Búrgos, y la Traducción de los doce libros de Séneca. Nombrado Embaxador extraordinario para transigir con la Corte de Portugal algunas diferencias, que comprometian demasiado á la de Castilla, y que logró componer á gusto de ambos Gabinetes, tuvo que abandonar una Paráfrasis del Génesis, que se sabe había emprendido: acaso la concluiria ó continuaria después; mas por desgracia se ignora, y también el paradero de este trabajo qualquiera que fuese.

Vuelto de Portugal, se desembarazó de los empleos políticos que tenia, y se dedicó á reformar la disciplina de su Iglesia, y á concluir algunas obras y fundaciones que había comenzado: construyó y dotó la Capilla de la Visitación de la Catedral, en donde yace; y deseoso de purificar su alma por medio de una vida penitente, dió principio á ella por visitar, cubierto de cilicio, el sepulcro del Apóstol Santiago. Salió de Búrgos en el mes de Mayo de 1456; cumplió de un modo edificante esta santa peregrinación; ya su regreso le acometió una enfermedad aguda en un pueblo de su Diócesis, llamado Villasandino, de la que murió el 12 de Julio del mismo año; coronando con su paciencia y sufrimiento las demás virtudes que habían sido el ornato de su vida.


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