de Filiberto Rodríguez Motamayor


"ALAS BLANCAS"

A Rosa.

"Y se oyó una gran voz que decía BIENAVENTURADOS LOS MUERTOS".

Déjame llorar. Yo estoy triste como el Profeta de las Lamentaciones y mi voz suena como una fibra rota por un puñal de fuego. Mojo mi pluma en llanto y hago del corazón el rojo pergamino en que escribo mis dolores.

Luz de recuerdos pálida y triste es la luz del santuario en que mi alma se arrodilla y gime.

"OH DIOS MIO".

Yo había sentido el tósigo de crueles angustias circular por mis venas y matar mis alegrías y no lloré las ilusiones marchitas ni los efímeros placeres desvanecidos.

La pobreza me dio su lecho y en él reposé sin zozobras en la noche de mis dolores.

La envidia y el odio me hirieron en la espalda, y yo curé las heridas con el perdón y el olvido.

El dolor mudo y trágico, el dolor que no estalla en los labios, ni asoma en la mirada como las lágrimas, tocó mi frente con sus alas negras y en ella dejó la sombra, y yo bañé mi frente en un baño de luz que me ofreció la esperanza y recobró su lozanía.

¿Por qué pues, esta nueva abrumadora angustia?

Todo se ha ido...! En vano mis ojos buscan el albor de la mañana entre las brumas insondeables en que mi espíritu se abate.

De mis viejas alegrías no queda nada; de mis castos amores inmaculados sólo oprimen mis manos y besan mis labios, una camisita blanca, un gorro azul y un rizo blondo y suave.

La forma primorosa de aquel ángel tan blanco que yo dormía en mis brazos ya no existe;

la nota dulce de aquella voz fuente de mis delicias ya no vibra en la cuerda ignorada que enmudeció la muerte;

aquella luz del cielo que yo bebía en sus ojos de mirada blanda como una caricia, se ahogó en la sombra impenetrable del misterio;

aquella almita cariñosa que tenía candideces de paloma abrió las alas en la obscuridad de la noche y remontó su vuelo a las regiones de perpetua luz.

ALMA MIA... Yo te espero para decirte al oído los secretos que te hacían reír; para contarte un cuento nuevo, en que no entran los muertos sino los pájaros, las flores y los ángeles; para oirte recitar el verso popular que la torpeza de tu lengua infantil hacía delicioso.

Lo recuerdas?

"NO TE REMONTES TAN ALTO PRENDA DE TANTO VALOR MIRA QUE EL VIENTO SE LLEVA DEL ÁRBOL LA MEJOR FLOR"

Oh sí Hernan mío! Tú eras la más hermosa flor del árbol de mi vida, pobre árbol sin ventura, y el viento sopló inclemente y te arrojó en la tumba.

¿Por qué cantabas ese verso que vaticinaba tu destino y que yo había de repetir en mis hondas tristezas, con la suprema desesperación de un dolor infinito al besar tu camisita blanca y tu gorro azul y tu rizo blondo y suave como el plumón de un cisne?

Yo hacía de tu cariño un culto sagrado a dos religiones: la del recuerdo y la de la esperanza. Me recordabas a mi padre ya muerto, y me prometías la plenitud de espíritu de los hombres fuertes y generosos.

Hoy... acéfalo está el altar frío, la lámpara apagada, y por la nave silenciosa no flota la nube de incienso ni el aroma de la mirra sagrada. "BENDITO SEAS DIOS MIO"

Mi labio besa la tierra en que germinaron los abrojos y las flores, y mi frente se hunde en el polvo, agobiada por las tribulaciones.

Mi alma conturbada, como un águila a quien el rayo destroza el nido, olvida la cima donde el sol vierte sus claridades y se sumerge en la sombra impenetrable de su dolor.

Rugió la tormenta sobre mi frente dolorida y el rayo se hundió en mi corazón. Y de su seno brotó el licor de las tristezas y bañó mi ser en una suprema amargura. [1]

Referencias

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