Al sueño (Althaus)
¿Por qué, citando con voz mas dolorosa
en llamarte me empeño,
mientras la inmensa creación reposa,
de mis cansados ojos más te alejas,
hijo de la tranquila Noche umbrosa,
blando, plácido Sueño?
¿Por qué tan sólo a mis dolientes quejas
negando oído, a los vivientes todos
en profunda quietud sumidos dejas,
de tu licor dulcísimo beodos?
¿Por qué, por qué no vienes
con ala lisonjera
a cobijar mi ardiente cabecera
y a refrescar mis abrasadas sienes?
Harto estoy de la vida, cuyo peso
mis fuerzas vence con inmenso exceso;
ven, pasajera muerte,
y en tu hondo seno dándome acogida,
el alma torna vigorosa y fuerte
para volver o recibir la vida.
A todos nos igualas
bajo la sombra de tus negras alas,
y espíritus extraños
a la ventura no hay de tus engaños;
el triste amante sueña
que, grata y halagüeña,
paga su ardiente llama
la hermosa que despierto le desama;
libre se sueña el que suspira preso
en calabozo lóbrego y profundo;
poseer imagina el vil mendigo
de Midas los tesoros y de Creso,
y dueño ser y emperador del mundo;
en su patria se sueña el desterrado,
de su consorte al lado
y entre los brazos de su fiel familia:
mas, mientras, gracias a tu error piadoso,
es cada desgraciado
el curso de una noche, venturoso,
yo tan solo, en durísima vigilia,
siento crecer en las nocturnas horas
mis ansias y congojas veladoras.
Ve y lleva mi desvelo al centinela
que, sin salir del puesto,
al crudo hielo de la noche vela,
llevando al hombro su fusil molesto;
o al que en el mar oscuro, de la nave
donde cien vidas en tus brazos yacen,
el timón rige a solas,
y ya a tu halago resistir no sabe,
pues hasta el ronco arrullo de las olas
a saborear le brinda
el licor de tus blandas amapolas;
o a la humilde doncella, que, aunque linda,
guarda la flor de su pureza, y gana
el pan escaso de su madre anciana,
moviendo diligente hasta la aurora
la aguja voladora;
o a la viuda casta,
que, como a su, trabajo el sol no basta,
es bien que tu ley viole
para sustento, de su tierna prole,
y en su santa tarea
también las horas de la noche emplea.
De estos y de otros tales,
a quienes el deber o la enemiga
pobreza suma a desvelarse obliga,
dame el reposo y mi desvelo dales.
Apiádate de mí, que a moribundo
en la congoja que me aflige copio,
y dejándome henchido de tu opio
largo reposo envíame y profundo;
que si favor tan alto me concedes
y repites constante tus mercedes,
coronas de tus flores
mi agradecida mano a tus altares
suspenderá a millares,
y extenderá mi lira tus loores.
¿Cuándo será que, cual beldad ingrata,
no huyas de aquel que te convida y ruega,
ni a cuantos te rechazan diligentes
sities, halagues, tientes,
hasta quedar de sus sentidos dueño?
¿por qué te muestras tan crüel y esquivo
a mí que tanto te codicio, sueño,
y tan dulce placer de ti recibo?
Mas ¿cómo desëoso
no viviré de tu feliz reposo,
si, como cuando vivo,
de alma y cuerpo a la vez no gimo enfermo
cuando en tus brazos amorosos duermo?
Siempre anhelado llegas: ora seas,
sin visiones ni ideas,
hondo desmayo, como
el sueño eterno de pesado plomo
que en el sepulcro dormiremos; ora
te acompañe de ensueños voladores
la turba, encantadora,
tejiendo danzas y regando flores.
Tu a las riberas de mi patrio río,
por sobre montes e interpuestos mares,
me llevas blando y pío;
por ti penetro mis remotos lares,
y a mi madre querida
mis dulces hermanos reunido,
La doméstica vida
ufano vivo en mi dichoso nido.
Por ti tal vez visito
una región tan bella como el cielo,
en la cual hallar suelo
con júbilo infinito
dulces seres amados
por muerte o por distancia separados,
y en hermanable sociedad con ellos
hallo otros puros nunca vistos seres,
tan divinos y bellos,
que dejan de ser bellas a su lado
las terrenas mujeres.
Goce pues ya de nuevo dicha tanta,
y de este triste valle
a mi dichoso cielo me levanta
do mis ausentes y difuntos halle.
Mas, cuanto más te llama mi gemido,
más apartas de mí tu raudo vuelo,
y el encendido anhelo
con que a venir en vano te convido
más exacerba mi tenaz desvelo.
Depón al cabo tu crueldad avara,
dolido de mis cuitas,
excelso dios, que con potente vara
al cansado mortal tornas difunto,
y cual mago después le resucitas:
vénzate al fin mi ruego: ven al punto,
que del reloj vecino el suspendido
y dilatado golpe sonoroso
cuatro veces hirió mi atento oído;
y si más tu reposo
en venir se demora
a mi rendido pecho,
habré de abandonar el triste lecho,
duro potro sin ti, cuando el brillante
tálamo deje la rosada Aurora,
sin merecer siquiera
tan sólo breve instante
disfrutar de tu blanda adormidera.