Al pie del monumento de Bolívar

​Al pie del monumento de Bolívar​ de Clemente Althaus


Era la hora solemne del ocaso:
y yo que el vagabundo paso lento
iba moviendo pensativo, acaso,
por donde un día alzábase el sangriento
Sagrado Tribunal, detuve el paso
al pie del majestuoso monumento
que alzó mi patria al héroe sin segundo
a quien debe ser libre nuestro mundo.
Y cuando los atentos ojos hube
padecido en él, clamé: «Si a la morada
que cubre a nuestra mente oscura nube,
y a premiar a los buenos destinada,
algún rumor, oh gran Bolívar, sube
de nuestra triste tierra desdichada,
¿Será que a saña y a piedad no mueva
tu santo pecho la espantosa nueva?
»¡No, no, jamás! y, si a tu ardiente anhelo
lo consintiera Dios, la dulce calma
ya dejando y los júbilos del cielo,
al cuerpo que animó volviera tu alma:
y, habitando de nuevo nuestro suelo,
lograrás otra vez la triunfal palma,
y a las hispanas huestes altaneras
¡rompieras, dispersaras, deshicieras!
»Deja un instante el cielo soberano;
un instante no más torna a ser hombre;
la espada vibre tu robusta mano,
y tu presencia al enemigo asombre:
mas no te aguardará su miedo insano;
a dispersarlos bastará tu nombre,
cual a palomas tímidas ahuyenta
el lejano rumor de la tormenta.
»Acude, vuela, que la gente misma
Que tú de aquí arrojaste quiere ahora,
esperanzada en nuestro interno cisma,
y ufana porque fácil vencedora
fue en Tetuán de la bárbara Morisma,
de nuevo ser nuestra feroz señora,
y apagar en nosotros la sed de oro
que hartar no pudo en el vencido Moro.
»Vivo, Bolívar, tú, esa raza aleve,
esa degenerada gente ibera,
de las naciones europeas plebe,
que hoy osa pisotear nuestra bandera,
que hoy nuestras islas a invadir se atreve,
ni tan sólo el intento concibiera,
y apenas, separada por los mares,
segura se creyera en sus hogares.
»Mas, aunque muerto, bastarán tus manes
a darnos sobre Espata la victoria:
pagará la insolente sus desmanes;
nuevo laurel nos ceñirá la Gloria.
De Iberia los altivos capitanes
aún conservan presente tu memoria,
que valdrá por ejército infinito
contra el hispano ejército maldito.
»Tu recuerdo para ellos será espanto:
será para nosotros ardimiento,
santo coraje y entusiasmo santo,
gigantes fuerzas e invencible aliento;
y tu nombre será bélico canto
con que tronando nuestro libre acento
canse los ecos y los aires rompa,
al ronco son de la guerrera trompa.
»Todos presto venid; venid, peruanos,
y al pie de este sublime monumento
alzad las libres generosas manos,
y haced el sacrosanto juramento
de que primero que sufráis tiranos,
caeréis en el campo ciento a ciento,
y que sólo entrará gente española
a vuestra tierra, despoblada y sola.
»Con su heroica constancia no domada,
y su ingenio, y su esfuerzo sin segundo,
sacar la patria nuestra de la nada,
pudo Bolívar, como Dios al mundo;
cuando la Tiranía entronizada
aquí velaba con rencor profundo,
cuando todo a su empresa estorbos era,
y aún pudo al orbe parecer quimera.
»¿Y nosotros, menguados, ni siquiera
podremos mantenerla independiente,
y, a las miradas de la tierra entera,
hoy defenderla de la misma gente?
¿Tanto ya nuestro brio degenera?
¿Y podrá la mitad de un continente
sufrir la mengua de arrastrar esclava
las cadenas que ayer despedazaba?
»No: la obra de tu mente y de tu espada,
obra la mas sublime y gigantea
que vio esta edad, de admiración pasmada,
jamás receles que perdida sea:
que, aunque América estaba desarmada,
nunca lo faltan medios de pelea
a quien valor y patriotismo sobra:
héroe, no temas: es eterna tu obra.
»Sí, será eterna mientras troncos haya
en la honda selva y flores en el llano;
mientras al mar el Amazonas vaya
desde el remoto origen peruviano
mientras do quier de América la playa
ciña cual isla inmensa, el océano;
mientras su frente el Chimborazo eleve
coronada de fuegos y de nieve.
»Vacía su región y despoblada
deje España, de Gades a Pirene;
y en portentosa formidable armada,
en cuya cuenta la paciencia pene,
a las peruanas costas trasladada,
de feroces ejércitos las llene,
e intente y pruebe por la vez segunda
imponernos su bárbara coyunda:
»no habrá peruano que los riesgos huya
de la tremenda desigual palestra,
aunque en mares de gente España afluya,
de su poder en asombrosa muestra;
a ver vendrá que, si la fuerza es suya,
nuestro el valor y la constancia es nuestra;
y buscar nos verá con pecho fuerte
romano triunfo o espartana muerte.
»Y, si nos es contraria la fortuna,
no ha de regocijarse su arrogancia,
viendo que no hay aquí ciudad ninguna
que nombre do merezca de Numancia:
Tendremos mil, si ellos tuvieron una,
que de valor ejemplos y constancia,
cuando el hado les fuere más adverso,
ofrezcan al atónito universo... ...
»Mas ¿adónde me arrastra mi deseo
y el coraje y la sed de la venganza?
¿Adónde el patrio amor? ¿No es devaneo
tan orgullosa intrépida confianza?
¿Es origen acaso lo que veo
de remontar tan alto la esperanza?
¿Y, a dicha, lo presento me asegura
de la peruana heroicidad futura?
»¡Día tras día, la rosada aurora
allí donde flameó nuestra bandera
la odiada enseña de Isabel colora,
que a los vientos despliégase altanera!
¡Ay! cada nuevo día, cada hora
que huyendo van con ala tan ligera,
debieran, oh peruanos, parecernos
siglos de afrenta y de baldón eternos.
Oh Sol, que ardientes religiosas preces
de los virtuosos Incas recibiste,
¿por qué, di, no te eclipsas y oscureces,
y negra nube tu fulgor no viste
en muestra de dolor? Ya treinta veces
el negro oprobio de tu pueblo triste,
al nacer y al hundirte en occidente,
ha contemplado tu ojo refulgente.
»¡Al combate! ¡al combate! que es mancilla
que ya tanto el ataque se disponga:
hundamos esa bárbara escuadrilla,
Triunfo, Resolución y Covadonga:
y, pues ya su altivez cede y se humilla,
antes que en fuga vil Pinzón se ponga,
presto salgamos; que, en tal trance puesto,
irse podrá, si no salimos presto.
»¡Lance ya el bronce el imitado trueno
y la ignea bala, de matar sedienta;
y en aire a trueno y rayo tan ajeno
rayos y truenos el cañón hoy mienta,
y en un mar tan pacífico y sereno
forme el combate artificial tormenta;
y cambie en negra noche el claro día
el humo de tronante artillería!
»¡Sí, vamos, vamos antes que cobarde
veloz huya ese ibérico pirata:
temamos que quizá no nos aguarde:
ya por ventura de alejarse trata:
tal vez, cuando ir queramos, será tarde:
mengua ha de ser cuya memoria ingrata
sin cesar nos afrente e importune
que ese aleve ladrón se vaya impune!
»Impune, si vivieras, no se iría,
oh padre del Perú, que justa pena
ya hubiera recibido el primer día,
insepulto cadáver en la arena:
o si aún con vida en tu poder caía,
con esposas y grillos cadena,
como ladrón entre ladrones preso,
pagado hubiera su inaudito exceso.
»¡Ni ese andaluz soberbio e insolente
entonces fuera, como irá mañana,
a jactarse, ¡oh vergüenza! entre su gente
que puso miedo a la nación peruana!
¡Ni con él su caterva (¡ah! quién consiente
tal afrenta y rubor!) con lengua vana,
propia de la parlera Andalucía,
su hazaña vil a pregonar iría!»
Así digo, y de nuevo triste callo:
y, a mis voces cobrando sentimiento,
parecían el héroe y el caballo
la vida simular y el movimiento;
y, oyendo que a su pueblo hacer vasallo
pretende España con avaro intento,
brotar el héroe rayos de ira ciega
y anhelar parecía la refriega.


14 de Mayo de 1864.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)