Al nacimiento del Redentor

Poesías religiosas, caballerescas, amatorias y orientales
Al nacimiento del Redentor

de Juan Arolas


 En dos noches vi el mundo sepultado,  
 Y en dos sombras, tinieblas y pecado,  
           Muy fúnebres las dos;  
 Y sobre aquel olvido sin un ruego,  
 Sobre el letargo aquel del mundo ciego  
           Velaba solo Dios:  
   
 Vi un ángel de alas de oro y pedrería,  
 Sublime en esplendor y gerarquía,  
           Nacido de la luz,   
 Que trazaba en los célicos espacios  
 Con perlas, amatistas y topacios  
           El signo de la cruz.  
    
 Y la luz que las sombras y vapores  
 Vistió de fulgurantes esplendores,  
           Tenía por blasón  
 Espinas, y una lanza, y unos clavos,  
 Con la letra: «Yo doy a los esclavos  
           Salud y redención.»  
    
 Luego el ministro al lado del Eterno  
 Escuchaba bramidos del infierno  
           Que airado resonó,  
 Y alzando sus dorados aldabones,  
 Las puertas del Olimpo y sus regiones  
           De par en par abrió.  
    
 Puertas que se cerraron rechinantes  
 Sobre gonces de nítidos diamantes,  
           Cuando, engañado Adán,  
 Seducido de lágrima hechicera,  
 Trocó toda su gloria duradera  
           Por muerte y por afán.  
    
 El Todopoderoso, el santo, el fuerte.  
 Delante cuya faz marcha la muerte,  
           Que sin origen es,  
 Que disipa los pueblos y naciones,  
 Y encorva las montañas y peñones  
           Debajo de sus pies;   
    
 Que sobre nubes altas conducido  
 Y de las tempestades precedido  
           Domina el Aquilón,  
 Sopla desolaciones plañideras  
 Y sacude cual frágiles mimbreras  
           Cipreses de Sión;  
    
 Serenó con un rayo de alegría  
 Su ceño que el Olimpo estremecía,  
           Y el éter dio fulgor,  
 Y un misterio pasó sobre las nubes  
 Velando con las alas de querubes,  
           Misterio del amor.  
    
 Entre los astros fúlgidos y bellos  
 El que más figuraba en sus destellos  
           Iluminó a Belén.  
 Y plateó los henos do yacía  
 Desnudo el que vistió de luz al día,  
           Pobre y niño también.  
    
 Los ángeles que en coros se agrupaban,  
 En la choza sus himnos entonaban,  
           Y en amorosa unión  
 Sus plumas tan simétricas ponían,  
 Que encima de la cuna suspendían  
           Un santo pabellón.  
   
    
 Veían el candor y la hermosura  
 De una Virgen y madre siempre pura,  
           Sagrario de bondad.   
 Y por un cielo solo que dejaban  
 Dos cielos en sus ojos contemplaban  
           De eterna claridad.  
  
 Toda llena de gracia: fiel paloma  
 Y lirio de los valles del aroma,  
           Que al aura embalsamó:  
 Hacecillo de mirra del amado,  
 Fuente de la salud, huerto cerrado.  
           Rosal de Jericó.  
   
 Escogida cual sol, mar de bonanza,  
 Madre de dilección y de esperanza,  
           Consuelo celestial,  
 Bendita porque arranca nuestro luto,  
 Y bendita mil veces por el fruto  
           Del seno virginal.  
   
 El sueño sacudid, tristes mortales,  
 Veréis llegado el fin a vuestros males  
           Y término al dolor,  
 Pues hecho criatura y en pobreza  
 Yace el que te formó, Naturaleza,  
           Vistiéndote de flor,  
   
 La alegría del cielo gime y llora,  
 Y el Todopoderoso auxilio implora  
           Con un triste gemir,  
 Y sufre con el frío dura escarcha  
 Aquel eterno sol, que alegre marcha  
           Por cielo de zafir.   
   
 ¡Oh lágrimas que al suelo vais aprisa! 
 Las precursoras sois de nuestra risa,  
           Del suspirado bien:  
 Maná que nos recrea y nos convida,  
 Nos da la redención, y abre la vida  
           Del venturoso edén:  
   
 Bendecid, ¡oh mortales!, ese lloro,  
 Y de los serafines almo coro  
           Seguid y acompañad:  
 «Gloria demos a Dios que habita el cielo  
 Y la paz a los hombres en el suelo  
           De buena voluntad.»