En dos noches vi el mundo sepultado,
Y en dos sombras, tinieblas y pecado,
Muy fúnebres las dos;
Y sobre aquel olvido sin un ruego,
Sobre el letargo aquel del mundo ciego
Velaba solo Dios:
Vi un ángel de alas de oro y pedrería,
Sublime en esplendor y gerarquía,
Nacido de la luz,
Que trazaba en los célicos espacios
Con perlas, amatistas y topacios
El signo de la cruz.
Y la luz que las sombras y vapores
Vistió de fulgurantes esplendores,
Tenía por blasón
Espinas, y una lanza, y unos clavos,
Con la letra: «Yo doy a los esclavos
Salud y redención.»
Luego el ministro al lado del Eterno
Escuchaba bramidos del infierno
Que airado resonó,
Y alzando sus dorados aldabones,
Las puertas del Olimpo y sus regiones
De par en par abrió.
Puertas que se cerraron rechinantes
Sobre gonces de nítidos diamantes,
Cuando, engañado Adán,
Seducido de lágrima hechicera,
Trocó toda su gloria duradera
Por muerte y por afán.
El Todopoderoso, el santo, el fuerte.
Delante cuya faz marcha la muerte,
Que sin origen es,
Que disipa los pueblos y naciones,
Y encorva las montañas y peñones
Debajo de sus pies;
Que sobre nubes altas conducido
Y de las tempestades precedido
Domina el Aquilón,
Sopla desolaciones plañideras
Y sacude cual frágiles mimbreras
Cipreses de Sión;
Serenó con un rayo de alegría
Su ceño que el Olimpo estremecía,
Y el éter dio fulgor,
Y un misterio pasó sobre las nubes
Velando con las alas de querubes,
Misterio del amor.
Entre los astros fúlgidos y bellos
El que más figuraba en sus destellos
Iluminó a Belén.
Y plateó los henos do yacía
Desnudo el que vistió de luz al día,
Pobre y niño también.
Los ángeles que en coros se agrupaban,
En la choza sus himnos entonaban,
Y en amorosa unión
Sus plumas tan simétricas ponían,
Que encima de la cuna suspendían
Un santo pabellón.
Veían el candor y la hermosura
De una Virgen y madre siempre pura,
Sagrario de bondad.
Y por un cielo solo que dejaban
Dos cielos en sus ojos contemplaban
De eterna claridad.
Toda llena de gracia: fiel paloma
Y lirio de los valles del aroma,
Que al aura embalsamó:
Hacecillo de mirra del amado,
Fuente de la salud, huerto cerrado.
Rosal de Jericó.
Escogida cual sol, mar de bonanza,
Madre de dilección y de esperanza,
Consuelo celestial,
Bendita porque arranca nuestro luto,
Y bendita mil veces por el fruto
Del seno virginal.
El sueño sacudid, tristes mortales,
Veréis llegado el fin a vuestros males
Y término al dolor,
Pues hecho criatura y en pobreza
Yace el que te formó, Naturaleza,
Vistiéndote de flor,
La alegría del cielo gime y llora,
Y el Todopoderoso auxilio implora
Con un triste gemir,
Y sufre con el frío dura escarcha
Aquel eterno sol, que alegre marcha
Por cielo de zafir.
¡Oh lágrimas que al suelo vais aprisa!
Las precursoras sois de nuestra risa,
Del suspirado bien:
Maná que nos recrea y nos convida,
Nos da la redención, y abre la vida
Del venturoso edén:
Bendecid, ¡oh mortales!, ese lloro,
Y de los serafines almo coro
Seguid y acompañad:
«Gloria demos a Dios que habita el cielo
Y la paz a los hombres en el suelo
De buena voluntad.»