Al hombre
de Clemente Althaus


Octavas dedicadas a mi distinguido amigo monseñor Pedro García y Sanz


¡Viviente enigma que, a ti mismo opuesto,
con lazo que la mente desespera,
eres extraño sin igual compuesto
de cielo y lodo, de deidad y fiera!
Te desprecio tal vez y te detesto,
y aras tal vez mi asombro te erigiera,
que eres a un tiempo, misterioso y doble,
vil como nadie y como nadie noble.
Hijo pareces de señor y esclava,
de poderoso rey y de pastora,
que ya la estirpe paternal alaba,
ya la materna con rubor deplora:
cuanto más la soberbia le endiosaba
mas le confunde la humildad ahora,
sin que nunca del todo la vergüenza
venza al orgullo, ni el orgullo venza.
Misto el Centauro de deidad y bruto,
fingido monstruo fue: tú lo eres cierto;
tú del Edén vivificante fruto
en negro tronco de Sodoma injerto;
luz y tinieblas, regocijo y luto;
vivo amarrado por castigo a un muerto;
estatua en cuya frente el oro brilla,
siendo la planta de grosera arcilla.
De antiguo templo de sin par belleza
eres la vasta profanada ruina,
árbol que encumbra al cielo su cabeza
y al Orco sus raíces avecina;
eres esfinge que en mujer empieza
y en cuerpo y garras de león termina;
sirena que une, bella y repugnante,
cola de pez a femenil semblante.
Ya, como águila, al cielo te levantas
y abarcas lo creado con tu mente,
ya al polvo te confundes de tus plantas
y te arrastras cual lúbrica serpiente;
capaz de ciencia angélica, y a tantas
viles necesidades obediente,
del cuerpo esclavo, si del mundo dueño:
¡Cuán grande te contemplo y cuán pequeño!
A la par merecidos y sinceros,
tú de infamia a los últimos apodos
de honor juntas los títulos primeros;
en ti por raros portentosos modos
se hacen los imposibles verdaderos,
y en ti se hermanan los contrastes todos;
¡y eres, fuiste y serás para ti mismo
el más oscuro impenetrable abismo!
No la más alta singular hazaña,
no el más horrendo singular delito,
es en tu rara heroicidad extraña,
en tu rara maldad es inaudito:
cuanto un hijo te ilustra otro te empaña,
raza que engendras a Nerón y a Tito,
al ruin Tersítes y al divino Aquiles,
a excelsos héroes y a traidores viles.
Extraña madre, que al malvado y bueno
en sempiterna confusión das vida,
Eva te lamo que en el propio seno
llevó a Abel y a Caín el fratricida;
Israel que al divino Nazareno
engendró y a la turba deicida;
¡Tú haces que sea, con el lazo humano
Colón sublime de Marat hermano!
Ni de tanto contraste testimonio
sola ofrece en común la humana gente,
que están fuertes un ángel y un demonio
luchando en cada cual eternamente:
¡de violento discorde matrimonio
fruto cada hombre, sin cesarse siente
a un lado y otro arrebatar inquieto,
de horrenda lucha perennal objeto!
¿Qué ofrecen a la historia las edades?
Portentos siempre en que el asombro se harta:
monstruos entre demonios y deidades
do nunca el bien de su rival se aparta;
un Temístocles vario, un Alcibiádes,
que, el mayor en Atenas y en Esparta,
aquí modelo, de virtud austera,
y allí de vicios repugnantes era.
Mas nadie lo celeste y lo terreno
cual tú juntó, magnánimo y mezquino;
ni cupo, oh César, en tan bajo cieno
espíritu tan alto y tan divino:
¿Quién a más vicios se entregó sin freno?
¿Quién dio más glorias al poder latino?
¿Quién digno fue de tan opuestos nombres,
oh vergüenza y orgullo de los hombres?
¡Cuánto en mí mismo esos contrarios siento,
el espíritu excelso y los sentidos,
cuya eterna batalla es mi tormento,
y ocasión inmortal de mis gemidos!
Del cielo el uno sin cesar sediento,
los otros en el cieno complacidos:
entre la alta razón y el bajo instinto,
¡cuánto yo de mí propio soy distinto!
No soy más de otro que de mí diverso;
tan cuerdo a veces como a veces loco,
y virtuoso no menos que perverso,
el fango beso, las estrellas toco:
ya me absorbe una nada, el universo
ya es a mis ansias infinitas poco;
y como con acérrimo enemigo.
lucho y relucho sin cesar conmigo.
Y si yazgo tal vez en muda calma,
¡Ah! ¡cuánto más valiera la pelea!
Que del cuerpo vencida, oh débil alma,
duermes en torpe esclavitud: mas, ea!
Despierta y lucha, y la gloriosa palma
no dejes, no, que de tu esclavo sea:
vive siempre o luchando o vencedora,
tú que naciste para ser señora.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)