Al general Flores
Cual águila inexperta, que impelida
del regio instinto de su estirpe clara,
emprende el precoz vuelo
en atrevido ensayo,
y elevándose ufana, envanecida,
sobre las nubes que atormenta el rayo,
no en el peligro de su ardor repara,
y a su ambicioso anhelo
estrecha viene la mitad del cielo;
mas de improviso, deslumbrada, ciega,
sin saber dónde va, pierde el aliento
y a la merced del viento
ya su destino y su salud entrega,
o por su solo peso descendiendo
se encuentra por acaso
en medio de su selva conocida,
y allí la luz huyendo, se guarece,
y de fatiga y de pavor vencida,
renunciando al imperio, desfallece:
así mi Musa un día
sintió la tierra huir bajo su planta,
y osó escalar los cielos, no teniendo
más genio que amor patrio y osadía:
en la región etérea se declara
grande sacerdotisa de los Incas;
abre el templo del Sol, flores y ofrendas
esparce sobre el ara,
ciñe la estola espléndida y la tiara;
inquieta, atormentada
de un dios que dentro el pecho no le cabe,
profiere en alta voz lo que no sabe,
por ciega inspiración; tiemblan los reyes
escuchando el oráculo tremendo;
revelaciones, leyes
dicta al pueblo, describe las batallas,
de la patria predice la victoria
y la aplaude en seráficos cantares;
de los Incas deifica la memoria,
y a sus manes sagrados
si tumba les faltó, levanta altares;
mas cuando ya su triunfo absorta canta,
atrás la vista torna,
mide el abismo que salvó, y se espanta,
tiembla, deja caer el refulgente
sacro diadema que sus sienes orna,
y flaco el pecho, el ánimo doliente,
cual si volviera de un delirio, siente,
y de la santa agitación rendida,
queda en lento deliquio adormecida...
En vano el bronce fratricida truena
y de las armas rompe el estallido,
y al recrujir el carro de la guerra,
se siente en torno retemblar la tierra;
y el atroz silbo de rabiosas sierpes
que la Discordia enreda a su melena
en sed mortal los pechos enfurece,
y de la antigua silla de los Incas
hasta do bate el mar los altos muros
de la noble heredera de Cartago,
todo es horror y confusión y estrago;
en vano ¡oh Dios!, del medio
de las olas civiles, con sorpresa,
joven, graciosa, de esperanzas llena
una nueva República aparece;
cual la diosa de amor y de belleza
coronada de rosas y azahares,
con que el ambiente plácido perfuma,
surgió sobre la hirviente y alba espuma
del mar nacida a serenar los mares;
y en vano sobre el margen populoso
del rico Tames y bullente Rima,
en verso numeroso
canoras voces se alzan despertando
la Musa de Junín... que el sacro fuego
de inspiración cesó, lánguido expira,
y el canto silencioso
duerme sobre las cuerdas de su lira.
Mas nunca el genio muere, y con su aliento
la tierra, el firmamento,
el mármol y cadáveres anima.
¡Ya está dentro de mí!- Veloces vientos,
anunciad a las gentes
un nuevo canto de victoria. Dadme
laurel y palmas y alas esplendentes,
volvedme el estro santo,
que ya en el seno siento hervir el canto.
¿Adónde huyendo del paterno techo
corre la juventud precipitada?
En sus ojos furor, rabia en su pecho,
y en su mano blandiendo ensangrentada
un tizón infernal; cual civil Parca
ciega discurre, tala, y sus horrendas
huellas en sangre y en cenizas marca.
Leyes y patria y libertad proclaman...
y oro, sangre, poder... ¡ésas sus leyes,
ésa es la libertad, de que se llaman
ínclitos vengadores!...
Y en los enormes montes interpuestos
y en el soberbio inexpugnable alcázar,
que de lejos ostenta
la Reina del Pacífico opulenta,
la insolente esperanza
ponen de triunfo cierto y de venganza.
Corren al triunfo cierto... y un abismo
se abrió bajo sus pies... que los horrores
de tanta sedición, los alaridos
que entre las ruinas salen, los clamores
de tantos pueblos íntegros y fieles,
el Rayo concitaron que dormía
allá en el seno de su nube umbría.
Ése es el adalid a quien dio el cielo
valor, consejo, previsión y audacia:
al arduo empeño, a la mayor desgracia
le sobra el corazón; todo le cede:
sirve a su voz la suerte, ante su genio
el peligro espantado retrocede.
¡Flores!, los pueblos claman, y los montes
que la escena magnífica decoran.
¡Flores!, repiten sin cesar. Los ecos
ávidos unos a otros se devoran
y en inquietud perpetua se suceden
como olas de la mar; sordos aterran
la turba pertinaz, que espavorida
huye, y no sabe dónde -que doquiera
los ecos la persiguen, y doquiera
el espectro del héroe la intimida.
Así cuando una nube repentina
enluta el cielo, cuando el sol declina,
se afanan los pastores recogiendo
el rebaño que pace descuidado;
mas de improviso estalla un trueno horrendo,
el tímido ganado
se aturde, se dispersa, desoyendo
del fiel mastín inútiles clamores,
se pierde en precipicios espantosos
que más lo apartan del redil querido,
y entre tantos horrores
vagan, tiemblan, caen confundidos
ganados y mastines y pastores.
Oyó la voz doliente de la Patria
su siempre fiel guerrero,
y desnudando el invencible acero,
se avanza; y los valientes capitanes
en cien lides gloriosos lo rodean,
y dar paz a la patria o morir firmes
sobre la cruz de sus espadas juran...
Él habla, y a su acento
todo en torno es acción y movimiento:
armas, tormentos bélicos, y cuanto
elemento de guerra y de victoria
da el suelo, forma el arte, el genio crea,
se apresta, o aparece por encanto;
gime el yunque, la fragua centellea,
brota naves el mar, tropas la tierra...
Aquí y allí la juventud se adiestra
a la terrible y desigual palestra...
Y el caballo impaciente
de freno y de reposo,
se indigna, escarba el suelo polvoroso;
impávido, insolente
demanda la señal, bufa, amenaza,
tiemblan sus miembros, su ojo reverbera,
enarca la cerviz, la alza arrogante
de prominente oreja coronada,
y, al viento derramada
la crin luciente de su cuello enhiesto,
ufano da en fantástica carrera
mil y mil pasos sin salir del puesto.
Mayor afán, agitación, tumulto
reina en el bando opuesto:
armas les da el furor; la ambición ciega
constancia, obstinación. ¡Cuán impotente
dio voces la razón!... Y en vano el cielo
los aterra con signos portentosos:
nocturnas sombras vagan por el suelo
exhalando alaridos lastimosos;
rayos sanguíneos las tinieblas aran
en pálido fulgor, y por la noche
sones terribles de uno al otro extremo
de la espantosa bóveda se oyeron;
se hiende el monte, el huracán estalla,
y es todo el aire un campo de batalla;
y en medio de la pompa más solemne
las imágenes santas derribadas,
-¡qué horror!- del alto pedestal cayeron
del incienso sacrílego indignadas.
¿Veis allá lejos ominosa nube
ondeando en polvo de revuelta arena,
que densa se derrama y lenta sube?...
allí está Miñarica. La Discordia
allí sus haces crédulas ordena:
las convoca, las cuenta, las inflama...
las inflama... después las desenfrena.
Flores vuela al encuentro, y cuando alzada
sobre la hostil cerviz resplandecía
su espada, reconoce sus hermanos;
lejos de sí la arroja, y les ofrece
el seno abierto y las inermes manos.
Mas fiera la facción, se enorgullece;
razón, ruego, amistad y paz desdeña;
triunfa al verse rogada,
y en ilusión y en arrogancia crece;
que rara vez clemencia generosa
el monstruo del furor civil domeña,
y aun más los viles pechos escandece.
Tornó el héroe a relumbrar la espada,
y ésta fue la señal. Los combatientes
con firme paso y exultantes frentes
se acometen, se mezclan... De una parte
el número y el ímpetu... de la otra
arte, valor, serenidad; doquiera
furor y sangre... y a las armas sangre,
aun más infame que el orín, empaña;
y los pendones patrios encontrados
rotos y en sangre flotan empapados;
cristados yelmos, miembros palpitantes
erizan la campaña...
y los troncos humanos
se revuelcan, amagan,
e impotentes de herir, siquiera insultan,
mientras los restos de vital aliento
entre sus labios macilentos vagan.
Los antiguos amigos, los hermanos
se encuentran, se conocen... y se abrazan...
con el abrazo de furente saña.
Ni tregua, ni piedad... ¿Quién me retira
de esta escena de horror? - ¡Rompe tu lira,
doliente Musa mía, y antes deja
por siempre sepultada en noche obscura
tanta guerra civil! ¡Oh!, tú no seas
quien a la edad futura
quiera en durable verso revelarla:
que si mengua o escándalo resulta,
honra más la verdad quien más la oculta...
Como rayo entre nube tormentosa
serpea fulminando, y veloz huye,
vuelve a brillar, la tempestad disipa
y su esplendor al cielo restituye;
así la espada del invicto Flores
por entre los espesos escuadrones
va sin ley cierta, brilla... y desparecen.
A los unos aterra su presencia,
otros piedad clamando, se rindieron,
y a los que fuertes para huir, huyeron
los alcanzó en su fuga la clemencia.
¡Salud, oh claro Vencedor!, ¡oh firme
brazo, columna y gloria de la patria!
Por ti la asolación, por ti el estruendo
bélico cesa, y la inspirada Musa
despertó dando arrebatado canto;
por ti la Patria el merecido llanto
templa al mirar el hecatombe horrendo
que es precio de la paz; por ti recobran
su paz los pueblos y su prez las artes,
la alma Temis su santo ministerio,
su antiguo honor los patrios estandartes,
la ley su cetro, libertad su imperio,
y las sombras de Guachi desoladas
de su afrenta y dolor quedan vengadas.
Rey de los Andes, la ardua frente inclina,
que pasa el Vencedor; a nuestras playas
dirige el paso victorioso, en tanto
que el himno sacro la amistad entona,
y fausta la Victoria le destina
triunfales pompas en su caro Guayas
y en este canto espléndida corona.