Al Ecce-Homo
El lisonjero juez que para su rey ha habido por interés de su gracia y por no perder su oficio. En un balcón de su casa, azotado y escupido, para que el pueblo le vea puso al inocente Cristo. Después de noche tan fiera, amanece el sol teñido de sangre, y en vez de rayos, puntas de juncos y espinos. A las llagas de su cuerpo, pegado un rojo vestido, que también lo hicieran rojo si fuesen blancos armiños. Veis aquí, les dice, el hombre a quien desde el cielo dijo con su voz el Padre Eterno: «Este es mi hijo querido, »aquí le traigo enmendado». ¡Oh! ¡Qué extraño desatino! Enmendar su hijo a Dios, tan bueno y tan infinito. Quita, quita, le responden viejos, mancebos y niños. Muera, muera, muerte infame, pues hijo de Dios se hizo. ¡Ay! ¡Jesús! Hijo de Dios, que este nombre y apellido no lo tenéis vos hurtado, pues sois igual con Dios mismo. Virgen santa, decid vos lo que el ángel os ha dicho, y de Cristo los profetas dijeron por tantos siglos. Y que ese preso azotado es aquel que cuando niño adoraron los tres reyes, y le llevasteis a Egipto. Abonadle, Virgen bella, decid que de Dios es hijo, que puesto que sois mi madre, bien valéis para testigo. Abonada sois, Señora, todo el bien de vos nos vino, bienaventurados os llaman cuantos son, serán y han sido. Decid vos que es el cordero, Bautista, aunque sois su primo, que quien por verdades muere, bien merece ser creído. Decid, ángeles hermosos, que este es el mismo que vimos nacer de amor abrasado, aunque temblando de frío. Decid Pedro, Juan y Diego, que a su padre habéis oído, que es su hijo, en el Tabor, si el miedo os deja decirlo. Llegad presto, que dan voces en aquel falso concilio, para que la vida muera, que es Dios sin fin y principio. ¡Ay! Virgen, mirad que quitan a un fiero ladrón los grillos, y a Jesús ponen al cuello la soga de mis delitos. Paréceme que decir gloria de los ojos míos, más quiere el mundo un ladrón que a Vos, cordero divino. Mientras le dan la sentencia, almas con tristes suspiros, decid a su Eterno Padre que se duela de su hijo. Señor, aquí está el esclavo, yo soy de la muerte digno, pero está cerrado el cielo, no querrá su padre oíros. Y más que si Vos causáis su muerte, estará ofendido de que habléis por su inocencia, siendo el dueño del delito. Volved a la Virgen Santa, y acompañad su martirio, que también mata el dolor donde no llega el cuchillo.