Al Cristo de mi cabecera
Tú velas en la Cruz, donde clavado
te deja y vergonzoso y dolorido,
más que el odio de un pueblo fementido,
la pesadumbre inmensa del pecado.
Tú velas en la Cruz, y descuidado
duerme a tus pies mi espíritu rendido
en brazos del silencio y del olvido,
de un sueño en otro sueño transportado.
No sabe si hallará cuando despierte
los dolores y halagos de la vida
o el juicio y resistencia de la muerte.
Si tú, Señor, le compadeces, cuida
de hacerle amar tu hora, la de verte,
si esperada quizás, siempre temida.