Adioses
¡Qué dulces pasan los días
a tu lado, Magdalena!
quién consolará mi pena,
¿cuando tú no estés aquí?
Prométeme no olvidarme
en tierra alguna lejana,
que yo te prometo, hermana,
nunca olvidarme de ti.
Si alguna vez me olvidaras,
el dolor me mataría,
y sin tu amor, alma mía,
No podría vivir, no:
En ta amor está mi vida,
tu olvido será mi muerte;
donde te lleve la suerte,
¿quién te amará como yo?
Cuando pienso que mañana,
al asomar en oriente
la aurora su blanca frente,
en vario te he de buscar,
y que, si alguien me pregunta
por mi dulce compañera,
le diré: la suerte fiera
hoy la arrastra por el mar;
a tan triste perspectiva,
a tan crudo pensamiento,
desmayar la vida siento,
cual si fuera, ya a morir;
y en contraste con los días
que pasé a tu dulce lado,
se me ofrece el enlutado
solitario porvenir.
Adiós pues: cuando la tarde
comience a esparcir sus sombras,
mis pies las verdes alfombras
de la playa pisarán;
y anegados en el llanto,
del sol a la luz viajera
por mi dulce compañera
mis ojos preguntarán.
Y recorrerá las ondas
después mi vista anhelante,
por si una vela distante
consiguen mis ojos ver,
que de la nave en que vengas
anuncie la cercanía;
porque ¿no es verdad que un día,
Magdalena, has de volver?
(1853)