Adiós
de José María Heredia

Belleza de dolor, en quien pensaba
fijar mi corazón, y hallar ventura,
adiós te digo, ¡adiós! Cuando miraba
respirar en tu frente calma y pura
el ingenio candor, y en tu sonrisa
y en tus ojos afables
brillar la inteligencia y la ternura,
necio me aluciné. Mi fantasía,
a la imagen de amor siempre inflamable,
en tu bello semblante me ofrecía
facciones que idolatro; y embebido
en esperanza dulce y engañosa,
pensaba en ti cobrar mi bien perdido.

Mas ¡ay! veloz despareció cual niebla
mi halagüeña ilusión. En vano ansiaba
en tu pecho encontrar la fuente pura
del delicado amor, del sentimiento.
tan sólo caprichosa en él domina
triste frivolidad, que me arrastrara
de tormento en tormento,
a un abismo de mal, llanto y ruina.
¡Qué suplicio mayor que amar de veras,
y mirar profanado, envilecido,
el objeto que se ama, y que pudiera
ser amor de la tierra, si estuviera
de pudor y modestia revestido!

¡Pérfida semejanza...! Si tu pecho,
como tu faz imita la que adoro,
de prendas y virtud igual tesoro
en tu seno guardara,
¡Cuál fuera yo feliz! ¡Cómo te amara
con efusión inmensa de ternura,
y a labrar tu ventura
mi juventud ardiente consagrara...!

Caminas presurosa
por la senda funesta del capricho,
a irreparable mal y abismo fiero
de ignominia y dolor... ¡Mísero! en vano
en mi piedad ansiosa
he querido tenderte amiga mano.
la esquivaste orgullosa... ¡Adiós! yo espero
que al fin vendrás a conocer con llanto
si era fino mi afecto, si fue pura
y noble mi piedad. Ya te desamo,
que es imposible amar a quien no estima,
y sólo en compasión por ti me inflamo.

¡No te maldigo, no! ¡Pueda lucirte
sereno el porvenir, y de mi labio
el vaticinio fúnebre desmienta!
a mi pecho agitado
será continuo torcedor la vista
de tu infausta beldad, y desolado
tu suerte lloraré. Si acaso un día
sufres del infortunio los rigores,
y a conocerme aprendes, en mi pecho
encontrarás, no amor, pero indulgencia,
y el afecto piadoso de un amigo.
¡Belleza de dolor! Adiós te digo.