Escena IX editar

El ALFAQUÍ, el XENIZ, el DALAY, otros muchos MORISCOS.


Así éstos como los que luego van llegando, vienen ya vestidos con el traje de moros, con alquiceles, albornoces, etc. Todos ellos traen sables y puñales, y algunas hachas o teas encendidas, que colocarán en las hendiduras de las rocas.


ALFAQUÍ.- ¿Quién sois?... ¿Qué venís a buscar en el seno de la tierra?... ¡Es un sueño, Dios mío!


DALAY.- No, venerable Alfaquí; son vuestros amigos, vuestros hijos, que se acogen a vuestro amparo, como se busca el de un padre en los días de tribulación.


ALFAQUÍ.- ¡Vuestro padre yo! Los esclavos no tienen sino amos.


XENIZ.- A pesar de tantas desdichas, aun no hemos merecido ese nombre...


ALFAQUÍ.- ¿Y cuál es el que merecéis? ¿Habéis renegado el Dios de vuestros padres; dejáis esclava a vuestra patria, que ellos ganaron a costa de su sangre; compráis a fuerza de oprobio el derecho de servir a vuestros verdugos?... Escoged, escogedle vosotros mismos: ¿qué nombre debo daros?...


DALAY.- Harto hemos merecido hasta ahora vuestras reconvenciones; y aun más amargas todavía nos las ha hecho nuestro corazón, mientras hemos sufrido tan dura esclavitud...; mas ya llegó a su fin.


ALFAQUÍ.- ¿Qué dices?... ¿Será cierto?


DALAY.- Sí, amado del Profeta; no osaríamos comparecer a vuestra vista, si hubiésemos de ir desde aquí a tomar otra vez nuestros grillos.


ALGUNOS MORISCOS.- ¡Jamás!


UN NÚMERO MAYOR.- ¡Jamás!