A unos ojos hermosos
Ojos cuyas niñas bellas esmaltan mil arreboles, muchos sois para ser soles, pocos para ser estrellas. No sois sol, aunque abrasáis al que por veros se encumbra, que el sol todo el mundo alumbra y vosotros le cegáis. No estrellas, aunque serena luz mostráis en tanta copia, que en vosotros hay luz propia y en las estrellas, ajena. No sois lunas a mi ver, que belleza tan sin par ni es posible en sí menguar, ni de otras luces crecer. No sois ricos donde estáis, ni pobres donde yo os canto; pobres no, pues podéis tanto, ricos no, pues que robáis. No sois muerte, rigorosos, ni vida cuando alegráis; vida no, pues que matáis, muerte no, que sois hermosos. No sois fuego, aunque os adula la bella luz que gozáis, pues con rayos no abrasáis a la nieve que os circula. No sois agua, ojos traidores, que me robáis el sosiego, pues nunca apagáis mi fuego y me causáis siempre ardores. No sois cielos, ojos raros, ni infierno de desconsuelos, pues sois negros para cielos y para infierno sois claros. Y aunque ángeles parecéis, no merecéis tales nombres, que ellos guardan a los hombres y vosotros los perdéis. No sois diablos, aunque andáis dando pena a los que vieron, que ellos del cielo cayeron, vosotros en él estáis. No sois dioses, aunque os deben adoración mil dichosos, pues en nada sois piadosos ni justos ruegos os mueven. Y en haceros de este modo naturaleza echó el resto, que, no siendo nada de esto, parece que lo sois todo.