A una señorita que es muy erudita
A UNA SEÑORITA QUE ES MUY ERUDITA
Señorita, yo no sé
por qué su papá de usté
le ha dado esa educación,
y le diré la razón
de no explicarme el por qué.
Comprendo que su papá,
que cifra en usté su encanto,
la eduque bien ¡claro está!
¡Pero si estudia usté tanto
que es una barbaridá!
¿A qué viene esa manía,
ni a qué conduce, señor,
que sepa usté astronomía,
historia y filosofía
y hasta álgebra superior?
Bueno que se haga notable
y eduque su inteligencia
siendo instruida y sociable...,
¡pero, hija, con tanta ciencia
está usté inaguantable!
Sus estudios tolerara
si usté cosiera y bordara,
comprendiendo sus deberes;
pero esas cosas son para
otra clase de mujeres.
Aunque la apelliden necia
y aunque las gentes se rían,
labor tan fútil desprecia...
¿Coser usté? ¡Qué dirían
los siete sabios de Grecia!
Su papá, que es un bendito,
dice que es usted un pasmo
de erudición... ¡Pobrecito!
Es padre, y no necesito
disculpar ese entusiasmo...
No ve lo que otro cualquiera
porque le ciega el amor;
pero usted, ¿cómo tolera
que vaya el pobre señor
vestido de esa manera?
Mientras la niña engolfada
está en serias reflexiones,
anda el papá sin botones,
con la camisa rozada
y un siete en los pantalones.
¡Para tamaña indolencia
cachaza se necesita!
¿Por ventura está la ciencia
reñida con la decencia?
Conteste usted, señorita.
¿No es vergüenza, ¡voto a tal!
que ande roto el pobrecillo,
y que usted, chica formal,
sepa la historia al dedillo
y no conozca el dedal?
¡Basta, por Dios, de leer!
Deje usted tranquilos ya
a Cicerón y a Volter,
y póngase usté a coser
el pantalón de papá.
¿Piensa usté hallar su destino
en un clásico latino
o en Newton... o en el demonio?
Pues ese no es el camino
que conduce al matrimonio.
¡Usté el engaño no ve!
¡Ninguna duda le quepa!
A menos que al cabo dé
con algún sabio que sepa
casi tanto como usté.
¡Y sí que lo encontrará,
pues Dios la castigará,
de su erudición en mengua,
casándola con un a-
cadémico de la lengua!