A una poetisa
Ni el dulce murmurar del arroyuelo
que se desliza con variado encanto,
ni el triste arrullo con que eleva al cielo
la tórtola afligida su quebranto,
ni al descorrer el misterioso velo
natura ufana con su rico manto,
me ofrecieron jamás ese consuelo
que ofrecen las dulzuras de tu canto.
Canta feliz, de un cielo bonancible
hija privilegiada, que tu lira
te muestra hermosa cuanto más sensible.
¡Por Dios! canta, otra vez y el alma inspira
de un triste trovador que en su amargura
halla en tus versos celestial ternura.