A una pálida
Vos una claridad y yo una sombra
E. ROSTAND
Dama de las eternas palideces,
con tu mirar tranquilo me pareces,
irradiando destellos de pureza
el hada del país de la tristeza.
Eres la imagen del dolor que implora,
y por eso mi pecho que te adora,
al mirar tu expresión contemplativa
te juzga una madona pensativa.
Tú despertaste mi pasión temprana,
y de mi juventud en la mañana
como un ensueño bondadoso fuiste
regando flores en mi senda triste.
Únjame la caricia de tu mano
y tus ojos que buscan el arcano
báñenme con tu luz, mientras me abismo
en sueños de inefable misticismo.
Pero ¡ay! que no podrá mi idolatría
tener la suerte de llamarte mía,
y seguiré tu amor a los reflejos
de una esperanza que me mira lejos.
Mas nunca te daré la despedida,
que en el rudo combate de la vida
me quedará, si tu cariño pierdo,
la amorosa penumbra del recuerdo.