A una fuente: Oda III
¡Oh, cómo en tus cristales,
fuentecilla risueña,
mi espíritu se goza,
mis ojos se embelesan!
Tú de corriente pura,
tú de inexhausta vena,
transparente te lanzas
de entre esa ruda peña,
do a tus linfas fugaces
salida hallando estrecha,
murmullante te afanas
en romper sus cadenas,
y bullendo y saltando,
las menudas arenas
afanosa divides
que tus pasos enfrenan,
hasta que los hervores
reposada sosiegas
en el verde remanso
que te labras tú mesma.
Allí aun más cristalina
a un espejo semejas
do se miran las flores
que galanas te cercan.
Con su plácida sombra
tu frescura conserva
el nogal que pomposo
de tu humor se alimenta,
y en sus móviles hojas
el susurro remeda
de tus ondas volubles
que al bajar se atropellan.
En ti las avecillas
su sed árida templan,
sus plumas humedecen,
jugando se recrean.
Cuando abrasado sirio
aflige más la tierra
y el mediodía ardiente
su faz al mundo ostenta,
en ti grata frescura
y amable sueño encuentra
el laso caminante,
que tu raudal anhela.
Su benigna corriente
el seno refrigera,
la salud fortifica,
repara las dolencias.
En las almas alegres
el júbilo acrecienta,
y al que llora angustiado
le adormece las penas.
¡Oh!, nunca, fuente clara,
nunca menguados veas
los copiosos cristales
que tus márgenes llenan.
Nunca turbios la planta
del ganado los vuelva,
ni el pintado lagarto,
ni la ondosa culebra.
Nunca próvida ceses
en los giros y vueltas
con que mansa discurres
fecundando la vega,
mas alegre acompañes
murmullando parlera
de mi lira los trinos,
de mi labio las letras.