A una espada
de Clemente Althaus


Un tiempo, oh insigne espada,
en defensa del honor
y la libertad sagrada,
te esgrimió el mismo Valor
con mano jamás domada.
Desde tu primer ensayo,
fuiste por siniestra lumbre
relámpago que desmayo
dio a la opuesta muchedumbre,
y al herir certero rayo.
Desde el ocaso a la aurora
celebrada por do quiera,
Iberia tus danos llora,
y la Fama pregonera
te llamó la Vencedora.
Diga su eterno clarín
cuánta portentosa hazaña
ejecutaste en Junin,
y allí do el poder de España
tuvo ara siempre fin.
Cual degüella inermes reses
de ayuno león la saña,
como en los ardientes meses
del segador la guadaña
corta las espesas mieses;
regida por mano fuerte,
asimismo tú veloz
cuellos segabas de suerte,
que la misma fatal hoz
pareciste de la Muerte:
Y de tu sedienta hoja
era la sangre enemiga
una nueva vaina roja,
sin que sintiera fatiga
la diestra que así te moja.
¿Ni esto, espada, ni el ser hija
de las fraguas de Toledo
bastar pudo a que te aflija,
dando ya pena y no miedo,
fortuna menos prolija?
De tu heroico dueño el fin
te condena a olvido oscuro,
y en ocio torpe y rüin,
pendiente de servil muro,
te envuelven polvo y orín.
Y la ingrata incuria deja
que en tus embotados filos
y dorado pomo teja
t extienda Aracne sus hilos;
mas quien tan poco semeja
a su padre esclarecido
y más que al virtuoso Marte
sigue a Baco y a Cupido,
es bien que de sí te aparte
y te condene al olvido;
Y que de verte se ofenda
quien solo de fácil juego
lidia en infame contienda,
en donde, demente y ciego,
pierde la heredada hacienda.


(1857)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)