A una dama imaginaria
Qué linda cara que tienes, válgate Dios por muchacha, que si te miro, me rindes y si me miras, me matas. Esos tus hermosos ojos son en ti, divina ingrata, harpones cuando los flechas, puñales cuando los clavas. Esa tu boca traviesa, brinda entre coral y nácar, un veneno que da vida y una dulzura que mata. En ella las gracias viven; novedad privilegiada, que haya en tu boca hermosura sin que haya en ella desgracia. Primores y agrados hay en tu talle y en tu cara todo tu cuerpo es aliento, y todo tu aliento es alma. El licencioso cabello airosamente declara, que hay en lo negro hermosura, y en lo desairado hay gala. Arco de amor son tus cejas, de cuyas flechas tiranas, ni quien se defiende es cuerdo, ni dichoso quien se escapa. ¡Qué desdeñosa te burlas! y ¡qué traidora te ufanas, a tantas fatigas firme, y a tantas finezas falsa! ¡Qué mal imitas al cielo pródigo contigo en gracias, pues no sabes hacer una cuando sabes tener tantas!