A una coqueta
¿Quién es, Pirra, ese amante que a tu lado,
sobre un lecho de flores recostado,
te contempla, te admira, te acaricia,
te estrecha entre sus brazos amoroso,
y con lánguido acento voluptuoso
te dice su delicia?
¿En qué sitio te jura ese imprudente,
embriagado de amor y de ternura,
incauto contemplando tu hermosura,
ser tuyo eternamente?
¡Ay Pirra! Por él solo tú envidiosa
maldices tu fortuna,
y pides importuna
al Cielo la belleza de una diosa.
Por él solo tu mano con destreza,
uniendo tus cabellos,
los ata y hermosea tu cabeza.
¡Qué cuidados tan bellos
para un amante tierno que te adora!
Mas ¡ay!, que el infeliz aún ignora,
el llanto que tu amor costarle debe.
Tranquilo, del placer la copa bebe,
y por la calma pérfida engañado,
no ve la tempestad que le amenaza.
Él no la teme, y ella está a su lado.
Ya su furor las nubes despedaza;
la tempestad estalla, y aún no cree
que esa Pirra su amante,
que esa Pirra tan tierna que hoy posee,
ya demasiado tiempo fue constante.
Huye, infeliz, del sitio en que te humilla,
y por el tiempo, como yo curado,
gana el puerto; y allí desde la orilla
mira el escollo en que hemos naufragado.
(Lima 1832.)