A una bañista
¡Quién fuera el mar, que enamorado espera que tu cuerpo interrumpa su llanura y rodear tu espléndida hermosura de un abrazo y a un tiempo toda entera! Si yo en tus aguas infundir pudiera el alma ardiente que adorarte jura, en muestra de mi amor y mi ventura te alzara en triunfo a la celeste esfera. Y, al descender con mi tesoro, ufano, convirtiendo la líquida montaña en olas que anunciaran mi alegría, en las costas del reino lusitano, y en áfrica, y América, y Bretaña, mi grito de placer resonaría.