A un valentón
Un valentón de espátula y gregüesco que a la muerte mil vidas sacrifica, cansado del oficio de la pica, mas no del ejercicio picaresco, retorciendo el mostacho soldadesco por ver que ya su bolsa le repica, a un corrillo llegó de gente rica y en el nombre de Dios, pidió refresco. “Den voacedes, por Dios, a mi pobreza --les dice--, donde no, por ocho santos que haré lo que suelo sin tardanza.” Mas uno que a sacar la espada empieza “¿Con quién habla—le dijo—el tragacantos? Si limosna no alcanza, ¿qué es lo que suele hacer en tal querella?” Respondió el bravonel: “Irme sin ella”
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