A un filósofo cristiano
Ni el bien pasado ni el dolor presente
nunca turbaron tu impasible calma,
y, en excelsa región puesta la mente,
no hay una sombra en tu serena frente
ni hay una duda que te angustie el alma.
Tal, de las nubes traspasando el velo,
para bañarse en la perpetua lumbre
del sol, huyendo del rumor del suelo,
alzan los Alpes la nevada cumbre
triste, infecunda y solitaria, al cielo.
Mas de la cima estéril se desata
el agua en hilos de bruñida plata,
para ser luego- fecundante río,
lago que el cielo espléndido retrata,
fuente que llora en ángulo sombrío.
Tal de tus labios la verdad ignota
desde tu augusta soledad desciende
sobre los pueblos que el error azota,
y el sacro fuego de la fe se enciende
y el santo amor entre los hombres brota.