A un crucifijo
de Juan de Moncayo
Arroyos surcan de coral sagrado
en tu bella deidad el rostro hermoso,
¡oh Señor!, cuyo tránsito amoroso
quebrantó los abismos del pecado.

Tu clemencia, que el círculo estrellado
describe con incendio misterioso,
impuso desde el centro tenebroso
contra ti el golpe de rigor armado.

Mis culpas ocasionan esas penas
que abundan en purpúreos resplandores,
el efecto más triste de mi llanto.

¡Oh verdadero Isac, por cuyas venas,
en fuentes de rubí, formando flores,
hollaste los horrores del espanto!