A un ateo
En vano esperas que la oscura nada,
que invocas como madre compasiva,
entero en el sepulcro te reciba,
cuando termines la mortal jornada.
Te alienta alma inmortal que, de la helada
carne donde reside fugitiva,
maravillada de sentirse viva,
de ignoto mundo arrostrará la entrada.
Ya su asombro y espantos imagino,
cuando, el fallo aguardando que la hiera,
se encuentre al pie del tribunal divino,
y mirando del Dios la faz severa
a quien negó su ciego desatino,
exclame estremecida: Verdad era!
Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)