A un águila (Oda)

A un águila
Oda

de José Zorrilla
del tomo quinto de las Poesías.

Sube pájaro audaz, sube sediento
A beber en el viento
Del rojo sol a esplendorosa lumbre;
Sube batiendo las sonantes alas,
De las etéreas salas
A sorprender la luminosa cumbre.

Bien hayas tú, que ves osadamente
Los cielos frente a frente,
Y de cerca a tu Dios, ave altanera;
Y que si el ronco torbellino crece,
Vigoroso te mece,
Siendo un impulso más a tu carrera.

¿Qué te importa que el sol ni el torbellino
Crucen por tu camino,
Si en vuelo altivo y temerario arrojo
La tormenta te riza mansamente,
Y el sol resplandeciente
Como precisa luz vibra en tu ojo?

¿Qué te importa de pájaros la ansiosa
Confusión tumultuosa,
Que se afana en subir cuando tú subes
Si a su impotente y torpe movimiento
Fuerza le falta y viento,
Cuan tu vuelo real hiende las nubes?

¡Salve, oh tú de la atmósfera señora,
Aguila voladora,
Que abandonando nuestra tierra oscura,
Emperatriz del viento te levantas,
Y solitaria cantas
De los lucientes astros la hermosura!

Tal vez escuches en tropel sonoro
Las cítaras de oro
De los santos y célicos festines;
Y tal vez mires en distancias sumas
Las espléndidas plumas
De los blancos y errantes serafines.

Tal vez oyes ¡oh reina soberana!
El infinito Hosanna,
Y en torno al cielo respetuosa giras,
Y en el cóncavo ambiente solitario
Del místico incensario
El ámbar celestial libre respiras.

Y tal vez los espíritus errantes
Que arrastran rutilantes
Esos soles que ruedan en la esfera,
En cariñosa voz y amago blando,
Te acarician pasando
Al encontrarte siempre en su carrera.

¡Bien hayas tú, del sol y el viento amiga,
Del esfuerzo y fatiga,
De arcángeles tal vez acariciada!
¡Bien hayas tú, que despreciando el suelo,
Pides osada al cielo,
Libre, tranquila y liberal morada!

¡Bien hayas tú, que lejos del inmundo
Pantano de este mundo,
No sientes el dolor de los que lloran,
Ni el vergonzoso son de las cadenas,
Ni las de angustia llenas
Quejas sin fin de los que ayuda imploran!

Ni oyes la ronca voz de la impía guerra
Que ensordece la tierra
Y escribe en lanzas sus sangrientas leyes,
Ni del vasallo el desvalido lloro
En derredor del oro
Que brilla en el alcázar de su reyes.

Bien haces en quedarte en esa altura,
Recinto de ventura,
Aguila emperatriz, hija del viento,
Y dejarnos aquí ya que no osamos,
Pues cobardes lloramos,
Gozar tu libertad por tu ardimiento.

Déjanos, sí, que esclavos de otros dueños,
En indignos empeños
Las ajenas hazañas aplaudamos,
Y al ajustar nuestras contiendas fieras,
Las ajenas banderas
Y el extranjero pabellón sigamos;

Mientras cruzando la región vacía,
Tú en infinito día
La farsa ríes de la humana gente,
Y al son de sus dementes alaridos
Registras los perdidos
Vaporosos espacios del Oriente.

Tú desde allí, en las ráfagas mecida,
Segura y atrevida
Contemplas la mezquina y baja tierra,
La miseria del hombre y su inmundicia,
Su orgullo y su injusticia,
Sus vanos triunfos y ominosa guerra.

Tú, ave de libertad y de victoria,
Del aire y del sol gloria,
Desde la calva inmensurable peña
Ves cómo se abre trabajosa calle
Por el angosto valle
La armada gente tras la rota enseña.

Césares, Alejandros, Napoleones,
Dieron a sus legiones
Tu vencedora imagen por bandera;
Y tú en el viento, sin temor ni vallas,
Al son de sus batallas
Te adormistes ufana y altanera.

Y en vano con tu sombra se escudaron,
Que a la fin tropezaron
En Roma, y Babilonia, y Santa Elena;
Y allí vencidos, la cerviz hundieron,
Mientra al morir te vieron
Rasgar el viento a ti libre y serena.

¡Salve, reina del viento generosa,
Aguila poderosa,
Ave del sol y de la luz querida!
¡Salve, y pluguiera que en tu raudo vuelo
Trepar pudiera al cielo
Una esperanza de mi amarga vida!

¡Oh, si alcanzara, cándida María,
Perdida gloria mía,
A enviarte con ese águila un suspiro!
¡Si alcanzara esa osada mensajera
A decirte siquiera
Que aun por tu solo amor canto y respiro!

¡Ay, fresca rosa que abrasó el estío,
Perdido encanto mío,
Tierna, amorosa y muerta ya María!
¿En qué aura vaga tu fragante aroma?
¿En qué escondida loma
Me velas hoy tu cáliz, vida mía?

Tórname, hermosa, el rostro soberano.
Y tiéndeme tu mano,
Y dime dónde estás, para mirarte,
Para que tengan luz los ojos míos,
Y se acallen bravíos
Los duelos de mi vida al adorarte.

Vuela, pájaro audaz, águila erguida,
Por la región perdida
Donde espléndido el sol alza su Oriente;
Y si aun es dado a tu gigante vuelo
Escudriñar del cielo
La ignorada mansión resplandeciente,

Busca a mi vida y dila que aun la adoro,
Y dila que aun la lloro
Al ronco son de la cansada lira;
Pregúntala si lejos de esta tierra,
En ese que la encierra
Alcázar celestial, por mí suspira.

Los Césares así y los Napoleones
Leguen a sus legiones
Tu vencedora imagen por bandera,
Y tú en el viento, sin temor ni vallas,
Al son de sus batallas
Duermas ufana, libre y altanera.

Sube, pájaro audaz, sube sediento
A beber en el viento
Del rojo sol la esplendorosa lumbre;
Sube batiendo las sonantes alas,
De las etéreas salas
A sorprender la luminosa cumbre.

No te importe que el sol y el torbellino
Crucen por tu camino;
Sigue tu vuelo en temerario arrojo,
Que el huracán te riza mansamente,
Y el sol resplandeciente
Como precisa luz vibra en tu ojo.

Y si por caso encuentras en el viento
Mi lastimero acento,
Sigue cruzando a las etéreas salas,
Que los roncos preludios de mi canto
Son los ayes del llanto
Que me arranca la envidia de tus alas.