A su Majestad
Invictísimo César, cuyo nombre
el del antiguo Carlo ha renovado,
al sonido del cual tiemble y se asombre
la tierra, el mar y todo lo criado;
en quien Roma su imperio y gran renombre
conoce más que nunca sublimado,
y do el dichoso siglo que os alcanza
pone primera y última esperanza.
Vos, pues, Señor, en cuya fortaleza
el nombre se sustenta y ser cristiano,
y en el supremo grado de grandeza
tenéis siempre delante el ser humano;
si del don bajo suple la bajeza
un puro corazón sincero y sano,
dél acetad esta señal presente,
como César humano, humanamente.