A secreto agravio, secreta venganza/Jornada 2/Escena XVII

Jornada segunda

Escena XVII

DON LUIS, que sale con la espada desnuda y embozado, y tras él DON LOPE, con la espada desnuda y luz. DOÑA LEONOR, SIRENA

DON LOPE

No os encubráis, caballero.

DON LUIS

Detened, señor, la espada;
que en la sangre de un rendido
más que se ilustra se mancha.
Yo soy de Castilla, donde
por los celos de una dama,
di a un caballero la muerte
cuerpo a cuerpo en la campaña.
Vine a ampararme a Lisboa,
donde estoy por esta causa
de Castilla desterrado.
He sabido esta mañana
que aquí un hermano del muerto
cautelosamente anda
encubierto, por vengarse
con traición y con ventaja.
Con este cuidado, pues,
por esta calle pasaba,
cuando tres hombres me embisten
a las puertas desta casa.
Viendo que (aunque el corazón
algunas veces engaña)
era imposible defensa
contra tres de mano armada,
subíme por la escalera;
y ellos, o por ver que estaba
en sagrado, o por no hacer
tan dudosa la venganza,
no me siguieron, y estuve
en esa primera sala
esperando a que se fuesen,
y sintiendo sosegada
la calle, bajarme quise;
pero al salir de la cuadra,
hallé un hombre que me dijo:
«¿Quién va?» Yo, que imaginaba
que eran mis propios contrarios,
no le respondo palabra.
De una sala en otra, entré
hasta aquí. Ésta es la causa
de haberme hallado, señor,
escondido en vuestra casa.
Ahora dadme la muerte;
que como yo dicho haya
la verdad, y no padezca
alguna virtud sin causa,
moriré alegre, rindiendo
el ser, la vida y el alma
a un honrado sentimiento,
y no a una infame venganza.

DON LOPE

(Ap. ¿Pueden juntarse en un hombre
confusiones más extrañas?
¿Tantos asombros y miedos,
penas y desdichas tantas?
Si en la calle este hombre, ¡cielos!,
tantos pesares me daba,
¿qué vendrá a darme escondido
dentro de mi misma casa?
Basta, basta, pensamiento;
sufrimiento, basta, basta,
que verdad puede ser todo;
y cuando no, aquí no hay causa
para mayores extremos:
sufre, disimula y calla.)
Caballero castellano,
yo me alegro de que haya
sido contra una traición
sagrado vuestro mi casa.
En ella, a ser hoy soltero,
os sirviera y hospedara:
porque un caballero debe
amparar nobles desgracias.
Lo que podré hacer por vos,
será acudiros en cuantas
ocasiones se os ofrezcan,
porque a ese lado mi espada,
contra tres mil, no os suceda
otra vez volver la espalda.
Y ahora, por que salgáis
más secreto de mi casa,
podréis salir del jardín
por aquella puerta falsa...
Yo la abriré . . . y también hago
prevención tan recatada,
porque criados, que al fin
son enemigos de casa,
no cuenten que os hallé en ella,
y sea fuerza que vaya
a todos satisfaciendo
de cuál ha sido la causa.
Porque aunque es cierto que nadie
dude una verdad tan clara,
y yo de mi mismo tengo
la satisfacción que basta,
¿quién de una malicia huye?
¿quién de una sospecha escapa?,
¿quién de una lengua se libra?,
¿quién de una intención se guarda?
Y si llegara a creer...,
¿qué es a creer?, si llegara
a imaginar, a pensar
que alguien pudo poner mancha
en mi honor. . . , ¿qué es mi honor?,
en mi opinión y en mi fama,
y en la voz tan solamente
de una criada, una esclava,
no tuviera, ¡vive Dios!,
vida que no le quitara,
sangre que no le vertiera,
almas que no le sacara;
y éstas rompiera después,
a ser visibles las almas.
Venid, iréos alumbrando
hasta que salgáis.

DON LUIS

(Ap.) Helada tengo la voz en el pecho.
¡Qué portuguesa arrogancia!

(Vanse los dos.)